sábado, 30 de mayo de 2015

Cosas de Garipil

¡Hola! Ante todo, gracias por venir. Pensé que con estos días tan soleados te apetecería más dar un paseo que venir a visitarme. Celebro haberme equivocado. Acabo de abrir “El rosario de los cuentos” y me apetece leerte el segundo misterio. ¿Te sientas un momento? Seré rápido para que des el paseo, por mi culpa, no quiero que renuncies a nada.
      
  Segundo Misterio: La disputada escoba que barría con uve

     Aquel día entraron dos convecinos en el despacho del alcalde de un municipio a caballo entre pueblo y ciudad dispuestos a disputarse en un examen la escoba que un infarto había dejado sin barrendero.
     Salvo la edad, nada tenían en común los aspirantes. Pablo era licenciado, hijo de los dueños de unos grandes almacenes, muy señoritillo, y pretendía coger la escoba para barrerle el sillón al primero que se despistara; Pedro apenas sabía hacer la o con un vaso, era huérfano desde que vino al mundo, desdolido como pocos, y pretendía coger la escoba para barrer una boca de la mesa de sus abuelos.
-La primera prueba consiste en responderme correctamente
-dijo el alcalde con voz engolada, y les lanzó la pregunta-:
¿Con qué debe barrer la escoba para que barra bien, con uve o con be?
-Con be, -respondió Pablo sin pensarlo, con absoluta tranquilidad.
-Con uve, -respondió Pedro jugando a los acertijos, hecho un flan.
     El alcalde soltó tal carcajada que de la resonancia se hizo añicos el cristal de la ventana. A través del amplio hueco vio su lugar hecho un desastre: peleas de papeles en las plazas, riñas de arena en las calles, bolsas de basura reventándose en las aceras, carreras de cáscaras y de hojas por doquier, papeleras a rebosar, pegotes de chicle, de vidrios, de excrementos... Era evidente -pensó- que aquel albañal exigía una escoba que barriera con be. Pero antes de decidir en voz alta, pasó a la última prueba.
 -Usted -señaló al instruido-, a barrer el centro; y usted -señaló al inculto-, a barrer los barrios.
     Pablo barría mirando al cielo, arrastrando la escoba para librarse de las púas, cuidando que el palo no rozara sus anillos de oro, evitando que la bazofia alcanzara sus zapatos de piel y con una cara que más que barrer, parecía cumplir condena. Pedro movía la escoba con más sal que un salero, sin preocuparse de las grietas que el palo iba abriendo en sus manos, sin quitar los ojos de la basura, orgulloso incluso de que las púas arañaran sus botas de goma y con una cara que más que de exámenes, parecía estar de juerga.
Al concluir el barrido el centro parecía un muladar picoteado por las gallinas; los barrios, una patena.
El alcalde cogió la escoba y se la entregó al licenciado.
  -Usted sabe barrer con be, con uve es imposible barrer bien.
     -¡Mentira, eso es mentira! ¡No, no, eso no es justo! -protestó el suspendido con fuerza, negándose a cargar con las calabazas- Para muestra, basta un botón. Mire los barrios barridos con uve, mire el centro barrido con be; y si de veras quiere un buen barrendero, olvide esas gaitas y déle la escoba a quien sabe barrer.
     -¡Qué barbaridad! -exclamó el alcalde indignado- ¿Dónde se ha visto que los analfabetos den lecciones a los leídos? Ese botón, hablemos claro, brilla por casualidad, jugarretas del viento que hoy soplaba a favor de la uve y en contra de la be, pero en los días serenos, en los días normales, para tener las calles limpias, ¡acéptelo!, es imprescindible barrerlas con una escoba que barra con be.
 Cuando Pedro le contó a su abuelo lo sucedido éste se echó a reír y le juró por sus difuntos padres ser padrino de aquella boda.
 Aquella misma noche, cuando todos dormían el mejor de sus sueños,
 el abuelo cogió el cuerno y salió de casa. Ya en la calle lo tocó con todas sus fuerzas y al toque salieron todos los cerdos de la granja de su amo: blancos, colorados, cebones, lechones, hembras, machos... y guarros todos, muy guarros, tan guarros como aseguraba su nombre. Condujo la piara hasta el municipio y una vez en él la paseó por sus calles, por sus plazas, por sus parques, por sus jardines, por sus barrios... y al despuntar el día, la llevó de nuevo a la granja.
    Cuando los vecinos salieron de casa se encontraron con que las calles estaban cubiertas por una alfombra de excrementos que se deshilachaba bajo los rayos del sol y tuvieron que dar mil rodeos para llegar a su destino sin mancharse los zapatos.
    Pablo empezó a barrer el municipio por la explanada del ayuntamiento, pero la escoba sentía tanto asco que se pasó el día haciéndose la remolona. Y al final de la jornada sólo logró formar en el centro un muladar que metería en el contenedor de la basura a la mañana siguiente.
    Cayó la noche y el abuelo de Pedro repitió la invasión, pero esta vez se llevó las ovejas. Preñadas, paridas, gordas, flacas, corderos: de toda lana iban ovejas en el rebaño. Y por si éstas no daban a basto, les sumó las cabras.
    Al día siguiente los vecinos tuvieron que ponerse botas de goma para cruzar los estercoleros y unos tapones de algodón en los orificios de la nariz para aguantar el mal olor.
    Pablo empezó a barrer por el mismo sitio, pero la escoba huía del estiércol como alma del diablo. Y al concluir la jornada no había conseguido otra cosa que arreglar y agrandar el muladar.
    De nuevo se hizo de noche y el abuelo de Pedro volvió a las mismas, pero en esta ocasión sacó las vacas. Negras, blancas, pintas, lecheras, mansas, bravas: de todos los colores, de todas las razas iban vacas en la manada. Y todas, todas todas, con la panza hinchada de hierba y agua.
    En cuanto el sol empezó a tamborilear con sus dedos de luz en los cristales todos los vecinos se asomaron a las ventanas.
    “¡Qué horror!", exclamaron al ver que un alud de lunas grandes, redondas, oscuras, había caído sobre las calles estercoladas. El que más y el que menos, para no morir de un ataque de náuseas, cerró las puertas a cal y canto y se quedó en casa. Los pocos que se atrevieron a salir, -más por necesidad que por ganas- tuvieron que armarse de palas para ir despejándose el camino, y no todos acabaron bien. El lechero, por ejemplo, se volvió sin repartir la leche, pues, por más valor que le echó, fue incapaz de manejar la pala y tirar a la vez del carro de los cántaros. El panadero logró llegar al horno, meter la leña y amasar el pan, pero por idénticas razones tuvo que renunciar a repartirlo por las casas. Y para qué hablar de los que acabaron rebozados en el estiércol…
    Pablo llegó tarde a barrer, pero le sobró tiempo. Sólo gastó el justo para coger la escoba y subir al despacho para entregársela al alcalde.
-Lo siento -le dijo mientras se sacudía los bajos del pantalón-, pero esta escoba ni da a basto ni sabe barrer.
    El alcalde se asomó preocupado a la ventana. Lo que vieron sus ojos hizo temblar todo su cuerpo. El gigantesco muladar de la explanada empezaba a descomponerse bajo los implacables rayos del sol; las ratas y los ratones salían en tropel de las cloacas para solazarse en aquel albañal; los perros y los gatos escarbaban la mar de felices y se peleaban entre sí por descubrir las entrañas de los estercoleros. A medida que pasaban las horas los espléndidos boñigos se iban convirtiendo en cómodos tablados sobre los cuales las avispas y las moscas se instalaban para engordar cantando y bailando sus alborozadas e impertinentes danzas mientras de todos los huecos salían completas comunidades de hormigas, escarabajos y chicharras dispuestas a quitarles el sitio. Al atardecer el aire olía a pocho, a corrompido, a muerto, y para evitar que la peste acabara con la salud de los vecinos y los vecinos con la suya, no tuvo más remedio que enviar al alguacil a buscar a Pedro.
    -¿Sigue usted pensando -le preguntó en cuanto lo tuvo delante- que una escoba puede barrer mejor con uve que con be?
    -Naturalmente -respondió Pedro-. Las púas de las escobas no entienden de letras, entienden de amor y de manos.
    -Pues aquí tiene la escoba; ahí, la basura -le dijo el alcalde señalándole el exterior-. Si consigue cambiar las “alfombras” del municipio por otras de armiño, le nombro al instante Barrendero Mayor del Pueblo.
    Pedro cogió la escoba como quien coge un ramo de tulipanes. Sería su herramienta de trabajo, su deber, su pan de cada día. La acarició repetidas veces. Entre sus agradecidas manos, más que una escoba de barrer, parecía una vara de marfil, de cuyo extremo inferior y sujetos por un lazo de sardónicas amarillas y azules zafiros, pendían ramilletes y ramilletes de verdes berilos. Y como deslumbrado por tan mágicos destellos, se acercó a la puerta, y, sin esperar más órdenes, sin preguntar siquiera cuál sería su horario, su jornal... se despidió del alcalde y salió zumbando.
Ya en la calle se ubicó, se subió las mangas de la camisa hasta los codos para mover los brazos con libertad, se recogió las patas del pantalón en las rodillas para dejarse las piernas sin ataduras, empezó a silbar para espantar las ganas de vomitar y la escoba pasó cual alas de viento por la explanada, por las calles, por los barrios... y como su abuelo había decidido dormir como un bendito de luna a sol y las grietas de sus manos aguantaron sin quejarse, en unos días dejó el municipio como una bandeja de plata recién salida de las manos del orfebre.
    Pasaron los años y aquel municipio a caballo entre pueblo y ciudad se hizo famoso en todo el país por su espléndida limpieza, y cuentan que cuando otros colegas le preguntaban al alcalde: "¿Qué haces para tener siempre las calles como acabadas de estrenar?", el alcalde les respondía la mar de orgulloso: "Barrerlas a diario con una escoba que aunque barre con uve barre muy bien".
    
        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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