lunes, 31 de julio de 2023

PORTADA

LA VITRINA

 

Queridos lectores: En este número soy yo el elegido para invitaros a leerme. Por si decidís aceptar mi invitación, me presento y os adelanto mi contenido.

 

Mi título: El valle de los arcángeles.

 

Mi autor: Rafael Tarradas Bultó.

 

Esto dice mi  reseña:

 

 Barcelona, primavera de 1864. Gabriel Gorchs, hijo único del barón de Santa Ponsa, vive en el oscuro palacio gótico de su familia. Mientras trama cómo cambiar su suerte, recibe una carta que le informa de que la tragedia lo ha convertido en el heredero de una importante plantación en el Caribe. Aunque duda, enseguida comprende que es una oportunidad única para él. Por otra parte, Pepa Gómez, criada en la miseria y el maltrato, pero guapa, inteligente y determinada, ha conseguido trabajo en un gran palacio de la ciudad. Maquinando cómo seguir escalando socialmente, su decisión de abrirse paso sin pensar en los demás provocará un error de cálculo que la forzará a desaparecer y huir.  Ambos coinciden a bordo del Santa Graciela, un fabuloso clíper, que es el medio más rápido para viajar al otro lado del Atlántico. A los dos los espera su destino, el Valle de los Arcángeles, donde los ingenios azucareros de los Viader, los Serrano y los Abbad han convivido en armonía y opulencia hasta que se produce el primero de una serie de asesinatos.

 

Firmado: El valle de los arcángeles.

 

Si abres mis hojas, abriré tus ojos.

 

 

MESA CAMILLA

Cifras malditas

 

Cada mujer que muere a manos de su novio, pareja o marido, es, lamentablemente, una cifra maldita.

 

Una historia de tantas

 

Se llamaba Carla y tenía 27 años, trabajaba de recepcionista en un hotel de Girona, el martes salió de su trabajo y el miércoles no pudo volver: su exnovio, porque no quería reanudar una relación ya rota, la convirtió en la víctima número 8 del mes en Cataluña, el 30 del año en España y el 1214 desde 2003. Y en unos días, en unas horas o quizá en este mismo momento, deje de ser la última víctima desgraciadamente.

 

No existen vacunas milagrosas

 

El Gobierno, como todos los gobiernos anteriores, aprueba leyes, no escatima ayudas económicas, habilita servicios de atención especializados, pone en marcha campañas de orientación, de apoyo y de información, pero no consigue acabar con esta lacra. Y no se trata de que lo haga bien, o de que lo haga mal, se trata de que no hay vacunas milagrosas para acabar con el machismo de siglos.

 

 Volver hacia atrás ya es imposible

 

Durante siglos fueron los hombres los que tenían licencia para serles infieles a las mujeres y disponer de ellas a la carta; las mujeres tenían que aguantar desprecios, humillaciones, palizas y lo que no está escrito porque no se les permitía ni saber escribir. Solo tenían derecho a aguantar sin quejarse. Pero eso pasó a la historia afortunadamente, hoy las mujeres hemos dicho ¿basta ya! Y la igualdad entre géneros es algo imparable. Pero ¿cuántas mujeres tienen que morir asesinadas para que estos “machotes” lo entiendan de una vez?

 

A una preocupación hay que añadirle otra

 

Lo más preocupante ya no es solamente que los asesinos de mujeres sean hombres de cierta edad, de pocos recursos económicos, de bajo nivel cultural o extranjeros, como solía creerse hasta no hace tanto, es, por añadidura, que cada vez son más los jóvenes que controlan a sus simplemente amigas, que les registran el bolso, que les manipulan el móvil, y en el peor de los casos se incorporan a este ejército de matones. El exnovio de Carla, por ejemplo, tiene 29 años, sabe leer y escribir, también que matar está prohibido y que a las mujeres se las gana con respeto, no con miedo, con amenazas, por lo que seguramente ella se había cambiado de casa. Y conseguimos frenar esto a tiempo entre todos, o volveremos a ver a nuestras jóvenes acompañadas de aquellas carabinas que ni nosotras conocimos, pero no para salvarles el alma impidiendo que pequen contra el Sexto Mandamiento, sino para protegerlas, para salvarles la vida, para impedir que acaben sumando malditas cifras a la lista de asesinatos.

 

31-VII-2023

 

María Jesús    

 

CAJÓN DE SASTRE

 

La historia de la vida judía en el barrio Rosenthaler.

 

 Hace 80 años, entre febrero y marzo de 1943, se produjo la “Fabrikaktion”, el operativo de arresto final de los últimos judíos que vivían en Berlín. Este texto rememora la historia de la vida judía en el barrio Rosenthaler

 

 Platz.

 

Rosenthaler debe su nombre a la Rosenthaler Tor, una de la serie de puertas que constituían el muro aduanero que había remplazado las murallas del Berlín medieval. La mayoría de esas puertas fueron derrumbadas en 1871 y hoy solo pervive la que era más importante, la Brandenburger Tor, conocida en castellano como la puerta de Brandemburgo. La Rosenthaler Tor era la única puerta del norte de Berlín por la que podía entrar la población judía, razón por la cual Rosenthaler pronto se volvió un barrio con una alta presencia judía, pero sobre todo migrante.

 

A finales del siglo XIX y principios del XX Berlín se estaba convirtiendo en la capital industrial de Europa y los planeadores urbanos esperaban recibir dos millones de ciudadanos en solo cincuenta años. El crecimiento de la ciudad lo atestiguaba Mark Twain en una visita que hizo por ese entonces; para él Berlín se veía tan “nueva” que parecía que hubiese sido construida en las últimas seis semanas. De ese tiempo data el barrio Rosenthaler cuyos edificios más antiguos son de finales del siglo XIX. La ola migratoria provenía principalmente del este de Europa y estaba constituida por población judía. Era la época en que las líneas de tren se empezaban a extender por los territorios polacos, checos, ucranianos en tiempos del dominio imperial alemán. Como cuando todos los caminos conducían a Roma, ahora pareciera que todos los trenes condujeran a Berlín. A mediados del siglo XIX la población judía en Berlín rondaba los 8.300, en 1925 ya eran 172.672 habitantes. El mismo señor Winter no era de Berlín sino provenía de Guben, una población que está actualmente en la frontera entre Alemania y Polonia. Sin embargo, la mayoría de migrantes venían de mucho más lejos y en condiciones aún más difíciles.

 

Yo tampoco soy alemana, vengo de Colombia y vivo hace cinco años en Rosenthaler Platz. De camino a la Kita con mi hija, caminando a lo largo de la Fehrbelliner Strasse, íbamos descubriendo la vida de los antiguos residentes del barrio siguiendo los rastros de las Stolpesteine. Las Stolpersteine, traducidas como “piedras de tropiezo”, son iniciativa del artista alemán Gunter Demnig, y consisten en pequeñas placas de latón que, repartidas a lo largo de los andenes europeos, señalan las antiguas viviendas de las víctimas del nacionalsocialismo. Gracias a las Stolpersteine del barrio sabemos que los vecinos de los Winter venían, en su mayoría, de las históricas regiones de Silesia y Pomerania, en la actual Polonia, y de Galicia, al occidente de la actual Ucrania.

 

En Pomerania habían tenido lugar una serie de pogromos a finales del siglo XIX, el más grave de los cuales ocurrió en 1900 cuando se acusó a las comunidades judías del asesinato de un joven alemán en Konitz. Vecinos como el comerciante Max Freiberg, Eva Salinger, madre soltera de la pequeña Ruth, y el pintor de obra Max Hersch venían de esta región y eran apenas niños cuando ocurrieron los hechos. Otros más, como Eugene Fischer y Sara Feit, venían de Silesia. El joven estudiante de medicina Max Majer venía de Varsovia, entonces parte del Imperio Ruso. El comerciante David Haitner, de Buczacz, en la actual Ucrania. Los esposos Gustave y Ettel Heller venían de territorios del imperio austrohúngaro, Gustave de Brno, de la actual República Checa y Ettel, de Rozwadow, en Galicia, lugar en el que con el fin del imperio y la creación del estado polaco hubo ataques contra la comunidad judía.

 

Así, la lista de lugares de origen de los vecinos del barrio es larga e incluye a Mosina, Poznan, Katowice, Racibórz, Dukla, Tarnów, Cracovia, Dobromyl, Kolomea, Leópolis o Sambor. Eran los tiempos en los que el Imperio austrohúngaro se derrumbaba y el cosmopolitismo que lo había caracterizado, y que en alguna medida había protegido a la población judía, cedía ante la embestida de los nacionalismos y los pogromos. En una Europa repartida entre estados nacionales, el judaísmo, entre otras poblaciones, quedaba a la deriva. En este contexto, para muchos tuvo sentido irse a una ciudad llena de promesas como Berlín y en caso de mejor suerte esperar a poder dar el salto hacia Estados Unidos.

 

Joseph Roth, él mismo también un judío oriundo del imperio austrohúngaro, escribía para el Neue Berliner Zeitung en 1920 sobre algunos de los migrantes más pobres de esta ola: “Eran refugiados. Se les conoce generalmente con el nombre de ‘el peligro del Este’. El miedo al pogromo los une en una avalancha de miseria y mugre que, creciendo lentamente, va cruzando Alemania desde el Este. En los barrios del este de Berlín se amontona una parte en grandes grupos. Proceden de Ucrania, Galitzia, Hungría (…). En la casa de huéspedes huele a ropa sucia, choucroute y humanidad”.

 

La migración de refugiados se incrementó significativamente después de la primera guerra mundial. Según decía Roth, en el mismo artículo, tras la primera guerra mundial cincuenta mil personas habían llegado a Alemania procedentes de Europa del este “huelga decir que parecen millones. Pues da la impresión de que la miseria se ha duplicado, triplicado, de que es diez veces mayor”. Berlín era el refugio. La presión migratoria de hace cien años que describe Roth resuena en el presente cuando Alemania, y Europa en general, se ve enfrentada a olas migratorias derivadas tanto de las guerras, como de las crisis ambientales, económicas, políticas y a la natural propensión humana al movimiento.

 

La vida del barrio se construyó en el marco de estas presiones y al ritmo de la migración. A los lugares finalmente los crea el movimiento. Como buen barrio de migrantes, muchos de los habitantes tenían lazos de familiaridad entre sí. Fotografías y testimonios coinciden en mostrar, pese a las circunstancias, recuerdos de una vida feliz. En algunas familias se hablaba yiddish, el alemán se hablaba con acento, en otras el alemán había sido el idioma familiar por generaciones. En Mitte, distrito donde queda ubicado Rosenthaler, vivían a principios del siglo XX 24.425 judíos que representaban el 9,18 por ciento de la población del distrito; solo Charlottenburg (27.013) y Wilmersdorf (26.607) tenían más residentes judíos en Berlín.

 

Sobre Rosenthaler Platz, alrededor del sitio donde antaño quedaba la puerta de entrada a la ciudad, había importantes negocios establecidos, como la cadena de comida de Aschinger, famosa por su sopa de guisantes, por sus salchichas y por ser una precursora de la comida rápida para la clase trabajadora; la tienda de ropa de Fabisch; la mueblería Feder o Loeser & Wolff, prósperos y antiguos negocios cuyos dueños eran todos judíos. En 1930 se construyó la línea de subterráneo con estación en Rosenthaler Platz.

 

Alfred Döblin hace de Rosenthaler Platz protagonista de su clásica novela Berlín Alexanderplatz. Publicada en 1929, Döblin pone a su protagonista, Franz Biberkopf, como vendedor de periódicos en la plaza y, con esa excusa, gracias a Döblin se conservan imágenes de la vida en el lugar: “En plena Rosenthaler Platz, un hombre salta del 41 con dos paquetes amarillos, un taxi vacío pasa rozándolo, el guardia lo sigue con los ojos, aparece un inspector de tranvía (…) En la parada de la LotheringerStrasse acaban de subir cuatro personas en el 4: dos mujeres de edad, un hombre modesto de aspecto preocupado y un muchacho con gorra de orejeras (…)”.

 

El grueso de los habitantes del barrio lo conformaban obreros, artesanos y pequeños comerciantes. Muchos trabajaban en el negocio de los textiles. Sobre la Brunnenstrasse, que sale de la plaza hacia el norte, figuraban múltiples negocios, entre ellos la perfumería de los Winter, que vivían en el segundo piso de Brunnenstrasse 195, pero también sombrererías, almacenes de artículos de ropa, de accesorios para hombres, de pieles, zapaterías.

 

El barrio sobre todo tenía una buena cantidad de sastres, como Max Wisen, Arthur Abrahamsohn, Chaim Singer, Abraham Fuss, Moritz Mandelkern o Max Riess. Del señor Riess se conservan incluso los recibos del pago de sus impuestos a finales de los treinta; el mundo se derrumbaba y él seguía pagando impuestos. También había costureras, como TaubeIbermann o Theresa Zlotnicky, en cuyo lugar de residencia, Fehrbelliner Strasse 3, funciona hoy una sastrería de nombre vietnamita; zapateros como Salomon Klainberg; artesanos como Albert Klag; panaderos como Rudy Neufeld; comerciantes como Isaak Feilschuss, Israel Goldstein, Max Baran, Abraham Borus y Josef Zeisler; profesores de canto como Paul Hecht; reparadoras de muñecas como Herta Zlotnicky, que aparece en el directorio como propietaria de una “clínica de muñecas”; actores como el africano Bayume Mohamed Husen y hasta fotógrafos anarquistas como Sascha Schapiro, quien vivió por estos años en Brunnenstrasse 165 y tuvo allí, en 1928, a su hijo Alexander Grothendieck, quien sería uno de los matemáticos más importantes del siglo XX.

 

La vida del barrio giraba en torno al mercado de Ackerhalle, sobre Invalidenstrasse, uno de los seis mercados que se construyeron por ese entonces en la ciudad para mejorar las condiciones higiénicas y ambientales en las que se realizaban los mercados semanales. El mercado de Ackerhalle es el único que hoy en día conserva su fachada original en terracota y alberga hoy todavía el supermercado más grande del barrio. También se encontraban entre las esquinas de Brunnenstrasse, Invalidenstrasse y Veteranenstrasse los grandes almacenes de Paul Held y de la Jandorf, ambos también propiedad de judíos. El de Jandorf, con su tracería estilo Art Nouveau, es todavía uno de los edificios más bonitos del sector.

 

En el patio trasero de Brunnenstrasse 33 se encontraba la Sinagoga de Beth Zion, construida por un fabricante de paraguas en 1910 y que hoy hace parte de una escuela judía ortodoxa. La escuela de niñas judías de Augustsstrasse 11-13, a donde asistían diariamente niñas del barrio como la pequeña Ruth, hija de Eva Salinger, o las hijas del comerciante Haitner, Meta y Erika. Parques como el de Teutoburger Platz, donde aún hoy funciona un concurrido parque infantil. La biblioteca municipal que hoy lleva el nombre de Phillip Schaeffer, comunista miembro de la resistencia que a finales de la década de los veintes recorría las calles de Rosenthaler por ser el encargado de la sala de lectura. La Zionkirche, donde era párroco Dietrich Bonhoeffer, opositor al nazismo e inspirador de la Teología de la Liberación.

 

Sobre Weinbergweg estaba además el Carows Lachbühne, un teatro de comedia popular que atraía a la gente del pueblo que veía reflejadas en las representaciones sus preocupaciones y dificultades. Al Carows asistían miembros del círculo intelectual berlinés de estos años, como Heinrich Mann o Kurt Tucholsky. En 1931, Charles Chaplin se presentó como invitado sorpresa después del masivo recibimiento que recibió en Berlín cuando llegó a lanzar “Luces de la ciudad”. Se dice que el 27 de febrero de 1933, mientras el Carow celebraba su aniversario número 20, llegó la noticia de que el Reichstag estaba en llamas; el artista de cabaret Werner Finck exclamó: “Hasta el Reichtag se ilumina en honor al jubileo”. En las semanas y meses siguientes varios de los asistentes al Carow tendrían que huir.

 

En efecto, después de 1933 el barrio empezó paulatinamente a despoblarse; se marcharon sobre todo jóvenes como Isidor Stern, quien después de ser golpeado en un parque y, en contra de lo que pensaba su padre, creía que la situación para los judíos solo podía empeorar. También se marcharon los jóvenes hermanos Allan y Paula Schwarz; Rahel, Herbert y Hilder Zeisler y Leo Haitner, el hermano de Meta y Erika. Unos migraron a Estados Unidos, otros a Reino Unido y Palestina.

 

La situación se agravó en octubre de 1938 cuando, por disposición de Himmler, se produjo la llamada Polenaktion, lo que dio inicio a las primeras deportaciones: los judíos que por el Tratado de Versalles eran ahora polacos y que vivían en Alemania fueron llevados y abandonados en la frontera con Polonia. En el barrio fueron deportados, entre otros, los esposos Feilschuss; el artesano Albert Klag y su hijo Max; Iro Feit, padre de Berthold y de Henny; el zapatero Schlama Klainberg; el estudiante de medicina Max Majer Sprecher y el sastre Abraham Fuss.

 

Días después de la Polenaktion se produjo el pogromo de noviembre de 1938. El único rastro oficial de la perpetración del pogromo del 38 es una lista del distrito 17 de policía fechada en Berlín el 11 de noviembre de 1938, con información de los negocios afectados en la Brunnenstrasse. Las tiendas judías fueron saqueadas y vandalizadas. Edwin Reisler, que visitó Rosenthaler Platz el día siguiente del progromo, recordaba: “La devastación se podía ver en Brunnenstrasse, Invalidenstrasse y Rosenthaler Strasse. Los grandes almacenes Jandorf y Held en Veteranenberg habían sido completamente demolidos y el inventario arrojado a la calle. La población pasaba con el corazón sangrando”.

 

Con el pogromo empezaron las primeras redadas masivas: decenas de hombres del barrio fueron detenidos y enviados a campos de concentración. Max Freiberg no solo vio destruida su tienda de variedades sino que fue detenido y llevado a Buchenwald, de donde sólo salió meses después para huir a Shangai.

 

Tras el pogromo de 1938 se activó la evacuación de niños con los Kindertransports. Algunas familias del barrio lograron conseguir cupos para sus hijos y ahí empezaron a salir, solos, los niños y las niñas del barrio. Eva Salingerlogro envía a Ruth, entonces de siete años, a una familia desconocida en Inglaterra. Siegmar, el hijo del zapatero Schlama Klainberg, de 10 años, también consiguió un cupo. La costurera Taube Ibermann logró enviar a dos de sus hijas adolescentes. Se quedaría sola con la hija mayor. El joven Edwin Singer, hijo del sastre Chaim Singer, dejó a su hermana, a sus padres y a su abuela. Los dos hijos mayores de Max Wisen también pudieron viajar, dejando a sus padres y a Charlie, que solo tenía tres años. Betty, hija de Arthur Abrahamsohn, dejó a su hermano y a sus padres.

 

Tras la invasión de Polonia, en septiembre de 1939, volvieron a activarse las redadas contra los hombres judíos de origen polaco. El campo de concentración de Sachsenhausen, a pocos kilómetros de Berlín, se llenó nuevamente de vecinos del barrio: el joven Siegfried Mandelkern, hijo del sastre Moritz Maldekern; Berisch Czupper, Gustav Heller, los comerciantes Abraham Borus y Samuel Parnes, el sastre Abraham Fuss.

 

Las deportaciones masivas a los campos de concentración empezaron en octubre de 1941. El 29 de octubre, en unos de los primeros transportes, Eva Salinger, madre de Ruth, fue enviada a Lodz. Ese mismo día fueron deportadas la costurera Taube Ibermann y su hija Lotte, la familia Baran de Lotumstrasse y las vecinas Frieda Parnes e Ida Zlotnicki.

 

A partir de allí y a lo largo de todo 1942 se sucedieron las deportaciones masivas a los campos de concentración ubicados en su mayoría en la Polonia ya invadida. El señor Winter fue deportado a Auschwitz en noviembre de 1942. El barrio quedó cada vez más vacío y a principios de 1943, en el marco de la Acción de Fábrica, se deportó a los últimos judíos que recorrían sus calles. La acción tardó algunos días, varios fueron detenidos en sus lugares de trabajo.

 

Ya para ese entonces muchas de las deportadas eran mujeres jóvenes, que trabajaban en las fábricas, y sus pequeños hijos, pues los esposos ya hacía meses o años que habían muerto o habían sido deportados y muchos de los jóvenes ya habían logrado migrar, estaban en la clandestinidad o se habían unido a los grupos de resistencia, como Heinz, el hijo del sastre Arthur Abrahamsohn, que se unió al grupo de resistencia judío Chug Chaluzi, o como Samuel Borus, que a los 15 años huyó a Polonia a unirse a la Hachszara. Quedaban entonces sobre todo las mujeres con los niños.

 

Entre febrero y marzo de 1943 las calles de Rosenthaler Platz se deshabitaron del todo. En febrero fue deportada la señora Winter con su hijo Werner. El 1 de marzo fueron deportados Herta y Erich Zlotnicky, con lo cual se acabó del todo la reparación de muñecas. Ese mismo día fueron deportados la señora Wisen con el pequeño Charlie; el padre, Max Wisen, había muerto en 1940 en medio de los trabajos forzados. El 4 de marzo se llevaron a Sara y a su hijo Berthold Feit, solos desde la deportación de Iro en la Polanaktion. Dos días después, Mindel Schwarz y la pequeña Paula, las únicas que quedaban de su hogar; el 12 de marzo salió Luise Rosenzweig con Lilian, que recién había cumplido once años, y Manfred, de cuatro. Las calles vacías de Rosenthaler Platz se despoblaron así definitivamente.

 

Los apartamentos deshabitados fueron entregados para ser ocupados por familias alemanas y resolver así la escasez crónica de viviendas. Pero vinieron los bombardeos, los más fuertes de los cuales se produjeron también en 1943. Con las calles casi vacías, en 1943 cayeron las bombas de los aliados sobre Rosenthaler Platz. Además de la Zionkirche, ese año fue bombardeado el teatro popular Carow Lachbühne, que nunca más volverá a abrir.

 

Pasada la guerra, la reconstrucción de la zona contempló la demolición del teatro y otras edificaciones a su alrededor para construir el parque público de Weinbergsberg donde hoy hay un pequeño lago que es visitado regularmente por una garza real y donde en invierno nos deslizamos con mi hija en trineo. Por los bombardeos y la batalla de Berlín, en el distrito de Mitte más del 50 % de los edificios sufrieron daños totales o graves.

 

Sabemos que la guerra desaparece vidas, pero en los recuentos de víctimas no se suele tomar en cuenta la vida de los lugares, que es vida a fin de cuentas. Hoy Rosenthaler Platz no es un barrio de migrantes pobres; ahora es un barrio presionado por la gentrificación, con restaurantes, bares y hoteles vinculados al circuito turístico de la ciudad. Aun así, si se mira con atención, se observa que los espacios son testigos silenciosos, pero no por eso mudos, y que en Rosenthaler Platz todavía pervive el aroma del local de los Winter.