Homenaje a Farina
Rafael Farina nació en Martinamor como pudo nacer en cualquier pueblo de Salamanca. Era miembro de una familia gitana, y como todos los gitanos de la época, su familia se buscaba la vida de pueblo en pueblo y como Dios le daba a entender. Pero aquel 2 de julio de 1923 el destino quiso que la madre se pusiera de parto y nació en un corral de Martinamor, un pueblo sencillo, de pocos habitantes, sin más monumentos que su iglesia de la Asunción, pero famoso gracias a una de sus canciones.
Martinamor es un pueblo
muy cerca de Salamanca,
donde nació un churumbel
entre fandangos y palmas.
Con sones de seguidillas
lo pusieron Rafael
y ninguno en Salamanca
fue más gitano que él…
Porque aquel gitanillo vino al mundo con una garganta privilegiada: cantaba flamenco como los propios ángeles y llegó a ser grande entre los grandes. Su carrera, más que de rosas, fue un camino de espinas. De niño cantaba por los bares y cafeterías del centro de la ciudad a cambio de la voluntad de los clientes. Él mismo inventaba las coplas que aprendía de memoria porque no sabía leer y escribir. Le cantó a sus amigos, a su perro, a él mismo… y sobre todo a su Salamanca del alma y a sus gentes, porque ni el dinero ni la fama impidieron que todos los años regresara para poner el broche final a las ferias y fiestas de septiembre con su propio espectáculo.
Acaban de cumplirse 100 años de su nacimiento, y 28 después de su fallecimiento, la Diputación de Salamanca y el Ayuntamiento de Martinamor decidieron rendirle un homenaje que organizó Javier de Prado y fue todo un éxito, pero nada que no mereciera el más ilustre de sus hijos.
Desde Alba de Tormes (Salamanca) informó para 30 días Marta.
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