¡Hola! Abro el libro “Bella Luna” un mes más y me encuentro con el quinto
capítulo. ¿Que no recuerdas los anteriores? Pues ya sabes, puedes encontrarlos
en los 4 números anteriores, salvo, claro está, que no hayas ido copiándolos
para no perder el hilo, como han hecho algunos de mis seguidores, por lo que
aprovecho para darles las gracias aunque ya lo he hecho respondiendo a sus
mensajes en privado.
V LA MUÑECA ROTA
Bella Luna era tan feliz con su
única amiga que no la soltaba ni de día ni de noche. De día jugaban juntas a
todas horas. Se intercambiaba con ella la ropa y el calzado, le peinaba bucles
y se los despeinaba, lavaba su cara y la dormía y la despertaba para ver como
abría y cerraba los ojos. La muñeca entendía todo pero guardaba silencio porque
todavía no conocía las palabras. Nada era óbice para que Bella Luna charlara
por los codos con su amiguita.
—Eres igual de alta que yo, pero
tenemos que crecer al mismo ritmo, para que no te quedes enana. Te enseñaré a
dar pasitos y luego podrás andar moviendo las piernas igual de ligera que yo.
Si te fijas en mis labios, sabrás hablar, y cuando seamos mayores podremos ir a
jugar entre las mimbreras porque ya mi madre no tendrá miedo de que nos
ahoguemos en el río.
Su ilusión se desvaneció al
cuarto día porque Tarri vio algunos detalles que la disgustaron.
—Me desvivo porque tus cosas
estén siempre como recién estrenadas por tu bien pero todos mis esfuerzos son
en balde. ¡Qué desgraciada soy! Quiero lo mejor para ti y tú como si quisieras
lo peor. ¿No ves cómo tienes la muñeca y
lleva cuatro días en casa?
La muñeca tenía el vestido
arrugado como una pasa y los lazos de sus zapatitos estaban deshechos. En la
cabeza tenía algunas calvas: los cabellos se habían quedado prendidos entre las
púas del peine. Un ojo lo tenía a la virulé y el otro casi: Bella Luna le
pegaba de vez en cuando unos azotes y como no se quejaba le aplastaba los ojos
para que le brotaran las lágrimas.
Tarri leyó la cartilla a su
hija:
—Me dará mucho trabajo, pero te
dejaré la muñeca como nueva, y esto no volverá a pasar. Desde mañana cogerás la
muñeca solamente cuando no puedas moverte, o sea, cuando estés en la ventana,
para que te la envidien todas las niñas. ¿No ves que ellas sólo tienen las de
trapo que les hacen sus madres? Y por las noches, para que duermas con ella, a
ver si así aprendes a ser más agradecida con tu madre.
Bella Luna se aburría como una
ostra cuando estaba con la nariz pegada en el cristal y la devoraban unas
enormes ganas de tirar su muñeca a la basura y salir corriendo a revolcarse en
la arena con todas las niñas que jugaban alegremente sin reparar en ella. De
vez en cuando miraba por el rabillo del ojo con la esperanza de encontrar la
ocasión de escapar pero Tarri siempre andaba al acecho. Se pasaba el día
anhelando que llegara la
noche. Tan feliz era achuchando la muñeca sin vigilancia que
una mañana se negó a salir de la cuna.
—Quiero quedarme aquí, para
estar jugando con la muñeca.
Tarri se puso negra.
—Eso es imposible. No puedo dejar sin
cambiar tus sábanas ni un solo día y tengo que ventilarte el cuarto para que no
caigas enferma. Además, si no te pones en la ventana, nadie te vería la muñeca,
y en lugar de envidiarte, te compadecerían, que la ignorancia venda los ojos de
las entendederas.
Aquel día Bella Luna se fue sola
a la ventana. Su
madre, con la urgencia de arreglar su cuarto, se distrajo y se olvidó de
llevarla, de seguirla, de controlarla. Al verse sola y libre de amarras tuvo
una idea genial para llamar a las demás niñas. Con una tijera recortó todos los
gatitos de colores dibujados en el papel amarillo que había envuelto la caja de la muñeca, abrió el cristal y
niños y niñas se arremolinaron. Bella
Luna lanzó súbitamente una lluvia de gatitos de colores sobre todas las
cabezas. Todos se alborotaron a una y
empezaron a gritar entre empujones:
—¡Me ha tocado un gato verde!
¡Qué bonito!
—¡A mí uno morado! ¡Mira, mira!
—¡Tengo uno rojo y otro negro!
¡Qué suerte!
—¡Yo tengo dos grises! ¿Me
cambias uno por el azul?
—¡Te cambio uno blanco por uno
rosa, que los tienes repes!
Poco duró su entusiasmo. Los
gatos se agotaron enseguida y menos mal que Tarri no se enteró pues tenía el
papel guardado como oro en paño en el trinchero para cuando hubiera que hacer
un regalo al cura, al médico o al boticario, que eran los únicos santos de su
devoción. Al terminar Bella Luna descubrió que hacer las cosas a escondidas de
su madre la hacía inmensamente feliz y
decidió aprovechar cuantas ocasiones se le presentaran. La primera
surgió dos días después. Tarri fue avisada con urgencia de la casa de empeños.
—Si no retira hoy la sortija de
oro, la venderemos sin más demora.
Tarri insistió:
—Tienen que aplazar la venta
unos días, que Ñoto está al llegar.
Echó tiempo en balde.
—No esperaremos más de dos
horas.
Salió encorajinada y dio un
portazo.
—¡Cuando sea rica tendrán que
suplicarme para que les compre esa basura de oro que empeñé y entonces les juro
por mi hija del alma que les devolveré la moneda!
Muy a su pesar había quedado
sola a Bella Luna y para evitarle peligros domésticos la metió en la cuna y la
sujetó con dos correas en vertical y dos en horizontal que la permitían moverse
pero no escapar. Bella Luna no lo anduvo dudando. Retiró de un puñetazo el
ovillo de mantas. Se movió hacia un lado y hacia otro buscando un hueco para
salir. Era incapaz. Su cabeza ni cabía entre los barrotes ni cabía entre las
correas. Se puso a mordisquear desconsolada un volante de la colcha de encaje
color crema. A punto de resignarse soltó el volante de entre los dientes, metió
los brazos entre las correas para separarlas, sin sacarlos metió la cabeza, se
giró hacia un lado lentamente, apoyó las manos en el borde superior, sin
respirar para que el aire no la engordara tiró de su cuerpo hasta verse libre
de las correas y de una voltereta se plantó en el suelo. “¡Qué alegría!” Se
subió en una silla para sacar del armario la muñeca. La desnudó y se
quitó su pijama para cambiarse las ropas. La muñeca quedó preciosa con su
pijama rosa con rayas verticales en blanco y un payaso de colorines en el
blusón. Ella también se vio guapísima con el vestido rojo de volantes y lunares
blancos aunque no podía mover bien los brazos porque las mangas de farol le
hacían daño. Los pies de la muñeca nadaban en los zapatos de Bella Luna porque
parecían barcos de grandes pero ésta se quedó descalza pues los de ella le
apretaban los dedos. Juntas se fueron a la cocina. Bella Luna
puso en un tazón leche, aceite, pan migado y azúcar, cogió una cuchara y empezó
a batir para hacer unas sopas de gato, que era la papilla que las madres daban
a sus infantes cuando empezaban a dejar de amamantarlos. Se sentó en una silla
y cogió a la muñeca en su regazo después de ponerle una toalla de babero.
—¡Abre la boca y traga de
una vez! ¿No ves que ya eres más baja
que yo? Si no comes te meto en una mazmorra para que vivas cautiva como yo.
Se oyó en la calle la algarabía
de los niños. Abrazó la muñeca y se puso en pie. El tazón se volcó y la papilla
se derramó sobre la silla salpicando las paredes y el suelo.
—¡Trae el babero que tengo que
fregarlo todo antes de que venga tu abuela! ¿No te he dicho nunca que mi madre
es tu abuela? Pues se pondrá de mil uñas cuando venga si esto está así y a las
dos nos meterá en el desván para que no manchemos más.
El babero se embadurnó al
instante y abandonó su labor porque una niña gritó desde la calle:
—¡Sal, Bella Luna, sal con
tu muñeca de goma y jugamos a las mamás,
que la mía es de trapo y por más azotes que le doy no se despierta!
Sin pensarlo Bella Luna salió
pies para qué os quiero. Tras pasear a la muñeca le cantaron para que se
durmiera y, en cuanto cerró los ojos, la acostaron en el umbral de la puerta y
se alejaron para saltar a la comba con otras niñas.
Tarri se tropezó con el tío
Navajas.
—Si Ñoto no viene mañana, tendrá
que pagarme unos reales más por cada día que pase.
—Pagará con billetes si hace falta.
Cerca de casa la abordó un mimbrero.
—El jueves fui al mercado de la
ciudad y el posadero me dijo que había vendido los burros de Ñoto.
—Ya se encargará él de venir con
carro y burros nuevos.
Al llegar a casa se volvió
chaveta por el impacto que le causó lo que vieron sus ojos: un perro jugaba con
la trenza de la muñeca que era la única pieza entera de su cuerpo, a mordiscos
había destrozado su cabeza, sus brazos, sus piernas e incluso las ropas y los
zapatos de Bella Luna. Los trozos estaban dispersos por el suelo. Tal fue su
rabia, su cólera, su ira que de un puntapié dejó malherido al animal que empezó
a ladrar desesperado sin poderse menear porque le había roto una pata. Entró en
la casa y al ver el desastre de la cocina empezó a dar vueltas como una peonza
por todas las salas mientras gritaba sus conjeturas:
—¿Te han herido, ¡flor de mi
jardín!, los salvajes que han entrado en casa aprovechando mi ausencia?
Al ver que Bella Luna no se
hallaba en la cuna salió despavorida y los vecinos se tronchaban de risa al
oírla gritar entre manotazos al aire:
—¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Auxilio!
¡Me han robado a mi hija, me la han robado! ¡Si ya sabía yo que hasta los
padres que tienen una docena de hijos me envidiaban por ser madre de un tesoro,
pero, o me la devuelven sana y salva, o ahora mismo dejo huérfanos a los suyos!
Al dar la vuelta a una esquina
se topó con Bella Luna que estaba saltando a la comba con los pies descalzos,
con los cabellos alborotados y sudando a mares mientras dos niñas agarradas a
los extremos la hacían girar a toda velocidad. Cayó sobre su hija como una
avalancha de tierra y ambas quedaron atrapadas en la soga que hacía de comba.
—¡Ángel de mi cielo! ¡Estas
bribonas tienen la culpa de todo, que a ti no se te ocurren estas gamberradas!
Si me entretengo un minuto más, te dejan para enterrarte, pero ahora mismo las
mando al infierno con los diablos, que son de su mismo pellejo.
Bella Luna lloraba mientras su
madre propinó dos bofetadas de padre y muy señor mío a una nena que no escapó
por recoger la comba. Las
otras huyeron a tiempo de la
quema. Al oír el llanto de la niña abofeteada salió la madre
y la pelea que se entabló entre Tarri y ella tardó mucho tiempo en olvidarse.
—¡A mi hija no le pega nadie más
que yo, y menos tú, que estás loca de remate!
—¡Yo no le he pegado a tu hija,
le he pegado a quien ha maltratado a la mía, y le sacaré los ojos en cuanto la
pille como a las demás pues estoy tan cuerda que, como buena madre que soy, la
defenderé siempre!
—¡Eres tú quien maltratas a tu
hija, solamente tú, tú solamente! ¿Pero cómo puedes creerte la mejor de las
madres por tenerla encerrada como un preso en una cárcel?
—¡Yo no tengo una hija para
tenerla secuestrada en un cubil, como decís vosotras, ni para abandonarla en la
calle como si fuera un perro vagabundo, la tengo para protegerla de buitres
como vuestros hijos en una casa que me desvivo por tenerla como un palacio,
porque es una princesa que os da envidia a todas!
—¡Una niña tan castigada no
puede dar más que lástima y lo triste es que paga tus manías, y la criatura va
a acabar tan pirada como tú!
—¡Piradas ya están las vuestras
por ser hijas de madres tan comodonas que tras parirlas las echan a la calle
para andar de cocina en cocina
poniéndome verde a mí!
—¡Si te enteras es porque te
pasas la vida expiando por las rendijas, y quien se pica, ajos come!
Menos mal que al ruido de las
voces acudieron otras vecinas y mediaron
para poner paz y las libraron de unos buenos tirones de pelo porque ya se
estaban echando una a la otra manos al moño.
Bella luna lloró
desconsoladamente ante el cadáver de su muñeca. Su madre se indignó más
todavía.
—Le han echado tu muñeca al
perro de la envidia que tenían de ti. Te han hecho llorar y tienes los ojos
enrojecidos porque se te han puesto enfermos. ¡Ven, pincel de amores, ven antes
de que te quedes ciega! Te los curaré con unas hebras de manzanilla hervida y
te meteré en la cuna hasta que te recuperes y vuelvas a ser la que tanto odian.
—No la han matado —Acertó a
decir Bella Luna entre sollozos—, se ha muerto porque se ha cansado de vivir en
el armario como yo me muero entre estas paredes. Si yo pudiera jugar como
juegan todas las niñas seguro que no le habría pasado esto.
Tarri se echó las manos a la
cabeza.
—¡Pero si esas víboras te han
comido el coco! ¿Cómo puedes decirme eso?
Por fin se le pasó el soponcio y
se puso a ordenar la casa, le puso a Bella Luna un pijama de felpa, manoplas,
patucos y gorro de lana, y aunque lucía el sol, la metió en la cuna para que se
serenara después de darle un vaso de leche tan caliente que casi la escalda
viva.
—Duerme, lucero, duerme, que tu
madre velará tus sueños y vigilará tu cuna para que no te despierte ni la luz
de la luna.
Dejó de cantar esta nana cuando
se hizo de noche y dando un bostezo se sentó en una silla junto a la cuna y se
durmió. De repente Bella Luna abrió los ojos y gritó angustiada. Tarri despertó
al momento y de un impulso la estrechó junto a su pecho mientras la oía decir:
—Mi padre está en la puerta y no
se atreve a entrar porque Traía un saco lleno de rosas y mientras dormía un
ladrón se las cambió por cardos salvajes. Al verse descubierto, el ladrón le
dio una buena tunda de palos. Un hada lo vio llorar y con su varita mágica
convirtió los cardos en rosas de oro. Está feliz pero tiene miedo de entrar por
si acaso desvelamos su secreto, el hada se enfada y de nuevo transforma las
rosas de oro en cardos. ¿Vamos a decirle que tendremos siempre el pico cerrado?
Tarri se asomó sobrecogida por
una rendija de la puerta y regresó a la cuna imponiendo silencio a Bella Luna
con el dedo índice sobre los labios.
—¡Chissssst, chissssst! Duerme,
lucero, que estás soñando y los sueños son mentiras que dicen las estrellas
para asustar a los niños.
María Jesús
Sánchez Oliva.
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva.
Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido
con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
“Garipil” (1995).
Reseña: Garipil es un
semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas
como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las
tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún
caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías” (1999).
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El
libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse
a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en
distintos certámenes literarios.
“El
rosario de los cuentos” (2003).
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de
Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el
camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso
decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos
para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta
alusiva a la época. Este
libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de
1996.
“Cartas
de la Radio” (2007).
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de
opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús
Sánchez Oliva durante cuatro años. Las
cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo,
instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que
siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los
papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la
poesía a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos” (2018).
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de
forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la
lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al
salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando
todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que
le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por
distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se
encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido
muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno
más. Primer “Premio Tiflos” 2013.
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saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo
electrónico:
garipil94@oliva04.e.telefonica.net
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo
número.
Garipil.