martes, 10 de julio de 2018

PORTADA

 Queridos lectores: Aunque también este mes con unas fechas de retraso por lo que pido disculpas acaba de salir el número 62 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

    NOTA IMPORTANTE

    Algunos lectores de este periódico, sobre todo los que trabajan con revisores de pantalla, se quejan de que no pueden poner comentarios. Esto puede deberse a varias cosas: problemas con Internet, cambios en la página de Blonger, falta de accesibilidad en algunas opciones… De todos modos, si quieres que tus comentarios aparezcan en cualquiera de las secciones, puedes enviarlos al correo electrónico del blog y aparecerán. Es el siguiente:

    mjsanchezoliva@gmail.com

    También la puedes localizar visitando el enlace Página de Perfil.  

    CONTENIDO

    LA VITRINA: “Flores cortadas”, de Isabel Valverde Vírseda.  
    MESA CAMILLA: Ladrones ilustres.
    CAJÓN DE SASTRE: El juramento hipocrático.
    EL ÁLBUM DE LA Lengua: Origen de la expresión “Armarse un tiberio”.
    LA BUTACA: Un ejemplo a seguir. Noticia que llegó desde Argentina.
    CARTA a…  Federico García Lorca.
    COSAS DE GARIPIL: La Lectora, de mi libro “Los días perdidos”.

    Si has visitado cualquiera de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.

    Volveremos a encontrarnos en el próximo número.

    María Jesús. 

    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.
    Concepción Martín Martín (Conchi). Nacionalidad: española. 19-IV-2015.

LA VITRINA

¡Hola! Los libros no debemos opinar de nosotros mismos, eso deben hacerlo los lectores, pero como para opinar hay que conocer, me presento para que al menos sepas que existo.

    Mi título: “Flores cortadas”. 

    Mi autora: Isabel Valverde Vírseda,
        
    Mi reseña: Isabel y Elisa, dos mujeres que comparten las letras de su nombre y, por capricho del azar, un mismo destino. Paradójicamente, no llegan a conocerse y, sin embargo, las une, íntimamente, una profunda amistad. A veces, como sucede en estas páginas, se hace posible que el viento lleve el rumor de las palabras a ese lugar oscuro, donde no llega la luz, para dar vida a las flores, flores que son cortadas para acercar su efímera belleza a los que amamos.

    Dicen los que me han leído que soy un libro hermoso. Por eso me atrevo a presentarme. Feliz lectura.

MESA CAMILLA

Ladrones ilustres

     Las cárceles españolas se llenan de ladrones ilustres. Bueno… bueno… esto de ilustres es para no quitarles la ilusión de que se sigan sintiendo lo que tan inmerecidamente fueron: presidentes de diputaciones, de comunidades autónomas, ministros, directores generales, alcaldes de poblaciones importantes, concejales, altos cargos de cualquier ministerio, de organizaciones sindicales, de partidos políticos y hasta de duques consortes.
     Esto no significa que por fin todos seamos iguales ante la ley. No somos tan ingenuos como para creernos que ladrones tan ilustres como el señor Urdangarín permanecerán en prisión hasta el último día de la condena, recibirán el mismo trato que el resto de los presos y devolverán hasta el último céntimo de lo robado, además de encontrarse con los mismos problemas al salir de prisión.
     Para que pudiéramos felicitar de verdad a los jueces por estas sentencias habría que empezar por cambiar las leyes. No es igual de grave que un ciudadano, generalmente con serios problemas de integración, robe a otro ciudadano, como que estos señores, si es que señores se les puede llamar, generalmente procedentes de familias bien acomodadas, con sueldos muy importantes, con privilegios de todo tipo, utilicen sus cargos y la facilidad para hacerlo que conllevan para robarnos a todos. Robarle a un pueblo es llevarlo a la ruina, y estos señores deben empezar a aprender que los elegimos para que administren nuestro dinero, no para amasar fortunas que ni siquiera vivirán los años necesarios para disfrutarlas. Y la primera lección para conseguirlo es que, aunque sólo sea para callar voces que claman justicia, tengan que ingresar en prisión. Ni jueces, ni gobernantes ni ciudadanos, podemos seguir aceptando como hechos normales robos cometidos por los que, como dirían en cualquiera de nuestros pueblos, deberían besar el suelo que pisamos.

     María Jesús Sánchez Oliva.

CAJÓN DE SASTRE

El juramento hipocrático

     Texto del juramento hipocrático clásico

     Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea y pongo por testigos a 
todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que 
me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis 
fuerzas y mi inteligencia. Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto 
que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si 
lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender 
la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de 
recompensa. Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de 
enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan 
bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más. 
Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa 
según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No 
accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré 
a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios 
abortivos. Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No 
ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla. 
En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los 
enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones 
corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o 
esclavos. Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de 
mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi 
profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos. Si 
observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida 
y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy 
perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.

     Versión del juramento hipocrático de la Convención de Ginebra

     Ha habido varios intentos de adaptación del juramento hipocrático a lo largo de 
la historia. En 1945, se redactó un juramento hipocrático en la convención de 
Ginebra, con el texto siguiente:
En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me 
comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad. 
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son 
acreedores. Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida 
del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de 
quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el 
honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis 
hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse 
consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré 
absoluto respeto por la vida humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar 
mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas 
promesas solemnemente, libremente, por mi honor.

     Versión del Juramento Hipocrático de Louis Lasagna

     Una versión del juramento muy utilizada actualmente, sobre todo en países 
anglosajones, es la versión redactada en 1964 por el Doctor Louis Lasagna, 
Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts. El texto, en su 
traducción al castellano, dice así:
Prometo cumplir, en la medida de mis capacidades y de mi juicio, este pacto. 
Respetaré los logros científicos que con tanto esfuerzo han conseguido los 
médicos sobre cuyos pasos camino, y compartiré gustoso ese conocimiento con 
aquellos que vengan detrás. Aplicaré todas las medidas necesarias para el 
beneficio del enfermo, buscando el equilibrio entre las trampas del 
sobretratamiento y del nihilismo terapéutico. Recordaré que la medicina no 
sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la 
comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el 
medicamento del químico. No me avergonzaré de decir «no lo sé», ni dudaré en 
consultar a mis colegas de profesión cuando sean necesarias las habilidades de 
otro para la recuperación del paciente. Respetaré la privacidad de mis 
pacientes, pues no me confían sus problemas para que yo los desvele. Debo 
tener especial cuidado en los asuntos sobre la vida y la muerte. Si tengo la 
oportunidad de salvar una vida, me sentiré agradecido. Pero es también posible 
que esté en mi mano asistir a una vida que termina; debo enfrentarme a esta 
enorme responsabilidad con gran humildad y conciencia de mi propia fragilidad. 
Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios. Recordaré que no trato una 
gráfica de fiebre o un crecimiento canceroso, sino a un ser humano enfermo 
cuya enfermedad puede afectar a su familia y a su estabilidad económica. Si 
voy a cuidar de manera adecuada a los enfermos, mi responsabilidad incluye 
estos problemas relacionados. Intentaré prevenir la enfermedad siempre que 
pueda, pues la prevención es preferible a la curación. Recordaré que soy un 
miembro de la sociedad con obligaciones especiales hacia mis congéneres, los 
sanos de cuerpo y mente así como los enfermos. Si no violo este juramento, 
pueda yo disfrutar de la vida y del arte, ser respetado mientras viva y 
recordado con afecto después. Actúe yo siempre para conservar las mejores 
tradiciones de mi profesión, y ojalá pueda experimentar la dicha de curar a 
aquellos que busquen mi ayuda.

EL ÁLBUM DE LA LENGUA

Expresión: armarse un tiberio

     Origen: Claudio Tiberio fue el segundo emperador romano. Hijo de Claudio Nerón y de Livia, se distinguió pronto por sus sobradas dotes militares. A la muerte de Augusto, se apoderó del Imperio, al que gobernó con acierto al principio.

     Pero más tarde, tras el fallecimiento de su hijo adoptivo Germánico, se convirtió en un déspota despiadado. Hizo ejecutar a tal cantidad de senadores, amigos y parientes cercanos y lejanos que no había familia en Roma que dejara de contar entre sus miembros con alguna víctima sacrificada por este emperador cruel.

      De la infausta memoria de aquellos años de reinado abominable procede la expresión 'armar un Tiberio', que se emplea como sinónimo de confusión y alboroto.

LA BUTACA

Un ejemplo a seguir

     Un niño de  12 años fundó una escuela en el fondo de su casa.   
 
     Nicanor es un ejemplo a seguir. Con solo 12 años, este chico creó una escuela en el barrio sanjuanino Las Piedritas. Su deseo de ayudar se transformó en realidad gracias a su abuela Ramona y el colegio "Unidad y Patria" ya funciona en el fondo de su casa. 
     En el colegio de "Nico" no hay profesores, porteros, ni horarios, pero siempre está él para ayudar a los chicos. Todo lo que él aprende en su escuela de Pocito se lo enseña a sus amiguitos del barrio. "Decidí fundar una escuela porque vi a niños en la calle jugando", contó el chico a Canal 8 de San Juan.

     La escuela de Nicanor tiene un pizarrón, botiquín de primeros auxilios y una campana para llamar al recreo. Una bandera donada flamea en todas las fiestas patrias y con un grabador y un micrófono los chicos entonan el himno. En el colegio están todos los grados e incluso jardín. "Llegan de la escuela, se descargan y vienen acá. Me siento orgulloso de ayudar", contó.

     Sus "ayudantes" son sus primos y otros amigos del barrio que le explican a otros chicos todo lo que necesiten repasar del colegio. "Gracias a mi primo Nico, por fin estudio", dijo una nena con guardapolvo en el "cole".

     Su abuela prepara una leche para los chicos que se acercan al colegio. Nicanor dice que se siente orgulloso de ayudar y lo dice con una sonrisa clara, pura e inocente.

     LA NACIÓN PUNTO COM. SIN BARRERAS.   

     Desde San Juan (Argentina) informó para 30 días Karen.

CARTA A...

Federico García Lorca:

     El 5 de junio de 1898 no nació en  Fuente Vaqueros (Granada) Federico García Lorca, nació uno de los más grandes poetas españoles, la voz del pueblo,  el defensor de la verdad, el amante de la palabra, de la concordia, de la paz, el clavel de claveles que tendría que florecer en un desierto de desórdenes políticos, de conflictos sociales, de  extremada pobreza y otras vergonzosas miserias que desembocarían en la guerra civil española, sin mayúscula, porque si ninguna guerra merece este honor, aquella menos todavía.      
    En la madrugada del 18 de agosto de 1936, dos meses después del Golpe de Estado que dio lugar a la maldita guerra, en el camino granadino que va de Víznar a Alfacar, la Guardia Civil no fusiló a Federico García Lorca, fusiló a la cultura, a la inteligencia, a la libertad y a las letras españolas que perdieron a uno de sus mejores poetas cuando más canciones, versos y obras de teatro tenía que escribir.    
     Hace un mes se cumplieron 120 años del nacimiento de  García Lorca y en unas semanas se cumplirán 82 de su muerte y tal fue el miedo que de sus derechos renglones tenían sus asesinos (los que integraron el pelotón de fusilamiento y los que ordenaron la ejecución con urgencia), que el mejor de los poetas españoles, el más grande entre los grandes, nuestro poeta universal, ni siquiera cuenta con una tumba sobre la que en cada uno de sus dos aniversarios (el de su nacimiento y el de su muerte) puedan dejarle la gratitud, el respeto y la admiración una rosa de reconocimiento en nombre de sus mujeres: las 5 hijas de doña Bernarda Alba, Yerma, Mariana Pineda, “la” zapatera prodigiosa, doña Rosita la soltera…pero año tras año, para que nunca se vuelva a repetir tan terrible injusticia, las lunas de junio y agosto siguen cantando por la bóveda del cielo que aquellos enemigos de los seres humanos pudieron dejar con unas balas su pluma sin mano y sus cuadernos en blanco pero jamás  podrán callar la voz de sus versos ávida de gritar para despertar conciencias dormidas con ruegos tan hermosos como éste:
   
Despedida

Si muero, 
dejad el balcón abierto. 

El niño come naranjas. 
(Desde mi balcón lo veo). 

El segador siega el trigo. 
(Desde mi balcón lo siento). 

¡Si muero, 
dejad el balcón abierto!

     María Jesús Sánchez Oliva

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! ¿Qué tal? Por mi parte, aquí sigo, con la lectura de “Los días perdidos”. Y ahora sí que le toca el turno al relato titulado…
 
          LA LECTORA 

     Al salir de casa aquella tarde Eulalia sintió que el sol de otoño la invitaba a caminar, pero al doblar la esquina vio un taxi libre y lo detuvo, tenía cita en comisaría y no quería que sus amigos la detuvieran en el camino como siempre que pasaba por su librería y la obligaran a llegar tarde. Quince minutos antes de la hora recibida por teléfono estaba sentada en la oficina del DNI. Abrió el bolso y sacó un libro para ponerse a leer, pero sacó de entre sus páginas el carné y lo cerró, delante sólo había un señor y ya estaba firmando. Detrás no había nadie y por la hora que marcaba su reloj dedujo que era la última. En cuanto terminó con el señor y le dijo adiós con tono solemne y los ojos brillantes, la funcionaria giró la cabeza lentamente, preguntó por el número que hacía su cita y Eulalia se sentó frente a ella.
     —Buenas tardes.
     —Buenas tardes.
     Era una mujer de mediana edad. No parecía un ángel caído del cielo, pero tampoco un diablo expulsado de la tierra, era simplemente correcta, que era el mejor adorno que, según sus amigos, podían tener los seres humanos. Eulalia dejó el carné sobre la mesa ya despejada, la funcionaria lo examinó y tecleó el número en el ordenador. En la pantalla aparecieron sus datos. 
     Había nacido en 1927. Corría el 2006. Tenía 79 años. Lo había renovado diez años antes, con 69 bien cumplidos. 
     —¡Qué lástima! Por unos meses no pudieron hacérselo permanente la vez anterior, es imprescindible haber cumplido los 70 años, pero se acabaron las renovaciones, ya puedo hacérselo por última vez.
     —¡Vaya!, ¿se alegra usted de que ya sea vieja?
     La funcionaria abrió la boca para disculparse pero ante la sonrisa de Lali cambió de idea automáticamente.
     —¡Pues sí! ¿Para qué la voy a engañar? Prefiero tramitar un carné permanente que anular el de un chico de 18 años, como he tenido que hacerle al señor anterior; hace unos días se le mató su único hijo con una moto.
     Eulalia acusó su tristeza y ella se superó para animarla.
     —Pero tampoco tiene que ofenderse por eso. Yo no la he llamado vieja, he dicho simplemente que ya no tiene que perder ni tiempo ni dinero en este papeleo, salvo que lo pierda, claro, y esto no es para ofenderse.
     —No, si yo no me ofendo, entre otras razones porque es evidente que ya no tengo 20 años, y presumir de joven a los 80 es tan ridículo, tan absurdo y tan inútil como presumir de viejo a los 20, pero no crea que me importa, acaba de decirlo usted, el mejor regalo que puede hacernos la vida es el de cumplir años. Por lo tanto, está claro: la vejez no es otra cosa que el certificado de que se han cumplido, algo que sólo puede disgustarle a quien no los haya vivido, y no es mi caso precisamente. Yo, aunque no se lo crea, he viajado por el mundo entero, he asistido a coronaciones de reyes, a funerales de personajes ilustres, a bodas de príncipes y princesas, he visto la tierra desde la luna y la luna desde la tierra, me he perdido en la selva, me he encontrado en todos los mares, he bailado con los mejores galanes, de unos me enamoré de verdad, de otros ni de mentira, pero con todos lo pasé muy bien, sé lo que es perder y ganar en los más afamados casinos, estudiar en las más importantes universidades, debatir con los hombres más sabios, y he compartido millones de horas con personas de todas las clases sociales, de todos los credos, de todas las costumbres y de todas las culturas. Con unas he reído, con otras he llorado, pero todas me ayudaron a crecer por dentro a medida que menguaba por fuera. De volver a la juventud, ¿qué iba a conocer que no haya conocido ya? Gracias a mis amigos tengo la cabeza llena de recuerdos, de conocimientos, de vivencias… de esos juguetes con los que jugamos los mayores para entretenernos mientras esperamos a que llegue el final. 
     —¿El final? ¡No diga eso, por favor! Está usted para vivir otros 80 años.
     —Bueno, tampoco exagere. Según mis amigos una cosa es soñar para vivir, y otra vivir para soñar. Ya tengo mis achaques, esos malditos duendes que por mucho que te resistas te van retirando de las actividades normales con un dolor en la espalda, con las piernas que se niegan a correr, con los brazos que por más que se estiran no abarcan, con la ilusión de prosperar que va deshojándose como una flor en otoño y con la imperiosa necesidad de hacer limpieza para quedarte sólo con lo que de verdad vale. No pretenda pues ocultarme la realidad con un delicado velo para consolarme, es ley de vida, y las leyes de la vida, queramos o no, se cumplen a rajatabla. El único consuelo eficaz es el de mis amigos, con los que seguiré viajando, gozando, sufriendo, aprendiendo que, por mucho que se viva, nunca se aprende todo. ¿Por qué cree usted que quiero renovar el carné? Ayer fui a pasar la tarde con uno de los más antiguos que estaba en la biblioteca del barrio y me dijeron que con el carné caducado era imposible entrar. 
     La funcionaria no salía de su asombro. Decididamente, aquella mujer, o había perdido la cabeza o pretendía que la perdiera ella. Por un lado parecía que andaba sobre las nubes, pero por el otro estaba claro que tenía los pies en la tierra; no parecía una señora de las ricas de la ciudad, pero tampoco parecía una tradicional ama de casa; no podía ser una mujer de carrera por la fecha en que había nacido, pero tampoco reflejaba incultura, conocimientos de televisión y mucho menos una educación gregaria. ¿Qué tenía aquella mujer que entre tantas y tan distintas como las que se sentaban frente a ella cada día para lo mismo la había cautivado hasta el extremo de que no tenía prisa en continuar para terminar y no hacer esperar más al policía que ya tenía que cerrar la puerta? Solo estaba segura de una cosa: que con una palabra era capaz de destruir sus respuestas por muy reflexivas, cultas y experimentadas que fueran, y no era el fruto de la experiencia, estaba harta de tratar con mayores que sólo tenían años, ni de la intuición innata, la inteligencia nace pero hay que cultivarla para que dé sus frutos. ¿Dónde y cómo se había cultivado aquella mujer que se le antojaba la mejor de las rosas sin dejar de ser una sencilla flor silvestre? Temerosa de quedar en ridículo ante ella, optó por no preguntar y seguir adelante.
     —Pues no volverá a ocurrir. Ahora mismo revisamos los datos, una firmita y carné vigente. 
     Se giró hacia la pantalla. Eulalia no le quitaba los ojos de encima. Era la primera vez que le hacían el carné electrónico, y tan atractivas le resultaban las nuevas tecnologías, que no quería perderse detalle.
     “NOMBRE Y APELLIDOS: Eulalia García del Valle”.
     —¿Correcto, verdad?
     —Para los papeles sí, para las personas soy Lali, el diminutivo que me pusieron mis hermanos mayores, con los que di mis primeros pasos, con los que hablé mis primeras palabras, con los que, como todos los niños de nuestra época, solo pudimos jugar a ser mayores.
     “HIJA DE…”
     —¿Eloy y Felisa? 
     —En efecto. Esos fueron mis padres, personas sencillas, trabajadoras, padres que como todos los padres de su tiempo ni renunciando a todo pudieron conseguir que a sus hijos no les faltara de nada. Lo que más siento cuando pienso en ellos es que por mucho que la busqué nunca encontré la fórmula justa para agradecerles sus esfuerzos para que todos aprendiéramos a leer y a escribir, incluida yo, pese a ser mujer. Fue la única pero la mejor herencia que nos dejaron. Nunca supe como se las ingeniaban pero cada 6 de enero conseguían convencer a los Reyes Magos para que me trajeran de Oriente un cuento para formar la colección que todavía conservo: Caperucita Roja, Blanca Nieves y los siete enanitos, La Cenicienta… esos cuentos que ahora evitan los padres porque traumatizan a los niños y que a mí me enseñaron que donde hay un lobo feroz hay también un buen leñador, que donde hay una madrastra mala hay también enanitos de corazón grande, que donde hay hermanastras malvadas hay también un príncipe salvador, y que lo importante, para evitar desengaños, es elegir a las personas por sus obras, no por sus palabras.
     “ESTADO CIVIL: CASADA”.
     —¿Sigue estando casada, verdad?
     —No, ya estoy viuda, mi marido murió hace unos meses.
     —Lo siento.
     —Gracias. Parecía que ni yo iba a dejarlo solo a él, ni él iba a dejarme sola a mí, pero la vida le puso el punto final y a mí me puso un punto y aparte. Más de cincuenta años hemos pasado juntos. Nos casamos muy jóvenes y tan enamorados que, aunque no teníamos nada, nos sentíamos capaces de conseguirlo todo. Como todos los matrimonios de nuestros días, él ejerció su profesión y yo me dediqué a la casa, pero ni él fue mi amo, ni yo fui su esclava, cada uno asumió su papel y juntos luchamos por lo que los dos deseábamos: formar una familia. Fuimos felices. ¿Que si no discutimos nunca? Muchas veces, casi siempre por mis amigos. Yo siempre estaba liada con uno y aprovechaba cualquier hueco para complacerlo y para que me complaciera. Con frecuencia tenía que dejarlo plantado para atender una urgencia: la lavadora que había terminado y había que tender la ropa, la olla que silbaba reclamando la válvula, los niños que se peleaban en su cuarto y había que poner orden… En tales casos lo acomodaba siempre en su sillón favorito por ser el que más cerca quedaba del mío. Nada raro era que una tarea me llevara a otra y no volviera a encontrarme con él hasta que todos dormían y podía dejarlos al amparo de sus respectivos ángeles de la guarda. En esas ocasiones él llegaba, se sentaba sin mirar y empezaba la fiesta.
     —¿Otra vez? ¿Pero es que no tienes otro sitio mejor donde dejarlo? ¡La próxima vez lo cojo, te lo tiro por la ventana y adiós!
     Si yo tenía ganas de discutir, le soltaba cualquier inconveniencia y empezaba una pelea verbal que acababa riéndome yo de él, él de mí y los niños de los dos, pero lo normal era que no le hiciera ni caso, sabía de sobra que el enfado no era porque mi amigo de turno invadiera su espacio, era porque no quería lastimarlo al sentarse encima, cosa que ocurrió en alguna ocasión. Nunca disimuló que se sentía orgulloso de ellos, que incluso les estaba agradecido, pues, gracias a ellos yo podía hablar de cultura, de educación, de política, de arte, de historia, de economía… en lugar de hacerlo de biberones, de deberes, de vitaminas… como hacían las mujeres de nuestros amigos que parecían loros contando siempre lo mismo. Tanto valoraba mis conocimientos que para todo me solicitaba opinión y la tenía en cuenta. Para recompensarme de la regañina, al día siguiente volvía con un amigo a casa que, dicho sea de paso, si uno era malo, el otro era peor, se los presentaba el señor del quiosco y ¡vaya tostonazos! Ganas me daban de decirle que no volviera a fiarse de él, que él sólo entendía de revistas del corazón, que para la próxima vez se fijara en el apellido del padre, en los nombres de sus hermanos, que eran las únicas referencias que podían garantizarle el éxito, pero era tal su ilusión que para no quitársela me mordía la lengua y sin que me viera los metía en el trastero pues tampoco tenía valor para ponerlos de patitas en la calle. Al entrar en casa después de despedirlo para siempre y ver su sillón vacío, la mesa sin su plato y su armario bien ordenado tomé conciencia de que ya era un punto y aparte, y para poder empezar a escribir con mayúscula, me fui al trastero, los puse a todos en libertad y uno a uno los fui conociendo ¿y sabe qué he descubierto? Pues que igual que todos los buenos tienen algo malo, todos los malos tienen algo bueno. Lo perfecto no existe.
     “DOMICILIO: CALLE Cervantes NÚMERO 23.
     —¿Ha cambiado de domicilio o sigue siendo el mismo?
     —El mismo, sigue siendo el mismo, el de siempre, el del piso que compramos cuando nos casamos y que no fue nuestro hasta que no tuvimos que empezar a reformarlo. Al principio era un piso muy grande, tan grande que hasta tenía piezas vacías; luego vinieron los niños y se quedó pequeño, tan pequeño que hubo que adaptar muebles, compartir habitaciones, utilizar la misma para dormitorio y salita de estudios; después los niños se hicieron hombres, ahuecaron el ala y el piso adquirió su tamaño normal: ochenta metros cuadrados con todas las piezas amuebladas, y ahora volvió a quedarse grande por no decir inmenso. Menos mal que mis amigos me habían enseñado que todo en la vida tenía una parte positiva y otra negativa. Lo negativo de mi nueva situación fue que la soledad empezó a llamar a mi puerta pidiendo alojamiento, lo positivo que disponía de más tiempo y de más espacio para invitar a mis amigos, les abrí pues todas las puertas para que se ubicaran donde mejor se encontraran y la soledad tuvo que largarse a otra parte en busca de aburridos dispuestos a caer en su trampa.
     La funcionaria dio por cumplimentado el formulario y le ofreció el bolígrafo para que firmara sobre la pantalla digital.
     —Perdón, la casilla de la profesión es incorrecta, no tenía que haberla modificado.
     La funcionaria tecleó los comandos de deshacer la última acción y en la citada casilla desapareció la palabra pensionista y apareció la palabra lectora.
     —Pero… pero… ya está usted jubilada ¿no?
     —¿Jubilada? ¡Ni mucho menos! Soy lectora y los lectores no nos jubilamos nunca. Al contrario, cada vez tenemos más trabajo y menos profesionales. 
     —¿Lectora? ¿Pero lectora de qué? Es la primera vez que veo esta profesión y llevo treinta años haciendo carnés.
     —Pues lectora de libros. ¿Quiénes creía usted que son mis amigos? Ya le dije que aprendí a leer muy pronto, primero leía cuentos de cuentos que querían ser realidades, después libros de realidades que querían ser cuentos. Tenía 15 años cuando por casualidad cayó en mis manos el primer libro. Llegué a casa tan feliz como si llevara un tesoro, ilusionada con la alegría que iba a darles a mis padres, pero ante mi sorpresa se enfadaron muchísimo, tanto que nunca olvidaré la bronca que me echaron. Quise defenderme pero sus órdenes fueron tajantes, aquel libro tenía que ir a la basura inmediatamente y hecho pedazos, qué digo pedazos, papilla. Aquel día me parecieron los peores padres del mundo. ¿Para qué tanto empeño en que aprendiera a leer si luego me impedían hacerlo? Si ni siquiera les había pedido dinero para comprarlo, ¿por qué se ofendían tanto? ¿Cómo era posible que ninguno de los dos me defendiera? Lo normal, cuando discutíamos por algo, cosas generalmente que se discuten por confianza, con los que sabemos de antemano que nos perdonan, era que con razón o sin ella uno sacara la cara por mí aunque tuviera que enfrentarse con el otro. Tuvieron que pasar muchos años para que yo lo entendiera, era un libro prohibido por la dictadura y eso les había costado tanto a no pocos de sus amigos que, de haberme visto en su lugar, yo habría hecho lo mismo con mis hijos. Afortunadamente nunca tuve que hacerlo. De niños leían cuentos, y de mayores leer dejó de ser peligroso. Son muy buenos lectores, pero me alegra que en sus carnés figuren sus profesiones, las que ejercen, las que estudiaron, las que les dan de comer, no tuvieron que inventarla como yo.
     —O sea —Sonrió la funcionaria—, que esto es un invento.
     —¡Naturalmente! Fue al cumplir 18 años, cuando fui a hacerme el carné por primera vez. Mi madre me acompañaba y casi la mato del susto. Como todos los que viven una guerra, tenía más miedo de hacer las cosas bien que de hacerlas mal. Rellené el impreso y al llegar a esta casilla no pude poner una profesión concreta: trabajaba en lo que surgía porque no eran tiempos de realizarse, de ejercer, de construir, eran tiempos de subsistir, pero no quería poner aquella estupidez de “sus labores” que la dictadura se inventó para recordar a las mujeres que lo suyo era la casa, los niños, el marido y no pensar, entre otras razones porque en aquel momento yo no tenía casa ni niños ni marido, y para colmo mis amigos ya me habían enseñado a pensar. Entonces me pregunté qué era lo que más me gustaba hacer y la respuesta surgió enseguida: leer, y ni corta ni perezosa, escribí en la casilla: lectora. El funcionario de turno repasó los datos. Mi madre me miró a mí suplicando y yo lo miré a él esperando. Al llegar a esta casilla preguntó:
     —¿Dónde lee usted?
     —En la biblioteca municipal —le dije.
     Era cierto, en casa no había dinero para libros. El hombre entendió que yo era empleada de la misma, no lectora habitual, y con lectora me dejó para los restos pues no pienso jubilarme nunca, al fin y al cabo leer es lo que me ha ayudado a hacer bien mis labores. 
     Mientras Eulalia firmaba con una letra que rezumaba serenidad, sapiencia, seguridad en sí misma, el pensamiento de la funcionaria desplegó las alas y voló hasta posarse a los pies de su libro, de aquel libro que al terminar su carrera le regalaron con su nombre grabado en el exlibris sus padres y que seguía esperando sobre su mesilla de noche que acariciara su lomo de piel, que abriera sus pastas ribeteadas de oro, que pasara sus hojas llenas de palabras, de mensajes, de sabiduría, y en silencio, para que Eulalia no se percatara de lo pequeña que se sentía ante ella, le prometió robarle cada día un cuarto de hora al televisor para dárselo a él hasta convertirse en lectora, pues, si bien era verdad que aquella mujer no había conseguido arreglar el mundo leyendo, no era menos cierto que había conseguido no estropearlo que, según sus amigos, -se lo confesó mientras colocaba su nuevo carné entre las páginas del libro para indicarlas-, era el camino que las personas teníamos más a mano para empezar a arreglarlo.

      María Jesús Sánchez Oliva.
    
     Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
     “Garipil” (1995).
     Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
     “Letanías” (1999).
     Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
     “El rosario de los cuentos” (2003).
     Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
     “Cartas de la Radio” (2007).
     Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
     “Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
     Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

     Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

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     Gracias por tu visita y hasta el próximo número.