¡Hola! Tras un mes en blanco —yo
también tengo derecho a vacaciones— reanudo mis tareas con el cuarto capítulo
de Bella Luna. ¿De acuerdo?
IV EL PILLO DE TRES MENTIRAS
En los
mapas de aquella comarca no figuró nunca un pueblo llamado Tres Mentiras.
Existía, pero no existía. Desde tiempos muy antiguos contaba con los
ingredientes necesarios para ser un pueblo con todas las de la ley: tierras,
casas y vecinos de todas las edades. Pero perdido entre un anillo de montañas
las autoridades jamás se preocuparon de darle ninguna de las tres cosas
necesarias para serlo: ayuntamiento, iglesia y escuela. Tres Mentiras pues fue
el resultado de aquel abandono oficial y así habría seguido por los siglos de los siglos si la última fechoría de aquel
pillo llamado Beto no hubiera puesto el problema sobre sus mesas de trabajo.
Ñoto andaba muy atareado
tejiendo cestos en los primeros días de aquella semana de marras, pero cuantos
más cestos confeccionaba, más le faltaban para salir airoso de su trampa. Era
imposible abarcar más para lograr sus objetivos. Ya era martes y no encontraba
solución a su problema por más vueltas que le daba a la cabeza. Nadie en el
pueblo quería arrendarle un mulo y un carro sin cobrar el importe por
adelantado. La víspera del jueves se le juntó el cielo con la tierra y no era
capaz de ver un horizonte más o menos diáfano. Aquella tarde llegó a la casa de
los Lláguez una visita muy particular. Se trataba de una pareja de guardias
civiles vestidos con sus capas y tricornios y montando sendos caballos. Se
apearon prestos y tamborilearon a la puerta con los nudillos.
—Queremos hablar con Ñoto
Lláguez.
Tarri sintió que el corazón se
le salía del pecho de los brincos que le daba.
—Está tejiendo mimbres en la
margen derecha del río, en su mimbreral.
Los guardias civiles montaron en
los caballos y partieron majestuosamente y a todo galope.
Una luz de esperanza se encendió
en los ojos de Ñoto cuando entre
las mimbreras vio aparecer la
pareja de guardias civiles, pero se apagó en cuanto supo la razón de su
visita.
—Hemos dado con el ladrón pero
no podemos requisarle sus cestos ni el carro y la yegua que utilizó para el
traslado pues también eran robados. Se trata de Beto, el pillo de Tres
Mentiras: un pájaro de muchas cuentas. Lo lamentamos pero no podemos prenderlo
allí. Ese pueblo está fuera de todas las leyes. Las autoridades ya están
estudiando el modo de implantar en él cárcel y juez para proteger a la gente
honrada de pillos como Beto.
Una profunda desesperación se
adueñó de Ñoto. Ya no podía ni pensar. Encima tenía que explicarle a Tarri la
razón de aquella visita. Entrando en casa decidió decirle lo primero que se le
viniera a los labios.
—Los guardias me trajeron una
magnífica noticia: en Tres Mentiras hay un hombre que tiene mimbreras pero no
sabe tejer las mimbres. Quiere un tejedor, lo pagará a precio de oro. Los
civiles han pensado en mí porque en el mercado me han tomado estima. Es la
ocasión ideal para salir de pobres pero no tenemos un triste real para alquilar
una buena mula.
Los ojos de Tarri brillaron como
los de un gato ante un ratón acorralado.
—Es una suerte poder ser ricos.
¡Ni se te ocurra desperdiciar esta ocasión! Empeñaré la sortija de oro que
heredé de mi abuela y sobrará dinero para arrendar la mula del tío Navajas, que
es veloz como un rayo y la más fuerte de Mimbres Blancas.
Ñoto no se lo podía creer. Había
vuelto a engañar a Tarri, pero ahora tenía que ir a Tres Mentiras. Partió pues
con una idea fija en la cabeza. “Daré con Beto y me devolverá los cestos sin
que les falte ni un asa, y si se pone bravo, le arreo mil palos. ¡No hay
justicia, no me castigará! Lo malo va a ser que ni con los cestos vendré rico
como he prometido”.
A lomos de la mula y después de trotar
lo suyo y lo ajeno entró en Tres Mentiras. Tanto él como la mula llegaron con
la lengua fuera. Un campesino que araba la tierra con un par de bueyes paró el
arado para informar a Ñoto a la sombra de un peral.
—¿Que si conozco a Beto? ¡Mejor
que si lo hubiera parido! Es el único vecino de Tres Mentiras que no nació
aquí. Llegó siendo ya mozo viejo, sin que hasta la fecha nadie sepa de dónde
vino. Vive en una cueva, por darle algún nombre, entre esas dos montañas más
solo que una seta envenenada en el campo. Por candil tiene la luna; por
chimenea, el sol. Duerme en un saco de
pajas y nunca come en mesa. No tiene más que una parra junto a la cueva. Su único amigo es
un perro salvaje que defiende su hura como un león. Dice que tiene en su pueblo
una casa con todas las propiedades para comer y beber a lo grande: un pozo, un
huerto y una granja. Pero lo cierto es que ni en su cuerpo ni en su cueva entra
nada que no sea robado. Desde que se afincó aquí tenemos que andar con mil ojos
y así y todo nos la pega.
Con la misma facilidad que desaparecen los huevos de los
nidales, amanecen las cabras con las ubres vacías. La semana pasada me tocó a
mí. Cuando más brillaba el sol, me volaron las lechugas. Por robar, roba hasta
lo que tiene: uvas. Y eso que la viña más a mano la tiene a legua y media.
Cuando lo llamamos ladrón para que se le caiga la cara de vergüenza y nos deje
en paz, responde que él no es un ladrón, que es un pillo. ¿Y qué diferencia
hay?, le pregunté yo cuando me vi sin lechugas, y con toda la guasa del mundo
me respondió que los ladrones roban para comer o para vicios, y los pillos,
para divertirse. Total, que nos guste o no nos guste, tenemos que hacer lo que
tendrá que hacer usted: aguantarnos, pues, si nos tomamos la justicia por
nuestra cuenta, el perro nos comería vivos, y en Tres Mentiras no hay autoridad
para salvarnos.
Ñoto tuvo que dar mil rodeos
hasta llegar a la cueva de Beto, pero las dio ilusionado, seguro que aquel
hombre exageraba por el dolor que le causaba la pérdida de sus lechugas. Sin
apearse de la mula vio al pillo sentado en una piedra verdosa por el moho,
junto a una parra de uvas blancas y pequeñas. Más que comer, tragaba bagos
grandes, negros, y el perro que estaba tumbado a sus pies se comía los
esqueletos de los racimos. Al reconocer a Ñoto se puso derecho como una vela.
—¡Ja ja ja ja ja! ¡Pobre Ñoto!
¿Vienes desde tan lejos a buscar los cestos? Los vendí en El Tejar, a Dado, el
gitano, y en la cueva no hay ni cestos ni dinero. ¡Vete por donde has venido si
quieres salvar el pellejo! —llamó al perro con un silbido— ¡Levanta, Tilo, y
trae su cabeza y el corazón de la mula, que vamos a comer!
El perro se desenroscó y empezó
a rugir como un león. Los aullidos de Tilo y los dientes negruzcos que Beto
mostraba al gritar con la bocaza abierta atemorizaron a Ñoto que sacudiendo la
mula huyó como una centella. Sólo le quedaba una esperanza: que Dado el gitano
quisiera darle sus cestos.
Llegó a El Tejar y encontró a
Dado en su chabola.
—Tienes que darme los cestos
porque son míos.
—Se los compré a Beto y los
pagué como un payo.
—Me los robó en mi puesto del
mercado.
—Por irte a León, te quitaron el
sillón, y esas cuentas las arreglas con él, que yo no pagaré los platos rotos.
—Tengo una hija y esos cestos
son su pan.
—Yo tengo catorce churumbeles y
medio que se comen a Dios por una pata y al diablo porque no se deja.
—Te denunciaré a la justicia.
—Por las buenas me defenderé de
la ley con esta factura, y por las malas, con los garrotazos de toda la
familia.
Ñoto vio un papel escrito con
garabatos y con una huella impresa que debía ser del dedazo de Beto y salió de
El Tejar con las orejas gachas. Atravesaba los campos sin fuerzas para cavilar
y sin un mendrugo de pan en las alforjas. De repente, antes de entrar en El
Romeral, vio uno de sus cestos rebosante de lechugas y soltó las riendas de la mula y le echó el ojo
y el guante. Una mujer tan hermosa de carnes como fea de ropas salió gruñendo
de una casa que se ocultaba entre unos árboles frutales.
—¡Sinvergüenza! Si quieres una
lechuga, la pides, pero no la
mangues. Vivo de caridad y tú eres joven para trabajar.
—¡No temas, mujer! No tocaré ni
una hoja de esas lechugas aunque traigo más hambre que un cerdo la víspera de la matanza. Sólo quiero
ese cesto que es uno de los muchos que me
robó Beto.
La anciana empezó a llorar y Ñoto se conmovió.
—Entre en mi casa y le prepararé
unas sopas de ajo y un jarro de vino mientras charlamos al amor de la lumbre.
Ñoto aceptó con gusto y contó a
la anciana todas sus desventuras. La mujer atizaba los leños de la lumbre para
evitar los ojos de Ñoto al abrirle su corazón.
—Beto siempre fue honrado, tan
honrado que cuando de joven iba a vendimiar, llevaba uvas de postre para no
arruinar al amo. Por esto lo creían tonto. Y aunque ahora roba, no es un
ladrón, es un desgraciado, y mucha pena le da quitar lo que no es suyo para
transformarlo en dinero. Sólo come uvas, en otoño, frescas, y en invierno,
primavera y verano, pasas, para ahorrar todo lo demás y venderlo. ¿Quién va a
saberlo mejor que yo que lo he parido y soy la culpable de sus desdichas? Hace años, muchos años, pedí a
un prestamista dinero y lo malgasté sin devolver un real. Los ahorros de Beto
son para saldar mis deudas, porque si no paga, me ahorcará la Justicia. No me
importaría morir para quitarle esta cruz de encima pero me aterra el patíbulo.
Sólo un santo como una catedral puede hacer en este mundo lo que está haciendo
Beto. Ni se remuda para ahorrar jabón, pues, además de taparme los agujeros,
tiene que llenarme la “sacristía”; a mis años nadie me quiere para trabajar y a
él se le secan las manos si lo hace. Antier trajo esas lechugas y el cesto lo
dejó porque no pudo venderlo. Huyó a Tres Mentiras porque es el único lugar
donde no se puede juzgar a nadie y su pellejo no corre tanto riesgo como aquí.
Perdone a mi hijo y diga la verdad en su casa, sólo la verdad hace a los
hombres libres, y su mujer aplaudirá su virtud. ¿Acaso no está ya usted perdonando
a Beto porque su madre le ha hablado con el corazón en la mano?
Ñoto notó que un nudo le
estrangulaba la garganta y como si fuera a ahogarse balbuceó:
—No tienen razón mis lamentos,
que son fruto de mi mala cabeza. Es más triste la desgracia de Beto que paga
culpas ajenas.
Ñoto se despidió con gratitud.
La anciana salió corriendo torpemente.
—¡Llévese este cesto por si le
saca de algún apuro!
Ñoto le gritó a lomos ya de la
mula de tío Navajas:
—¡QUE lo venda Beto mañana, que
un cesto no hace una cestería!
Acarició las orejas de la mula
mientras le hablaba y siguió más animado porque entre otras cosas llevaba el
estómago caliente.
—Vamos a decir la verdad a Tarri
aunque desde ese momento al sol le de un colapso y se despierte por el oeste y
se duerma por el este.
Tenía fuerzas para caminar toda
la noche pero sin saber por qué la mula se detuvo junto a un arbusto y se tumbó
todo lo larga que era.
—¡Pobre animalito! ¿Estás
fatigada? Es mejor que te deje descansar unas horas.
Ñoto se sentó sobre unos
hierbajos y recostó la cabeza sobre una peña. Una planta extraña y bella llamó
su atención. Eran unas ramas entrelazadas unas con otras y cuajadas de hojas
verdes y matizadas de motas grises. Los haces de hojas daban abrigo a unos
capullos color oro. Quiso incorporarse para verlos de cerca, pero dio un
bostezo y se quedó frito con una idea: “mañana las veré a la luz del sol, que a
la luz de la luna no se ve un burro a tres pasos”.
María Jesús
Sánchez Oliva
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva.
Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha
distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como
responsable.
“Garipil” (1995).
Reseña: Garipil es un
semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas
como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las
tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún
caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías” (1999).
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El
libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse
a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en
distintos certámenes literarios.
“El
rosario de los cuentos” (2003).
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de
Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el
camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso
decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos
para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta
alusiva a la época. Este
libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de
1996.
“Cartas de la Radio” (2007).
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de
opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús
Sánchez Oliva durante cuatro años. Las
cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo,
instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que
siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los
papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía
a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos” (2018).
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de
forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la
lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al
salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando
todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que
le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por
distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se
encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido
muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno
más. Primer “Premio Tiflos” 2013.
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saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo
electrónico:
garipil94@oliva04.e.telefonica.net
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo
número.
Garipil.