miércoles, 6 de noviembre de 2013

Portada

 Queridos lectores: Acaba de salir el número 18 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

    Disculpas

    En primer lugar, mis disculpas por el retraso. Unos días en la isla de Tenerife me impidieron ser puntual.

    Agradecimiento

    Gracias a Estela, aunque de momento no los visitará como es natural a su edad, se ha sumado ya a los seguidores de los dos blogs. ¡Mua!

    Avance del contenido

    La Vitrina: En primer lugar unas palabras de despedida a modo de homenaje para Manolo Escobar, y al final, mi recomendación literaria para este mes.
    Mesa camilla: Extranjeros son todos los ciudadanos de otros países, ¿pero recibimos igual a un inglés que a un marroquí? Si te apetece reflexionar, toma asiento. Solo son unos minutos.
    Cajón de Sastre: En esto de las herencias cada cual debe de analizar su caso y tomar sus decisiones, pero aunque solo sea para saber lo que se dice en una conversación al respecto,vale la pena estar medio informado al menos. Interesante artículo el que te dejo aquí.
    El Álbum de la Lengua: Seguro que en alguna ocasión has dudado si poner el prefijo ex junto o separado del nombre, entre otras cosas porque era fácil encontrarlo mal puesto en muchos escritos. Aquí está la aclaración.
    La Butaca: La noticia de este mes es un ejemplo de superación y nos llega desde Galicia.
    Carta a… Su Alteza el príncipe Felipe.
    Cosas de Garipil: Garipil nos deja hoy un relato basado en hechos reales y escrito hace algunos años.

    María Jesús

    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013. 

La Vitrina

 Así nos dieron la triste noticia los medios de comunicación el pasado 24 de octubre:
 
     Muere Manolo Escobar a los 82 años

    El corazón del popular cantante Manolo Escobar ha dejado de latir este jueves a sus 82 años. El artista almeriense había permanecido hospitalizado en la clínica de Benidorm tras una recaída que sufría.

   Y aunque nadie la había olvidado, así nos recordaron todos su vida:

    Un amante de su familia
    Nació el 19 de octubre de 1933 en Almería. Fue el quinto hijo de los diez que tuvieron Antonio García y María del Carmen Escobar, a la que dedicó su canción Madrecita María del Carmen.
    Comenzó su carrera en el año 1957. Vivía en Barcelona y se hacía llamar Manolo Escobar y sus guitarras, grupo en el que le acompañaban sus hermanos Salvador, Baldomero y Juan Gabriel. Comenzaron a cantar en la radio copla andaluza y canción española, su música y estilo cambiaron muy poco desde entonces.
    Manolo Escobar convirtió buena parte de su repertorio en reconocidos himnos españoles. Canciones como el Porompompero, Mi Carro, Que Viva España, La minifalda continúan, tras varias décadas, apareciendo en las reuniones y celebraciones. Su discografía guarda una buena cantidad de obras maestras, como Viva el Vino y las Mujeres.
    La fama en los concursos de las verbenas le facilitó a Manolo el poder introducirse en otro espectáculo de la época: el cine-variedades. Escobar apareció también en 21 películas algunas dirigidas por Sáenz de Heredia, o Luis Lucia.
    Contrajo matrimonio en Colonia (Alemania), con Anita Marx y fueron padres de una niña adoptada, Vanessa, a la que dedicó la canción Mi pequeña flor.
    A principios de los 90 se instaló en Benidorm (Alicante), en un chalet al que puso el nombre de Porompompero, que fue asaltado en la madrugada del 18 de septiembre de 2011 mientras él y su familia dormían. Le fueron sustraídos varios Discos de Oro, la Medalla de la Orden al Mérito en el Trabajo y la insignia de oro y brillantes del FC Barcelona.
    El 17 de noviembre de 2012, anunció su retirada del mundo del espectáculo tras más de 50 años sobre los escenarios, por el cáncer de colon que sufría. Tras llevar varios días ingresado, este jueves Manolo Escobar ha fallecido en una clínica de Benidorm a los 82 años.

    Unas palabras a modo de homenaje:

    “Cuando oí la noticia lloré –me decía una amiga-. Era como si se me hubiera muerto alguien de la familia”. El mismo sentimiento nos embargó a todos los españoles. Normal. La voz de Manolo Escobar lleva varias generaciones acompañándonos en nuestras fiestas, en nuestras excursiones, en nuestras celebraciones. Han pasado muchos años, han cambiado los gustos en esto de la música, pero todos nuestros niños saben que a Manolo Escobar le robaron el carro una noche cuando dormía, y si los papás les ponen villancicos en casa por Navidad, tienen que ponerles los peces que beben y vuelven a beber en el río de Manolo Escobar. En los bailes de los hoteles no puede faltar el Viva España de Manolo Escobar y hasta mi móvil anuncia las llamadas con su Porompompero y pone a cuantos lo oyen en pie.
 
    ¿Pero fue Manolo Escobar un gran cantante realmente?

    Sinceramente creo que hubo voces mil veces mejor que la suya, y en cuanto a las letras de sus canciones, de más valor literario y de más fuerza social. Basta fijarnos en algunas de las más famosas para descubrir que son, en general, temas simples, banales, intrascendentes, y algunos hasta rayando en el machismo y otros comportamientos mal vistos socialmente. Pero ni los más entendidos pueden negarle el mérito de haber conseguido lo que no ha conseguido ningún cantante en este país: ser el que más discos ha vendido aunque es posible que nunca haya figurado en las listas que recogen estos datos, que sus primeras canciones siguieran siendo solicitadas por el público, que fuera el más cantado por el pueblo en vida,y el que seguirá siendo cantado después de muerto.

      ¿Por qué siendo Manolo Escobar un artista popular acabó siendo el artista más singular?

    El éxito de Manolo Escobar obedece sin duda a dos cualidades indiscutibles: su alegría como artista y su sencillez como persona.

    Su alegría:

    Las canciones de Manolo Escobar trasmiten sobre todo alegría. Irrumpió en el panorama musical en un momento en el que España solo tenía razones para llorar: si miraba hacia atrás, le sangraban las heridas de la guerra civil, si miraba hacia adelante, no veía el camino para salir de tantas miserias. La alegría de sus canciones hizo el milagro de hacerla cantar a pesar de todo y por encima de todo. Contaban mis mayores que algunas familias de la época se empeñaron por comprar un aparato de radio para oír a Manolo Escobar.

    Su sencillez:

    Manolo Escobar procedía de una familia humilde. Como tantas familias españolas de aquellos días, la suya se trasladó de Andalucía a Cataluña en busca de un futuro mejor. Cantaba porque le gustaba cantar y lo necesitaba, sin pretender que sus canciones sirvieran para algo más que para divertirse y divertir a los de su entorno, pero la alegría que contagiaba lo catapultó sin darse cuenta a la fama y la fama al dinero. Lo normal en estos casos es que las personas se olviden de sus raíces, se endiosen, se avergüencen de su origen y pasen de los de su clase, pero Manolo Escobar siguió siendo una persona sencilla, agradecido siempre a su público, educado ante los medios de comunicación, respetuoso con sus compañeros de profesión en las entrevistas, entrañable con su familia en las revistas del corazón, nunca cambió de estilo y supo vivir de su voz y de sus canciones simplemente.

    Por todo lo dicho y cuanto queda sin decir por obvias razones en su favor, más que despedirlo con el clásico “Descanse en Paz”, debemos hacerlo con el más que merecido “¡Viva Manolo Escobar!”

    Y antes de marcharme, mi recomendación literaria de este mes:

    La Reina descalza, de Ildefonso Falcones Sierra.
    Para los que ya han leído sus novelas La Catedral del Mar y La Mano de Fátima, no hace falta reseña, y para los que no las han leído, basta con una sugerencia: que las lean. No se arrepentirán. 

Mesa camilla

 Los españoles presumimos de recibir con los brazos abiertos a los extranjeros, pero ¿esto es así en todos los casos?
    En los últimos años nos hemos visto invadidos por ciudadanos de Marruecos y otros países de religión musulmana. Todos sabemos por qué y para qué deciden estas personas cambiar de país. El resultado de este fenómeno ha sido más positivo que negativo para el nuestro aunque nos cueste admitirlo, pero esta es otra historia, de momento lo que corresponde es analizar si los recibimos igual que a otros extranjeros o no.
    Es evidente que estos ciudadanos nos caen mal a los españoles por no decir muy mal. Nos molestan, sobre todo, sus costumbres, sus fiestas, sus tradiciones, que se reúnan entre ellos y sobre todo tenerlos de vecinos y que sus hijos compartan colegio con los nuestros. Todos son sucios, mal educados, delincuentes, y no nos cortamos un pelo a la hora de criticarlos. Sobra recordar los conflictos sociales que se han montado porque una niña no se quitaba el velo para ir a clase o porque un ayuntamiento decide hacer la paella de las fiestas sin carne de cerdo, aunque para mayor vergüenza, la paella siempre se hubiera hecho con carne de pollo. Los españoles que han visitado Marruecos o cualquier país de religión musulmana siempre acaban sus críticas con un refrán a modo de conclusión: “Allá donde fueras, haz lo que vieras”, en clara alusión a que para entrar en una mezquita les invitaran a quitarse los zapatos o cubrirse la cabeza y haciendo ver que en sus países nosotros tenemos que seguir sus costumbres
    Nada más lejos de la realidad. Tanto en Marruecos como en otros países árabes, los turistas españoles, podemos disfrutar de hoteles y comodidades mil veces mejores que en cualquier país de Europa, y nadie nos prohíbe comer carne de cerdo, y nadie se mete con nuestra forma de vestir, y nadie se ofende porque a la hora de sus rezos nosotros sigamos a lo nuestro en lugar de acompañarlos. Es cierto que al entrar en la mayoría de las mezquitas –no en todas, por cierto- nos piden que lo hagamos con los pies descalzos y la cabeza tapada pero esto no da validez a nuestro refrán.
     Si nos sacudimos la pereza mental que sufrimos con frecuencia ante cualquier debate social de semejante jaez –de ahí nuestra tendencia a recurrir a los refranes para hacer valer nuestra opinión- veremos que esto es más digno de alabanza que de crítica.
    Las mezquitas no son monumentos para ser visitados por los turistas, son centros de culto religioso y de oración, los lugares donde los musulmanes convencidos acuden para cumplir con las normas impuestas por su religión, y si nosotros no entramos para cumplir con su dios, ¿qué demonios pintamos allí? Bastante hacen con dejarnos entrar para que encima pretendamos que nos dejen hacerlo con los pies calzados y la cabeza y lo que no es la cabeza al aire.
     Quiero dejar claro que no estoy defendiendo estas prácticas religiosas, pero esto se resuelve como se resolvió en nuestro país: propiciando la cultura, el conocimiento, el bienestar, de ningún modo con el rechazo social.
     Pero no es esta actitud lo que nos resta más puntos como personas civilizadas, lo que nos deja poco menos que a cero es nuestra tolerancia con extranjeros de otras nacionalidades.
    Pese a formar parte de la Unión Europea y al cambio económico, social y cultural que ha experimentado nuestro país en las últimas décadas, para los ciudadanos del resto de los países europeos, digan lo que digan las crónicas oficiales, seguimos siendo ciudadanos inferiores. Les cuesta quitarnos las etiquetas de impuntuales, gritones y mangantes, minimizan nuestro idioma por no decir que lo marginan y en absoluto les importan nuestras tradiciones. De hecho, si la señora Merkel ha ganado las últimas elecciones, es porque prometió a sus alemanitos cerrarles el grifo de las ayudas a los españolitos que, de no haberlo hecho, las habría perdido, pues aseguraban estar hasta el moño de sus chanchullos, de sus irresponsabilidades y de sus pocas prisas por trabajar cuando cobraban el paro. Y los españoles, ni nos enfadamos por ello, ni por ello los despreciamos. Al contrario, los recibimos con todos los honores, los tratamos como a reyes y los despedimos agradecidos para que vuelvan. Para comprobarlo si alguien lo duda, basta con pasar unos días en nuestras zonas  más turísticas, (Canarias, Baleares, Costa Brava, Costa del Sol, entre otras. Estos lugares se  llenan de ciudadanos alemanes, ingleses, franceses y de otros países europeos que, aunque yo discrepo, serán en sus respectivos países tan educados como la fama dice, pero aquí andan, nunca mejor dicho, como Pedro por su casa. Podemos verlos borrachos mañana, tarde y noche, dejar las playas sembradas de botellas, correr por los pasillos del hotel pegando gritos, arremeter contra el mobiliario urbano, retirar comida del buffet para un regimiento aunque tengan que dejarla en el plato por falta de espacio en el estómago, y entrar a cenar a última hora aunque ya hayan entrado a la primera, y los españoles, ¿quién lo diría?, nos olvidamos del “Allá donde fueras, haz lo que vieras”, les aplicamos el “Allá donde fueras, haz lo que quieras” y, además de reírles las gracias entre comillas, se las premiamos de mil formas y maneras. En las cafeterías, entren quienes entren primero, los camareros sirven primero a estos extranjeros, después, a los españoles; en las actividades que se organizan en los hoteles para los clientes, los animadores cantan, hablan y bromean en inglés, en francés y en lo que haga falta menos en español; en no pocos lugares, las informaciones escritas, aparecen primero en inglés y demás idiomas, en español, al final. Por si les parece poco, hasta les ponemos nombres ingleses a nuestros establecimientos, y para que no se sientan marginados, a no pocos de nuestros platos, que en sus países de origen, aunque los kilos que tienen que cargar sus pies digan lo contrario, comerán para vivir, pero aquí viven para comer y hay que informarles para que sepan lo que piden. Es decir, los extranjeros no son ellos, somos nosotros. ¡Qué lástima!
     Pero así son las cosas: nos quieren, los despreciamos, nos desprecian, los queremos. ¡Qué extraños somos los seres humanos! 

Cajón de Sastre

  Heredar sin arruinarse

    Cuanto más se divida la herencia y más cercano sea el grado de parentesco con el 
fallecido, más gastos se ahorrarán los herederos.

    Autora:  BLANCA ÁLVAREZ
    Fecha de publicación: 16 de agosto de 2013

    Desde el inicio de la crisis se han duplicado las renuncias a las herencias. Al 
menos, a tenor de los datos del 'Estudio de Hábitos de Planificación Financiera' 
de OPTIMA Financial Planners. En él, se detalla que el aumento de renuncias a la 
herencia, desde 2007, es de un 110% y solo en 2012, de un 23%. En 2013, la 
mayoría de comunidades autónomas ha eliminado las bonificaciones que aplicaban 
al respecto. Y teniendo en cuenta que la Administración "no tiene sentimientos", 
el único que puede reducir los gastos y los conflictos que genera una herencia 
es quien otorga testamento. Por ello, como se señala en el siguiente artículo, 
conviene que en vida tome medidas y haga todo lo necesario para que el traspaso de 
su patrimonio sea lo menos costoso posible.
 
    Algunas medidas para reducir los gastos de una herencia

     Cuando fallece un familiar, a la tristeza por su pérdida se une, en muchos casos, la angustia ante la marea de trámites legales y papeleo que supone gestionar los bienes 
heredados. Además, puede convertirse en un gasto de considerable envergadura, 
como atestigua el hecho de que desde el comienzo de la crisis se hayan 
multiplicado las renuncias a herencias. Y, como colofón final, puede hacer 
añicos las familias mejor avenidas, como señala Alejandro Ebrat, abogado, 
experto en asesoramiento jurídico tributario y autor del libro 'Todo lo que 
necesitas saber sobre herencias y donaciones'. Para evitar conflictos y tratar 
de pagar la menor cantidad de impuestos posible, se pueden tomar una serie de 
medidas, entre las que se encuentran las siguientes: 
    Dejar los bienes a los parientes más cercanos: 
    Hay unas cantidades mínimas a partir de las cuales se paga el Impuesto sobre 
Sucesiones y Donaciones, que puede representar entre el 7,5% y el 34% del 
valor neto de los bienes recibidos. Son las reducciones sobre la base 
imponible (el importe o valoración económica de los bienes). Las reducciones 
más altas corresponden a los cónyuges, después a los hijos, los nietos, 
parientes colaterales... Cuanto más lejano sea el pariente, menos reducción se 
le aplica. Por ello, conviene hacer el mayor número de adjudicaciones a los 
parientes más cercanos. 
    El impuesto de Sucesiones y Donaciones se liquida mediante la presentación del 
modelo D650. El impreso se adquiere en las delegaciones de la Hacienda 
Autonómica, donde también se entrega tras cumplimentarlo y pagar la cuota 
correspondiente. Se tiene que presentar en la delegación del lugar donde el 
fallecido tuviera su residencia habitual y hay un margen de seis meses desde 
el fallecimiento para hacerlo. 
    Dividir la herencia, cuanto más mejor: 
    El Impuesto de Sucesiones y Donaciones es progresivo. Esto quiere decir que 
cuanto más se recibe, más se paga. Por ello, es conveniente dividir la 
herencia, a través del testamento, y nombrar cuantos más herederos, mejor. En 
vez de darlo todo al cónyuge y en su defecto a los hijos, es mejor dividir la 
herencia entre todos a partes iguales, y limitar la disponibilidad de quien se 
desee. Por ejemplo, para que unos hijos no puedan vender propiedades hasta que 
haya fallecido el cónyuge. 
    Hacer donaciones en vida: 
    Conviene analizar detalladamente la tributación de las donaciones respecto a 
la de las herencias, pues en ocasiones sale mejor donar en vida que esperar a 
la herencia. Conviene donar la parte que por herencia no está exenta, y 
calcular la repercusión de otros impuestos como el IRPF (Impuesto sobre la 
Renta de las Personas Físicas). 
    Si se tiene miedo a que quien recibe la donación la dilapide o la pierda, se 
pueden hacer donaciones reservándose la capacidad de disponer del bien donado, 
algo que da mucha capacidad de maniobra. 
Además, si se hacen donaciones, hay que tener en cuenta que las empresas 
individuales, las acciones de empresas, etc., están exentas del Impuesto si 
cumplen determinados requisitos, por lo que conviene mejor esperar a la 
herencia que donarlas en vida, ya que apenas habrá que pagar. 
    Mejorar la parte de un heredero con invalidez: 
    En algunas comunidades autónomas, si quien hereda un bien tiene un grado de 
invalidez igual o superior al 33%, tendrá una reducción importante. Se aumenta 
aún más cuando el grado de invalidez supera el 65%. 
    En caso de tener en la familia cercana a alguien con estas características (y 
completamente fiable) se puede aprovechar estas reducciones. ¿Cómo? Mejorando 
la parte del inválido, de modo que disminuya la factura fiscal por heredar. 
    Planificar el testamento según el bien que se otorga 
    Hay que pensar antes de hacer testamento, y echar cuentas. Cuanto más 
planificado esté, menos se pagará. 
    Cuando la herencia es la vivienda habitual, lo más práctico es dejársela a 
quien tenga que pagar más impuesto (porque está casi exenta de pago). 
En cambio, si casi todo lo que se va a legar es dinero o son bienes a los 
que no se aplica reducción, lo más sensato es adjudicárselos a los herederos 
que tengan reducciones mayores de Impuesto (los menores, las personas con 
minusvalías...), que tienen que pagar menos. 
    Detallar a quién se adjudica cada bien: 
    Individualizar el testamento es también una medida esencial, que permite 
ahorrar dinero y problemas. Consiste en entregar bienes concretos a personas 
concretas. Para que no haya diferencias muy grandes, se compensa en dinero a 
los más perjudicados. 
    En caso de que toda la herencia sea pro indiviso, todos serán propietarios del 
total, y ningún heredero puede disponer libremente de los bienes, salvo que se 
llegue a pactos. 
    La valoración de la herencia
    El valor real de la herencia es el que se utiliza para calcular la cuota 
tributaria. La ley recoge una serie de criterios para determinar el valor real: 
Los bienes inmuebles se valoran por el mayor entre tres valores: el catastral, 
el de adquisición o el valor comprobado por la Administración. 
    El dinero que se percibe por un seguro de vida tributa íntegramente si los 
beneficiarios son los hijos. Si lo percibe el cónyuge, la mitad; y la otra 
mitad, en el IRPF. 
    Las cuentas bancarias reflejarán el valor a la fecha del fallecimiento. 
    Si se hereda un usufructo vitalicio, este es objeto de liquidación del 
impuesto. Se valora según la edad de quien lo recibe, restando la misma de 89 
y aplicando el resultado como porcentaje a un tercio de la herencia. 
    La ropa, muebles y los objetos personales se valoran en un 3% del valor total 
de la herencia.

    La riqueza es inofensiva, pero no ser capaz de renunciar a ella es mortífero. 

El Álbum de la Lengua

 El prefijo ex
    ANTES
    No había un criterio claro sobre la forma de escribir el prefijo ex con el significado de 'que fue y ya no es' (ni para los demás prefijos).
    En los Diccionarios académicos unas veces aparecía unido a la base léxica y otras, separado de la base con un guion o sin él. Así, por ejemplo, en el DRAE de 2001 se registran palabras en las que el prefijo aparece unido a la base léxica, como excombatiente y excautivo, y también se incluyen en la definición del prefijo ejemplos con el prefijo separado de la base, como ex marido, ex ministro.
    Es en el DPD donde se dice expresamente que todos los prefijos deben escribirse adosados a su base léxica, y solo si esta base es un nombre propio o una sigla, el prefijo se escribe seguido de guion, pues una letra mayúscula no puede quedar dentro de una palabra: anti-Alemania, pro-OTAN. Pero en el caso del prefijo ex- con el valor de 'que fue y ya no es', la norma que dicta el DPD es su escritura separada de la base léxica y sin guion intermedio. Ejemplos:
• ex alumno • ex marido • ex empresa • ex monárquico
    Este criterio se recoge también en la NGLE y en el Manual.
    AHORA
    En la Ortografía de 2010 se dice que el prefijo ex- debe escribirse, como cualquier otro prefijo, adherido a la base léxica. Ejemplos:
• exnovio • exempresa • exministro • exalumna
• exequipo • exmarido • exjugador • excompañero
    No obstante, el prefijo se escribe como palabra independiente, o sea, separado, si su base es pluriverbal, es decir, si consta de varias palabras, como ocurre con las locuciones y otro tipo de grupos sintácticos. Ejemplos:
• ex alto cargo • ex capitán general • ex número uno • ex primer ministro. 

La Butaca

 Tengo 18 años, soy ciega total, estudiante. Una de mis metas era la de andar sola por la calle. Me moría de ganas por ir a clase y volver sola, pero me sentía incapaz de vencer tantas dificultades: exceso de tráfico, semáforos sin sonorizar, pasos de cebra sin ninguna indicación en relieve, etc, etc, etc.
     Aproveché las vacaciones de verano para aprender el camino acompañada. Tan difícil me parecía que estuve a punto de tirar la toalla, pero todos me animaron a seguir adelante, sobre todo las personas que habían pasado por este trance antes que yo.
     Gracias a ellas lo hice y el pasado martes ocho de octubre, aunque muy nerviosa y temblando de miedo, de  vergüenza y de todo lo que se pueda temblar, fui a clase y regresé sola por fin.
     ¡Bravo por mí! 
    Desde Coruña informó para 30 días Anabel. 

Carta a...

 El pasado 25 de octubre hizo entrega de los Premios Príncipe de Asturias 2013. Todos los medios de comunicación calificaron su discurso de espléndido y brillante. Tenían razón, el discurso fue espléndido y brillante, pero con todos mis respetos, no en todos sus mensajes acertado. 
    Si mal no recuerdo hizo hincapié en el carácter optimista de los españoles y nos pidió optimismo ante los difíciles momentos que atravesamos, y ante tal petición, créame, resulta poco menos que imposible permanecer indiferente y estar de acuerdo con los periodistas.
    Supongo que es usted consciente de la situación actual de España, es decir, de la crisis, de la razón de su origen, de sus funestas consecuencias, pero por si no es así –desde su privilegiada atalaya suelen minimizarse estos problemas-, vaya por delante una breve explicación.
    En este momento se cuentan por miles los españoles que pierden su trabajo con una familia a su cargo y muchos años de servicio, los negocios familiares que se ven obligados a cerrar por falta de clientes que retiran el paro, las leyes absurdas y las subidas de impuestos, los autónomos que no pueden hacer frente a las cotizaciones, los que encuentran trabajo con contratos que ya no pueden llamarse ni basura porque solo tienen dos opciones: o renunciar a él, o poner dinero, los recortes en salarios, en pensiones, en sanidad, en educación, en las prestaciones de desempleo y bajas médicas, y en otros servicios que están a punto de acabar con la clase media que tanto nos costó conseguir. Nos vemos ante un país que ha sido saqueado por todos sus gobernantes, digo bien, por todos, porque, el político que no está preso, lo están buscando, y el que ni está preso ni lo están buscando, debería entregarse: los sueldos que se asignan y las gabelas y sinecuras que se suman por su cuenta y riesgo ya son de por sí un robo a mano armada. Por si fueran pocos a desvalijarnos, se sumaron a la lista miembros de la Casa Real, de su propia familia, de los suyos. Y ni unos ni otros parecen dispuestos a devolvernos ni un solo céntimo.
    Ser optimista ante este panorama sería pues de irresponsables pues el optimismo solo nos llevaría a ignorar la realidad, y cuando un problema se ignora, difícilmente se intenta poner remedio. Más bien debería habernos pedido paciencia, paciencia, mucha paciencia, y serenidad para saber defendernos de ellos sin enfrentarnos entre nosotros. 

Cosas de Garipil

 ¡Hola!
    Disculpa mi retraso de este mes: mi autora volvió a marcharse de viaje en octubre y como de costumbre se llevó la llave de mi salita, pero ya estoy contigo, dispuesto para leerte otro de sus relatos. ¿Empezamos? Forma parte también de su libro “Letanías”.

    Los extranjeros

    Al abrir los ojos aquella mañana de domingo Belsa sintió que entre las brumas del sueño se diluían sus temores, aquellos temores que como colmillos de lobo habían roto sus nervios en las últimas semanas. Suspiró con esa tranquilidad que derrama en el ánimo la idea de que un problema ahueca por fin el ala. Tras las finas paredes del piso no se oía el tintinear de los collares de lluvia al desenhebrarse y rodar sus perlas por los rojizos tejados, por los coches estacionados en la calle, por los árboles desnudos y por las persianas bajadas al ras de las repisas. Le dolían los huesos de dar vueltas en busca de la hora del sueño que encontró de madrugada, pero la ilusión le dio un empujón y la echó de la cama.
    La alegría se opuso a su costumbre de entrar en el baño, en la cocina, en el cuarto de sus hijas, y sumisa ante sus órdenes se dirigió al salón y abrió el balcón de par en par.
    El paisaje que asaltó sus ojos se le antojó un milagro, un resorte capaz de poner en pie todas sus sentadas esperanzas. Ni la huella de una mancha oscura en el manto azul del cielo; el sol había empezado a encender sus velas y los múltiples pabilos iban iluminando los cercanos encinares; el aire se había quedado dormido entre las tibias
 sábanas de los veinte grados de temperatura, y a lo lejos, las montañas, se habían cambiado la pamela de copos blancos por una diadema de revoltosos pajarillos.
    Decididamente febrero era el mes más loco del año, pero bendita locura. Más de quince días se había pasado haciéndole a las borrascas muecas de desprecio para espantarlas, pero ni por ésas, antes de irse una, ya había llegado otra, y al encontrarse, inundaban la tierra juntas.
    Miró con ternura su vieja furgoneta. Vieja, sí, pero no porque llevara durmiendo allí, a las puertas de su casa, más de tres años, sino porque la habían comprado de segunda, de tercera o ¿quién sabía si de cuarta mano? A juzgar por sus achaques los romanos escribirían su edad con un par de equis por lo menos, pero daba igual, lo importante era que, aunque a trancas y barrancas, iba y venía de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta, de rastro en rastro.
     De acuerdo que de vez en cuando, siempre en el momento más inoportuno, le daba la fatiga en medio de una carretera y se paraba a descansar, pero todo quedaba en un susto de muerte. En aquellos trances, Lope, se vestía de cirujano, ¡cuántos oficios enseñaba la necesidad!, y con el bisturí hurgaba en el ovillo de sus tripas metálicas hasta que daba con el quid y la obligaba a caminar exhalando unos quejidos de dolor que se amortiguaban con las ganas de llegar a casa.
    ¡Pobre furgoneta! Estaba desahuciada de todos menos de ellos. Los mecánicos, en los talleres, no se molestaban en darle ni una aspirina, pensaban que eran mejores dejándola morir que dando de sí su vida; los técnicos, en las inspecciones, se empeñaban en jubilarla, opinaban que no era válida para andar por el mundo; los motoristas la cosían a multas para que se fuera al cementerio de una vez. Pero se hacía la tonta porque para sus amos era toda su fortuna, algo imprescindible, sobre sus hombros cansados viajaba la tienda ambulante con la que se ganaban la vida, al ritmo de sus torpes pasos conjugaban a diario la necesidad de comer y el afán de vivir con dignidad, además, aquel mismo mes había pagado su última letra. Estaba contenta por ello, tan contenta que hasta su claxon sonaba con más alegría. Sus faros no se pondrían ya tan rojos de vergüenza cuando le diera un colapso. Le resultaba tan violento que alguien pagara todavía por su corazón descompensado, por sus venas atrofiadas, por su piel picada de viruela... que el sentimiento de carga no la dejaba levantar cabeza. Estaba segura de que en adelante gozaría de mejor salud. ¡Claro que sí! Sus amos dispondrían de más recursos y le comprarían los remedios que tantas veces le habían tenido que negar.
    También a Belsa se le había quitado un gran peso del corazón: una letra menos al mes es para los pobres como una rebaja en la condena para los presos.
    La clara mañana pareció tamizar todas las angustias de Belsa y se dijo para sus adentros que no tenía razones para verlo todo tan negro, allí estaba su furgoneta, su trabajo, y el día era realmente espléndido. A través de las ventanillas vio los artículos almacenados haciéndole guiños de complicidad: joyas de fantasía, juguetes, artesanías...
    Tres años llevaba soñando con aquel vasto y variado surtido. Su puesto en el rastro de la ciudad sería por fin uno de los mejores. No en balde se habían gastado en aquella mercancía los ahorros de tres años, ahorros conseguidos a golpe de privaciones, de cazar rebajas, de aplazar letras aunque devengaran intereses, pues, para comprar a buen precio, era preciso comprar por junto, para vender más, era necesario tener para elegir, y para vivir con cierta decencia, había que vender muchas baratijas de veinte duros.
    Unos días antes se habían desplazado a Madrid para hacer la inversión, aquella inversión que los sacaría de apuros. El mercado allí era más amplio y la competencia en
 los precios favoreció sus intereses. Claro que había valido la pena el viaje, aunque lo que no va en lágrimas, va en suspiros. El último billete lo necesitó la furgoneta. Para una vez que no le dio un telele, alguien le birló la rueda de repuesto, y, por si las moscas, fue sustituida por otra que ya tenía unos kilómetros de sobra. No era el zapato ideal, ya lo sabían, pero el billete no alcanzó para uno nuevo.
    Habían puesto la denuncia, pero para perder el tiempo: las agresiones a los extranjeros perdían gravedad en las ventanillas oficiales.
     Extranjeros... Ellos eran extranjeros. ¡Maldita palabra! Si Dios había creado una tierra para todos los hombres, ¿por qué éstos alzaban fronteras, y tras ellas, marginaban a unos, privilegiaban a otros, según los intereses de los más fuertes económicamente?
    Se rebelaba ante tantos intereses creados, ante tantas injusticias legalizadas, ante tantos problemas evitables, porque ella sabía mejor que nadie las cuotas en lágrimas que muchos seres humanos tenían que pagar por ellos.
    Su pasaporte decía que ella y los suyos eran argentinos. Argentinos... ¡Qué lejos y qué cerca quedaba su país! Raro era el día que su pensamiento no desplegaba las alas para cruzar el mar. Visitaba a su madre, enferma de cáncer en un hospital de mala muerte; a su padre, pensionista que tenía que trabajar en lo que salía para poder comer todos los días del mes; a sus hermanos, haciendo piruetas para pagar a plazos los zapatos de sus sobrinos; a sus amigos, los que no tuvieron valor para sacar sus raíces de la tierra que los vio nacer...
    Ellos, aunque con pena, se animaron. En España los recibirían con los brazos abiertos, tanto en el pueblo como en la tribuna oficial. Era un país libre. Sus ideas serían respetadas, entre otras razones porque su política era la de ganarse el pan con el sudor de la frente, su meta la de salir de la miseria y su ideal el de vivir en paz. Era un país con recursos, ávido de modernizarse, harían falta mil manos para construir mil cosas, y en caso de apuro, habría mil servicios de ayudas oficiales con las puertas abiertas de par en par. Era un país cívico, solidario. Si los europeos no eran extranjeros en él, ¿cómo iban a serlo ellos siendo argentinos? Sus leyes eran tan avanzadas que todos los ciudadanos con residencia legal tendrían los mismos deberes y los mismos derechos, y ellos no iban a venir ni camuflados ni ocultando nada, si acaso huyendo del hambre y de los malos vientos que cercenaban su país; además, hablaban el mismo idioma, y éste era el mejor báculo para abrirse paso en un país extranjero.
    Con fe en el futuro, sin miedo a lo desconocido, embarcaron con lo puesto una mañana de agosto, volverían a empezar partiendo de cero. ¿Que era difícil? ¡Naturalmente! Pero su abuelo, español, murió diciendo que nadie era profeta en su tierra, quizá, porque siendo joven, tuvo que dejar España e irse a Argentina para subsistir.
    Así era la historia, así la hacían los hombres: aquel día, al cabo de tantos años, ellos, sus nietos, hacían lo mismo, por las mismas razones, pero al revés, y triunfarían, se lo decía el corazón, como triunfó su abuelo, entre otras cosas porque no venían a un país tan ajeno ni pretendían hallar en él la gallina de los huevos de oro, sólo aspiraban, querían labrarle a sus hijas un mañana más halagüeño en un país libre, próspero y en paz.
     Para conseguirlo trabajarían como leones de día y de noche y en lo que hiciera falta. Entre tantos sueños por realizar, ya contaban con uno que por sí solo era un éxito: nadie los discriminaría oficialmente por ser extranjeros.
    Pero las rosas de sus ilusiones se marchitaron con las espinas de la realidad. Nadie les puso trabas para vivir en España. ¡Faltaría más! Pero una cosa es residir y otra subsistir. Solicitaron un piso de protección oficial, pero no tenían derecho a él: eran extranjeros; solicitaron trabajo adjuntando sus títulos respectivos, pero éstos no eran válidos para nada: eran títulos extranjeros; solicitaron un crédito bancario, pero ningún banco cursó la solicitud: eran extranjeros; solicitaron varias prestaciones sociales para empezar, pero no tenían derecho a ellas: eran extranjeros. ¡Maldita palabra! Desistieron de dar vueltas por los despachos enmoquetados de los centros oficiales; estaba muy claro que en España, los extranjeros, sólo tenían derecho a residir. Pero ¿y lo demás…? Lo demás tuvo que empezar a resolverlo quien lo resuelve siempre: el pueblo llano, el que vive con lo justo, alguien que les alquiló un piso y se comprometió a no cobrar el alquiler hasta el tercer mes.
     El tiempo volaba y en un abrir y cerrar de ojos llegaría el día fijado para saldar las mensualidades; además, sus estómagos exigían el pan de cada día, y al hambre, como mucho, se la podía engañar unas horas. Era muy urgente pues encontrar un empleo, y tenían que encontrarlo aunque fuera debajo de las piedras. La total ausencia de oportunidades les evitó el dilema de elegir profesiones. Enrollaron sus diplomas, de enfermera y de arquitecto respectivamente, y, por obra y gracia del "esto son lentejas..." se diplomaron en vendedores ambulantes, en lo que se diplomaban todos los extranjeros.
     —Tampoco tendremos que pagar impuestos", logicó Lope. Pero ¡qué sorpresa!, para eso no eran extranjeros.
    Belsa se apeó de las nubes donde la habían subido sus recuerdos. Aquella mañana ni debía ni quería ponerse triste. En la calle esperaba su furgoneta, estaba llena hasta los topes, lucía el sol y los días buenos el rastro de la ciudad era un hervidero de gente. Ya sólo era cuestión de vender, comprar, volver a vender... y con el tiempo serían lo que se sentían a pesar de todo: españoles. Entonces sus vidas cambiarían el mandil por el vestido. Ellos podrían aspirar a ejercer sus profesiones con todas las de la ley, sus hijas no sufrirían jamás aquellos problemas burocráticos que a ellos les acosaban, hasta podrían ir todos de vacaciones a su Argentina del alma, y cómo no, tendrían un pisito en propiedad. De momento ya le había tocado el gordo con tener la furgoneta pagada y llena de mercancía. ¿Qué más podía desear que empezar a liquidar las deudas pendientes y comprar algún mueble que hacía falta...? Si acaso cambiarle a la furgoneta el motor y las ruedas, que era de lo que más se quejaba. Pintarla... la pintarían ellos mismos y tendrían tienda ambulante hasta que cambiaran de oficio.
    Hilvanando estos proyectos entró en casa sin cerrar el balcón. Su voz se vertió a chorros por las alcobas de los suyos.
     —¡Raúla, Miguela, arriba, por favor, arriba! ¿No me oís? Tirad las mantas, no hagáis caso a la pereza; hace un día de primavera y tenemos que aprovecharlo. ¡Vamos, vamos! Y tú, Lope, ¿no has oído que el reloj de los vecinos dio las siete hace mil horas? ¡Vamos, por Dios, vamos, que estar hoy un minuto en la cama es tirar a la basura una pepita de oro!, -relataba abriendo las puertas, y súbitamente se despertaron.
     Los rayos de sol que entraban por el balcón, aquellos rayos que iluminaban el salón, el pasillo, las habitaciones... iluminaron también sus empañadas esperanzas. Sin abrir los ojos siquiera, como ratones con el gato a los talones, los tres se tiraron de la cama. Hasta las pequeñas sabían lo importante que era para el negocio, para la familia, una mañana de domingo soleada. Mil veces se lo oían decir a los vendedores del rastro cuando iban a vender con sus padres: "Día de sol, día de clientes". Y lo mejor era llegar de los primeros. También lo decían los “rastreros”, como los llamaban en su argot: "El que primero llega, hace la feria".
    Padre e hijas hicieron las camas y recogieron los pijamas. En la cocina se chocaban las tazas y silbaba la cafetera mientras Belsa preparaba los desayunos. Unos minutos después se instalaron los cuatro en la mesa de formica. Entre sorbos de café, rebanadas de pan y porciones de mantequilla, cada cual se asignó los objetos más vendibles con el afán de ser el que más caja hiciera: Raúla vendería los collares de perlas mentirosas y los pendientes que presumían en balde de esmeraldas, de turquesas, de diamantes... a Miguela le daba mucha pena, pero vendería todos los osos de peluche, a Lope le barrerían de las manos las herramientas que iba a poner a la venta por vez primera. Belsa vendería medias, espejos, pañuelos, jabones, agujas, gafas, horquillas... y lo que hiciera falta con tal de transformar la mercancía en billetes de banco para reciclarlos de nuevo en materia prima.
    De repente un grito de auxilio se mezcló con el café tras colarse por el balcón: "¡Fuego, fuego!" Y las cuatro tazas quedaron a medias. Padre e hijas descendieron las escaleras de tres pisos con alas en los pies. A ninguno se le ocurrió asomarse antes al balcón. Ella, más previsora, llenó dos cubos de agua; alguna vivienda estaría ardiendo y a buen seguro que toda agua era poca. Cogió los cubos y dejó la puerta abierta: a lo mejor tenía que subir a llenarlos de nuevo y no era cosa de esperar a que la llave le diera permiso para entrar. Salió del portal. Alguien le arrebató los cubos de las manos. Quien fuera, masculló unas palabras sí, pero ella no entendió absolutamente nada; las imágenes que acribillaron sus ojos troncharon sus pensamientos, su voz, sus piernas... y cayó sobre la acera como una hoja cuando el viento la arranca de su tallo. Allí estaban sus hijas, lloraban como Magdalenas, pero nadie se ocupaba de ser para ellas paño de Verónica; todos se peleaban por derramar cubos de agua sobre unas llamas que pugnaban por devorar su furgoneta. Y entre las volutas de humo leía Lope la matrícula de un coche que alguien le indicaba tratando de identificar al malnacido que huía después de rociar su vehículo con gasolina y prenderle una cerilla.
    Volvió a la realidad entre los brazos de su sillón de eskai, frente a una taza de tila humeante de horrores: su bazar era un amasijo de hierros retorcidos. Lope colaboraba con la Guardia Civil para conseguir saber que el agresor era un compañero del rastro. El muy canalla se había vengado de la furgoneta porque un mes antes su coche chocó con ella estando bien aparcada y ellos se negaron a responsabilizarse del bollo del suyo. Pero la gestión no servía para nada, se trataba de un "enfermo" e "insolvente" que, a pesar de su "enfermedad" e "insolvencia", había huido a Portugal, para no poder ser detenido; además, las víctimas, ellos, eran extranjeros.
    En los ojos de Raúla y de Miguela bailaba una triste alegría: por primera vez en tres años, sus padres se quedarían todo el día en casa, con ellas. Belsa volcó el monedero en la mesa camilla: 218, 428, 608, 888. Ni siquiera tenían un billete de mil. ¿Sería posible que en un país que presumía en la televisión de solidario y de servicios sociales, unos ciudadanos que pagaban impuestos, por ser extranjeros, tuvieran que volver a empezar con aquellas 888 pesetas en calderilla...?
    En la mañana del lunes llegó la trabajadora social del municipio. Era una visita de trabajo. Para eso ganaba un sueldo y a buen seguro que, para pagárselo, de su bolsillo salía algún duro que otro.
     —Haré un informe de la situación y a ver si con el tiempo les consigo una ayuda, un dinero a fondo perdido, pero... dijo encendiendo un cigarro, con esa tranquilidad que da el verse lejos del difícil lugar que se descubre.
     Belsa entendió al vuelo. La burocracia era lenta y el hambre rápida; la Seguridad Social reclamaría las cuotas sin perdonar intereses; el dueño del piso querría cobrar el alquiler y él sí tenía derecho a ponerlos de patitas en la calle por falta de pago; los municipales exigían el impuesto de venta en los rastros por adelantado. Precisamente aquel mes tenían que pagar el permiso para vender los jueves en el rastro de... que cobraban con seis meses de adelanto. Y leyó en el rostro de ella que en el ayuntamiento ya estaban todos los cuartos presupuestados para subvencionar las próximas fiestas de primavera. Era absurdo, pues, sentarse a esperar remedios oficiales, un baile "gratis" daba más votos que ayudar a una familia extranjera sin derecho a votar.
    La luz se encendió por la tarde y alumbraba desde el candil de siempre: del pueblo llano, de quien si se desprende de mil duros anda tres meses a remolque. Los vecinos subieron con bolsas de comida, los compañeros del rastro llegaron con parte de su mercancía, el cura hizo una colecta en la parroquia, alguien les prestó una furgoneta… cada cual puso lo que pudo y algunos lo que no podían. Belsa y Lope se sentían incómodos ante aquellos socorros, pero era el único camino que tenían para volver a empezar, y lo peor era que a sus salvadores sólo podían darles las gracias.
      Al día siguiente volvieron las borrascas. ¡Las muy..! Simplemente habían hecho un alto en el camino para favorecer al autor de su ruina.
    Raúla y Miguela volvieron a quedarse solas, de amitas de casa. Sus padres se fueron temprano a la ciudad. Belsa llegó al rastro. Era la única vendedora. Sobre una mesa portátil extendió un pañuelo verde y en él fue ordenando con gracia y esperanza la ristra de objetos reunidos. La mitad de un paraguas color helado de fresa defendía a duras penas su cabeza de la lluvia, la otra mitad tenía que servir de porche a su frágil e improvisado tenderete. El barrendero, sin pararse, la saludó extrañado.
     —Mal día escogió, señora, mal día. A lo mejor le trae más cuenta recoger los bártulos y largarse a casa.
     A lo mejor... pero ella necesitaba recaudar urgentemente diez mil pesetas, las
que pagadas a tocateja exigía una grúa para enterrar el cadáver calcinado de su furgoneta. Lope, en un almacén, convirtiendo los donativos en baratijas vendibles, montaba en cólera.
    “¡No puede ser, no puede ser! Me dejan sin herramienta de trabajo y además de aguantarme tengo que pagar. ¡Hijos de..! ¡Basta ya de atropellos, basta ya de humillaciones! Que la quite el ayuntamiento si le estorba para las verbenas, que a mí.."
     Pero los dos sabían que los niños de la urbanización buscarían tesoros entre los hierros calcinados, y sus escaldados corazones les metían prisa en retirarlos; si alguno sufría un accidente, les exigirían responsabilidades, porque, para los deberes, nadie corría el tupido velo que tapaba los derechos de los extranjeros.

    María Jesús Sánchez Oliva.

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