¡Hola! A punto de arrancarle al calendario la hoja de junio
me dispongo a dejaros el primer capítulo de Bella Luna. Feliz lectura.
I MIMBRES BLANCAS
Mimbres Blancas era un pueblo separado de la ciudad por cinco leguas de
carretera por un lado y por tres de vericuetos por otro. Los lugareños solían
trasladarse del pueblo a la ciudad en caballerías y por la carretera para que
los animales no se fatigaran. Los vericuetos eran tan complicados que solamente
eran bien conocidos y utilizados sin dificultad por los mimbreros, que eran los
más viajeros del lugar, los que con más frecuencia se desplazaban a la ciudad.
Una buena razón había para que este pueblo se llamara Mimbres Blancas:
las orillas del río que lo acompañaba por el norte estaban custodiadas por
grandes hileras de unos árboles que con orgullo llamaban mimbreras pues sus
mimbres servían para hacer objetos muy útiles.
El río y las mimbreras nunca fueron amigos. Siempre fueron vecinos pero
jamás se cruzaron ni un saludo de amistad. Unos ruidos espantosos rompían a
menudo el silencio de las noches. Los habitantes del lugar pensaban para sus
adentros: “Es el viento que sopla furioso entre las ramillas de las mimbreras y
el agua que forma grandes remolinos de espuma y los estrella contra las peñas”.
Estaban en un gran error. Eran las voces y los golpes de las mimbreras y del
río que se enzarzaban en una acalorada pelea. La riña siempre se entablaba por
el mismo motivo y las broncas aumentaban considerablemente en los veranos pues
el sol besaba las aguas con labios de fuego y el río se agobiaba de calor.
Cuando el río creía asfixiarse suplicaba a las mimbreras las sombras de sus
ramillas. Las mimbreras tenían muy buenos deseos pero les resultaba imposible
complacer al río: eran árboles de ramas muy largas pero tan delgadas que el sol
no tenía problema para colarse por sus intersticios. Las hojas que brotaban en
sus yemas eran tan estrechas que Ni siquiera servían de sombrero para las
cabecitas de los pájaros que como el río anhelaban sombras en aquellos días en
los que el sol lanzaba dardos de fuego
sobre sus frágiles cuerpos. Las mimbreras ponían de ejemplo a los pájaros para
que el río aprendiera de ellos:
—¿No ves con qué amor nos entienden los pájaros y se van volando sin
prepararnos un escándalo?
Pero el río era muy cabezón y no veía más lejos de sus narices.
—Es que esos bribones tienen más suerte que yo y tienen alas que les
permiten irse en busca de árboles mejores que vosotras.
Entonces las mimbreras se esforzaban por darle algo de sombra pero era
inútil toda su voluntad: sus ramillas eran tan flexibles que, por más que lo
intentaban, no lograban erguirse y juntarse de tal suerte que sus hojas
pendieran en racimos. Para colmo de
trabas, estaban a menudo húmedas, reumáticas, lacias, y todo por culpa de las
aguas que en invierno las empapaban un día sí y al otro también. Las mimbreras
intentaban que el río viera las cosas tal como eran y siempre por las buenas.
—¿No ves que por culpa de tus aguas tenemos enfermas las ramas?
Pero el río era más terco que una mula tuerta.
—Mis aguas no pueden estancarse en el lecho que las recibe, tienen que
correr para regar los huertos. Vosotras sois las culpables por ser tan débiles.
¿Por qué no os dedicáis a crecer y a engordar para defenderos en lugar de
poneros a llorar a moco tendido?
Tan acosadas estaban las mimbreras por el río que cada vez que se
iniciaba una pelea temblaban desde el tronco hasta la copa. El broche final de
cada pelea era una inquietante amenaza del río a las mimbreras:
—Me tenéis tan harto que cualquier invierno de éstos me lío la manta a
la cabeza y le pido a todas las nubes que me presten sus aguas. Entonces podré
reventar y sepultaros en el vientre de la tierra. Así, vuestros
amos, no tendrán más remedio que plantar otros árboles más robustos y
frondosos.
Tanto se atemorizaban las mimbreras ante semejante amenaza que ni
siquiera se atrevían a llorar por temor a que sus lágrimas contribuyeran al
crecimiento de las aguas. Menos mal que al llegar el invierno el río se
olvidaba por completo de los sofocos que por el calor pasaba en el verano y las
mimbreras, aunque sufriendo, seguían vivitas y coleando.
La verdad era que las mimbreras se pasaban el año llorando porque se
creían arbustos muy desgraciados, tan desgraciados que a esta desgracia se
sumaba la crueldad de los hombres, sus amos que, en cuanto lograban
recuperarse, se ensañaban con ellas. Estos tenían el HÁBITO de podarlas para
igualarles las mimbres y, una vez perfectas y sanas, se las cortaban. ¡Qué
tristes eran aquellos amaneceres DE LA PODA! Los amos llegaban muy temprano
hasta las márgenes del río provistos de tijeras muy grandes y recién afiladas.
Sin demora y sin piedad comenzaban a cortarles todas las mimbres de raíz. Sus
copas se ponían rojas como ababoles al verse desnudas. Todo su tronco tiritaba
de frío al quedarse sin abrigo. Hasta las raíces les dolían acerbamente porque
eran enormes las heridas que les producían aquellas mutilaciones. Intentaban
sonreír para que el río no se alegrara de su desgracia, pero al ver lo que sus
amos hacían después con sus mimbres, tenían que llorar a lágrima viva. Empezaban por amontonarlas a sus pies y una tras otra les
quitaban las hojas y las descortezaban con una herramienta que llamaban pelador
hasta dejarlas en carnes vivas, luego
formaban con ellas pequeñas gavillas y las extendían cara al sol cuando éste
era capaz de achicharrar a los pájaros y durante dos días pasaban más horas solas
que acompañadas. Las mimbreras no podían evitar de sus copas negros
pensamientos. “No hay vida más perra que la nuestra. ¡Qué malvada es la
estrella que nos guía por este mundo de diablos! Cuando están vivas nuestras
mimbres, son las aguas las que envenenan su sangre y las paralizan; cuando ya
están muertas, el sol se la bebe para matar su sed. Todos nos tienen la guerra
declarada mientras que nosotras, con
paciencia, perdonamos y, para colmo, el río nos amenaza con ahogarnos y
enterrarnos para siempre”. Por más vueltas que las mimbreras les daban a sus
copas no eran capaces de comprender a sus amos, unas veces las mimaban mucho y
otras las martirizaban despiadadamente. No entendían cómo no perdían el juicio
de tanto pensar y los ojos de tanto llorar. Y luego pasaba una cosa que las
dejaba con el alma en vilo: cuando las mimbres estaban secas, sin una gota de
sabia, los amos las ordenaban en manojos del mismo tamaño, los cargaban en carros y sin darles cuenta de lo que era su
fruto, su alegría, su razón de vivir, se alejaban con ellos tan orgullosos que
todos se jactaban de llevar los mejores y algunos hasta se peleaban verbalmente
para hacer valer su opinión. Las heridas de sus troncos se iban cicatrizando
con el paso del tiempo gracias al dulce bálsamo del viento, pero las de sus
corazones seguían sangrando. ¡Pobres mimbreras! Estaban condenadas a sufrir de
por vida y todo por ignorar que sus mimbres eran el pan de muchas familias de
Mimbres Blancas.
Los mimbreros, en los cobertizos de sus casas, en cuanto pasaba el
tiempo de aislamiento que los haces necesitaban para madurar, preparaban las
mimbres hasta dejarlas limpias, flexibles, finas, blancas, y sirviéndose de
pinzas, reglas, tijeras, leznas, y otras herramientas como el corquete para
puntear y una barrena con distintas mechas, las convertían en banastas,
serones, aguaderas, cuévanos: en cestos de todas las formas y tamaños, que eran
la mar de útiles para la vida diaria. Qué lástima que los pájaros nunca
contaran esto a las mimbreras porque de haber sido así habrían vivido siempre sonriendo
de dicha pues no hay alegría mayor que la de ser útil a los demás.
El nombre de Mimbres Blancas le venía pues como anillo al dedo a aquel
pueblo de gentes artesanas y humildes en el que ocurrieron cosas
extraordinarias mientras que su río y sus mimbreras se tiraban de los pelos.
María Jesús Sánchez
Oliva
Relación de
libros publicados por mi autora: María Jesús
Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte
que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su
blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
“Garipil” (1995).
Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la
cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al
servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar,
para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje
es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías”
(1999).
Reseña: Letanías
es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los
que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas
páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes
literarios.
“El rosario de
los cuentos” (2003).
Reseña: En los
primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la
época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del
Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada
misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas
edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro
obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
“Cartas de la
Radio” (2007).
Reseña: Cartas de la Radio es una colección
de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva
durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie,
víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos
llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la
Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
Reseña: Son doce
cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán
leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que
los cuentos.
“Los días
perdidos” (2018).
Reseña: En esta
novela se narra la historia de Ara, una mujer que de forma inesperada tiene que
enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la lleva a recluirse en su
ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al salir de casa una mañana,
la avería del ascensor la obliga a bajar andando todas las plantas del
edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que le cuenta su historia.
Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por distintas razones, han
perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se encuentra con Daniel,
el único vecino del edificio que también ha perdido muchos días inútilmente, y
de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno más. Primer “Premio
Tiflos” 2013.
Para más
información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, solo
tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:
garipil94@oliva04.e.telefonica.net
Estaré encantado
de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo número.
Garipil.