jueves, 30 de enero de 2014

Portada

Queridos lectores: Acaba de salir el número 20 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

    Contenidos

    La Vitrina: 2014 ha sido nombrado Año de Platero. Nos visita pues Juan Ramón Jiménez. Y al final como de costumbre, mi sugerencia literaria para febrero, el libro que tanto gusta a los niños como a los mayores.
    Mesa camilla: Nuestros políticos quieren ser escritores. ¿Por qué será? Tras conocer mis reflexiones, saca tus conclusiones.
    Cajón de Sastre: ¿Creías que una visita a la ciudad de Cáceres no valía la pena? Pues toma nota de los palacios, iglesias, plazas y demás maravillas que te vas a encontrar si te animas a visitarla.
    El Álbum de la Lengua: Cambios en los nombres propios compuestos.
    La Butaca: La noticia que este mes nos envía una de las corresponsales de 30 días, no es una noticia, es un milagro.
    Carta a… Mariano Rajoy.
    Cosas de Garipil: Garipil hoy está enfadado, no le gustan las cosas que ve a su alrededor, pero así y todo nos ofrece otro de los relatos de su autora.

    Si has visitado alguna de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.

    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.

La Vitrina

Corríaa el 23 de diciembre de 1881. El matrimonio formado por Víctor Jiménez y Purificación Mantecón vivía en la casa número 2 de la calle de la Ribera de Moguer (Huelva). El esposo se dedicaba al comercio de vinos con tal éxito que vivían bien económicamente.  Aquel día y en aquella casa tuvieron un hijo al que pusieron de nombre Juan Ramón, pero tendrían que pasar los años para saber que aquel hijo iba a ser uno de los más grandes poetas españoles: nuestro Juan Ramón Jiménez, nuestro Premio Nobel de Literatura, el padre de Platero.

        ¿Me acompañas a recordar su vida?

     En 1887 sus padres se trasladan a una antigua casa de la calle Nueva y aprende primaria y elemental en el colegio de Primera y Segunda Enseñanza de San José. En 1891 aprueba con calificaciones de sobresaliente el examen de Primera Enseñanza en el Instituto "La Rábida" de Huelva. En 1893 estudia Bachillerato en el colegio de San Luis Gonzaga del Puerto de Santa María, y obtiene el título de Bachiller en Artes. Se traslada a Sevilla, en 1896, para ser pintor, creyendo que esa es su vocación. Allí frecuenta la biblioteca del Ateneo sevillano. Escribe sus primeros trabajos en prosa y verso. Empieza a colaborar en periódicos y revistas de Sevilla y Huelva. Comenzó la carrera de Derecho impuesta por su padre en la Universidad de Sevilla, aunque la abandona en 1899. En 1900 se trasladó a Madrid y publicó sus dos primeros libros de textos: Ninfeas y Almas de violeta. La muerte de su padre en este mismo año y la ruina familiar, confirmada cuando él y su familia perdieron todo su patrimonio embargado al fallar el Tribunal Supremo a favor del Banco de Bilbao, le causaron una honda preocupación, vivida intensamente a causa de su carácter hiperestésico, y en 1901 será ingresado con depresión en un sanatorio en Burdeos, regresando a Madrid, posteriormente, al Sanatorio del Rosario. Su primer amor fue la idealizada Blanca Hernández Pinzón, la "novia blanca" de sus versos, pero pronto el poeta se convertirá en todo un donjuán; los 104 poemas de sus Libros de amor (1911-1912) consignan aventuras con mujeres solteras, casadas, con una norteamericana madre de una hija, con la esposa del psiquiatra que atendió su depresión tras la muerte de su padre "y sí, hasta monjas", como proclama su editor en 2007, José Antonio Expósito. En 1902 publica Arias tristes e interviene en la fundación de la revista literaria Helios. También abandona el Sanatorio del Rosario y se traslada al domicilio particular del doctor Luis Simarro. Ya en 1904 publica Jardines lejanos. En 1905 regresa a su pueblo natal a causa de los problemas económicos por los que atravesaba su familia, residiendo en la casa de la calle Aceña. Este periodo coincide con la etapa de mayor producción literaria, entre los que figuran, en la Segunda Antolojía Poética (terminada de imprimir en 1922), los libros en verso: Pastorales (1903-1905); Olvidanzas (1906-1907); Baladas de primavera (1907); Elejías (1907-1908); La soledad sonora (1908); Poemas májicos y dolientes (1909); Arte menor (1909); Poemas agrestes (1910-1911); Laberinto (1910-1911); Melancolía (1910-1911); Poemas impersonales (1911); Libros de amor (1911-1912); Domingos (Apartamiento: 1) (1911-1912); El corazón en la mano (Apartamiento: 2) (1911-1912); Bonanza (Apartamiento: y 3) (1911-1912); La frente pensativa (1911-1912); Pureza (1912); El silencio de oro (1911 -1913) e Idilios [4] (1912-1913), todos escritos durante su estancia en la casa. Por fin conoce a Zenobia Camprubí Aymar en 1913 y se enamora profundamente, aunque el noviazgo fue difícil. En 1914 es nombrado director de las Ediciones de la Residencia de Estudiantes por su amigo Jiménez Fraud y traduce para esta editorial la Vida de Beethoven de Romain Rolland. Hizo varios viajes a Francia y luego a Estados Unidos, donde en 1916 se casó con Zenobia. Este hecho y el redescubrimiento del mar será decisivo en su obra, escribiendo Diario de un poeta recién casado. Esta obra marca la frontera entre su etapa sensitiva y la intelectual. Desde este momento crea una poesía pura con una lírica muy intelectual. Asimismo, inicia con ayuda de su esposa el largo proceso de traducir 22 obras del poeta y Nobel indio Rabindranath Tagore. En 1918 encabeza movimientos de renovación poética, logrando una gran influencia en la Generación del 27. Del año 1921 al 1927 publica en revistas parte de su obra en prosa, y de 1925 a 1935 publica sus Cuadernos, donde se encuentran la mayoría de sus escritos. En 1930 le es presentada en un concierto la escultora y escritora Margarita Gil Roësset, amiga de Zenobia, que queda enamorada del poeta; este la rechaza y tras dos años de intentos desesperados de lograr su amor, se suicida en 1932; el hecho impresionó a Juan Ramón, quien le dedica una semblanza en sus Españoles de tres mundos. A partir de 1931, la esposa del poeta sufrirá los primeros síntomas de un cáncer que acabará con su vida. Viven en Madrid, en el número 38 de la calle de Padilla. En 1936, año que marca en su obra el paso de la etapa intelectual a la etapa suficiente o verdadera, estalla la Guerra Civil Española y apoya decididamente a la República. Acoge en su casa a varios huérfanos de la guerra a los que alimenta, instruye y viste. En 1937 se traslada a Cuba para dar tres conferencias. En 1938 su sobrino Juan Ramón Jiménez Bayo perece en el frente de Teruel, lo que dejó a Juan Ramón absolutamente destrozado. Según Zenobia, «El dolor dejó a Juan Ramón absolutamente estéril por casi año y medio». En 1939 las hordas de los sublevados saquean el piso de la pareja en la calle Padilla de Madrid y roban los libros, manuscritos y pertenencias del poeta y de su mujer. Entre 1939 y 1942 se establecen en Miami, Florida, donde compone los Romances de Coral Gables. En 1940 es hospitalizado unos meses en el Hospital universitario de Miami por depresión, de la cual sale con los proyectos de dos ambiciosos poemas: Espacio y Tiempo; solo llegará a concluir el primero, culmen de la lírica española del siglo XX. En 1942 se trasladan a Washington y entre 1944 y 1946 Zenobia y Juan Ramón son contratados para dar clases como profesores en la Universidad de Maryland. En 1946 el poeta permanece hospitalizado otros ocho meses a causa de un nuevo episodio depresivo. En 1947 compran una casa en Riverdale cerca de una clínica y entre agosto y noviembre de 1948 viajan a Argentina y Uruguay por mar, siendo apoteósicamente recibidos; Juan Ramón lee en ambos países varias conferencias. En 1950 la pareja vuelve a Puerto Rico para dar clases en Recinto de Río Piedras, sede de la Universidad de Puerto Rico. En 1956 la Academia Sueca le otorga el Premio Nobel de Literatura por su obra Platero y Yo. Tres días después, muere su esposa en San Juan. Él jamás se recuperará de esta pérdida y permanece en Puerto Rico mientras que Jaime Benítez, rector del Recinto de Río Piedras, acepta el premio en su nombre. Juan Ramón Jiménez fallece dos años más tarde, en la misma clínica en la que falleció su esposa. Sus restos fueron trasladados a España.

    Pese a la gran importancia de sus obras, puede afirmarse que todas quedaron veladas por Platero y Yo, pieza clave para ser galardonado con el Nobel de Literatura.
     La primera edición de Platero y Yo se publicó en 1914 (Ediciones de la lectura), y en 1917 se publicó la edición completa, compuesta por 138 capítulos (Editorial Calleja, Madrid).
     Quedaba claro que Platero era un libro para adultos, aunque por su sencillez y transparencia valía también para niños. Algunos capítulos encerraban una cierta crítica social, revelando una dimensión del autor que muchos tardaron en advertir, sin duda porque contaba con los elementos necesarios para adecuarse al gusto y a la imaginación de los más pequeños. El propio Juan Ramón, en un «prologuillo» a la edición aclaraba: «Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren».
     El poeta tenía la intención de ampliar el texto hasta los 190 capítulos; de hecho, existen tres adicionales, escritos en la década de 1920. Juan Ramón planeó también una segunda parte, denominada Otra vida de Platero, de la que incluso esbozó algunos títulos. Un proyecto que, como el de publicar Platero y Yo en cuadernos sueltos, no llegaría nunca a ver la luz.
     De aquella primera publicación se cumplen ahora 100 años. Para celebrar el aniversario, el Ayuntamiento de Moguer, ha decidido nombrar al 2014 “Año de Platero”, y serán muchos los actos culturales que se organicen para honrar la memoria de tan ilustre hijo. Es el año ideal para visitar su pueblo, su casa natal y leer todos sus poemarios, pero como esto no estará al alcance de todos, vamos a releer, porque dudo que alguien no lo haya leído, Platero y Yo, es mi recomendación literaria de este mes, y como de reseña, te dejo con el primer párrafo:  

    Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Mesa camilla

Para ser escritor, además de dominar las técnicas de la escritura, se necesita tener mucha sensibilidad, dotes de observación, buena voluntad y sobre todo la suficiente capacidad para meterte en la piel de los demás y contar con acierto sus zozobras, sus circunstancias, sus experiencias. Ser escritor es ser la voz de los demás, y para poder hablar por ellos, antes hay que saber escucharlos. Los escritores de verdad escriben para denunciar conductas injustas, para despertar conciencias, para esclarecer ideas, para impulsar el pensamiento crítico, para fomentar la capacidad de análisis, de coherencia, de equilibrio, con la pretensión de contribuir a hacer un mundo mejor para todos.
    Es evidente que estas cualidades, estas inquietudes y estas aspiraciones están muy lejos de la clase política. Y sin embargo, a los nuestros, en los últimos años les ha dado por escribir libros en cuanto tienen que dejar el cargo cuando no antes. En esta nómina de nuevos escritores podemos encontrar nombres de presidentes de gobierno, presidentes autonómicos, alcaldesas, ministras… y lo mismo los hay de un partido que de otro. Ante esta proliferación de escritores nacidos de la política cabe preguntarnos a qué obedece tanta repentina pasión por escribir.  
    Para empezar a reflexionar, es difícil que tengan tiempo de escribir libros, viven muy ocupados en buscar vergonzosas fórmulas para crear crisis económicas, destruir puestos de trabajo, fabricar pobres, limitar el acceso a la cultura y a otros derechos fundamentales y tejer mentiras para hacer ciudadanos tan manejables que hasta les ayuden a ganar elecciones que les permitan seguir en sus cargos o volver a ellos. Lo más seguro es que alguien se los escriba y ellos firmen. Y después, ¿qué pretenden al publicarlos?
      Arreglar el mundo, desde luego que no. Quien utiliza un cargo para descomponerlo, no puede intentar arreglarlo con unas líneas, entre otras razones porque sería admitir sus errores por no llamarlos maldades, y los políticos están convencidos de que no se equivocan nunca, y si se equivocan, les da igual, el pueblo es suyo y debe rendirse a su voluntad.
     Contar sus chanchullos con nuestros impuestos, sus tejemanejes con banqueros, constructores y grandes empresarios, sus abusos de poder, está claro que tampoco. Si no se los cuentan a los jueces, ¿cómo van a contarlos en un libro?
     Ganar dinero, es posible, las ansias de dinero de los políticos no tiene límites. No solo utilizan el cargo para cogerlo, también para no soltarlo, y hacen lo que sea con tal de asegurarse el futuro para ellos y para sus herederos. Seguramente este oficio no les resulte muy rentable. Pese a que sus libros se anuncien en los medios de comunicación a bombo y platillo y figuren en el lugar más visible de las librerías de las grandes superficies, salvo sus beneficiados para cumplir, lo normal es que nadie los compre, entre otras cosas que sobra comentar porque sus precios no están al alcance de los ciudadanos que para enriquecerse han arruinado.
    Lo más seguro es que pretendan lavar su imagen para pasar a la historia como seres dignos, valiosos, IMPORTANTES para la sociedad.
    Pretendan lo que pretendan, lo único que dejan claro es que de escritores no tienen nada, y las letras les estarían más agradecidas si en lugar de dedicarse a escribir para los demás, se dedicaran a leer lo que los demás escriben de ellos. A lo mejor hasta conseguían hacer méritos para ser recordados como buenos gobernantes.

Cajón de Sastre

Visitar la ciudad de Cáceres es uno de los regalos que no debes dejar de hacerte. En esta ciudad extremeña, además de encontrarte con la mejor gente del mundo, podrás comer como en pocos sitios, hacer compras, pasear, divertirte... Pero antes de estas cosas que pueden hacerse en cualquier ciudad española, tomemos el primer café de la mañana en la Plaza Mayor y por el Arco de la Estrella vamos a visitar el casco histórico, o parte antigua, que llaman los cacereños. Nos esperan los siguientes monumentos:     

    Monumentos religiosos.

    Los principales monumentos religiosos del casco histórico son:

 Concatedral de Santa María de Cáceres,
 Iglesia de San Francisco Javier,
 Iglesia de San Mateo,
 Iglesia y Convento de Santo Domingo,
 Ermita de la Paz,
 Convento de San Pablo,
 Convento de Santa Clara.

    Palacios y casas nobles.

    En el casco histórico se encuentran los siguientes palacios y casas nobles:

 Palacio Episcopal,
 Palacio de los Golfines de Abajo,
 Palacio de Carvajal,
 Palacio de las Cigüeñas,
 Palacio de las Veletas,
 Casa de los Solís o Casa del Sol,
 Palacio de los Golfines de Arriba,
 Palacio de Toledo-Moctezuma,
 Palacio del Comendador de Alcuéscar,
 Palacio de la Isla,
 Palacio de Francisco de Godoy,
 Palacio de la Generala,
 Casa de los Ovando,
 Casa de los Becerra,
 Casa de los Cáceres Ovando,
 Casa de los Sánchez Paredes,
 Casa de los Paredes Saavedra,
 Casa de Lorenzo de Ulloa,
 Casa de los Saavedra,
 Casa de Aldana,
 Casa de los Ovando Perero,
 Casa del Mono,
 Casa de Moragas,
 Casa de los Ribera,
 Casa de los Caballos,
 Casa de los Pereros.

    Arcos y puertas de entrada al casco histórico.

    Entre las puertas y los arcos de entrada al casco histórico se encuentran:

    El Arco de la Estrella,
 el Arco del Cristo,
 el Arco de Santa Ana y Puerta del Postigo,
, el Portillo de la Plaza de las Piñuelas,
 la Puerta de Mérida,
 la Puerta de Pizarro y la Puerta de Coria.

    Torres defensivas.

    En Cáceres, por orden de Isabel La Católica, fueron desmochadas todas las torres existentes en la ciudad menos la de los Cáceres-Ovando, también denominada Torre de las Cigüeñas, para reprimir la desobediencia de sus dueños (que apoyaron a Juana de Trastámara, apodada Juana la Beltraneja).

    Las principales torres defensivas son:

     Torre de Bujaco.
     Torre de los Púlpitos.
     Torre Adosada, en el lienzo este de la muralla, sobre la calle San Roque.
     Torre del Aire, en la parte noreste del lienzo de la muralla, entre las calles Obras Pías y Hornillo.
     Torre Albarrana, en la calle Hernando Pizarro.
     Torre del Aver, de la Ved o del Postigo, en la calle Postigo. Del 
siglo XII.
     Torre de Carvajal, en el palacio del mismo nombre. Es de planta redonda y desmochada. Fue edificada en el siglo XII y reformada en el siglo XVI y se encuentra situada en la calle Amargura.
     Torre de las Cigüeñas, entre la plaza de las Veletas y la calle Cuesta de la Compañía, junto al palacio del mismo nombre. Es del siglo XV.
     Torre Cotaja o de los Aljibes, situada al final del lienzo de la muralla en su parte este.
     Torre del Horno, del siglo XII, se sitúa en el centro del lienzo oeste de la muralla y puede observarse desde la plaza de las Piñuelas.
     Torre de los Espaderos, situada al final de la calle Tiendas, en la plaza del Socorro. Es de los siglos XIV-XV.
     Torre de Mérida este, situada a mitad el paño sur de la muralla, en medio de la calle Torremochada.
     Torre de Mérida oeste, situada a mitad del paño sur de la muralla, al principio de la calle Torremochada, dando protección a la ya desaparecida puerta de Mérida.
     Torre Mochada, al final de la calle del mismo nombre. Es del siglo XIII.
     Torre Ochavada, en la esquina noreste del paño de la muralla, al final de la calle Obras Pías. Es del siglo XII.
     Torre de los Pozos, en la parte sureste del lienzo de la muralla, de 30 metros de altura sobre la base en la que asienta la carretera de la ronda. Tiene una altura de 6 metros sobre la barbacana defensiva, y unas dimensiones de 5,6 por 7,2 metros. Aún se puede apreciar en su cara norte detalles ornamentales en forma de cintas y con estrellas e inscripciones cúficas en su cara oriental. A sus pies se descubrió no hace mucho una cisterna de la época medieval.
     Torre Redonda o de la Mora, mal llamada así ya que su planta es de forma octogonal. Se sitúa en el ángulo suroeste del lienzo de la muralla, entre la calle Puerta de Mérida y la avenida Padre Rosalio.
 Torre del Rey, al norte del paño de la muralla, en la Plaza del Socorro.
 Torre de Sande, en la Casa de los Saavedra, intramuros y frente a la Iglesia de San Mateo.
     Torre de Santa Ana o del postigo de Santa Ana, en el paño oeste de la antigua muralla. Se encuentra muy salida de la misma y se une a aquella por una gruesa pared que perfora un pasadizo. La mejor posición para observar esta torre es desde la Plaza de Publio Hurtado.
     Torre de la Yerba, del siglo XII, situada a mitad del paño noroeste del lienzo de la muralla. Se puede ver desde la Plaza Mayor.

    Otros lugares.

    Otros lugares del casco histórico son:

     Plaza Mayor. Es el principal punto de entrada al casco histórico. Allí se encuentra la casa consistorial del municipio, iniciada en 
1867 e inaugurada dos años después.
     Foro de los Balbos.
     Plaza de Santa María, enmarcada por la Concatedral de Santa María, el Palacio Episcopal, el Palacio de los Mayoralgo y el Palacio de Hernando de Ovando.
     Plaza de San Jorge, patrón de la ciudad.
    Plaza de San Mateo, en rededor de la Iglesia de San Mateo.
    Y por último, vamos a conocer el santuario de la Virgen de la Montaña, patrona de la ciudad, cuyo nombre lo llevan no pocas cacereñas, pero para recuperar fuerzas, vamos a hacer un descanso. Salimos de la parte antigua por la calle que nos deja en la plaza de San Juan y esta nos lleva a la entrañable calle de Pintores. Aquí podemos comer como un rey y pagar como un súbdito. Nos sentamos en una terraza de la Plaza Mayor, y mientras tomamos el café de la sobremesa, te cuento lo que nos espera en la montaña.

    La ermita de la patrona de Cáceres se encuentra en la cima de una montaña cercana que se asienta en la cercana Sierra de la Mosca. Nos separan dos kilómetros cuesta arriba y con alguna pendiente, pero tranquilos, a ritmo pausado, más que una caminata, es un paseo. Desde allí puede contemplarse la vieja ciudad de Cáceres y hacer unas fotografías preciosas. 
    No es que la Virgen de la Montaña se apareciera a unos pastorcillos como suele suceder. Hasta en esto son distintos al resto de españa. Fue un devoto anacoreta el que dotó a este lugar de sacralidad asentándose en el y levantando una sencilla capilla para la talla mariana que custodiaba. Desde el siglo XVI hasta los tiempos presentes ha crecido el fervor por su nombre y lo que representa y no tiene visos de menguar. Los cacereños no van a la montaña solo por devoción a la Virgen, van también a caminar como deporte, a comer en el restaurante que en el lugar se encuentra, a tomarse un café o a dar un paseo simplemente, y por el camino, ya lo veréis, nos encontraremos con yentes y vinientes de todas las edades y clases sociales.

    SU HISTORIA:  
 
     LA VIRGEN DE LA MONTAÑA. La imagen de la Virgen de la Montaña puede situarse entre los años 1620 a 1626. De estilo sevillano y de autor desconocido. Su altura total es de 58 centímetros. Está hecha de madera de nogal, de cuerpo entero y situada de pie sobre peñas terminadas en prismas. 
    Fue declarada Patrona Principal de la Ciudad de Cáceres, el 2 de marzo de 1906 y coronada canónicamente el 12 de octubre de 1924. 
    Su primera bajada a la ciudad desde su ermita fue el 3 de mayo de 1641 y lo hizo en rogativa por una sequía que asolaba los campos. 
    Francisco de Paniagua, un ermitaño nacido en Casas de Millán, recorría la comarca con una imagen pequeñita de la Virgen, implorando limosna, para construirle una Capilla. Entre los años 1621 y 1626, aprovechando los peñascos que había, comenzó a construir su cabaña, colocando a la Virgen en un saliente de la roca y construyendo así la primera Capilla. Un amigo suyo, D. Sancho de Figueroa, que era Cura de Santa María, pudo decir la primera Misa, el día de la fiesta de Ntra. Sra. de la Anunciación, el 25 de marzo de 1626. 

    LA COFRADÍA. Las primeras Ordenanzas de la Cofradía fueron redactadas por su fundador, D. Sancho de Figueroa, Cura de Santa María y aprobadas el día 24 de agosto de 1635 por el Obispo de Coria, Frey Roco de Campofrío. 
    Han sufrido cuantiosas modificaciones siendo la última el 11 de noviembre de 1988. 
    Hasta el momento actual ha tenido 86 Mayordomos.
     
     FIESTAS DE LA VIRGEN DE LA MONTAÑA. Las primeras ordenanzas (1635) dicen que la Fiesta de la Virgen fuera el 25 de marzo, día de la Encarnación.
     En 1784, la Sagrada Congregación de Ritos, ordenó que la Fiesta se celebrase el primer Domingo de Pascua de Resurrección.
     En 1832, el Arzobispo-Obispo de Coria, traslada la fiesta al cuarto domingo de mayo.
     En 1860, se acuerda por la cofradía celebrar la fiesta el 8 de septiembre, pero no llegó a arraigar esta fecha.
     En 1906, al ser declarada Patrona de Cáceres, se traslada su Fiesta al segundo domingo de Pascua de Resurrección.
     En 1975, la Junta Directiva traslada la Fiesta al primer domingo de mayo. 

    HISTORIA DE LA CORONA. Fue el regalo conmemorativo del pueblo de Cáceres a su Patrona en su Coronación Canónica (1924). Su artífice, el orfebre D. Félix Granda de Madrid, y costó 150.000 pesetas. 
    En la descripción de la Corona y su simbología señala que en su centro tiene cruces de rubíes (sangre), una azucena (pureza) y diamantes (fe, dulzura, fortaleza, templanza y pureza). Sobre la azucena, una paloma (Espíritu Santo) en el centro del nimbo, del que irradian siete ráfagas de luz y fuego, siete llamas matizadas de rubíes, que representan la plenitud de los dones del Espíritu Santo.
    La Corona, en su aureola, lleva grabados los nombres de las personas y fechas relacionadas con la Coronación. También hay citas bíblicas tomadas del Cantar de los Cantares.

     LOS MANTOS DE LA VIRGEN. Los más antiguos datan de 1902 y fueron donados por Dª Petra Fernández Trejo. Pero sin duda los dos mantos más importantes son el regalado por la Reina Dª Isabel II, que lució la Virgen en su ceremonia de Coronación Canónica y el adquirido, por suscripción popular, como regalo conmemorativo de las Bodas de Plata de la Coronación. 
    Como curiosidad, se conserva el manto que vestía la Virgen el 23 de julio de 1937, cuando la ciudad fue bombardeada. 

    TEMPLETE DEL SANTUARIO.-Según consta en los archivos, este pequeño “monumento” fue levantado en 1703 por artesanos de la ciudad, según las directrices de la Cofradía, y siguiendo el estilo arquitectónico de la Ermita, siendo entonces Mayordomo Don Francisco del Hierro. 
    Posteriormente, en el año 1783, fue reconstruido, por un importe de 2.375 reales de vellón, para ser demolido en 1968, seguramente para conseguir un mayor ensanche de la explanada que da entrada a la Ermita. 
    Este Templete sirvió de modelo para algunos construidos en Hispanoamérica.

    ¿Te ha gustado el paseo, verdad? Pues volveremos en más ocasiones. Quien visita esta tierra, repite.

El Álbum de la Lengua

Nombres propios compuestos

    ANTES

    Los nombres propios compuestos se escribían siempre en palabras separadas y con tilde, si la exigían las reglas de acentuación, en el primer componente, aunque este se suele pronunciar átono: José Luis, María Ángeles, Ángel María, Juan Pablo, José Ángel, José Emilio, etc.

    AHORA

    Por primera vez, en la Ortografía de 2010 se admite, aunque aún es minoritaria, la escritura de los nombres propios compuestos en una sola palabra y con la desaparición de la tilde del primer componente, si esta le correspondía como palabra autónoma. Se trata de seguir así la pauta de unir en una sola palabra aquellos compuestos cuyo primer componente es átono. Ejemplos:
Joseluís
 Mariángeles
 Joseángel
Angelmaría 
 Juampablo 
 Josemilio

    Obsérvese que al escribir en una palabra estos compuestos, se necesitan los cambios exigidos por las reglas ortográficas generales: colocar tilde en el segundo compuesto agudo acabado en -n, -s o vocal por dejar de ser monosílabo (Joseluís), convertir la n en m ante b o p (Juampablo), contraer dos vocales iguales en una, incluso aunque la segunda vocal sea tónica (Josemilio, Mariángeles), eliminar la tilde del primer componente si la llevara (Joseángel), etc.

La Butaca

Luz sufrió un accidente de tráfico hace 15 años. Tenía solo 17. Tras varios meses en coma, gracias a los médicos y a su buena estrella, volvió a la vida. Ella y su familia tuvieron que luchar mucho para vencer las secuelas que a afortunadamente son mínimas. Aunque tenía razones para darle muchas gracias a Dios, aquel día, de aquel mes, era el más negro de su vida. Digo era porque 15 años después, en el mismo hospital donde tanto sufrió, en el mismo día y en el mismo mes, ha sido mamá de una preciosa niña que ha conseguido convertir aquella negra fecha en la más blanca de todas.

    Desde Salamanca informó para 30 días Marisi.

Carta a...

Señor Presidente:
    Termina el primer mes del año y no se cansa de repetirnos que el 2014 es el año de la salida de la crisis pero ni una sola vez nos ha dicho para quién.
    En efecto. El 2014 será el año de la salida de la crisis para los banqueros, para los grandes empresarios, para los políticos, es decir, para los que además de no entrar en ella, la provocaron. Para sus víctimas, sin embargo, será el año en el que pierdan su trabajo, tengan que salir fuera a buscarlo, vean congelado su sueldo cuando no reducido, tengan que entregar su casa al banco, vean reducida su pensión pese a la cacareada subida de un euro para las mínimas, pierdan su prestación de desempleo, se queden sin beca de estudios, sin asistencia sanitaria, sin calefacción, porque tienen que pagar más de impuestos que de luz para que sus protegidos no vean mermar sus ingresos, y un largo ecétera de atropellos que no necesita que le recuerde porque son el resultado de su gestión.
    Supongo que con esta gran mentira solo pretende que su partido gane las elecciones europeas para seguir contando con ganar las próximas generales que es lo que necesita para concluir su verdadero proyecto: hacer un país de pobres y de incultos a los que poder manejar para que sus ricos sigan medrando.
    María Jesús.

Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo, ¿para qué te voy a mentir?, un poco disgustado, mejor dicho, un mucho. En estas semanas de ausencia por el paréntesis navideño he tenido la ocasión de comprobar lo mal que funcionan la mayoría de los servicios aunque los responsables de que funcionen como es debido se desgañiten pregonando lo contrario. Aquello de que una carta llegara a su destino sin remite y con el apodo del destinatario, pasó a la historia; ahora, lo normal es que con todos los datos bien puestos se pierda por el camino, y si por casualidad no se pierde, que llegue al buzón de un vecino que ni siquiera te conoce. Los errores administrativos son tantos que es una excepción resolver algo sin incidencias, o lo que es infinitamente más lamentable, sin tener que pelearte con alguien que en la mayoría de los casos, ni es culpable, ni puede ayudarte. Concretar una cita de cualquier tipo te lleva horas si la suerte te acompaña, pero como la suerte es tan pendona que nunca se sabe por dónde anda, lo normal es que te lleve días y hasta semanas en el mejor de los casos, y en el peor, a dejarlo por imposible. Conseguir hablar con alguien por teléfono es imposible sin antes escuchar un concierto de mala música, aprenderte de memoria un listado de opciones que nadie sabe para qué valen, facilitar datos y recibir instrucciones de una máquina que solo consigue aumentar la factura. Y para qué seguir. Creo que los hombres se han olvidado de mi mensaje: las máquinas existimos para ayudar a los hombres, nunca para suplirlos. Me temo que voy a tener que recordárselo, pero de momento, siéntate a gusto, voy a leerte otro de los relatos de “Letanías”.
     
        Los extranjeros

    Al abrir los ojos aquella mañana de domingo Belsa sintió que entre las brumas del sueño se diluían sus temores, aquellos temores que como colmillos de lobo habían roto sus nervios en las últimas semanas. Suspiró con esa tranquilidad que derrama en el ánimo la idea de que un problema ahueca por fin el ala. Tras las finas paredes del piso no se oía el tintinear de los collares de lluvia al desenhebrarse y rodar sus perlas por los rojizos tejados, por los coches estacionados en la calle, por los árboles desnudos y por las persianas bajadas al ras de las repisas. Le dolían los huesos de dar vueltas en busca de la hora del sueño que encontró de madrugada, pero la ilusión le dio un empujón y la echó de la cama.
    La alegría se opuso a su costumbre de entrar en el baño, en la cocina, en el cuarto de sus hijas... y sumisa ante sus órdenes se dirigió al salón y abrió el balcón de par en par.
    El paisaje que asaltó sus ojos se le antojó un milagro, un resorte capaz de poner en pie todas sus sentadas esperanzas. Ni la huella de una mancha oscura en el manto azul del cielo; el sol había empezado a encender sus velas y los múltiples pabilos iban iluminando los cercanos encinares; el aire se había quedado dormido entre las tibias 
sábanas de los veinte grados de temperatura, y a lo lejos, las montañas, se habían cambiado la pamela de copos blancos por una diadema de revoltosos pajarillos.
    Decididamente febrero era el mes más loco del año, pero bendita locura. Más de quince días se había pasado haciéndole a las borrascas muecas de desprecio para espantarlas, pero ni por ésas; antes de irse una, ya había llegado otra, y al encontrarse, inundaban la tierra juntas.
    Miró con ternura su vieja furgoneta. Vieja, sí, pero no porque llevara durmiendo allí, a las puertas de su casa, más de tres años, sino porque la habían comprado de segunda, de tercera o ¿quién sabía si de cuarta mano? A juzgar por sus achaques los romanos escribirían su edad con un par de equis por lo menos, pero daba igual, lo importante era que, aunque a trancas y barrancas, iba y venía de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta, de rastro en rastro. De acuerdo que de vez en cuando, siempre en el momento más inoportuno, le daba la fatiga en medio de una carretera y se paraba a descansar, pero todo quedaba en un susto de muerte. En aquellos trances, Lope, se vestía de cirujano, ¡cuántos oficios enseñaba la necesidad!, y con el bisturí hurgaba en el ovillo de sus tripas metálicas hasta que daba con el quid y la obligaba a caminar exhalando unos quejidos de dolor que se amortiguaban con las ganas de llegar a casa.
    ¡Pobre furgoneta! Estaba desahuciada de todos menos de ellos. Los mecánicos, en los talleres, no se molestaban en darle ni una aspirina, pensaban que eran mejores dejándola morir que dando de sí su vida. Los técnicos, en las inspecciones, se empeñaban en jubilarla, opinaban que no era válida para andar por el mundo. Los motoristas la cosían a multas para que se fuera al cementerio de una vez, pero se hacía la tonta porque para sus amos era toda su fortuna, algo imprescindible, sobre sus hombros cansados viajaba la tienda ambulante con la que se ganaban la vida, al ritmo de sus torpes pasos conjugaban a diario la necesidad de comer y el afán de vivir con dignidad, además, aquel mismo mes habían pagado su última letra. Estaba contenta por ello, tan contenta que hasta su claxon sonaba con más alegría. Sus faros no se pondrían ya tan rojos de vergüenza cuando le diera un colapso. Le resultaba tan violento que alguien pagara todavía por su corazón descompensado, por sus venas atrofiadas, por su piel picada de viruela... que el sentimiento de carga no la dejaba levantar cabeza. Estaba segura de que en adelante gozaría de mejor salud. ¡Claro que sí! Sus amos dispondrían de más recursos y le comprarían los remedios que tantas veces le habían tenido que negar.
    También a Belsa se le había quitado un gran peso del corazón: una letra menos al mes es para los pobres como una rebaja en la condena para los presos.
    La clara mañana pareció tamizar todas las angustias de Belsa y se dijo para sus adentros que no tenía razones para verlo todo tan negro, allí estaba su furgoneta, su trabajo, y el día era realmente espléndido. A través de las ventanillas vio los artículos almacenados haciéndole guiños de complicidad: joyas de fantasía, juguetes, artesanías... Tres años llevaba soñando con aquel vasto y variado surtido. Su puesto en el rastro de la ciudad sería por fin uno de los mejores. No en balde se habían gastado en aquella mercancía los ahorros de tres años, ahorros conseguidos a golpe de privaciones, de cazar rebajas, de aplazar letras... aunque devengaran intereses, pues, para comprar a buen precio, era preciso comprar por junto, para vender más, era necesario tener para elegir, y para vivir con cierta decencia, había que vender muchas baratijas de veinte duros.
    Unos días antes se habían desplazado a Madrid para hacer la inversión, aquella inversión que los sacaría de apuros. El mercado allí era más amplio y la competencia en
 los precios favoreció sus intereses. Claro que había valido la pena el viaje... aunque lo que no va en lágrimas, va en suspiros. El último billete lo necesitó la furgoneta. Para una vez que no le dio un telele, alguien le birló la rueda de repuesto, y, por si las moscas, fue sustituida por otra que ya tenía unos kilómetros de sobra. No era el zapato ideal, ya lo sabían, pero el billete no alcanzó para uno nuevo.
    Habían puesto la denuncia, pero para perder el tiempo: las agresiones a los extranjeros perdían gravedad en las ventanillas oficiales. Extranjeros... Ellos eran extranjeros. ¡Maldita palabra! Si Dios había creado una tierra para todos los hombres, ¿por qué éstos alzaban fronteras, y tras ellas, marginaban a unos, privilegiaban a otros, según los intereses de los más fuertes económicamente? Se rebelaba ante tantos intereses creados, ante tantas injusticias legalizadas, ante tantos problemas evitables, porque ella sabía mejor que nadie las cuotas en lágrimas que muchos seres humanos tenían que pagar por ellos.
    Su pasaporte decía que ella y los suyos eran argentinos. Argentinos... ¡Qué lejos y qué cerca quedaba su país! Raro era el día que su pensamiento no desplegaba las alas para cruzar el mar. Visitaba a su madre, enferma de cáncer en un hospital de mala muerte; a su padre, pensionista que tenía que trabajar en lo que salía para poder comer todos los días del mes; a sus hermanos, haciendo piruetas para pagar a plazos los zapatos de sus sobrinos; a sus amigos, los que no tuvieron valor para sacar sus raíces de la tierra que los vio nacer. Ellos, aunque con pena, se animaron. En España los recibirían con los brazos abiertos, tanto en el pueblo como en la tribuna oficial. Era un país libre. Sus ideas serían respetadas, entre otras razones porque su política era la de ganarse el pan con el sudor de la frente, su meta la de salir de la miseria y su ideal el de vivir en paz. Era un país con recursos, ávido de modernizarse, harían falta mil manos para construir mil cosas, y en caso de apuro, habría mil servicios de ayudas oficiales con las puertas abiertas de par en par. Era un país cívico, solidario. Si los europeos no eran extranjeros en él, ¿cómo iban a serlo ellos siendo argentinos...? Sus leyes eran tan avanzadas que todos los ciudadanos con residencia legal tendrían los mismos deberes y los mismos derechos, y ellos no iban a venir ni camuflados ni ocultando nada, si acaso huyendo del hambre y de los malos vientos que cercenaban su país; además, hablaban el mismo idioma, y éste era el mejor báculo para abrirse paso en un país extranjero.
Con fe en el futuro, sin miedo a lo desconocido, embarcaron con lo puesto una mañana de agosto, volverían a empezar partiendo de cero. ¿Que era difícil? ¡Naturalmente! Pero su abuelo, español, murió diciendo que nadie era profeta en su tierra, quizá, porque siendo joven, tuvo que dejar España e irse a Argentina para subsistir.
    Así era la historia, así la hacían los hombres: aquel día, al cabo de tantos años, ellos, sus nietos, hacían lo mismo, por las mismas razones, pero al revés, y triunfarían, se lo decía el corazón, como triunfó su abuelo, entre otras cosas porque no venían a un país tan ajeno ni pretendían hallar en él la gallina de los huevos de oro, sólo aspiraban, querían labrarle a sus hijas un mañana más halagüeño en un país libre, próspero y en paz. Para conseguirlo trabajarían como leones de día y de noche y en lo que hiciera falta. Entre tantos sueños por realizar, ya contaban con uno que por sí solo era un éxito: nadie los discriminaría oficialmente por ser extranjeros.
    Pero las rosas de sus ilusiones se marchitaron con las espinas de la realidad. Nadie les puso trabas para vivir en España. ¡Faltaría más! Pero una cosa es residir y otra subsistir. Solicitaron un piso de protección oficial, pero no tenían derecho a él: eran extranjeros; solicitaron trabajo adjuntando sus títulos respectivos, pero éstos no eran válidos para nada: eran títulos extranjeros; solicitaron un crédito bancario, pero ningún banco cursó la solicitud: eran extranjeros; solicitaron varias prestaciones sociales para empezar, pero no tenían derecho a ellas: eran extranjeros. ¡Maldita palabra! Desistieron de dar vueltas por los despachos enmoquetados de los centros oficiales, estaba muy claro que en España, los extranjeros, sólo tenían derecho a residir. Pero ¿y lo demás…? Lo demás tuvo que empezar a resolverlo quien lo resuelve siempre: el pueblo llano, el que vive con lo justo, alguien que les alquiló un piso y se comprometió a no cobrar el alquiler hasta el tercer mes.
     El tiempo volaba y en un abrir y cerrar de ojos llegaría el día fijado para saldar las mensualidades; además, sus estómagos exigían el pan de cada día, y al hambre, como mucho, se la podía engañar unas horas. Era muy urgente pues encontrar un empleo, y tenían que encontrarlo aunque fuera debajo de las piedras. La total ausencia de oportunidades les evitó el dilema de elegir profesiones. Enrollaron sus diplomas, de enfermera y de arquitecto respectivamente, y, por obra y gracia del "esto son lentejas..." se diplomaron en vendedores ambulantes, en lo que se diplomaban todos los extranjeros. "Tampoco tendremos que pagar impuestos", logicó Lope. Pero ¡qué sorpresa!, para eso no eran extranjeros.
    Belsa se apeó de las nubes donde la habían subido sus recuerdos. Aquella mañana ni debía ni quería ponerse triste. En la calle esperaba su furgoneta, estaba llena hasta los topes, lucía el sol y los días buenos el rastro de la ciudad era un hervidero de gente. Ya sólo era cuestión de vender, comprar, volver a vender... y con el tiempo serían lo que se sentían a pesar de todo: españoles. Entonces sus vidas cambiarían el mandil por el vestido. Ellos podrían aspirar a ejercer sus profesiones con todas las de la ley, sus hijas no sufrirían jamás aquellos problemas burocráticos que a ellos les acosaban, hasta podrían ir todos de vacaciones a su Argentina del alma... y cómo no, tendrían un pisito en propiedad. De momento ya le había tocado el gordo con tener la furgoneta pagada y llena de mercancía. ¿Qué más podía desear que empezar a liquidar las deudas pendientes y comprar algún mueble que hacía falta? Si acaso cambiarle a la furgoneta el motor y las ruedas, que era de lo que más se quejaba. Pintarla... la pintarían ellos mismos y tendrían tienda ambulante hasta que cambiaran de oficio.
    Hilvanando estos proyectos entró en casa sin cerrar el balcón. Su voz se vertió a chorros por las alcobas de los suyos.
     -¡Raúla, Miguela, arriba, por favor, arriba! ¿No me oís? Tirad las mantas, no hagáis caso a la pereza, hace un día de primavera y tenemos que aprovecharlo. ¡Vamos, vamos! Y tú, Lope, ¿no has oído que el reloj de los vecinos dio las siete hace mil horas? ¡Vamos, por Dios, vamos, que estar hoy un minuto en la cama es tirar a la basura una pepita de oro! -relataba abriendo las puertas, y súbitamente se despertaron.
    Los rayos de sol que entraban por el balcón, aquellos rayos que iluminaban el salón, el pasillo, las habitaciones... iluminaron también sus empañadas esperanzas. sin abrir los ojos siquiera, como ratones con el gato a los talones, los tres se tiraron de la cama. Hasta las pequeñas sabían lo importante que era para el negocio, para la familia, una mañana de domingo soleada. Mil veces se lo oían decir a los vendedores del rastro cuando iban a vender con sus padres: "Día de sol, día de clientes". Y lo mejor era llegar de los primeros. También lo decían los “rastreros”, como los llamaban en su argot: "El que primero llega, hace la feria".
    Padre e hijas hicieron las camas y recogieron los pijamas. En la cocina se chocaban las tazas y silbaba la cafetera mientras Belsa preparaba los desayunos. Unos minutos después se instalaron los cuatro en la mesa de formica. Entre sorbos de café, rebanadas de pan y porciones de mantequilla, cada cual se asignó los objetos más vendibles con el afán de ser el que más caja hiciera: Raúla vendería los collares de perlas mentirosas y los pendientes que presumían en balde de esmeraldas, de turquesas, de diamantes... a Miguela le daba mucha pena, pero vendería todos los osos de peluche, a Lope le barrerían de las manos las herramientas que iba a poner a la venta por vez primera, Belsa vendería medias, espejos, pañuelos, jabones, agujas, gafas, horquillas... y lo que hiciera falta con tal de transformar la mercancía en billetes de banco para reciclarlos de nuevo en materia prima.
    De repente un grito de auxilio se mezcló con el café tras colarse por el balcón: "¡Fuego, fuego!"  Y las cuatro tazas quedaron a medias. Padre e hijas descendieron las escaleras de tres pisos con alas en los pies. A ninguno se le ocurrió asomarse antes al balcón. Ella, más previsora, llenó dos cubos de agua; alguna vivienda estaría ardiendo y a buen seguro que toda agua era poca. Cogió los cubos y dejó la puerta abierta: a lo mejor tenía que subir a llenarlos de nuevo y no era cosa de esperar a que la llave le diera permiso para entrar. Salió del portal. Alguien le arrebató los cubos de las manos. Quien fuera, masculló unas palabras sí, pero ella no entendió absolutamente nada; las imágenes que acribillaron sus ojos troncharon sus pensamientos, su voz, sus piernas... y cayó sobre la acera como una hoja cuando el viento la arranca de su tallo. Allí estaban sus hijas, lloraban como Magdalenas, pero nadie se ocupaba de ser para ellas paño de Verónica, todos se peleaban por derramar cubos de agua sobre unas llamas que pugnaban por devorar su furgoneta. Y entre las volutas de humo leía Lope la matrícula de un coche que alguien le indicaba, tratando de identificar al malnacido que huía después de rociar su vehículo con gasolina y prenderle una cerilla.
    Volvió a la realidad entre los brazos de su sillón de eskai, frente a una taza de tila humeante de horrores: su bazar era un amasijo de hierros retorcidos. Lope colaboraba con la Guardia Civil para conseguir saber que el agresor era un compañero del rastro. El muy canalla se había vengado de la furgoneta porque un mes antes su coche chocó con ella estando bien aparcada y ellos se negaron a responsabilizarse del bollo del suyo. Pero la gestión no servía para nada, se trataba de un "enfermo" e "insolvente" que, a pesar de su "enfermedad" e "insolvencia", había huido a Portugal, para no poder ser detenido; además, las víctimas, ellos, eran extranjeros.
    En los ojos de Raúla y de Miguela bailaba una triste alegría: por primera vez en tres años, sus padres se quedarían todo el día en casa, con ellas. Belsa volcó el monedero en la mesa camilla: 218, 428, 608, 888. Ni siquiera tenían un billete de mil. ¿Sería posible que en un país que presumía en la televisión de solidario y de servicios sociales, unos ciudadanos que pagaban impuestos, por ser extranjeros, tuvieran que volver a empezar con aquellas 888 pesetas en calderilla...?
    En la mañana del lunes llegó la trabajadora social del municipio. Era una visita de trabajo. Para eso ganaba un sueldo y a buen seguro que, para pagárselo, de su bolsillo salía algún duro que otro. "Haré un informe de la situación y a ver si con el tiempo les consigo una ayuda, un dinero a fondo perdido, pero..." dijo encendiendo un cigarro, con esa tranquilidad que da el verse lejos del difícil lugar que se descubre. Belsa entendió al vuelo. La burocracia era lenta y el hambre rápida; la Seguridad Social reclamaría las cuotas sin perdonar intereses; el dueño del piso querría cobrar el alquiler y él sí tenía derecho a ponerlos de patitas en la calle por falta de pago; los  
municipales exigían el impuesto de venta en los rastros por adelantado. Precisamente aquel mes tenían que pagar el permiso para vender los jueves en el rastro de... que cobraban con seis meses de adelanto. Y leyó en el rostro de ella que en el ayuntamiento ya estaban todos los cuartos presupuestados para subvencionar las próximas fiestas de primavera. Era absurdo, pues, sentarse a esperar remedios oficiales, un baile "gratis" daba más votos que ayudar a una familia extranjera sin derecho a votar.
    La luz se encendió por la tarde y alumbraba desde el candil de siempre: del pueblo llano, de quien si se desprende de mil duros anda tres meses a remolque. Los vecinos subieron con bolsas de comida, los compañeros del rastro llegaron con parte de su mercancía, el cura hizo una colecta en la parroquia, alguien les prestó una furgoneta… cada cual puso lo que pudo y algunos lo que no podían. Belsa y Lope se sentían incómodos ante aquellos socorros, pero era el único camino que tenían para volver a empezar, y lo peor era que a sus salvadores sólo podían darles las gracias.
      Al día siguiente volvieron las borrascas. ¡Las muy..! Simplemente habían hecho un alto en el camino para favorecer al autor de su ruina.
    Raúla y Miguela volvieron a quedarse solas, de amitas de casa. Sus padres se fueron temprano a la ciudad. Belsa llegó al rastro. Era la única vendedora. Sobre una mesa portátil extendió un pañuelo verde y en él fue ordenando con gracia y esperanza la ristra de objetos reunidos. La mitad de un paraguas color helado de fresa defendía a duras penas su cabeza de la lluvia, la otra mitad tenía que servir de porche a su frágil e improvisado tenderete. El barrendero, sin pararse, la saludó extrañado.
     -Mal día escogió, señora, mal día. A lo mejor le trae más cuenta recoger los bártulos y largarse a casa.
      A lo mejor... pero ella necesitaba recaudar urgentemente diez mil pesetas, las
que pagadas a tocateja exigía una grúa para enterrar el cadáver calcinado de su furgoneta. Lope, en un almacén, convirtiendo los donativos en baratijas vendibles, montaba en cólera. "¡No puede ser, no puede ser! Me dejan sin herramienta de trabajo y además de aguantarme tengo que pagar. ¡Hijos de..! ¡Basta ya de atropellos, basta ya de humillaciones! Que la quite el ayuntamiento si le estorba para las verbenas, que a mí.." Pero los dos sabían que los niños de la urbanización buscarían tesoros entre los hierros calcinados, y sus escaldados corazones les metían prisa en retirarlos; si alguno sufría un accidente, les exigirían responsabilidades, porque, para los deberes, nadie corría el tupido velo que tapaba los derechos de los extranjeros.

        María Jesús Sánchez Oliva.

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