¡Hola! Por fin llegó el día y aquí estoy, con el tercer capítulo de Bella
Luna. ¡Adelante!
III EL MERCADO DE LOS
JUEVES
Los jueves de cada semana, desde
muy antiguo, existía en la ciudad un mercado libre de impuestos municipales
para todos los vendedores ambulantes de la comarca. A este mercado
acudían hombres y mujeres de todos los pueblos de alrededor con burros y carros
cargados hasta los topes de las más diversas mercancías. Cada uno de los
vendedores llevaba al mercado lo mejor que producían sus huertos, sus animales,
sus manos. Los mimbreros de Mimbres Blancas acudían con sus cestos de mimbre.
Ñoto era uno de aquellos vendedores ambulantes.
Aquel día era jueves y Ñoto iba
al mercado de la ciudad.
Antes de marchar y para evitar ruidos entró de puntillas en
el dormitorio de Bella Luna para darle un beso antes de partir. Pensaba que
dormía profundamente pero se equivocó. Bella Luna abrió los ojos y levantó la
cabeza de la almohada al oír el ligero rissssss rassssss de la puerta. Al ver que era
su padre quien entraba extendió los brazos para que la ayudara a salir de la cuna. A la sazón ya había cumplido los 5 años y
lloraba todas las noches porque quería dormir en una cama como las personas
mayores. Era algo a lo que Tarri se oponía.
—Todavía eres muy pequeña para
dormir sola en una cama. Son tan grandes que pasarías frío aunque te rodeara de
botellas de agua caliente con un clavo dentro para que no exploten y tan altas
que, si te caes de ellas, te matas. Me da tanto miedo que no puedo complacerte
porque jamás me perdonaría un descuido con semejante resultado. Es más segura la cuna. Cuando sueñas
te despiertas gritando y por las noches das más vueltas que una noria. En la
cuna no tienes ningún peligro; tiene los barrotes muy altos y es imposible que
salgas rodando por el suelo.
Ñoto no se atrevió a sacarla de
la cuna ni para dar un paseo por el cuarto. Cómo se habría puesto la madre si
la niña no descansara en la cuna las diez o doce horas seguidas que aconsejaba
el médico a las madres impertinentes. Bella Luna estuvo un buen rato haciendo
pucheros.
—No tengo nunca sueño y me
duelen siempre los huesos de estar en la cuna derecha como una vela. Quiero
jugar en la calle y correr entre las mimbreras con todos los niños. Me aburro
tanto yo sola... Me gustaría tener amigos.
Ñoto la calmó al fin con
carantoñas y una promesa:
—Desde mañana no estarás sola,
yo me encargaré de que tengas con quien jugar y no vuelvas a aburrirte. ¡Ya lo
verás!
Bella Luna entornó los ojos y
empezó a soñar. Entre las sombras de la alcoba vio la frágil silueta de una
amiga que iba a jugar con ella y juntas se reían a carcajadas tan sonoras que
se le saltaban las lágrimas, pero no lloraba de tristeza como de costumbre,
lloraba de alegría. Ñoto salió del cuarto sigilosamente para que Tarri no
sospechara que había ido a despedir a su hija. Sus precauciones no sirvieron de
nada porque antes de salir de casa la oyó gritar:
—¡Deja la niña en paz, que vas a
desvelarla!
Dormía con un ojo abierto y con
el otro cerrado para estar alerta por si Bella Luna pedía un vaso de agua,
necesitaba hacer pis, poner en orden la pila de mantas o darse la vuelta.
Entró Ñoto en la cuadra y
cogió de las riendas a sus dos burros,
los enganchó al carro y emprendió camino hacia la ciudad. A la salida del
pueblo pudo unirse al grupo de mimbreros. Todos llevaban el carro a tope de
cestas y cestos para vender en el mercado. Ñoto iba más cabizbajo y pensativo
que de costumbre. Los compañeros se percataron en seguida porque le hablaban y
salía por los cerros de Úbeda. Uno de ellos le preguntó:
—¿Cargaste el carro anoche, o lo
cargaste esta mañana?
Él respondió:
—En mi cuadra nadie ha robado ni
los pavos ni las pavas.
Todos bromearon y durante el
trayecto fueron tomándole el pelo.
—A ver si te quitas los tapones
de los oídos, que no estás en casa…
—Anoche te tocó vigilar el
manzano, ¿verdad?
—Para la próxima guardia vamos a
echarte una mano…
Ñoto caminaba ajeno a las bromas
porque una sola idea daba vueltas en su cabeza como un molino: era la promesa
hecha a Bella Luna sin saber siquiera qué le había ofrecido. ¿Podía hacer algo
él para que Bella Luna tuviera con quien jugar todos los días y no se aburriera
sola? Sabía que era inútil implorarle a Tarri que consintiera en que Bella Luna fuera amiga de
todos los niños del pueblo y saliera a jugar con ellos entre las mimbreras, la
amaba tanto que sólo quería tenerla entre sus faldas. No soportaba verla
fatigada al correr y mucho menos que tuviera una lámpara en el vestido o unas
pajas revoloteando entre los cabellos. Todos los niños eran
gusanos para ella y, por lo tanto, indignos de jugar con su hija. Ñoto empezó a arrepentirse de haber
prometido algo que no podía cumplir por sí solo. Una cosa, sin embargo, tenía
muy clara y le hacía daño: Bella Luna esperaba ilusionada algo de él y no
quería defraudarla por nada del mundo.
Con sus tristes pensamientos
llegó por fin a la plaza que las autoridades habilitaban cada jueves para el
mercado. Descargó el carro cuidando de no dañar ninguno de los cestos y los
ordenó en la esquina que oficialmente tenía asignada para él. Cogió los burros
y se marchó con ellos a una posada donde cada jueves alquilaba una cuadra para
que los animales descansaran a la sombra y llenaran la panza con el pienso y el
agua que les daba el posadero. No podía
prescindir de aquel gasto. El trayecto de Mimbres Blancas hasta la ciudad era
largo y tortuoso y los burros llegaban derrengados por el trote y por la carga. ¿Cómo iban a soportar los
animalitos en plena calle todas las horas de venta sin beber agua fresca, sin
comer trigo limpio y sin dormir tumbados en una yacija de paja limpia una buena
siesta? Era preciso que recuperaran las fuerzas perdidas para luego regresar
con bríos. Entregó los burros al posadero y se alejó con la idea de llegar
pronto hasta su puesto del mercado. Al dar la vuelta a una de las esquinas de
la calle de los Árboles se detuvo inesperadamente. Llamó su atención el
escaparate de una juguetería. Estaba
iluminado por las luces azuladas de unos farolillos que pendían del
techo en hilera. Era tan temprano que el sol no había encendido sus velas de
oro. Sin saber por qué pegó la nariz al cristal y pasó más de una hora mirando
de hito en hito todos los juguetes. “¡Qué lindezas!, ¡qué ilusión le haría a
Bella Luna poder verlos!, ¡qué dichosa sería si pudiera jugar con ellos!” Se
fijó en los precios escritos en las
etiquetas que colgaban prendidas en cada uno de los juguetes y rebuscó en los bolsillos
del pantalón la calderilla que lograba sisarle a Tarri, de los cuartos del
alquiler de la cuadra no podía disponer por si las moscas, que igual que había
días de buena venta, los había de mala, y no era cuestión de arriesgarse. “¡Qué
Lástima! No tengo monedas suficientes ni para comprar esa pelota roja con un
gallo de colores pintado. Es el más barato de todos los juguetes y el precio
fuma en pipa”. Despegó la nariz del cristal y se alejaba pesaroso cuando la
dueña de la tienda abrió la puerta.
—Son bonitos todos los juguetes. ¿Verdad que
le gustan buen hombre? ¿A que no me equivoco si digo que se ha encaprichado de
alguno? Lo que yo digo siempre: “Los juguetes les gustan más a los mayores que
a los pequeños”. Y seguro que tiene usted un montón de críos con buenas ganas
de jugar.
—solamente una niña tan guapa
que se llama Bella Luna.
—¡Oh, qué orgullosa debe estar
la madre de esa joya! Una niña tan preciosa que hasta le quedan chicos los
nombres de las vírgenes merece el mejor de los juguetes. ¡Pase, pase, buen
hombre, pase y verá qué maravilla tengo en la trastienda!
Ñoto no se hizo de rogar. Entró
tras la mujer tan dócil como un cordero detrás de la oveja que lo acaba de
parir. Se quedó con la boca abierta y los ojos como platos viendo la preciosa
muñeca que le mostraba la dueña de la juguetería mientras le acariciaba los
bucles de oro. Por fin Ñoto pudo
articular unas palabras:
—Si hoy vendo todos los cestos
en el mercado, vengo a comprarla antes de marcharme.
—Venderá toda la cestería que
traiga porque hoy hay mucha gente forastera en la ciudad, y si está interesado
de veras en ella, le hago ahora mismo el siguiente trato: me da la mitad del
precio como señal y el resto me lo paga cuando Venga a recogerla. Sólo así se
la puedo reservar. De otro modo no le garantizo que cuando venga esté sin
vender. Esta muñeca tiene muchos golosos, y aunque en todas las jugueterías de
la ciudad hay muñecas para dar y regalar, ninguna se puede comparar en belleza
con ésta y mucho menos competir con la calidad y el precio. ¡Anímese, que es
una oportunidad única, y verá qué alegría le dará esta noche a su Bella Luna!
Ñoto vio el cielo abierto. Con
una muñeca así cumpliría con creces su promesa y Bella Luna tendría una amiga
con quien jugar y no volvería a aburrirse. No se lo pensó más, sacó los cuartos
reservados para el alquiler de la cuadra y aceptó el trato que la juguetera le propuso.
Vendería todos los cestos y podría saldar sin problema la deuda y pagar la
cuadra. ¡Cómo disfrutaría Bella Luna! Al salir Ñoto de la tienda la mujer
suspiró con alivio. “¡Vaya trabajo que me ha costado hacer picar el anzuelo a
este hombre! ¡Menos mal que ha tragado, que si no… tendría muñeca hasta el
final de mi negocio! No es que la dichosa muñeca sea una birria, pero tampoco
es una bicoca. ¡Bien sé yo que ni un rico en vísperas de Reyes me habría dado
lo que le he sacado a este hombrito por ella! Hoy me he levantado con el pie
derecho porque, aunque no venga a recogerla, salgo ganando, pues me quedo con
la señal y para venderla hasta puedo abaratarle el precio”. Al atravesar la plaza de los Tres Caños Ñoto se fijó en la
hora que señalaban las agujas del reloj. “¡Dios mío, si se me ha ido el santo
al cielo y he perdido las primeras horas, que son las de más venta!” Y echó a
correr callejuela tras callejuela para ganar tiempo.
Entró jadeante en el mercado.
Era un hervidero de gente. A duras penas pudo abrirse paso entre la muchedumbre
que llenaba los puestos atraída por los pregones de los vendedores.
¡Quesos de cabra de Peñas Altas,
tan buenos que con ellos nunca da el mal de Malta!
¡Huevos de Vencejos, los únicos
con dos yemas y el mismo precio!
¡Pavos grandes, sabrosos y
gordos, criados entre los buenos aires de Valderrollos!
¡Claveles de Cañamares, los que más gustan a
las novias y a las madres!
¡Pañuelos de Los Molinos, los únicos que llevan puntillas
de bolillo!
¡Mantas de tiras, tejidas en La Encina, las mejores para
sacar los fríos de las barrigas!
¡Zapatillas para los niños,
hechas en Valdepinos, las que al acabar el verano no han perdido ni el brillo!
¡Botijos del Parral, los únicos
que tienen el agua fresca cuando se los lleva a segar!
¡Katiuskas de Zarzosa, al que me
compre una, le regalo otra!
¡Carbón de Los Robles, el que
nunca deja sin brasas a los fogones...!
Aterrizó Ñoto en su esquina y
empezó a gritar como un descosido:
¡Cestos y cestas de Mimbres
Blancas, cestillos y otras lindezas que no pueden faltar en ninguna casa!
Ñoto era el único de los mimbreros que no sólo hacía cestos, también
hacía, por encargo, mesas, baúles, palanganeros y otros muebles. Al mercado,
además de los cestos, como todos los mimbreros, llevaba un saco repleto de
objetos pequeños que hacía para aprovechar las mimbres que se partían y, cuando
tenía un encargo terminado, el encargo para hacerse propaganda. Aquel día le
tocó cargar con un sillón con reposapiés, y mientras lo plantaba en primera
fila, volvió a gritar:
¡Cestos y cestas de Mimbres
Blancas, cestillos y otras lindezas que no pueden faltar en ninguna casa!
Acudieron las mujeres como
moscas a la miel. Se
daban codazos entre ellas para hacerse un hueco y ver de cerca sus cestos y sus
cestas. Todas quedaban tan prendadas de sus maravillas que sentían la tentación
de comprarlas todas. Para obligarlas a sacar los cuartos de la faltriquera,
Ñoto les alababa el gusto y alzaba la voz sobre sus comentarios con alguna
gracia.
—¡Esta cesta con ruedas es
estupenda para viajar!
—¡Naturalmente, señora, y vamos,
a comprarla, que sale el tren!
—¡Esta cesta con asas es lo suyo
para llevarla entre dos!
—¡Pues hale, señora, a animarse
que, si se reparte el peso, desaparecen las cuestas arriba!
—¡Qué bien viene este cesto con
tapadera para que la ropa sucia no ande rodando y tumbando por el suelo!
—¡Usted sí que sabe, señora,
pero aproveche, que sólo me queda ese y por poco tiempo!
—¿Me da esa panera? La última
que compré se le antojó a la vecina y se la di.
—¡De dar, nada! Se la vendo con una condición:
que se la enseñe a otra vecina para que tenga usted que volver el jueves.
—¡Qué maja es esta cesta redonda
para la fruta! ¿Tiene dos iguales?
—¡Naturalmente, y si se lleva
tres, le regalo la cuarta para que lleve dos pares!
—¡Pues le cojo la palabra, que
tengo que hacer dos regalos!
—¿Me da esa huevera?
—Dársela, no puedo. ¡Qué más
quisiera yo! Pero si le hace servicio, se la vendo.
—¡Qué ilusión le hará a mi hija
que es modista este costurero! ¿Cuánto vale? ¡Estoy harta de verle los hilos y
las agujas en una caja de galletas!
—¡Pues aproveche, señora,
aproveche y mate dos pájaros del mismo tiro!
—¡Qué precioso este cabás para
mi nieto! ¿Es muy caro?
—Menos que comprarle tres de
cartón al año. ¿Se lo lleva?
—¡Qué cómodo este sillón para el
abuelo! ¿Puedo sentarme para probarlo?
—¡Claro que puede! ¡Para eso
está! Pero si se siente a gusto, tengo que hacérselo de encargo, que ese ya
tiene dueño.
Ñoto informaba, despachaba
y cobraba muy orgulloso del éxito de su
mercancía y no era para menos. Las mimbres de sus mimbreras eran canela en rama
y sus manos tan hábiles para tejerlas que la calidad y la belleza de sus cestos
conseguían que su puesto en el mercado fuera de los más visitados, pues, aunque
por falta de dinero tuvieran que marcharse sin comprar, nadie se resistía a
pasar sin mirar; además, era tan perfeccionista trabajando que jamás escatimaba
tiempo y los remates de cada pieza la hacían única.
Nadie en el pueblo ignoraba sus sacrificios,
su entrega, su paciencia, pero eran pocos los que le daban importancia, por no
decir ninguno; lo más que solían decir, cuando se hablaba de sus mimbreras, de
sus mimbres, de sus cestos y demás
trabajos, era que tenía más suerte que un ahorcado. Nada más lejos de la
verdad, hablaba la envidia que tiene la mala costumbre de llamar suerte al
esfuerzo, algo que en él saltaba a la vista.
Todos los mimbreros, incluido
Ñoto, sembraban las mimbreras en el mes de noviembre y en estaquilla, es decir:
clavando un trozo de mimbre o raigón en la tierra y dejando entre planta y
planta cuarenta y cinco centímetros, y el que más y el que menos, por la cuenta
que le tenía, vivía pendiente de que ni les faltara ni les sobrara un riego y
de buscarles el mejor estiércol. Lo que sólo era Ñoto quien lo hacía era
recolectar las mimbres a los doce meses de la siembra, nunca a los seis, como
hacían los demás.
—Estás perdiendo dinero —le
decían año tras año—, porque cuando quieras cortar las mimbres, se te habrán
muerto en las mimbreras.
Pero Ñoto sabía por experiencia
que estaba ganando más que ellos. Recoger las mimbres en otoño y en luna
menguante tenía la ventaja de que nunca se apolillaban, algo que sucedía con
frecuencia si se hacía en primavera y en luna creciente. Otra cosa que Ñoto no
hacía nunca era macerar los rollos de mimbres previamente. Pronto descubrió que
el remojo de varios días las dejaba tan blandas que tan difícil era quitarles
la corteza sin dañarlas como tejerlas sin partirlas. Para que la corteza
saliera fácilmente y quedaran flexibles, lo mejor era escaldarlas con agua
caliente antes de empezar a tejerlas. Estos desvelos y no la buena estrella
eran los responsables de que fuera el mejor de los mimbreros con notable
diferencia.
Ñoto vendió aquella mañana de
marras trece cestos normales, uno detrás de otro, y cinco de los más caros.
Guardó los billetes en el calcetín y se quedó con las monedas bien apuñadas en
la mano, como si fueran castañas asadas y le gustara sentir el calor del
cucurucho. “¡Ya tengo bastante para liquidar la muñeca! ¿Qué pasaría si fuera a
recogerla ahora mismo? Yo creo que nada malo. Hoy hay gente en el mercado para
estar vendiendo y comprando todo el día. Después los venderé todos en un
santiamén y sacaré de sobra para pagar el alquiler de los burros y para llevar
el jornal a casa. Pensándolo despacio, será mejor que vaya, por si las moscas.
Aquella mujer parecía buena persona pero ¿quién me asegura a mí que cuando vaya
no me la haya vendido y me quede sin costal y sin castañas? A fin de cuentas,
nada hay firmado. En los pueblos no hay este problema porque todos nos
conocemos y sabemos de qué pata cojeamos, pero en las ciudades hay que
desconfiar porque todos son arcas
cerradas. ¡Voy de tres zancadas y me quedo tan a gusto!”
Al interrumpir sus pregones las
clientas se quedaron rezagadas pues el pregón era como una música a cuyo son
acudían las mujeres para bailar la danza de las compras. Ñoto apiló todos los
cestos y todas las cestas y sin decir ni pío a sus vecinos de puesto salió
corriendo como un gamo. Pasó delante de un vendedor amigo suyo que entonaba su
pregón.
—¡Tomates, pimientos, cebollas,
nabos y pepinos, las mejores hortalizas de las huertas de Primillos!
Al descubrir a Ñoto entre la nube de gente
olvidó su cantinela y mostrándole un tomate muy rojo y brillante empezó a
gritarle:
—¿Dónde vas con tanto apuro?
¡Ven! ¿Te apetece que hoy comamos juntos? Ha venido la parienta y con éste y otros como éste nos hará una
ensalada y unas chuletas que nos chuparemos los dedos. ¡Anímate, que esta breva
no cae todos los jueves!
Ñoto hizo un alto en el camino
para aceptar la invitación gustosamente. De un tirón contó a su amigo dónde iba
y para qué con pelos y señales. La ilusión de
regalar a su hija aquella muñeca había hecho aumentar su ingenuidad. Era
como si se hubiera vuelto niño y no viera un atisbo de maldad en los demás.
Ñoto se ausentó y su amigo reanudó su pregón.
Beto era un pillo que por casualidad
formaba parte aquel día del mercado. Ni Ñoto ni su amigo se percataron de que
en aquel momento merodeaba por el puesto de las hortalizas y escuchó toda la
conversación pe por pe y a por a. El tal Beto se escudó en la idea de que no
era conocido por aquellas gentes y actuó cual pensó con total tranquilidad.
Para empezar, cogió un carro y una yegua, el que más cerca estaba en las
afueras. Dando mil rodeos y armando no
pocos escándalos consiguió entrar en la plaza y llegar hasta la esquina de
Ñoto. En menos que canta un gallo trasladó la mercancía del suelo al carro.
Para evitar preguntas que no iba a responder, explicó a todos los vecinos de
puesto:
—He comprado y pagado a Ñoto
todos los cestos de una sola vez para revenderlos después. No se le saca mucho,
pero en fin… de alguna forma hay que ganarse las habichuelas.
Sin levantar sospechas salió
volando del mercado porque la yegua corría como una flecha gracias a los
latigazos que le propinó.
Regresó Ñoto con una caja
envuelta en papel amarillo con gatos pintados en todos los colores. Como ya era
mediodía, se detuvo a comer con sus amigos. Sin esperar para tomar el café y
sin soltar la caja ni a sol ni a sombra se despidió.
—Me quedan muchos cestos para
vender y con gastos extras no puedo
llevarme ni uno solo a casa.
Al llegar a su esquina se
encontró con que los cestos habían volado como
por arte de magia. Por un instante pensó que no estaba en su esquina,
que se había equivocado de puesto, pero pronto se convenció de que lo único
anormal era que su mercancía había desaparecido sin dejar rastro. Sus vecinos
de puesto, al verlo buscar y rebuscar sin saber ya dónde mirar, corrieron a
informarle de lo sucedido. El cielo entero se le cayó encima. Abrazó la caja junto a su corazón y empezó a llorar como un
niño cuando le quitan el caramelo que acaba de meterse en la boca. Todos los
vendedores se congregaron en su esquina prestos a ayudarle. Cada uno expresó un
deseo, pero como hablaron todos a la vez, sólo se enteró de que no estaba solo.
—¡A callar, que llorando se
complican las cosas!
—¡Corramos a pillar al ladrón
antes de que pasen más horas!
—¡Avisemos también a la Guardia Civil!
—¡Vamos a organizarnos bien, no
vaya a ser que unos andemos al plato y otros anden a las tajadas!
—Las mujeres que se queden
guardando los puestos y los hombres ¡vamos,!, hay que capturar al ladrón para
entregarlo a la Justicia
vivito y coleando.
—¡Eso, eso! No podemos permitir
que en este mercado entren ladrones aunque vengan con máscara de gente honrada.
Si el bribón parecía un alma de Dios. ¡Vaya con las mosquitas muertas! Tenemos
que echarle el guante antes de que termine la hora de mercado.
Ñoto dejó de llorar y sin soltar
la caja se puso a la cabeza de la expedición para armar un revuelo de todos los
diablos. Los guardias civiles, enfundados en sus capas y tocados con sus
tricornios, a caballo unos, a pie otros, acordonaron y vigilaron todas Las
puertas de entrada y salida de la ciudad y rastrearon todos los arrabales. Ñoto
y sus amigos, armados con los látigos de los animales, buscaron y rebuscaron
hasta en los treinta y tres ojos del puente de piedra y preguntaron en todas
las posadas de la ciudad.
El ladrón no apareció ni vivo ni muerto. Muchas parejas de
guardias tuvieron faena especial aquella noche. Cada guardia llevaba un candil
de aceite encendido. Con las sombras de la noche no se veía un palmo de terreno
y las llamas de los candiles, además de servirles para ver los caminos,
dificultarían la fuga del ladrón. Otros guardias pasaron la noche de centinela
en las puertas de la
ciudad. Los vendedores ambulantes tuvieron que irse al
mercado para recoger sus puestos, pues concluyó la hora establecida por las
autoridades para venta libre de impuestos, y el vendedor que no desalojaba su
esquina a tiempo, era sancionado con una multa importante. Algunos quisieron
arriesgarse, -la causa, más que castigo, merecía premio-, pero finalmente
ninguno lo hizo, todos eran conscientes de que las autoridades cumplían aquella
norma a rajatabla y con un problema no se resolvía otro.
Ñoto fue a la posada y habló con
el patrón:
—Déme los burros, por favor. En
cuanto la Guardia Civil
capture al ladrón rescatará mis cestos y me los devolverá. Los venderé en
seguida y lo primero que haré será venir a saldar mi cuenta.
El posadero rugió como un león.
—Todos dicen lo mismo hasta que
sacan los burros de la cuadra, y luego, si te he visto, no me acuerdo. ¡Con el
pienso que comen y el agua que beben…! Y para qué hablar de la basura que echan
y de las coces que dan. ¡Nada de eso, que yo no estoy aquí para hacer el
canelo! El dinero a un lado y los burros al otro y todo irá sobre ruedas.
Ñoto se llevó la mano al
corazón.
—Puede confiar en mi palabra,
que soy un hombre de bien.
El posadero soltó una carcajada
que lo dejó patidifuso.
—Todavía no he conocido ningún
tramposo que diga serlo. Todos tienen palabras de oro y hechos de plomo. Lo más
que puedo hacer, por ser la primera vez, es reservárselos una semana, pero le
advierto que, si para el próximo jueves no me paga el alquiler de los siete
días, puede olvidarse de que son suyos pues al día siguiente los hago dinero
contante y sonante para cobrarme la deuda. ¡Pero si estos bichos son la ruina
de uno! Más que a recuperar las fuerzas perdidas en el viaje, parece que vienen
a matar el hambre de siglos.
El posadero dio un portazo y
siguió rugiendo en el zaguán mientras Ñoto se alejaba más solo que la una y con
las orejas gachas. Salió de la ciudad por la puerta de los Frailes y sin saber
qué hacer ni qué decir se vio en la carretera de Mimbres Blancas. “¿Y si
atajara por algún vericueto? A lo mejor en alguno de ellos se ha refugiado el
ladrón pero hay más de uno y en una noche sin luna como ésta me perdería sin
duda entre esos bosques tan espesos.
Mejor es que vaya por terreno seguro y luego Dios dirá”.
A pesar de que todo era malo lo
que más le inquietaba era enfrentarse con Tarri al llegar. “Podría inventar una
mentira fácil de creer aunque no esté ni bien ni medio bien. Será lo mejor. Le
diré que encerré los burros y los cestos que sobraron en una posada mientras
fui a la juguetería para comprar la muñeca. Le contaré que por las calles del centro
hoy no podían transitar ni carros ni animales porque las autoridades tenían
cortado el paso para ellos. Puedo decir que había una fiesta, por ejemplo. Del
dinero le puedo explicar que dejé la bolsa bien guardada en las alforjas de los
animales porque hoy había mucho ladronzuelo suelto por las calles y era un peligro
ir con la bolsa encima. Diré que al regreso me dio el posadero con la puerta en
las narices porque tuvo que irse urgente al entierro de un abuelo que se le
murió de repente. Es muy lista pero se va a tragar esta bola como me llamo Ñoto
Lláguez”. A medida que avanzaba se animaba con aquella mentira que le salvaría
momentáneamente de una pelea. “Lo malo va a ser el próximo jueves. ¿Cómo voy a
venir al mercado y qué diré al regreso? Las mentiras tienen las patas tan
cortas que apenas corren y se las pilla en seguida, pero algo se me ocurrirá.
De momento me iré a las mimbreras y a tejer cestos a destajo. Tendré que
alquilar un carro y una yegua para el mercado del jueves. Los venderé como
rosquillas y vendré con los burros y con el carro y con el jornal a casa. Si todo sale a medida de mi
deseo, podré salvar este bache, aunque mis cestos se los haya tragado ese
maldito ladrón”. Muy orgulloso de su ingenio entró en casa cuando ya amanecía.
Tarri arañaba los muebles con una áspera gamuza de tanto quitarle el polvo
porque era lo único capaz de atarle el manojo de nervios que le habían desatado
las horas de espera.
—¿Cómo andas por el mundo a
estas horas si sabes que la noche es sólo para los lobos y para los ladrones?
Ñoto vomitó todas sus mentiras y
Tarri su veneno.
—¡Ese posadero es un
sinvergüenza con todas las letras! ¡Para otro jueves no se te ocurra pagarle ni
un real más del precio ajustado para ayer! ¡Pues caro alquiler te va a salir sino! ¡Mira que
abandonar el trabajo porque se le haya muerto un abuelo que tendría más años
que lunes un siglo! ¡Mentira me parece que a estas alturas de la vida todavía
queden gentes que se preocupen más de los muertos que de los vivos!
Ñoto bajó los ojos hacia el
suelo para no delatarse.
—Era un abuelo al fin y al cabo
y a un muerto hay que enterrarlo a tiempo para que no dé mal olor a los vivos.
Creo que era el nieto mayor y se crió con él. Es muy normal que cerrara la
posada y se largara, que para los malos tragos es la familia. ¿No está primero
la obligación que la devoción? Pues eso mismo hizo ayer el patrón de la posada,
cumplir con su deber, y con su sentimiento porque creo que iba hecho un mar de
lágrimas. No saques las cosas fuera de lugar que su desgracia fue mayor que la
mía. ¿No es peor quedarte sin abuelo para siempre que quedarte sin burros unos
días? ¡Trae a Bella Luna para que vea la muñeca y deja al muerto “vivir en
paz!” Una buena cola de vendedores quedó a la puerta de la posada sin burros y
sin carros y de pueblos muy lejanos. Ninguno rechistó porque se pusieron en el
pellejo del pobre hombre y se hicieron cargo de la situación. El mundo
no va a dejar de dar vueltas por estas minucias.
Tarri salió bufando como un
gato.
—¡Conmigo tenía que haber dado
ese posadero de los diablos! Del pánico que le habría metido en el cuerpo, lo
tienen que enterrar con su abuelo del alma. ¿Pero es que con siete días que
tiene la semana sólo ha encontrado el jueves para morirse? ¡Hay gente tan
perversa que con tal de incordiar a los demás son capaces hasta de morirse !
Bella Luna se puso más contenta
que unas pascuas cuando su madre la autorizó para salir tan temprano de entre
los barrotes de la cuna.
—Vas a escucharme, lucero, que
las malas mañas se cogen enseguida. No quiero que te acostumbres a levantarte tan pronto como hoy. Ya sabes que
según el médico un niño debe dormir diez horas diarias y yo te las doblo para
que te críes mejor que los demás. Hoy, como excepción y sin que sirva de
precedente, me salto la norma a la
torera. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Tu padre es un cabezón y dice que nadie más
que tú puede abrir la caja de la muñeca y es tan terco que no le quita ojo.
¡Vamos a verla y luego reanudas tus sueños! Las alegrías de los demás siempre
tienen que ser los martirios míos pues tendré que arreglar tu cuarto dos veces,
pero en fin, aunque sólo sea por verte con un juguete que no tiene nadie, voy a
ceder.
Tarri apareció en la salita con
Bella Luna en brazos pero sin dejar de arremeter contra el ausente posadero y
el presente Ñoto.
—¡Ese diablo tiene que
entregarte los burros el jueves de balde! ¡No se te ocurra pagarle ni un solo
real! A veces creo que eres
como un payaso de nieve sin helar y todo quisque se aprovecha de ti como le da
la gana. ¿Acaso no ha tenido él la culpa de que le quedes allí los animales y
no ha sido él quien te ha causado todos los trastornos? ¡Pues es él quien debe
pagar los platos rotos porque tú no tienes la culpa de que fuera nieto de un
aguafiestas!
Bella Luna abrió los ojos
desmesuradamente para ver el paquetón que su padre le ofrecía. No tuvo
paciencia y rasgó el papel de gatitos con las uñas. En los ojos de Tarri se apagó súbitamente la luz de curiosidad que
había empezado a brillar.
—¡Le has roto la cabeza a un
gato! ¡Vas a dejarme el suelo para liarme a barrer! El papel se corta con una
tijera y se dobla con mucho cuidado.
Bella Luna se hizo un ovillo
entre los brazos de su padre y sólo olvidó su enojo cuando su madre abrió la
caja y mostró la muñeca.
—¡Ya tengo una amiga para jugar
y no aburrirme sola!
Y al zarandearla, Tarri
advirtió:
—¡Ten cuidado para que no se
rompa, que no tienes calma para nada!
Ñoto quedó muy satisfecho de
haber encontrado una amiga para su hija. Bella Luna tuvo que reanudar sus horas de descanso pero sin
soltar una lágrima porque se marchó a la cuna con su muñeca entre los brazos.
Dos o tres tiritas de papel amarillo bailaban debajo de la mesa y Tarri empezó
a barrer toda la casa como una loca.
María Jesús Sánchez Oliva
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús
Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte
que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su
blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
“Garipil” (1995).
Reseña: Garipil es un
semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas
como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las
tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún
caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías” (1999).
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El
libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse
a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en
distintos certámenes literarios.
“El
rosario de los cuentos” (2003).
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de
Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el
camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso
decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos
para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta
alusiva a la época. Este
libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de
1996.
“Cartas de la Radio” (2007).
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de
opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús
Sánchez Oliva durante cuatro años. Las
cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo,
instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que
siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los
papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la
poesía a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos” (2018).
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de
forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la
lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al
salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando
todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que
le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por
distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se
encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido
muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno
más. Primer “Premio Tiflos” 2013.
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saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo
electrónico:
garipil94@oliva04.e.telefonica.net
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo
número.
Garipil.