sábado, 2 de mayo de 2015

Carta a...

 Queridos ciudadanos:
     Estamos a las puertas de unas elecciones importantes y el panorama político que los españoles tenemos delante es tan lamentable que no sabemos a quién votar. Solo lo tienen claro los estómagos agradecidos: banqueros que han sido sacados del pozo de su crisis a golpe de crear impuestos absurdos y triplicar la cuantía de los existentes, parientes de políticos que con dinero público han hecho fortuna para vivir del cuento tres generaciones, cargos inútiles que no quieren perderlo y empresarios locales que tienen que pagar favores hechos con los tijeretazos a las prestaciones sociales, salarios y servicios públicos. Ni siquiera los militantes de los distintos partidos se muestran entusiasmados con la idea de seguir votándolos. 
     Este problema, porque es un problema, no le sorprende al sentido común, al sentido común lo que le sorprende es que haya tardado tanto en plantearse.
     Los políticos llevan años haciendo bandera del insulto, del engaño, de la manipulación, del despilfarro económico, de los abusos de poder… y los ciudadanos, ante unas elecciones, cerrábamos los ojos y todo se lo perdonábamos, las voces que avisaban eran voces de los enemigos del progreso. ¡Lástima que también tengan que pagar los errores! 
      Ahora no son las voces del sentido común las que hablan, son las consecuencias de la irresponsabilidad, de la prepotencia, de la desvergüenza, las que no callan y, ante el interminable desfile ante los jueces de los principales políticos, los simpatizantes de los respectivos partidos no apuestan un duro ni por los que están en la cárcel ni por los que siguen fuera. Si tanto dinero mangaban y nadie lo echaba de menos, solo podían pasar tres cosas: o robaban de otra caja, o cogían parte del botín o en la cabeza tienen alguna salita vacía, y por si  quedaba alguna duda de que no están dispuestos a cambiar, basan su campaña electoral en la honradez. ¿Hasta dónde llega su cinismo? ¿Tendrá límites? ¿Dejarán de traicionarse? Porque son ellos los que se denuncian entre sí, solo ellos pueden hacerlo, los de fuera, por claros que fueran sus movimientos, no tenemos pruebas.
     Somos nosotros pues los que debemos cambiar si queremos que nos respeten. Para empezar, debemos dejar de aplaudir sus discursos, de acudir a sus mítines, de reírles las gracias, -a los trabajadores nadie los jalea porque trabajen bien, es su obligación, por ello cobran, y ellos, se crean lo que se crean, son simples trabajadores-, y votarles por lo que han hecho, nunca por lo que prometen hacer.          
      En esta ocasión no es fácil decidirlo. Ya lo sé. Votar a unos es un riesgo, votar a otros una temeridad,  votar a otros, un peligro, y votar al resto, perder tiempo. Pero habrá que buscar la forma de demostrarles en las urnas que estamos de acuerdo con la democracia pero en absoluto con ellos. ¿Qué pasaría si el próximo 24 de mayo al abrir los sobres se encontraran con una mayoría de votos que ningún partido pudiera utilizar? Al menos se darían cuenta de que no somos tan tontos como piensan, y esto no es una sugerencia, todos los votantes somos mayores de edad-, es, simplemente, un comentario.

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