jueves, 1 de mayo de 2014

Mesa camilla

En una de esas tertulias radiofónicas tan de moda en estos días, oigo, por casualidad, un debate sobre lo mal que se trabaja, desde hace unos años,en empresas, organismos e instituciones. Nunca ha habido tantos errores, tantos fallos, tantos retrasos –dice no sé qué informe-,y la tendencia es a seguir empeorando. Cada tertuliano dio su opinión, pero me quedo con la siguiente: el demostrado deterioro en este terreno obedece a que las plantillas de trabajadores son, poco menos que en mayoría, de gente joven, de jóvenes que están bien formados, con estudios superiores incluso, con cursos y cursillos de todo tipo, pero carecen de recursos personales, de resolución, de práctica y de otras habilidades que solo se adquieren con la experiencia. Estuve de acuerdo pero eché de menos que la tertuliana no aclarara que la experiencia laboral no se adquiere solo con los años de trabajo, se adquiere, sobre todo, trabajando con personas de mas edad, de otras generaciones, algo que los jóvenes de hoy ni siquiera tendrán la oportunidad de hacer, con lo cual es normal que las cosas vayan de mal a muy mal. ¿Pero por qué se debate esto en los medios de comunicación como si fuera un fenómeno extraño cuando en realidad no es otra cosa que el fruto de lo que hemos sembrado?  
     A lo largo de los últimos años, los españoles hemos sido testigos directos de cómo las empresas más importantes del país, pese a ingresar más dinero que nunca, pactaban jubilaciones anticipadas con el beneplácito de los partidos políticos, de los sindicatos y para qué negarlo, de los propios trabajadores en no pocos casos. En general recibían la propuesta de despido como si les hubiera tocado el gordo de la lotería. Estaban encantados con la nada despreciable indemnización económica que les ponían en las manos, con ganar más sin trabajar que trabajando y con disponer de todas las horas del día para hacer lo que les viniera en gana.
     No faltaron voces que se alzaron en contra de tan sospechosas prejubilaciones y alertaron de las negativas consecuencias por no decir catastróficas que no tardarían en pasarnos factura.
    Primero: Se trataba de acabar con trabajadores que tenían derechos adquiridos para ser reemplazados por otros que jamás los adquirirían, con lo cual, los derechos laborales que tanto había costado conseguir, pasarían a la historia.
    Segundo: Las empresas, incluso las que durante muchos años habían sido modelo de eficacia, en manos de personal sin experiencia y sin compañeros de los que aprender, no tardarían en ser modelo de todo lo contrario.
    Tercero: El elevado número de ciudadanos sin responsabilidades, sin obligaciones, sin actividad laboral en lo mejor de su vida profesional y plenas capacidades físicas y mentales solo conseguiría multiplicar el número de depresiones y problemas psicológicos.
    Y cuarto: Se dispararía el número de pensionistas, descendería el número de trabajadores, y si para pagar una pensión, tres trabajadores tenían que cotizar, ¿cómo demonios íbamos a cuadrar las cuentas?
    Pero los empresarios, los partidos políticos y los sindicatos hacían oídos sordos y seguían a lo suyo sin trabas por parte de los trabajadores que conseguían “premio” en su tómbola de disparates. “La vela que va delante es la que alumbra”, decían estos interpretando de envidia cualquier desacuerdo, y ahora, ante la luz de la vela que abrió el camino de sus hijos, los ven trabajar, en el mejor de los casos, con contratos basura, sin adquirir ningún derecho, con sueldos miserables y sin más futuro laboral que el de ser despedidos sin indemnización alguna. Siguen disponiendo de todo el tiempo del mundo para viajar y dedicarse a otros placeres, pero sus pensiones han ido bajando poco a poco, los precios subiendo mucho a mucho, y sus hijos, o no logran independizarse, o vuelven a casa con las manos vacías tras haberlo hecho,y el sueño de vivir como reyes a partir de los cincuenta años, se ha quedado en la realidad de tener que vivir como esclavos a partir de los sesenta, algo que, como era de esperar, les afecta seriamente a la salud, y lo que es peor, a la salud de todos, porque todos sufrimos las consecuencias de la falta de personal en las empresas, servicios e instituciones, de la sobra de personal sin experiencia,sin ganas de luchar por un puesto de trabajo que saben van a perder de todas formas, sin ocasión de desarrollar sus capacidades, sus ideas,sus iniciativas, porque a ninguno le falta el jefetillo de turno que cobra lo suyo y lo ajeno por marcarles  objetivos imposibles de cumplir para poder despedirlos con toda la razón del mundo, sin ilusión por superarse y sin ganas de encontrarla. Pero ¿quién se siente culpable?
     Absolutamente nadie, la culpa de tantos parados en edad laboral, de tantos jóvenes trabajando a disgusto, de tan mala calidad en los servicios, es, simplemente, de la crisis, de esa crisis que, en efecto, cocinaron entre empresarios, políticos y sindicatos, pero que basta hacer memoria para llegar a la conclusión de que contaron con la sal y el laurel de aquellos trabajadores que aceptaron por dinero aquellas prejubilaciones voluntarias y negándose a ver que estaban poniendo en peligro el futuro laboral de sus hijos y mucho me temo que hasta de sus nietos, porque perder los derechos es muy fácil, pero recuperarlos es tan difícil que de momento tendremos que conformarnos con recoger el fruto de lo que hemos sembrado.

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