sábado, 31 de mayo de 2014

Mesa camilla

 La tarta del poder 
     Como al término de todos los comicios electorales, según ellos, los dos partidos mayoritarios han ganado las elecciones al Parlamento Europeo. Los del uno y los del otro, tienen razón, los políticos no pierden nunca, ni siquiera cuando las urnas les quitan el sillón, entre otras razones que sobra explicar porque ya se encarga su partido de crearles una jefatura en cualquier ministerio, en algún consejo de administración o empresa de confianza, para que, en no pocos casos, sigan cobrando incluso más que cuando ejercían de políticos. Pero no es este el mensaje que ellos quieren trasmitirnos a los ciudadanos, lo que quieren hacernos ver con su fingido optimismo es que no han perdido votos, algo que en esta ocasión ni sus votantes más fieles pueden creerse.
    El PP ha perdido millones de votos, el PSOE no ha recuperado ni uno. En resumen: aunque ninguno se vaya al paro, los dos han perdido, basta fijarnos en el elevado índice de abstención que, aunque sus cifras dicen que ha sido ligeramente inferior al de otros comicios, lo cierto fue que los ciudadanos de a pie, en general, vimos menos votantes en los colegios electorales, familias enteras que tras pensarlo mucho decidieron no ir a votar, personas que por primera vez en 37 años decidieron quedarse en casa, y por raro que parezca, entre estas ausencias, no faltaron, incluso, las de militantes de los dos partidos. Los comentarios a pie de calle podían resumirse en dos conclusiones: igual daba votar a unos que votar a otros, todos son iguales, y para qué votar si luego hacen todo lo contrario de lo que dicen y deben hacer.
    Para los dos partidos la abstención en estos comicios obedece al gran desconocimiento que los españoles tenemos de las políticas europeas. Tampoco hay que ser muy linces para llegar a esta conclusión, ni un partido ni otro se han preocupado nunca de explicar al pueblo las ventajas y los inconvenientes. Desde el primer momento, las decisiones que se tomaban en Bruselas, si eran favorables, se las apuntaba el gobierno de turno para que se las premiáramos en las urnas, y si eran desfavorables, del que ya estaba en la oposición para que no cayéramos en la tentación de volver a votarlos, Bruselas nada tenía que ver. Pero a estas alturas, estas malas mañas, ya no cuelan, los españoles hemos aprendido a distinguir entre lo que depende de Bruselas y lo que depende de Madrid, y tenemos claro, muy claro, que ni los gobernantes de fuera ni los de casa merecen nuestro apoyo en las urnas: los de fuera porque parecen empeñados en que los ciudadanos paguemos los platos rotos de los políticos, algo que además de injusto, es peligroso, lo razonable sería que les pidieran cuentas de sus desfalcos, de sus abusos de poder, del mal uso que han hecho de los fondos económicos y otros desmanes, y los de casa porque es evidente que han hecho del poder una tarta que han pactado repartirse a partes iguales, hoy te toca partirla a ti, mañana me toca a mí, y al pueblo que le parta un rayo. Cuando el PP perdió las primeras elecciones que ganó, una de las ministras del señor Aznar, decía al PSOE algo así:
   --Ustedes han gobernado durante 20 años y nosotros solamente ocho. Volveremos a gobernar. No es justa la diferencia.
    Y parecen dispuestos a dejarse ganar o dejarse perder para repartirse la tarta, algo que los ciudadanos ya no toleran, ni a unos, ni a otros, esa fue la principal razón del alto índice de abstención y de votos nulos, que si los cuentan, como se supone que los contarán, la tarta de las próximas generales puede que, por muchas guindas que intenten ponerle, les siente mal a los dos.

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