domingo, 30 de junio de 2013

Carta a...

Querida Salamanca: El pasado mes tuviste que decir adiós a El Adelanto: moría a los 130 años de edad. Este mes has tenido que enterrar a la Unión Deportiva Salamanca: a los 90 años ha muerto también. Todo indica que el próximo mes tendrás que despedirte de la sede de la salmantina Fundación Germán Sánchez Ruipérez: te la quitan después de muchos años, se la llevan a Madrid, se va como se te van los jóvenes en busca de trabajo, como se te van los menos jóvenes al paro, a la jubilación anticipada, a firmar un contrato laboral de cuatro días al mes, como se te fueron en los últimos años otros periódicos, cines, teatros, museos, importantes servicios, trenes y las pocas fábricas que tenías: sin que a tus autoridades les preocupe otra cosa que no sea prepararte para el turismo. ¿Para el turismo? Sí, claro, ellas llaman turistas a las personas que vienen de Madrid o hacen una parada de camino a Portugal y en unas horas pasean tu Rúa Mayor, fotografían tus catedrales, buscan la rana de la universidad, comen, toman un café en tu plaza y, o regresan a la capital de España, o siguen camino al país vecino. ¿Qué pinta un turista más de veinticuatro horas en Salamanca? Nada, absolutamente nada, como no sea ir de compras a su centro estrella: el Corte Inglés, al que tan entusiasmadas las tienen que no dudan en robarle los actos a tu Plaza Mayor para dárselos a su nueva plaza de la Concordia. Pero no importa, ellas siguen pendientes de sus turistas, y por ellos te hacen calles peatonales, te quitan zonas de aparcamiento, te echan fuera los centros oficiales, persiguen de mil formas a los pequeños comercios para que tengan que cerrar y para justificarse permiten que los bares instalen terrazas en pleno invierno, porque eso les da dinero, mucho dinero, y pié para alabar tu belleza, tu cultura, tu sabiduría, convencidas de que alabándote a ti se alaban ellas mismas. ¡Pobrecillas diría yo si no fuera porque sus políticas hacen pobres a los ciudadanos y porque ni compasión merecen quienes se preocupan más por los de fuera que por los de casa! ¿Sabes una cosa? Tus autoridades me recuerdan con frecuencia a una amiga que tuve hace años en otra ciudad. La amiga en cuestión estaba muy orgullosa de su casa y no era para menos. Se trataba de un piso normal y corriente pero tan bien amueblado que parecía un pequeño palacio. Comprarse un vestido, ir a la peluquería, salir una noche a cenar, eran cosas que le daba igual, para ella el dinero no tenía más finalidad que la de cambiar el papel de las paredes, la tapicería del sofá, los florones del techo o la moqueta de la entrada. Hasta aquí todo normal, cada cual se gasta su dinero en lo que quiere, y lo que a unos les gusta, no tiene por qué gustar a los demás, el problema era que se dejaba las manos sacando brillo a los muebles, a los cristales, a los azulejos, a todo lo visible con una finalidad: que se lo vieran las vecinas, las amigas, los parientes. Tal era su obsesión que de vez en cuando lo ponía en venta a sabiendas de que no pensaba venderlo, su intención era mostrárselo a cuantos se interesaran por él, que nunca faltaban, naturalmente. Y mientras que los de fuera disfrutaban unos minutos viendo aquel palacio, para los suyos era un tormento llegar a casa: para darse una ducha sin que les echara una bronca, tenían que esperar a que se fuera a la compra y dejar el baño impecable, por nada del mundo les permitía entrar con los zapatos puestos, usar el servicio cuando esperaba visita, era totalmente imposible. Una de aquellas tardes su marido tuvo que irse a mear al bar, , y tan a gusto, tan libre y tan feliz debió sentirse el hombre que no volvió, , como dejaron de volver las vecinas, las amigas, los parientes y los que leían el anuncio, hasta que acabó quedándose sola en su palacio, como te quedarás tú si no dejan de quitarte cosas, sola entre tus piedras doradas, entre tus monumentos, condenada a vivir de tus glorias pasadas, que es una forma de empezar a morir. ¡Qué lástima! María Jesús.

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