domingo, 30 de agosto de 2015

Mesa camilla

Son muchos los “días de…” que celebramos al año: el de la madre, el del padre, el de los enamorados… Por si acaso se nos olvida, nos lo recuerdan los medios de comunicación, y todos corremos a comprar regalos, a organizar cenas, a encargar flores…El pasado 23 de agosto, como todos los años desde 1973, se celebró el “día Internacional en Recuerdo de las víctimas de la Esclavitud” y dudo que, como en años anteriores, sean muchos los que se han enterado; ni lo difunden todos los medios, ni tenemos tiempo para recuerdos de hechos que no vivimos, quizá por eso la esclavitud, que fue abolida hace 150 años, se sigue practicando en nuestros días.
     Es cierto que ya no llegan a nuestras costas barcos cargados de “quincalla” –así llamaban los traficantes de la época a los hombres, mujeres y niños que capturaban para ser vendidos y comprados en los mercados de una de las mayores vergüenzas humanas-, pero esto no significa que hayan desaparecido del mapa, significa que han cambiado de fórmulas.
    Los traficantes de hoy se enriquecen fletando pateras de hombres, mujeres y niños con la falsa promesa de encontrar un futuro mejor lejos de sus fronteras; reclutando mujeres que finalmente son destinadas al sucio negocio de la prostitución involuntaria; encadenando a no pocas personas con el método de contraer sucias deudas para después, cuando no puedan saldarlas, ser chantajeadas con la amenaza de pagar con su vida o con la vida de sus familiares; capturando niñas para venderlas, casarlas o explotarlas laboralmente, y niños que son entrenados para el tráfico de drogas, de armas y, con demasiada frecuencia, convertidos en terroristas. ¡Cuánta basura humana!
    Los gobiernos, generalmente, castigan a las víctimas y ayudan a los responsables generando guerras, incultura y pobreza. Estos días, todos los gobernantes sin excepción, dan fe de ello: miles de hombres, mujeres y niños, niños como sus hijos, niños como fueron ellos antes de que sus cargos les convirtieran en máquinas de fabricar poder, niños como los hijos de los ciudadanos que les votan y ponen a su alcance una vida de privilegios, se ven obligados a huir de las miserias de sus respectivos países y ante el problema que suponen estos movimientos sociales, se lamentan y vuelven a lamentarse de tanta desgracia inventada, se reunen y vuelven a reunirse para buscar soluciones a tantos dramas y solo se les ocurre alzar barreras de cuchillos para que, si tienen la suerte de no morir en el camino, mueran al intentar salvarlas. No encuentro palabras para describir su conducta; solo se me ocurre que, o nunca fueron personas, o han dejado de serlo. 
    Los ciudadanos libres, consciente o inconscientemente, también colaboramos con ellos. En los puntos más céntricos de nuestras ciudades surgen tiendas, con frecuencia de firmas prestigiosas, que nos venden toda suerte de objetos y prendas de vestir a precios tan irrisorios que, si viéramos el importe en el suelo, ni nos agacharíamos a recogerlo. ¿Cómo es posible que sean estas tiendas precisamente las que en estos tiempos de crisis no vayan a la ruina? Detrás de cada bolso por un euro, de cada falda por cincuenta céntimos, de cada arsenal de guantes de goma que nos regalan por comprar una colonia en oferta hay un niño que pasa hambre, que no va a la escuela, que se cura con hierbas si está enfermo y no sabe lo que es jugar porque tiene que trabajar desde el alba a la puesta del sol por un sueldo miserable. ¿No es esto ser esclavo?
    Pese a que la esclavitud fue abolida hace siglo y medio y están reconocidos los Derechos Humanos, los traficantes de personas pueden dormir tranquilos: su negocio es el único que, hasta en tiempos de crisis, en lugar de menguar, crece.

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