domingo, 30 de marzo de 2014

Mesa camilla

Se acercan las elecciones europeas y los españoles, como miembros comunitarios, estamos llamados a las urnas, pero ¿vale la pena pasar por ellas?, ¿a quién votamos?, ¿nos servirá de algo?
     Formar parte de la Unión Europea tiene más ventajas que inconvenientes. El cambio de España con su entrada en la misma es algo innegable, pero nuestros gobernantes, los de un partido y los de otro, gestionaron tan mal los fondos económicos, y tantos desmanes les permitieron las autoridades europeas, que hoy, para los ciudadanos responsables, es difícil decidir el voto por no decir imposible.
    Las ayudas económicas que llegaban de Bruselas debieron utilizarse en construir un país moderno, próspero, estable y con posibilidades para todos, pero los responsables de administrarlas, más interesados en ganar elecciones que en el futuro de los españoles, invirtieron los dineros en subvencionar siembras de girasoles, en organizar eventos con la falsa etiqueta de culturales, en destruir millones y millones de puestos de trabajo, en acabar con importantes servicios públicos, en construir edificios innecesarios, en obras interminables, en festejos municipales, por citar algunos ejemplos, y hoy, cuando el grifo de Bruselas se cerró por fin nos vemos sin dinero, con un campo que no produce, con ganaderías que no son rentables, con pequeñas y medianas empresas en la ruina, con aeropuertos sin aviones, con ancianos que mueren antes de conseguir una plaza en una residencia pública, con colegios en los que sobran niños y faltan profesores, con millones y millones de parados, con trabajadores que no cobran a final de mes, con autónomos que no pueden hacer frente a sus cotizaciones, y para colmo de males, endeudados.
    A lo largo de estos años no han faltado voces que se alzaban respetuosas para alertarnos del peligro. Era evidente que la mala gestión estaba favoreciendo a los de siempre: políticos, banqueros, constructores, y la factura, como de costumbre, nos la pasarían a los ciudadanos. Pero nuestros gobernantes seguían a lo suyo. Lo importante era ganar elecciones, y una vez ganadas, que se quejaran, desde el poder no se oía nada en cuatro años. Y los de Europa, miraban para otro lado, se conformaban con que nos prohibieran fumar, acabaran con las corridas de toros, nos enseñaran a comer hamburguesas , a ir al gimnasio, a desayunar mucho, a cenar poco y temprano, a no salir de noche, a comprar en sus grandes superficies y a sentirnos europeos por necesitar un número más en los zapatos y vestirnos todos con la misma talla.
      Ya no hace falta que nos alerten las voces del sentido común: la realidad se nos ha plantado delante y habla por sí sola. Pero nuestros gobernantes acaban en la cárcel y siguen siendo inocentes, acometen recortes para fabricar pobres y mejora la economía familiar a pasos agigantados, siguen enriqueciendo a sus ricos y se cuelgan las medallas de la honradez sin ningún rubor. Y los europeos, en lugar de salvarnos de sus atropellos, les prestan dinero para que compensen las pérdidas de los despilfarros sus banqueros y demás amigos con una sola condición: que lo devuelva el pueblo para que no levante cabeza.
      ¿Debemos pues los españoles acudir a las urnas el próximo 25 de mayo? Naturalmente que sí.  Formar parte de la Unión tiene más ventajas que inconvenientes, pero votar, solo se han ganado un voto nulo, tan nulo como ellos. A ver si dejándolos en ridículo se enteran de que no somos tan menores de edad y reaccionan de una vez por todas, pues de seguir  así acabaremos siendo un barrio de Alemania con todas las obligaciones y sin ningún derecho.

    María Jesús.

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