domingo, 2 de marzo de 2014

Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo encantado de poder darte una noticia que me ha hecho muy feliz: mi autora acaba de recibir un Primer Premio “Tiflos” en su edición de 2014. Es verdad que estaba contento de que ya  contara con el tercero en su edición de 1997, pero no es menos cierto que un primero me satisface más, entre otras razones porque el nivel de los participantes de este prestigioso certamen es cada año más elevado y el jurado lo forman personas tan cualificadas que, aunque me enfado cuando lo dice, entiendo que no se lo esperara. El trabajo galardonado se titula “Los días perdidos” y te adelanto de qué va:
    Los días perdidos es una colección de relatos encadenados unos a otros en el contenido aunque con diferentes títulos. Ara, la protagonista principal, es una mujer inteligente, culta, muy elegante, que ante la inesperada roptura de su matrimonio siente que se le ha parado el reloj de la vida, y convencida de que es incapaz de ponerlo en marcha, decide aislarse del mundo en el ático de un edificio. Dos años más tarde, al salir de casa una mañana, se encuentra con que el ascensor está averiado, y segura de que no se tropezará con ningún vecino por lo temprano de la hora, se anima a bajar andando y he aquí la sorpresa: en cada planta se encuentra con una mujer que se suma al trayecto y directa o indirectamente cuenta su historia. Todas, menos Lali, han perdido muchos días de su vida; unas por unas razones, otras, por otras, pero todas porque no han sabido gestionar su tiempo como Eulalia. Ya en la planta baja es un hombre el protagonista de la historia. Es un hombre inteligente, culto, bien parecido, que lleva perdidos todos los días de dos años por una esposa que lo ha abandonado. Y para no complacer a los lectores que gustan de empezar los libros por el final para terminar antes, que haberlos hailos, termino; solo añadir que Ara y Daniel deciden de forma inconsciente no perder ni un solo día más de sus respectivas vidas.
    El libro será publicado y tendré la ocasión de leértelo, pero de momento te dejo con otro de los relatos de “Letanías”.        
     
        Crónica de un timo anunciado

    A punto de dar el reloj las diez desperté impaciente y viudo. Me estaba afeitando cuando oí la puerta de la calle, y desconectando la maquinilla de un tirón, salí del cuarto de baño.
    --¿Has abierto el buzón? -le pregunté a mi mujer. Porque "la" Trini ya no es mi novia, es mi mujer. Ya debería hacer como mi padre, como mi suegro, como mis tíos… decir: mi esposa, mi señora, mi mujer. La verdad es que con la de palabras que hay para llamar a una misma cosa, el que no llama a las cosas por su nombre es tonto, pero que muy, pero que muy tonto. Yo no es que sea tonto, es que me da vergüenza. Como de novios. Todos decían mi chica, mi ligue, mi novia... Yo decía "la" ésta, si "la" ésta estaba presente, o "la" Trini, si "la" Trini estaba ausente. Tanto entonces como ahora he intentado decir mi novia, mi mujer, pero siempre me quedé en el "no" o en el "mu". Arrancar, arranco bien, pero soy incapaz de seguir, se me escapan las palabras de la boca, se me deshacen entre los dientes. Solo una vez, en casa del tío Jaime, logré decirlo entero: mi mujer. Y me puse rojo como un semáforo, y todos se rieron de mí, como cuando me despisto y me pongo un calcetín blanco y otro negro, como cuando salgo a la calle con la corbata y la camisa del pijama. Por eso lo mejor es que la llame "la" Trini y me deje de pasar apuros. Al fin y al cabo lo que le digo a ella cuando se enfada por esto: "A ti no te pusieron ni novia ni mujer, te pusieron Trini, y si te lo pusieron, sería para llamártelo, no para guardarlo de recuerdo, digo yo".
    --¿Con qué mano quieres que lo abra -preguntó "la" Trini para responderme-, con ésta? Y sacó la lengua mientras soltaba sobre la mesa de la cocina un montón de bolsas a tope de carne, dulces, huevos, fruta: comida.
    --¿Cómo has comprado tanto en el súper? No lo entiendo. ¿Te han fiado?
    --¿Fiarme? Tú eres tonto y no lo sabes. Fiar ya no fía ni San Antonio. ¡Fíjate! Cuando te fuiste a Palencia empecé a pedirle que cuando volviera a verte, te viera vestido de municipal, y ya ves, venías un viernes, y con tu ropa, venías otro viernes, y con tu ropa, hasta que me harté y me dije: "Voy a encenderle unas velas, a ver si viendo las luces..." y esta mañana me levanté más temprano que nunca, cogí el último billete del paro y me lo gasté en velas.
    --¡Jo, qué bruta! ¿Y los churros, con qué compraste los churros?
    --Con nada. Hoy no hay churros.
    --Pues buena la has hecho. Yo que ya me los estaba saboreando...
    --Y tan buena. ¡Ya lo creo! Hoy no comerás churros. Ya me dio apuro pedirle más a tu madre. Pero pronto comerás también chocolate. Bueno, comeremos. ¡Faltaría más! Con lo golosa que soy yo...
    --¿Y por qué lo sabes? ¿Te lo dijo San Antonio?
     --No, tonto, no. Los santos no hablan, oyen.
    --¡Qué raro! Pues dicen que se puede ser sordo sin ser mudo, pero que no se puede ser mudo sin ser sordo.
    --Eso será con las personas, con los santos es otra historia. A mí me lo van a contar...
    --Pues ¿qué has visto?
     --A tu mama.
    "A mi mama..." La última palabra resonó en mi cabeza como resonaban las piedras cuando de niño las tiraba al río. Cuando vivía con los abuelos, porque mis padres trabajaban en Suiza, decía mi mama, y no pasaba nada. Cuando se vinieron, porque nació mi hermano, y compraron el piso, y me fui a vivir con ellos, decía mi mama, y no pasaba nada. Ni en el colegio, ni con los chicos del barrio... Lo malo fue cuando entré en la pastelería. "Mi mama dice que por nada me meta en líos, que si hay que enfrentarse al jefe, que se enfrenten los demás", decía yo. "Mi mama dice que en el trabajo oír, ver y callar", volvía a decir. "Mi mama dice que no sea tan pazguato, que de las propinas no dé cuentas ni a Dios ni al diablo". "Mi mama..." Y todos se guiñaban y se sonreían, y todos andaban con el "mi mama" para arriba y con el "mi mama" para abajo, como si yo fuera un párvulo, como si yo fuera un tonto. Pero no es que lo sea y no sepa decir mamá, es que cuando lo digo parece que me pesa la palabra, que no puedo con ella. Y lo de madre, que ya he probado, me suena mal, a viejo, a miedo. Hasta mi mama me riñó un día que la llamé madre, porque era de catetos, de pueblerinos, y nosotros somos de ciudad. Pero como yo no era tan tonto como para hacerles caso, ni ellos tan listos como para entenderme, desde entonces digo mi ma... y nadie sabe si es que no quiero decirlo entero, o es que no tengo más ganas de hablar.
    --¿Y qué te dijo mi ma?
    --Que hiciera la compra, que ella pagaba, que iba a llamar por teléfono y que venía a hablarnos, que tenía noticias. Del tío, supongo. Y tú como un gili pendiente del buzón. No sé para cuándo piensas estrenar la olla.
    El charpazo de alegría que empapaba a "la" Trini empezó a salpicarme a mí. Ella cantaba y bailaba eso de:
 No somos tontos,
 que sabemos lo que queremos,
 toma la vida
igual que si fuera un premio,
 pero que nunca se rifa... mientras hacía café.
     Ma siempre toma café, al llegar y al marcharse. Y "la" Trini tan contenta de poner la cafetera a su entera disposición. Como siempre viene con algo en las manos... Yo me desayuné cuatro galletas y me senté a esperarla en el salón, sin pestañear, sin respirar... como si estuviera dormido, como cuando de niño esperaba a los Reyes Magos. ¡Eso, eso!, digo bien. Entonces, al abrir los ojos, ¡qué guay!, me traían una pistola, una pistola de mentira; ahora, cuando los abra, ¡ya lo sabía!, me la traerán de verdad. Y como para pensar no hay que hacer ruido... ¡Jo, qué cosas descubro! Para que luego digan que soy tonto, que pienso menos que las moscas. Pues a ver, que yo sepa, hasta ahora sólo Colón descubrió algo, y lo que descubrió fue América, no que para pensar no se hace ruido. Pues bien, ante tan magno descubrimiento, me puse a pensar, a organizar el puzzle de mi odisea, a dejarlo listo para la última pieza.
      Me casé hace seis meses. Bueno, unos dicen que me casó mi ma, para que "la" Trini me lavara y me planchara, para que no me dejara por otro, para que me despabilara; otros, que mi suegra, para recoger a "la" Trini de una vez, para no tener que criar hijos y nietos, para quitarla de insolaciones a la sombra de mi familia, y los vecinos de ambos, que lo sé yo, dicen "que Dios los cría y ellos solos se juntan". Pero qué saben ellos, qué saben ellos si ni siquiera saben que para pensar no se hace ruido. Quien me casó fue el cura, el cura aquel que me daba clase y que le dijo a mi ma que se dejara de echarme parches a las coderas, que de estudiar jamás se me desgastarían las mangas, el cura aquel que me dio la primera comunión y que me dijo que le pidiera al Niño Jesús que me pusiera pocas piedras en el camino, porque tenía tan flojas las bombillas de la lámpara que todas me las llevaría de calle. ¡Qué majo! Mira que llamar lámpara a la cabeza... Pues fue ese cura, y en la misma iglesia: la del colegio. Fue un capricho de mi ma. Ma tiene muchos caprichos. Yo quise esperar, a que pasaran las ferias, a que aflojara el calor. Mi padre también quiso que esperara, a que tuviera dos dedos de frente, por entonces sólo tenía uno y medio, por el flequillo, y como es tan miedica, se le hacía poco para un casado, a que encontrara un trabajo fijo, a que lo encontrara "la" Trini... Pero ella dijo que verdes las han segado, que oficio hecho, pierde cuidado. Y nos arregló los papeles, y nos dio para la entrada del piso, y cambió sus muebles para darnos los viejos, y nos pagó la misa, los trajes, los anillos, el cubierto, la luna de miel... que fuimos a Madrid, tres días, para que no nos muriéramos burros, porque quien se muere sin ir a Madrid, se muere burro. Lo decía mi abuelo. Y mareó al tacaño de mi padre para que no se la montara por abrirnos tanto el grifo: que si ya era hora de quitar las sillas y de poner sillones, que si la parroquia pedía mantas para los soldados que luchaban en la guerra de las Malvinas, que si para recoger en junio había que sembrar en octubre, que si para tener el dinero en la cartilla, que si con el tiempo les devolveríamos hasta los intereses... y el pobre tan feliz y tan sereno, sin darle una voz más alta que otra. Normal. Cómo sabe que ella es más lista que él... Y me casé porque "la" Trini se enamoró de mí. ¿Qué digo se enamoró? Lo de "la" Trini no es amor, es locura. Si la noche menos pensada me mata vivo... Fue en la pastelería, se ponía a hablar conmigo en cuanto llegábamos, me pedía que le comprara chocolatinas y que la llevara al cine, me decía que vestía como los extranjeros, y en cuanto nos despidieron, porque el jefe nos tenía manía a los dos: a ella porque se le iban los dientes a los pasteles, a mí porque se me iban las manos a ella, porque era un negrero y nosotros no nos dejábamos explotar así como así, dijo que a casarnos, que ya teníamos cuarenta años entre los dos, que de momento cobraríamos un año de paro cada uno, que con la espiga de la boda... Y era cierto, sobre todo lo de la espiga. La que más nos espigó fue ma, luego mis tíos, mis primos... Su familia espigó poco, la verdad. Hubo hasta sobres vacíos, y aunque se hicieron los tontos, todos supimos que venían de allí: de la familia política, que decía mi padre, y que digo yo que qué demonios tendrá que ver la familia de "la" Trini con la de Adolfo Suárez, con la de Carrillo, con la de Fraga... Cosas del mentecato de mi padre, faroles que se enciende para dejar en penumbra a mi ma. Pero yo no se lo tengo en cuenta, el tío Jaime cumplió por todos: por él, por los demás. Porque lo del tío Jaime no fue una espiga, fue un trigal.
    El tío Jaime se fue a una finca de Palencia hace ya algunos años, y allí vive, como un general, bueno, como lo que es. Fue Franco quien se lo nombró, cuando la guerra famosa. Con qué orgullo me enseñó la Cruz de los Méritos, por la que cobra no sé cuantísimo al mes, la noche que llegué a su casa.
    --¿Y cuáles fueron los méritos? -le pregunté yo, por hablar algo, que a mí...
    --Matar enemigos, en cada batalla maté más de mil, y cada millar, de un balazo.
    --¡Jo, qué bruto! ¿Y todos eran hombres? -me sorprendí yo aunque entendí en seguida que los méritos eran otros pájaros del estilo de los bárbaros, de los romanos, de los judíos... y que según el cura no fue tan fácil quitarlos del  medio. Normal. Como por entonces no había nacido el tío Jaime...
    --¡Pues claro, capullo, pues claro, no iban a ser grillos!
    --Bueno... tampoco se ponga así. Como yo no estuve en la guerra y la lección de los méritos la debieron de dar alguno de aquellos días que falté a clase por las paperas...
    --Entiendo, hombre, entiendo, no me hagas caso. Los generales hablamos así: con firmeza, con fuerza... pero nunca llega la sangre al río.
     --Pues me alegro que me lo advierta, porque a mí, en cuanto me dan órdenes, me asusto y me voy.
    --Pues de aquí, y ten en cuenta que los generales pedimos mandando, no te irás hasta que no te vayas con la vida resuelta. Bueno, puedes irte los fines de semana, a ver a tu mama, a tocar a tu Trini, a oír a tu papa... a contarles a todos única y exclusivamente lo que yo te diga que les cuentes. Y sepas que es por tu bien, no por el mío.
    --Sí, sí, claro, ya lo sé, por eso no he salido corriendo ya.
    La tía Elvira me puso una plancha de esponja detrás de la puerta del cuarto de los niños, me dio un par de mantas y me dijo que aquella sería mi cama. Yo me extrañé de que en la casa de un general no hubiera una habitación para los huéspedes, pero ella me lo explicó muy requetebién:
     --Un general como tu tío tiene muchos compromisos que atender: que si comer con el alcalde, que si cenar con el gobernador... y como para recibir hay que dar, a finales de mes andamos como tres en un zapato.
     A finales y a principios, porque la tía cojeaba siempre del mismo sitio: del monedero. Pero a mí no me importaba aguantar sus lamentos, como no me importaba dormir en el suelo; gracias a los dispendios y a las furrionas del tío yo sería municipal.
     Fue su espiga de boda, bueno, de víspera de boda, porque me espigó la víspera. Llegaron los dos aquel día por la mañana. Después de comer la madre de "la" Trini llamó a la mía y vinimos todos a ver el piso.
    --¡Qué baño, qué salón, qué cocina... y dos terrazas! -se maravillaba la tía.
    "La" Trini y yo nos quedábamos rezagados para envolvernos entre arrumacos.
    --Y ¡fíjate! -puntualizó el tío-, no han empezado y ya tienen lámparas, televisor, cortinas... y hasta teléfono.
    --Sí, sí... mis sacrificios me ha costado -medio suspiró mi ma-, pero les falta lo principal: trabajo.
     --¿Trabajo? -preguntó el tío- De eso quería hablarles precisamente. Se lo venía diciendo a mi hermana, ¿verdad?
    Miró a la madre de "la" Trini, a mi suegra, que todavía no era mi suegra, claro.
    --Sí, sí-respondió ella bajito, como si se le hubiera olvidado.
    --Pues le decía, que si ellos quieren, que se venga Paquito... porque te llamas Paquito ¿no?
    Me miró a mí. Yo iba a hacerme el mayor diciéndole: "No, Francisco". Pero "la" Trini, que no paraba de sobarme, me arreó un pellizco en la espalda, y por si se trataba de un aviso y no de una carantoña, me cogí y me callé. Y el tío siguió con mi ma:
    --Que se venga a casa, con nosotros. Por comer y por dormir no le vamos a cobrar. Ya es un sobrino y entre familia... Yo me comprometo a prepararlo para guardia municipal. Él sólo tendrá que pagar los libros, la solicitud... y en cuanto salgan las oposiciones, que será en unos meses, trabajo fijo en el ayuntamiento.
    --¿Y si no aprueba? Es algo torpe para los libros.
     --No sea tonta. A estas puertas son muchos los que llaman, pero abrirle, solo le abren al que llama con aldabas.
     --Ya lo sabemos, pero ¿qué aldabas tiene él?
    --Las mías, señora, las mías -dijo golpeándose el pecho a puño cerrado-. Con ellas soy yo capaz de abrir puertas, ventanas y balcones si hace falta.
     --Siendo así...
    Y mi ma los invitó a cenar, y ellos se invitaron a dormir. Son tan abiertos... Y por la mañana, cuando me levanté del sofá, porque, aunque no querían ni bien ni mal, les dejé mi cuarto, tuve que darles el disgusto de no encontrar en la mesita de noche mi esclava de oro. Y mi ma, que yo tenía la cabeza a pájaros, y mi padre, que a ella le iba a salir el tiro por la culata. Es tan desconfiado... Y la tía revolviendo Roma con Santiago para demostrarnos su inocencia, y el tío, eso es un tío y no los de verdad, pendiente de mí, que si ven que te peine, que si ponte derecho que te haga el nudo de la corbata, que si me voy a la iglesia en el mismo coche que tú... como si fuera mi ángel de la guarda, mi salvador, bueno, como lo que era. Y en el banquete, después de partir la tarta, le di la noticia a los invitados, y todos se quedaron de un aire, que si más vale caer en gracia que ser gracioso, que si a todos los tontos se les aparece la Virgen... ¡Qué ignorantes!, mira que llamar Virgen al tío y a mí tonto… Pero lo que dijo mi suegra, que ya era mi suegra, claro: “Envidia, eso es envidia”. Y la mujer, encima de abrirme los ojos, tuvo que aguantar la patochada de mi padre: "Y si tiene tanta mano, ¿por qué no es él municipal?" Pero lo que le dijo mi ma, y muy bien dicho: "Porque es general, y todos los obispos quieren llegar a papa, pero ¿cuándo has visto tú que un papa quiera llegar a obispo?" Y es que mi ma sabía mejor lo que se traía entre manos, lo que se traía y lo que se llevaba, ¡qué gaitas! En cuanto vinimos de la luna de miel me mandó a Palencia. Solo venía los viernes. "La" Trini me recibía con los brazos abiertos, bueno, con los brazos cerrados, porque en cuanto me veía... Me dejaba respirar los lunes, cuando me iba. Y como mi ma quería tener al tío contento, lo hacía cargado de jamones, de lomos, de quesos, Y mi padre protestando, como siempre, que si nos va a desplumar, que si nadie da duros a reales... La verdad es que hasta los tontos tienen razón alguna vez, que todo tiene un precio, hasta ser municipal con aldabas, pero mi carrera, lo que se dice mi carrera, me la he pagado yo, de mi cartilla. Para lo que más me mandó sacar el tío fue para la instancia, para las pólizas... porque lo del papeleo ha sido caro; Lo de los libros, no tanto. Con uno tuve bastante. El tío me ponía un par de lecciones diarias. Yo me plantaba a estudiar en cuanto me desayunaba, pero me acordaba de "la" Trini y en lugar de señales de tráfico, de flechas, de símbolos... veía brazos, labios, tetas... y para qué seguir. Antes de comer, el tío me tomaba las lecciones, y decía que muy bien, que era un artista.
    --Si no he leído nada -me extrañaba yo.
    --No importa. Como soy yo quien te tiene que aprobar...
    --¡Ah, claro!
    Por la tarde hacía las prácticas. Eso me gustaba más. El tío me llevaba en su coche a la ciudad, y mientras él tocaba palillos en los bares, yo me aprendía las calles. De regreso se las cantaba de memoria: "La avenida de... empieza en el centro de... y termina en el barrio de..." "La calle tal tiene tantos números pares y tantos impares". "La calle cual tiene tales bocacalles por la derecha y tales por la izquierda". "De la plaza de... salen las calles de..." Y decía lo mismo, que era un artista. Y lo era. Me preguntaba el número de bancos que había en tal parque, y le decía tantos, ni uno más ni uno menos, y el de buzones en total, y el de papeleras, y el de semáforos... Y cuando ya andaba por la ciudad como Pedro por su casa, me preguntó sin más:
    --¿Qué número tienes de pie?
    --El mismo que de sentado, digo yo.
    El tío se echó a reír. Es tan simpático...
    --De zapatos, hombre, de zapatos, ¿qué número gastas?
     --¡Ah, ya caigo! El cuarenta.
    --¿Y de pantalón, qué talla?
    --No lo sé.
    --¿Y de camisa?
    --Tampoco. Como me las compra siempre mi ma...
     El tío cogió el metro y me midió los brazos, las piernas, la cabeza...
    --Tengo que encargarte el traje -dijo-, ya es lo único que te falta: la chaqueta, la gorra, las botas...
     --¿Y la pistola, cuándo me encarga la pistola?
    --La pistola no tengo que encargarla, te la da el ayuntamiento, cuando empieces, claro, y el silbato. Tampoco vamos a ponerlo todo nosotros.
    Y me mandó al banco, a sacarle de la cartilla hasta la última peseta, y yo como una flecha, donde él me disparara. Y me vine a casa, con "la" Trini, a esperar noticias suyas, bueno, del sastre, porque ya todo depende del sastre. Y con qué fe me hablaba el tío de sus aldabas cuando me llevaban a la estación, y con qué pena me decía la tía adiós con la mano desde el andén, y con qué cosa le miraba yo la esclava de oro que se le salió del puño mientras se alejaba el tren...
    El timbre de la puerta me hizo hablar, y como para hablar sí se hace ruido, tuve que dejar el puzzle. Antes de abrir "la" Trini puso el café en la mesa. Entró mi ma, con un billete de ferrocarril; entró mi padre, con una porra de goma; entró mi suegra, con una cara...
    --Acaba de quitarte esas barbas y larga a Palencia, a matar a porrazos a ese pájaro que iba a hacerte municipal de un plumazo -me exigió, me ordenó mi ma.
    --¿Por qué?
    --Porque me tenía ya tan mosca que anoche llamé a la finca, y hablé con el capataz, y me dijo que cómo somos tan tontos, que contigo y los últimos novios de la paisana tiene tres municipales esperando el traje -me informó mi padre-. Y la culpa la tiene ésa, -señaló a mi suegra-, ésa tiene la culpa.
    --¿Por qué?
    --Porque dice que yo he sido cómplice, que me he sacado la mejor tajada del puchero, y yo creía que había cambiado ya, que con la familia no se atrevería a jugar más -se defendió, lo defendió ella-, pero no le hagas caso, que al igual que tu madre, es un cafre, y en lugar de a matarlo, ve a denunciarlo.
     --¿Por qué?
    --Porque te ha timado, tontísimo, porque te ha timado -me aclaró "la" Trini-, y si quieres comer churros mañana, vete hoy mismo a pedirle cuentas.
    Y porque me dolió que siendo todos tontos, porque todos somos tontos, que bien claro se lo dijo el capataz de la finca a mi padre, me lo llamara a mí solo, cerré los ojos y dije:
    --Id vosotros; yo, me quedo.
    --¿Por qué? -me preguntaron todos a una. Y se quedaron con la boca abierta, como si fueran a comerme.
    --Porque la ruina de un tonto es hacerle caso a los listos, -dije temblando como una culpa, saliendo a tientas del salón.
    Y como las órdenes me asustan me encerré en el cuarto de baño hasta que saliera el tren para perderlo.

    María Jesús Sánchez Oliva.

    Para contactar conmigo, ya sabes:

      garipil94@oliva04.e.telefonica.net

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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