domingo, 1 de febrero de 2015

Mesa camilla

 9-I-2015. París vive uno de los días más tristes de los últimos años. Al-Qaeda decide atacar al semanario satírico Charllie Hebdo por la publicación de caricaturas alusivas al profeta Mahoma y encuentra terroristas que le hagan el “trabajo”, a cambio, como en otras ocasiones, de convertirse en héroes, y tras la muerte, conseguir sitio en el paraíso.
     El resultado no se hizo esperar: doce muertos, once heridos y, como ante todos los atentados de esta índole, indignación, mucha indignación y preocupación, mucha preocupación, tanto en Francia como en todos los países europeos.
    Surgen las manifestaciones de repulsa: los ciudadanos queremos vivir libres y en paz, y los gobernantes, para tranquilizarnos, se reúnen para tomar medidas que, si mal no recuerdo, son las de siempre: más controles a los ciudadanos, más vigilancia en las fronteras, más leyes condenatorias y otras fórmulas que solo consiguen complicarnos la vida a los ciudadanos normales porque hasta los andares o el color de los ojos puede convertirnos en sospechosos.
     Acabar con la lacra del terrorismo islámico no es tarea fácil, somos conscientes de ello, pero sí es mejorable, bastaría con que los gobernantes, antes de tomar medidas, se molestaran en analizar las causas, barajaran soluciones, y libres de intereses personales, se unieran para ponerlas en marcha.
        Causas
      Si nos preguntáramos cómo fue la infancia de un terrorista de estos, descubriríamos que la mayoría fueron niños que vivieron guerras, pasaron frío y hambre, vieron a sus padres ser torturados en nombre de la ley, castigados a tandas de latigazos, ejecutados públicamente, a sus hermanas secuestradas por ir al colegio, obligadas a contraer matrimonio cuando están en edad de jugar y otras barbaridades que solo pueden generar odio a los seres humanos y ganas de venganza.
      Esto no resta culpa a los terroristas, más bien multiplica responsables; detrás de cada uno de los terroristas hay alguien que mata sin molestarse en matar.
    Soluciones
    Vistas las causas, pueden vislumbrarse soluciones. Si el dinero que no pocos gobiernos, por cierto, dinero de los ciudadanos, de los que pagan las consecuencias de su mal uso, gastan en armas, en guerras, en cargos inútiles, en organismos de tapadera, en instituciones de camuflaje, lo gastaran, como corresponde, en salud, en bienestar, en cultura, Al-Qaeda y otras bandas terroristas no lo tendrían tan fácil para encontrar personas dispuestas a ejecutar sus macabros atentados: la cultura les permitiría ver que             del paraíso no ha vuelto nadie presumiendo de ser más feliz que en la tierra, y quienes se lo pintan tan bello, procuran entrar en él lo más tarde posible. Y esto no va en contra de ninguna religión, va en contra de todos los fanatismos, porque todos, absolutamente todos, son dañinos para el hombre y, por lo tanto, condenables.
        Analizadas las causas y vista la solución, solo resta  lo más difícil: que los gobernantes, unos y otros, se unan para ponerlas en marcha, dividir a los hombres, enfrentarlos a unos con otros, premiar sus vilezas y castigar sus méritos y manipular sus ideas y pensamientos, ha sido siempre y sigue siendo el método  utilizado para seguir en sus cargos, y exigir lo que no se da, es la mejor garantía de fracasar.
        Es cierto -dicen las autoridades francesas y ponen en duda las posibilidades de la cultura- que los autores de estos crímenes habían sido educados en Francia y seguramente ninguno de ellos había sido víctima de estos atropellos que tanto marcan a los que los sufren, pero hay que tener en cuenta que la educación de una persona consta de dos partes: la que se hereda de la familia, y la que se recibe del entorno.
     Las religiones suelen venirnos de herencia y echan raíces tan profundas que modificarlas lleva varias generaciones. Para muestra, un botón: la católica. ¿Cuántos siglos han tenido que pasar para que en nombre de Jesucristo y de la Santa Madre Iglesia se dejaran de cometer barbaridades de las que todavía hoy sentimos vergüenza?
      Si miramos a nuestro alrededor podemos observar que los árabes que vienen a nuestros países hablan nuestra lengua en cuatro días y medio, viven nuestras fiestas, estudian en nuestros colegios, trabajan con y para nosotros sin grandes dificultades de costumbres y hasta se casan con europeos, pero tocarles su religión es algo sagrado. En el caso de matrimonios entre católicos y musulmanes, sea hombre o mujer, lo normal no es que el musulmán se convierta en católico, es que el católico empiece a practicar el islam.
     Cada individuo es muy libre de creer en el dios que más milagros le haga, de adorar al que más le guste, de rezarle al que más le convenga, pero de ahí  a matar y morir por cualquiera de ellos, va un abismo que solo tiene un nombre: fanatismo, y el fanatismo es una enfermedad que solo puede curarse con cultura y tiempo.
     Urge pues que los responsables de la enseñanza de todos los países europeos quiten de los planes de estudio la asignatura de religión y la sustituyan por la historia de las religiones. Los niños, más que aprender a adorar al dios que quiera su gobierno, deben saber cómo nacieron las religiones, para qué sirvieron y a quién benefician.  Solo así descubrirán que el dios más importante es el hombre, el mejor cielo, la vida, y el peor de los pecados convertirlo en infierno, tanto el de uno mismo como el de los demás. 
    Quede claro que estas reflexiones no van en contra de ninguna religión, todas son muy respetables si se utilizan para lo que Alá, Cristo y todos los dioses quieren: unir a los hombres, pero cuando se utilizan para separarlos, enfrentarlos y hasta destruirlos, tanto física como moralmente, ni siquiera merecen llamarse religión.

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