sábado, 28 de febrero de 2015

La Vitrina

El pasado 31 de diciembre de 2014 La Gaceta de Salamanca nos sorprendía con la siguiente noticia:
     El poeta Adares contará con una escultura en El Corrillo 14 años después de su muerte
    El Ayuntamiento ha decidido recuperar, por petición ciudadana, el viejo proyecto de inmortalizar la figura del autor de Anaya de Alba 
     Catorce años después de su muerte, el poeta salmantino Remigio González, más conocido con el seudónimo de Adares, contará con una escultura en la ciudad. La plaza de El Corrillo, lugar que frecuentó durante más de dos décadas y en el que instaló lo que él mismo llamó como su “Cátedra de Poesía”, ha sido la ubicación elegida para instalar esta pieza promovida por el Ayuntamiento de Salamanca como resultado de una petición ciudadana.
    El objetivo de esta iniciativa no es otro que “rendir homenaje” a uno de los personajes más populares de Salamanca en la década de los ochenta y noventa y una figura tal vez poco reconocida del panorama poético contemporáneo. Conscientes de la “deuda” contraída con esta persona, los responsables municipales han decidido saldar este olvido e inmortalizar su presencia en la plaza en la que durante tanto tiempo ejerció su magisterio poético con una escultura en bronce, según confirman fuentes municipales.
    Aunque el deseo de sus promotores es erigir una pieza lo más realista posible y cercana al ciudadano, capaz de convertirse en foco de atracción para salmantinos y visitantes, de momento no se ha elegido al autor que lleve a buen puerto este proyecto -si bien han llegado a barajarse nombres como Agustín Casillas o Fernando Mayoral-, ni tampoco la fecha para su inauguración oficial -que, eso sí, tendrá lugar antes de mayo-, ni la ubicación definitiva.
    Para los españoles, el nombre de Adares, no dice nada. Por esto los periódicos nacionales y demás medios de comunicación no se hicieron eco de la noticia. Para los salmantinos, sin embargo, dice mucho. Todos lo recordamos y lo recordaremos siempre vendiendo sus poemas por la Plaza Mayor, la del Mercado, la del Ángel, la de Sesmeros, la de la Reina, la del Liceo, la de los Bandos y la de la Libertad para recalar en la del Corrillo, principio y fin de su ruta diaria, lugar donde tenía su esquina, su  puesto, su cátedra de poesía, que decía él. Los forasteros lo miraban de reojo, y aunque nadie huía de él porque era un hombre pacífico, dulce, sereno, pensaban que estaba loco. Nada más lejos de la realidad. Remigio González “Adares” nació con alma de poeta, pero nació en una familia humilde, no tuvo una vida fácil, tuvo que hacerse así mismo y entre sus proyectos de poeta no incluyó el salir en la televisión, bailar al son de los políticos, codearse con los periodistas locales y otras  cosas del mismo estilo que en este país son imprescindibles para triunfar de vivo con la pluma. El día de su muerte, alguien de su pueblo dijo: “Ahora es cuando Remigio empieza a ser Adares”. No se equivocaba. Catorce años han tenido que pasar para que los responsables municipales hagan justicia con él, y quede claro que la idea partió de los ciudadanos, no de las autoridades, porque los ciudadanos salmantinos sí valoraron su obra y lamentaron que la muerte se adelantara al triunfo.
     Como salmantina, como defensora de la poesía y como persona vinculada a su pueblo por lazos familiares, lamenté tanto la ausencia de reconocimientos en vida, como hoy celebro que, aunque tarde, llegue por fin. Valga como testimonio de cuanto digo la carta que con motivo de su muerte le envié a través de las ondas de radio, carta que forma parte de mi libro “Cartas de la radio” y que decía así:
15-II-2001
    Los poetas no mueren nunca, Adares, siguen viviendo en sus versos, por eso no te escribo para decirte adiós, te escribo para recordarte, como cuando te conocí de niña, como cuando ya eras poeta aunque no escribías versos, para arrancarle al olvido alguna de las cosas que supe por los que compartieron tu infancia, tu adolescencia, tu juventud en el pueblo, en tu pueblo, los días de la escuela, de aquella escuela donde aprendiste las primeras letras, que no todas.
     Un día, ¿recuerdas?, el maestro preguntó cuántos dioses había. Todos callaron. Por aquellos días y en aquel paisaje no era fácil ver a Dios. Por fin tú te pusiste en pie y afirmaste que tres: que fulano, que zutano y que mengano, los tres ricos del pueblo, los únicos que ante las manos gastadas de vuestros padres, –de sus criados, hacían el milagro de sentarse a la mesa tres veces al día.
     La respuesta supuso el castigo general de no salir a comer, pero nada de venganzas, te aplaudieron. ¡Total!, ¿para lo que había que comer? Porque erais hijos del hambre, de la guerra, de aquella guerra que algún susto os costó llamarla incivil, de la incultura, de aquella incultura que por tus propios medios supiste vencer para convertir las sombras en luz, el miedo en sueños, lo inexplicable en poemas, en poemas que allá donde te encuentres te permitirán vivir feliz porque no puede quedarse sin cielo quien haciéndole versos a la vida supo hacer de su vida un verso.
    Y por si a partir de mayo visitas la ciudad de Salamanca y en la plaza del Corrillo te encuentras con Adares –siempre que el consistorio de luz verde al proyecto y no se trate de una de tantas promesas electorales-, sepas quien es sin tener que preguntar, he aquí su vida y su obra:
    Adares
     Remigio González Martín, alias "Adares" nació en Anaya de Alba (Salamanca) en 1923 y murió en Salamanca en 2001). Fue un poeta español.
    Su infancia transcurrió en el ambiente rural de Anaya de Alba y sus inmediaciones. La Guerra Civil española de 1936 le sorprendió con trece años en terreno nacional, de donde emigró en 1962, buscando mejores expectativas para su familia a Francia, donde su pasión por la poesía rompió y le cautivó definitivamente. La experiencia de la muerte y la miseria marcaría su obra dándole un tono "surrealista de hogaza", como lo definió una vez el poeta Aníbal Núñez en su prólogo a La Barrila.
    En los años 70 regresó a España, donde publicó su primer poemario Sangre Talada (Málaga, 1977). Más tarde, asentado ya en la ciudad de Salamanca, empezó a editar y vender sus libros en la Plaza del Corrillo, lugar de paso entre la Plaza Mayor y la Calle de la Rúa, que lleva a las Catedrales, lo cual fue para él lo esencial y a lo que dedicó con todo empeño y tesón el resto de su vida hasta el mismo día de su muerte, suscitando en él la mayor energía y pasión, motor de sus días (La poesía). Desde los peldaños de los soportales de El Corrillo erigió "Adares" lo que él denominaba su "Cátedra de Poesía" como un desafío de genialidad al encasillamiento de los académicos que ignoraban su obra. Pero más importante que este desafío era para "Adares" el atrevimiento de llevar su palabra hasta la calle en un acto de compromiso con su esencia poética.
    A edad avanzada empezó Adares a padecer de Parkinson. Esta enfermedad no le impidió, sin embargo, asistir a su cita con la poesía. Ayudado por su esposa y por estudiantes que conoció desde su "Cátedra" pudo seguir publicando sus poemarios. El único inconveniente de su enfermedad es que a veces sus textos originales sufrían inexplicables modificaciones a la hora de su transmisión, errores de copista debidos en gran parte a la ignorancia ante el amplio elenco de neologismos y expresiones de carácter rural que utiliza en su obra.
    Después de haber publicado más de treinta poemarios en solitario se interesaron varias editoriales por sus textos, entre los que destaca la antología poética Me atrevo a ser palabra (1977-1996) Salamanca: Amarú, 1997. 109 p.) y varios libros sacados a la luz por la editorial J.M.Bernal (Col.Alba) de Madrid.
    "Adares" murió repentinamente en Salamanca a la edad de 77 años. Sus restos descansan en Anaya de Alba. Dejó numerosos poemas inéditos.
    Su obra
 Sangre talada. Salamanca: R. González, 1977
Mesa reñida. Salamanca: R. González, 1978
Disparates de mi lado izquierdo. Salamanca: R. González, 1978
Cinco pesetas de bosque. Salamanca: Imp. Varona, 1979
Las coplas del crimen de Tardáguila. Salamanca: R. González, 1980
Las coplas del cura de Galisancho. Salamanca: R. González, 1980
Cinco días sin mí. Salamanca: Kadmos, 1982
La barrila: dedicado al Lazarillo de Tormes. Salamanca: R. González, 1982
Quiero pensar lo que ha muerto. Salamanca: R. González, 1987
La novela de Juan Márquez. Salamanca: R. González, 1988
La Tierra esfuerza cal. Salamanca: R. González, 1988
Vuelo de papel. 3ª ed. Salamanca: R. González, 1990
Los romances tropezados por la luna. Salamanca: Kadmos, 1990
Patíbulo. Salamanca: R. González, 1991
No me preguntéis de dónde soy llegado. Salamanca: R. González, 1991
El amor que no estuvo. Salamanca: Kadmos, 1991
"Salamanca, respetar tu belleza es amarnos". En: Cuadernos de Roldán, nº 11. Sevilla: Cuadernos de Roldán, 1992
La última palabra de los árboles. Salamanca: R. González, 1992
Escrito a lápiz sin soltar el asa: practica con tu idioma la palabra. Salamanca: Kadmos, 1993
Me enamoré sin permiso. Salamanca: R. González, 1995
Me atrevo a ser palabra: antología poética, 1977-1996. Salamanca: Amarú, 1997
Huellas que no disimulan. Salamanca: Kadmos, 1997
La vida puja. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Taxis azules. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Sin riesgos para el futuro. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Rumbo acumulado. 2ª ed. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Puro pueblo mío. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Por qué tiene frío la madre. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Mi barca ya está hecha. Salamanca: Centro de Estudios Ibéricos y Americano de Salamanca, 1999
Mariposa de oír. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Esperanza. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Los dueños de Caín. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Doce cartas a París. Salamanca: La Iguana Ebria, 1999
Después de amanecer. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
La curva que no mira. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
Al poeta de Castilla y dame. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999
A Quevedo y tierno amor de lilo. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 1999. Col. Alba; 67.
La voz de la tristeza. Torrejón de Ardoz (Madrid): J. M. Bernal, 2000.

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