jueves, 28 de junio de 2012

Mesa camilla

El pasado viernes día 22 se celebró el “Día de la Música”. No sé por qué demonios se celebra este día. La música no necesita ayudas especiales para vivir, para ser querida y respetada, forma parte de nuestra vida desde que el hombre es hombre. Antes de que existiera el piano, el violín, la guitarra o unas simples castañuelas, el hombre ya hacía música silbando, tamborileando con los nudillos sobre algo o frotando un objeto contra otro. ¿Quién no conoce a alguien que con un tenedor y una botella de vidrio es capaz de interpretar un pasodoble? La música es uno de los principales alimentos del alma. Es verdad que solo los elegidos tienen el don de crearla y de interpretarla, pero todos, incluso los que tenemos un oído enfrente del otro, la necesitamos para vivir y la disfrutamos en cualquier formato: ópera, clásica, moderna… No necesitamos pues que nadie nos la recomiende, la buscamos nosotros mismos, y nos acompaña en todos los actos de nuestra vida, en los buenos y en los malos. Pero ya que le tienen asignado un día, pongo sobre el tapete algo que me preocupa desde hace tiempo, por no decir me molesta: el mal uso y el uso abusivo que últimamente se hace de ella. ¿Os habéis percatado? Sales temprano de casa y hasta que regresas a las tantas no dejan de servirte música, y ¡qué música, Señor, qué música! Pero con esta música te saludan y te despiden en el autobús, en la peluquería, en el supermercado, en cualquier tienda, en el banco, en cualquier oficina, en el trabajo, en el dentista… ¿Y el teléfono? Lo del teléfono clama al cielo, sobre todo si tienes que trabajar con él. Llames donde llames, es un milagro encontrar a quien buscas, pero el concierto te lo dan, ¡vaya si te lo dan! En los bares, en lugar de un café con leche, ganas te dan de pedir un café sin música, te lo sirven con la radio, con la televisión a todo volumen y con el hilo musical. ¡Por cierto!, ¿qué talentos se ocupan del hilo musical? Siempre las mismas canciones, a las mismas horas, y un día, y otro día, y no es la primera vez que cuando cambian de disco te ponen saetas en Navidad. Pero con la de jefes que tenemos todos y con lo que a todos los jefes les gusta mandar, ¿no habrá quien les prohiba matar a Cristo antes de nacer? Y si esto pasa en los bares y cafeterías, ¿qué decir de los restaurantes? Es imposible entablar una conversación con tus compañeros de mesa, te sirven una ración de música sin pedirla y te guste o no te guste, te la tienes que tragar, es regalo de la casa. Hace unos días asistí a una comida de seiscientas personas. Nos recibieron con música de fondo. Un tamborilero nos amenizó la comida con jotas castellanas, pero a nadie se le ocurrió quitar la música, y tras los postres, en la discoteca del hotel, empezó el baile, amenizado por una orquesta de la zona, y lo mismo, la música siguió de fondo. Y para que seguir. Creo que fue Napoleón el que dijo que la música era el más agradable de todos los ruidos. Siempre pensé que era una frase propia de un espíritu desnutrido, sin vitaminas, muerto de hambre, pero hoy creo que entre sus hombres debió de haber algún mal músico que le dio por tocar la corneta a todas horas y lo dejó más que harto, pues ni los gobernantes que hacen las guerras, pueden hacerlas sin música. Por lo tanto, música sí, pero para no acabar sufriendo el síndrome de Napoleón, sin abusos, por favor, que también la carne es uno de los principales alimentos del organismo, y una cosa es comerte unas chuletillas de cordero con una buena ensalada, y otra muy distinta zamparte el cordero de una asentada y con lanas.

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