jueves, 28 de junio de 2012

La Vitrina

Por fin terminó el curso escolar. Los pequeños de la casa tienen por delante dos meses de vacaciones. Está bien que disfruten a sus anchas de la piscina, del campo, de la playa y de otras actividades, pero los días tienen muchas horas y no estaría mal que una, al menos, la dedicaran a leer.
Por esta razón, pequeños, os sugiero un libro de mi vitrina: Fray Perico y su borrico, de Juan Muñoz Martín. Os va a gustar tanto que os va a parecer cortísimo, pero esto se arregla siguiendo con cualquiera de los otros que tiene el autor. Todos son la mar de divertidos.
Pero estos, para los más enanos, para los que ya empiezan a sentirse mayores, os sugiero un libro que no es un libro, de una escritora que no es escritora: El diario de Ana Frank.
Ana era la menor de una familia judía compuesta por los padres y dos hijas. La familia residía en Ámsterdam (Holanda). Era una niña alegre, dinámica, despierta, llena de proyectos para cuando fuera mayor, pero empezó la Segunda Guerra Mundial, Hitler decide matar judíos como quien decide matar mosquitos, y ante la mirada de los que callaban por miedo, por cobardía o porque la realidad era tan negra que no la veían o no querían verla, no pocos le ayudaron a conseguirlo. Ante el eminente peligro, la familia Frank, tiene que esconderse, y lo hace en la buhardilla de una imprenta. Más de dos años permanecieron allí. Entre aquellas cuatro paredes, sin ni poder toser de día para que los empleados de la imprenta no los oyeran y de noche con mucha precaución, Ana pasó de niña a mujer, tanto física como intelectualmente, y para mantener la esperanza de que pronto acabaría aquella pesadilla y podría volver a ser libre, activa, feliz, en un cuaderno que le regaló una de las personas que arriesgó su vida por ayudarles, cuidarles y protegerles, empezó a escribir un diario.
A punto de acabar el conflicto, ¿qué digo conflicto?, la tragedia, la locura, la barbarie, la vergüenza, el 4 de agosto de 1944, fueron descubiertos por la Gestapo, separados y conducidos a distintos campos de concentración. Solo el padre logró sobrevivir. En cuanto pudo, volvió a Ámsterdam, a visitar a los amigos que tanto les habían ayudado y a buscar a su familia. Solo encontró el diario de Ana, se lo había encontrado pisoteado en la buhardilla la persona que aquel día, a escondidas, como de costumbre, acudió a llevarles comida y se la encontró vacía y patas arriba. Tuvieron que pasar varios años para que Otto Frank, el padre de Ana, diera su permiso para que fuera publicado, y lo hizo con una condición: que el testimonio de su hija sirviera para que nunca, nunca, nunca, nadie volviera a apoyar una guerra ni de pensamiento, ni de palabra, ni con hechos, pues las organice quien las organice y las motive lo que las motive, las consecuencias solo las pagan los inocentes, y es hora de que empecemos a civilizarnos.
Por ello, queridos niños, aunque es un libro triste, debéis leerlo, sois el mañana, y para no cometer los errores del pasado, debéis conocerlos. Y una vez leído, a ahorrar, para ir a visitar la buhardilla. Hoy es un museo. Yo lo visité por primera vez el 19 de agosto de 1980, bueno, lo visité y no lo visité. Os cuento:
Fue uno de mis primeros viajes por Europa. Íbamos varias amigas y en plan pobre. Pensábamos estar más tiempo en Ámsterdam, pero una vez allí decidimos ir a la Alemania del Este. No quisimos desaprovechar la oportunidad de cruzar el Muro de Berlín, y como volveríamos al punto de partida, aplazamos la visita para el regreso. Llegamos a Ámsterdam a media tarde, poco antes de la hora de cerrar el museo, no corrimos pues, volamos para llegar a tiempo, pero al llegar, ¡qué decepción!, un cartel a la puerta avisaba en varios idiomas, español entre ellos, que el museo había cerrado aquel día porque Otto Frank, el padre de Ana, a los 91 años, había fallecido, y no pudimos hacer otra cosa que sentarnos en la acera el tiempo que habría durado la visita para recuperar las fuerzas perdidas pues al calor y la carrera se sumó la rabia de tener que dejar la visita pendiente porque a primera hora del día siguiente tuvimos que emprender viaje de regreso. Volví años después, con algo más de dinerito y más tiempo. La primera visita, por si las moscas, fue al museo que, aunque nada tiene que ver con la buhardilla, conociendo la historia, estremece, y después los monumentos, plazas, canales, y todo lo que Ámsterdam ofrece al turista para pasar unos días inolvidables.
Felices vacaciones y espero vuestros comentarios.

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