domingo, 1 de mayo de 2016

CAJÓN DE SASTRE

La piel del alma

    Todas perdemos con frecuencia esa piel del alma; sin embargo, el tiempo que 
estamos allí nos sostiene para actuar en el mundo. Por eso necesitamos hacer 
depósitos de energía, conocimientos, reconocimiento, ideas y emociones''

    ¿Ya viste a mi mamá?

    Los siete hermanos, con la nariz pegada al vidrio del desayunador, vemos con 
asombro la escena que nunca olvidamos. Mi mamá, de tiempo en tiempo, sacaba 
una silla de madera a la parte de atrás del jardín de la casa, y permanecía 
sentada de espaldas a nosotros toda la mañana. No sabíamos bien a bien si 
leía, lloraba, escuchaba música o veía al infinito, pero la duda y la culpa 
siempre nos asaltaban. ¿Nos habremos portado muy mal? ¿Estará harta de 
nosotros?

    A su regreso, éramos (por un tiempo) los hijos mas dóciles y obedientes del 
planeta. En aquel entonces, no comprendíamos por qué lo hacía. Ahora la 
comprendo.

    Como ella y millones de mujeres, siento esa imperiosa necesidad de recuperar 
mi interior, de recuperar-me; de regresar a casa, a mí misma, a ese estado 
emocional, espiritual, en el que nos sentimos enteras, en balance, plenas, 
englobadas en nuestro interior. Esa fuerza que con el tiempo se desgasta o 
se agota, pero que nos permite lidiar con el mundo.

    Es muy común que, por ingenuidad, agobio o exceso de trabajo; por fingir ser 
una fuente inagotable para los demás, por dejarnos arrastrar por el ego, por 
ser demasiado exigentes y perfeccionistas o por distracción, las mujeres, 
poco a poco, vamos perdiendo lo que la doctora Clarissa Pinkola llama la 
"piel del alma" en su libro Mujeres que Corren con los Lobos. Esa piel que 
nos abraza, que nos contiene.

    Cuando estamos por mucho tiempo sin esa piel del alma, nuestros ojos ya no 
brillan, nos sentimos cansadas, irritables y cada vez menos capaces de 
avanzar por la vida. Dejamos de percibir lo que realmente sentimos y 
pensamos. Empezamos a agrietarnos. A sentir que vivimos en la zona zombi o 
incluso a morir por dentro.

    Todas perdemos con frecuencia esa piel del alma; sin embargo, el tiempo que 
estamos allí nos sostiene para actuar en el mundo. Por eso necesitamos hacer 
depósitos de energía, de conocimientos, reconocimiento, ideas y emociones. 
Tenemos que proteger y nutrir ese terreno propio, para que las tareas y las 
personas nos la roben lo menos posible. Sobre todo, prestar atención a las 
llamadas de atención que nos invitan o demandan regresar a casa.

    ¿Qué mujer no ha roto esta promesa: "En cuanto termine con esto que estoy 
haciendo, me podré ir", "Cuando los niños vuelvan a la escuela...", "En 
cuanto venda esto, me voy a...", "Ahora sí lo digo en serio..."?

    Las mujeres sabemos perfectamente cuando hemos estado demasiado tiempo fuera 
y es hora de regresar a casa. Nuestros cuerpos están en el aquí y en el 
ahora, pero nuestras mentes están muy lejos y creemos que el mundo se viene 
abajo si no hacemos.... (llena tú misma el espacio en blanco). Y no se trata 
de un malestar transitorio: es algo permanente que se va intensificando 
conforme pasa el tiempo.

    Pese a todo esto, dice la doctora Pinkola, las mujeres siguen con sus 
rutinas cotidianas, miran con expresión sumisa, sonríen y se comportan como 
si se sintieran culpables. "Sí, sí, ya lo sé", dicen. "Tendría que hacerlo, 
pero, pero, pero". Los peros de sus frases son la señal de que han 
permanecido demasiado tiempo en el mundo exterior.

    Con frecuencia se escudan en: "Pero mis hijos necesitan tal o cual cosa", y 
no se dan cuenta de que, al sacrificar su necesidad de regreso, les enseñan 
a sus hijos a sacrificar sus necesidades cuando sean grandes.

    A veces tememos que los que nos rodean no comprendan esta necesidad 
interior. Y puede que no todo el mundo lo entienda. Pero, al final, las que 
tenemos que comprenderlo a fondo somos nosotras mismas, ¿no crees?

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