lunes, 29 de febrero de 2016

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! ¿Cómo estás? –yo debería estar de cumpleaños -30 días cumple hoy un año de 48 meses, porque nació el 29 de febrero de 2012-, pero al contrario que las demás secciones, no formo parte del aniversario, mi espacio surgió después. ¿Recuerdas? De todos modos me sumo a la fiesta de la lectura, y aquí me tienes, con un cuento muy simpático.
  
           LAS BODAS DEL CAUTELA

    En aquel pueblo, la costumbre de apodar a todo hijo de vecino, más que costumbre, era ley.
    Cuando un niño ponía los pies en el mundo era inscrito -tanto en la iglesia como en el juzgado- con su nombre y apellidos correspondientes, pero, en cuanto sacaba la cabeza de la pila bautismal, sus parientes, sus paisanos, sus padres, incluso, le asignaban un mote y con el sambenito a cuestas vivía y moría.
    Algunos, como el Gato, lo heredaban de su familia; otros, como el Obispo, lo adquirían en exclusiva. Y abundaban los que, como aquel que era apodado indistintamente el Peral y el Bombas, los conseguían por ambas partes. Y no escaseaban los que contaban con tres apodos: el de su familia legítima, el suyo y el de su familia consorte. Y baste para botón de muestra el caso de un tal Clemente Ruiz de las Matas alias el “Colorao” por su familia, el Pato por sí mismo y el Brujo por la familia de su señora esposa. Al heredar dos motes se daban casos tan impensables como el de un tal Calixto, alias el “Cansao” por parte de padres y alias el Sillas por parte de suegros; o tan imposibles como el de un tal Silverio, alias el “Bienpeinao” por parte de padres y alias el Calvo por parte de suegros. Y no sería de justicia dejar en el tintero casos tan impecables como el de un tal Jaime que heredó de sus padres el apodo del Judas y el del Traidor de sus suegros.
    Las mujeres eran conocidas por el apodo del padre mientras estaban solteras, y una vez casadas, por el del marido.
    Así pues la esposa del Cencerro era la Cencerra, la del Trucho, la Trucha, la del Cachapinas, la Cachapinas, la del Pitorro, la Pitorra, la del Rano, la Rana, la del Dato, la Data, la del Farinato, la Farinata, la del Muerto, la Muerta, etc, etc, etc.
    El apodo o el mote no sólo tapaba el nombre de los pobres, también eclipsaba el de los ricos. El señor don Blas tenía varias casas en una, una finca de muchas hectáreas, muchas cabezas de ganado, un buen número de sirvientes... todo un capital, una de las mayores fortunas del lugar. Pero nadie lo llamó nunca ni don, ni Blas, ni siquiera Señor, todos lo llamaron siempre el Berretes y a callar que es lo mismo que otorgar.
    El apodo nunca surgía porque sí. Buena o mala, bonita o fea, loable o censurable siempre tenía su raíz, su fundamento, su mensaje, su razón de ser... su historia.
    Había motes indignantes, como el del Mirasuelos, apodado así porque una
infantil travesura de la columna le obligaba a andar encorvado, con la cabeza entre las
rodillas y sin quitar los ojos del suelo; ingeniosos, como el del Vendido, apodado así
porque para justificar la total pérdida de sus bienes, -bienes que heredó, ganó y
encontró-, decía y volvía a decir que para salvar su alma de las llamas del infierno
con “limosnas” a los “pobres” del casino de la ciudad, poco a poco los había vendido;
cómicos, como el del Tereso, apodado así porque la que fue su primera y última novia,
su única esposa y madre de sus hijos, se llamaba Teresa; elocuentes, como el del Carraca, apodado así porque era músico, pero tan mal músico que en vez de tocar, tronaba, y en las verbenas, cuando él tocaba, las mozas y los mozos, en lugar de bailando, se divertían riendo y silbando sus descompuestos e interminables truenos; humillantes, como el del Gallina, apodado así porque tenía tan pocas bombillas en la lámpara, era tan poca cosa y daba tan poco de sí, que en su casa y en su persona era su mujer la que encendía y apagaba las luces; morbosos, como el del Vaina, apodado así porque las campanas tocaban que su padre no era su padre, que era su tío, que su padre era el que lo sacó de pila, el que llamaba padrino, Vaina o tío Juan; irónicos, como el del Cura, apodado así porque en sus años de tabernero bautizaba los vinos, casaba los cobros con las vueltas y enterraba sus patrañas; chungones, como el de Yavosdije, apodado así porque cuando metido en conversación con los amigos tenía que decir "ya os dije" decía "yavosdije", así, como suena, sin un respiro entre palabra y palabra, recreándose en el innecesario puente de la uve; entrañables, como el de los Pistolas, apodados así porque eran incapaces de meterse con las moscas, pero cuando alguien les picaba la moral, se disparaban en amenazas, maldiciones y sentencias que jamás daban en el blanco; simpáticos, como el del Chupa, apodado así porque en sus horas libres les cobraba a los vecinos el recibo de la funeraria, y cuando le abrían la puerta, para separar unos papeles de otros, se ensalivaba los dedos; curiosos, como el del Quinientas, apodado así porque fueran perras gordas o perras chicas, unidades de real o de peseta, -según la época-, siempre que apostaba, apostaba quinientas; chocantes, como el del Canalla, apodado así porque de niño, su madre, en lugar de llamarlo tesoro, lucero, prenda o pincel de amores, -como todas las madres llamaban a sus hijos-, lo llamaba Canalla y listo, aunque eso sí, con todo el amor del mundo; racistas, como el del Gitano, profesionales, como el del Pesca, patronímicos, como el del Rodrí, ideológicos, como el del Rojo, xenófobos, como el del Portu, gentilicios, como el del Charro, vegetarianos, como el del Lechuga, repetidos, como el del Chato, simplones, como el del Tato, pomposos, como el del Conde... pero fueran del jaez que fueran, ni a la mujer del Tuerto le importaba ser la Tuerta con sus ojazos azules, ni a la del Buenmozo la Buenamoza, con su raquítico metro y medio de larga por noventa kilos y pico de ancha, porque, en total todos acababan a gusto con él.
    Tal era la familiaridad de aquellas gentes con sus apodos que muchos no recordaban su gracia hasta que no eran llamados a filas o avisados para que dejaran de abonar las cuotas del Seguro Obrero porque habían rebasado la edad de trabajadores. Y aunque suene a exageración, los hubo desmemoriados. El Capicúa, por quedarnos cerca, se negó a incorporarse al ejército, pues, aseguraba a pies juntillas que él no era Martín Pérez Martín, que era el Capicúa; o el Cristo, por irnos más lejos, se negó a firmar el recibí del primer cheque de su pensión, pues, se mataba diciendo que él no era Cristóbal López Sánchez, que era el Cristo. Y por si no bastara con esto, la Cigüeña borró de la tumba de su marido el nombre y los apellidos, pues, juró y rejuró por todos los santos, que ella, cuando se casó, no se casó con aquel Julián García Hernández, que se casó con el Cigüeño. Y no podemos omitir el despiste de los hijos del Repetido que se perdieron en las ferias de la ciudad y cuando la Guardia Civil los encontró en uno de los barrios, en lugar de decir que eran José y Miguel Roque Gómez, hijos del señor Roque Roque Roque, de... le dijeron que eran el Churra y el Bacalao, hijos del Repetido, de... y por más que intentó que los zagales hicieran memoria, del lío de los apodos no los sacó. Ni el de un tal Francisco Prieto Melchor que escrituró su casa a nombre del Coronel pues a la hora de firmar la escritura fue incapaz de recordar su nombre y sus apellidos. Y sobra comentar que si alguien quería saber de alguien de aquel pueblo, tenía que preguntar por el apodo, pues si ellos olvidaban su nombre, ¿cómo diablos iban a recordarlo los demás?
    Pero ocurrió que en cierta ocasión la hija del Guindilla se negó a matrimoniar con alguien que la cambiara de apodo en lugar de quitárselo. La moza, guapa y de muchos reaños, quería ser llamada por su nombre a secas: Manola, sin más pinganillos. Para no convertirse en la Pinta, espantó al Pinto de su balcón; para no acabar siendo la Pava, dio al Pavo calabazas a mansalva; para no convertirse en la Tripona, dejó al Tripón con el anillo de compromiso grabado... y antes de cambiar de parecer, la alcanzaron los treinta años. Y viendo el Guindilla que la soltería de su hija era inminente, le arregló la boda con un forastero. La moza manifestó que le parecía muy bien, y el elegido, que mejor que muy bien. Y como las partes interesadas se mostraron tan conformes con lo dispuesto, se apresuró a organizar la pedida.
    —Bienvenido a esta casa, a este lugar y a esta familia -dijo el Guindilla al novio en presencia de los invitados-. He acordado dar como dote a mi hija la casa de arriba, la cuadra de abajo, el huerto de las afueras, tres vestidos de diario, uno de domingos, ropa blanca, loza fina, la cama, el jergón, la colcha... y un borrico con alforjas y albarda nueva. Pero a cambio, te lo suplico por ti, por ella y por mí, multiplica por mil sus bienes y no permitas que nunca nadie te ponga un mote.
    —De lo primero, no se preocupe -respondió el mozo muy tieso-. Mire mis manos. Son de buen labrador. Y de lo segundo... pierda cuidado, que yo me andaré con cautela.
    Y el día de la boda, cuando el pueblo se congregó en la iglesia para asistir al enlace, el cura se acercó a la novia y con voz solemne preguntó:
     —Guindilla, ¿quieres por esposo al Cautela?
    Y la novia se lo pensó ocho veces, bajó los ojos resignada y lloriqueando respondió:
    —Sííiii... lo quiero.

    María Jesús.
    
        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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