sábado, 30 de enero de 2016

Cosas de Garipil

¡Hola! Si mal no recuerdo, he terminado de leeros los cinco primeros misterios de “el rosario de los cuentos”, que eran los de gloria. Toca seguir con los de dolor. El primero versa sobre una guerra, pero no de esas guerras que hacen los hombres, ¿he dicho hombres?, ¡qué despiste!, perdón, quiero decir de esas figuras de personas que se empeñan en arruinar pueblos para matar hombres, mujeres y niños y sembrar hambre, miedo, enfermedades y todas las miserias que pueden y deben evitarse, esta guerra es de las únicas que deben existir. Ya lo verás.

   La Guerra Roja

    En una aldea sureña que ya no existe como tal vivían dos niños. Sus familias eran vecinas desde varias generaciones atrás y las relaciones entre ellas eran para ponerlas de ejemplo. Ellos tenían la misma edad, pues, además de llegar al mundo el mismo día, vieron la luz del sol a la misma hora. A uno lo pusieron Bledo; a otro, Doble. Y con sólo invertir las sílabas lograron que sus nombres tuvieran las mismas letras. Juntos aprendieron a comer, a hablar, a andar... y fueron creciendo cual dos arbolitos plantados el mismo otoño, en la misma tierra y regados con las mismas lluvias. Iban a la misma escuela y se sentaban en el mismo pupitre. Al salir se reunían en cualquiera de sus casas para hacer los deberes y en las clases se intercambiaban las cartillas, las pizarras, los pizarrines de manteca, los lápices de colores, el babi... compartían el vaso de la leche en polvo, la lata de las brasas, el cabás... y más adelante utilizaban la misma enciclopedia, la misma pluma y el mismo tintero. Los vestían iguales, como si fueran gemelos. En los recreos jugaban a los mismos juegos y con los mismos juguetes. Los amigos de uno eran los amigos del otro pero el lazo de su amistad entre sí les ataba con nudos más fuertes. Ambos tenían los mismos gustos, o uno de ellos hacía que le gustara lo que le gustaba al otro, que venía a ser lo mismo. Y tan compenetrados estaban que ni siquiera sabían quién se amoldaba a quién. Solían estar siempre y en todo de común acuerdo. Bledo decidía meterse en el río a nadar y Doble se tiraba de cabeza al agua y nadaba y nadaba más que los peces. Doble se tumbaba en la hierba a tomar el sol y sobre la alfombra verde Bledo se ponía más colorado que los cangrejos.
    Si alguna vez se empañaba el espejo de su armonía era porque discrepaban en una cosa: Bledo era muy, pero que muy amante de contar sus secretos tanto a Doble como a toda la pandilla; eso sí, añadiendo siempre la coletilla de "no se lo digas a nadie, que es un secreto". Doble, sin embargo, estaba seguro de que los secretos, cuando salían de la boca, cuando andaban de visita por los oídos, perdían el rango de secretos y se quedaban en simples noticias, pistas o informaciones que antes o después traicionaban a quien les dio permiso para el garbeo.
    En más de un lío se vio Doble por los distintos puntos de vista. Bledo ni veía ni oía que las lenguas de la pandilla eran campanas que repicaban en todos los oídos, que no se cohibían de darle y darle al badajo en cuanto él se daba la vuelta. En más de una ocasión fue a contar un secreto a uno de sus miembros, y en lugar de causar sorpresa, se quedó con la boca abierta. "Te apuesto los ahorros a que ya lo sé", le decía el chaval en cuestión, y se quedaba con la hucha vacía. Entonces emprendía carrera y no paraba hasta dar con él.
    —Dame los ahorros de tu hucha.
    —¿Para qué?
    —Para llenar la mía.
    —¿Por qué?
    —Porque fui a contarle a Fulano lo que te dije el otro día y me apostó los ahorros a que ya lo sabía. ¿Quién si no tú pudo chivárselo?
    —Cualquiera. Te tengo dicho que cuando a los secretos se les presta la voz, hablan. Y tú tienes la mala costumbre de desgranarlo entre la pandilla a voleo, como quien echa trigo a las gallinas.
    —No te sacudas las moscas. A todos les digo que son secretos, que no digan nada a nadie; a todos, menos a ti, pues, como dices que tienen que ser mudos, mudos creo que los dejas. Pero ¡ya ves!
    Y ante tan rotundas acusaciones, cambiaba los ahorros de hucha.
    Menos mal que en los desvanes de la memoria se les empolvaban rápidamente aquellos trastos y a la media hora eran tan amigos como siempre.
    Pasaron unos años y tras ellos se fue su infancia. Ya eran mozalbetes. Bledo seguía contando a la pandilla sus secretos (en secreto). Doble estaba harto de ahorrar y ahorrar y no poder contar con un real. Y en la primera ocasión que se le puso a pelo, decidió darle un señor escarmiento. “Si se despabila bien -pensó-, si no, también. Para que me pierda él a mí, prefiero perderlo yo a él”. Y la salvación le vino de quien menos la esperaba: del Tigre.
    Era el Tigre el hombre más anciano del lugar. Vivía solo en el monte y tenía un manzano de melapias, el único manzano de tal especie que se conocía por aquellos contornos. Todos los vecinos codiciaban su fruto. "Danos unas melapias para sembrar, Tigre", solían decirle cuando lo pillaban de buen humor, que era de bisiesto en bisiesto y no todos. "En lo que mi nariz respire, ni en la aldea ni en sus alrededores habrá más “melapios” que el mío -respondía él frunciendo el ceño-, y que a nadie se le ocurra tocarle las melapias que hasta cuando duermo tengo un ojo abierto para vigilárselas". Pero en aquella ocasión tuvo que ir a la ciudad, a comprar un carro nuevo, y para no dejar el árbol sin amo, llamó a Bledo.
    —Con nadie hables de mi viaje para no despertar sospechas -le advirtió la víspera después de explicarle-. De día no quites la vista del “melapio” ni para estornudar; de noche estornuda entre las sábanas que no hay peligro. Y si a mi regreso no echo en falta ni una melapia, cuenta con el reloj de plata que pienso comprarte.
    Bledo se despidió del Tigre con el mejor de los propósitos pero por el camino alguien le sopló al oído "Anda, anda, no seas tonto y mata dos pájaros de un tiro que las ocasiones las pintan calvas". Y en cuanto llegó a la aldea le dijo a Doble:
    —El Tigre tiene que ausentarse veinticuatro horas y le ha confiado el manzano de melapias a mis ojos. Escucha, tengo una idea genial. Por el día se lo cuido sin tocarle las hojas siquiera para que los perros no recelen de mí, por la noche le robo un saco de melapias y las sembramos entre tu casa y la mía.
    —Y cuando nazcan los árboles y los vea en flor ¿de dónde le dirás que te vinieron las semillas?
    —De África, en el pico de la cigüeña.
    Y como de costumbre se fue a contar su secreto a toda la pandilla. Lo hizo como siempre, primero a uno, después a otro, sin omitir la coletilla del "no se lo digas a nadie que es un secreto", y rematándola con un misterioso "muy secreto".
    Al día siguiente el Tigre se fue muy temprano. Bledo se pasó la mañana y la tarde sentado junto al manzano, procurando que ni las moscas zumbaran entre sus ramas. Por la noche la aldea se metió en casa, primero a cenar, después a dormir; sólo Bledo parecía estar de guardia.
    Al filo de la media noche se escurrió por la ventana como si fuera un gato, sin decir ni chus ni mus ni quite usted el pie que me pisa el rabo. Se arrastró como un reptil entre las matas y con la luz de la luna llegó al manzano. Ni ladraban los perros ni cantaban los grillos. "Hasta los bichos me ayudan", bisbiseó triunfante. Y sin más ambages abrió el saco y sacudió las ramas. "Una, dos, cuatro, ocho, doce..." Ya tenía el saco lleno. Sólo le quedaba atarlo, echárselo al hombro y salir zumbando. Pero antes de hacer el último nudo percibió el rayo de un silbido al que siguió el trueno de una voz avinagrada que decía: "¡Alto, ladrón, alto o ahí mismo te vuelo los sesos de un disparo!" Y sin mirar el saco puso pies en polvorosa, y corría y corría sin dejar de repetirse: "Vaya bola que me ha hecho tragar el Tigre. ¡Maldito sea! ¿Dónde diablos habrá estado metido todo el día de Dios que no se ha dejado ni ver y oler por ningún sitio?"
    Al entrar en la aldea vio sombras que surgían como por ensalmo de todas las esquinas y muerto de miedo se escondió detrás de la noria. Desde aquella máquina convertida en observatorio vio cómo los rayos de la luna transformaban cada sombra en un miembro de la pandilla y en pocos minutos y entre gestos y exclamaciones de sorpresa ésta se reunía al completo. Entonces lo entendió todo, absolutamente todo. Al coger la llave de su secreto habían decidido abrir la puerta de su plan. Y con esa idea habían salido todos de casa a deshoras y como fantasmas, cada cual dispuesto a robar las melapias por sí solo y para sí. “Vaya chasco que se han llevado -pensó para sus adentros, satisfecho a pesar de todo-. Para no llamarse sinvergüenzas unos a otros y todos con razón, tendrán que darse media vuelta y meterse en la cama con los pies fríos y la cabeza caliente. Pero poco, muy poco duró su alegría.
    Una vez descubiertos los unos a los otros acordaron ir a robar juntos y repartir el botín a partes iguales. Uno de ellos pidió silencio con un siseo y avisó a los demás:
    —Tened en cuenta que cuando Bledo nos hable del hurto, para nosotros, todas, todas las letras al respecto tienen que ser haches, o sea, que ni palabra, que somos mudos. Recordad que nos dijo que su plan era un secreto, y al menos a mí me advirtió que muy secreto. Y si nos descubre nos delatará ante el Tigre para salvarse él y entonces...
    Y como todos aseguraron que a ellos también les había hecho la misma recomendación, se pusieron en marcha dispuestos a no hablar del asunto ni con el cuello de la camisa. Pero apenas habían dado unos pasos cuando de repente ¡buuuuummmmm-bum!, un tomate voló por los aires y se reventó en la cabeza de uno de ellos. La pandilla se alborotó. Ya nada importaban las melapias, lo importante era dar con el agresor. Para conseguirlo, unos intentaron bordear la noria por un costado, otros, por el otro, unos, correr hacia arriba, otros, hacia abajo, de frente, más adelante, más atrás... pero una nube de tomates les impedía ver, oír y andar. Algunos, aturullados, se tiraron al suelo.
    —¡Bledo, es Bledo! -Gritó uno de éstos al cabo- Está ahí, en ese huerto. Y como no se rinda hasta que no se le acaben los tomates...
    —De rendirme, nada -aseguró el enemigo sin dejarse ver-. Por traidores acabo de declararos la Guerra Roja. ¿Tenéis algo que alegar?
    Y sin treguas para alegatos siguió disparándoles tomates a modo de balas.
Los ultrajados echaron el cuerpo a tierra, cruzaron el camino a gatas, entre pólvora roja, entre sangre espesa, y en cuanto se vieron en uno de los huertos del lado opuesto se pusieron en pie, tomaron posiciones y respondieron al ataque con balas del mismo calibre.
    Mientras se deliberaba la contienda a tomatazos, Doble, a solas y sin armas, luchaba en otro frente por la misma causa.
    Cuando Bledo huyó de sus amenazas cogió el saco de Melapias y se sentó a esperar a la puerta de la choza del Tigre. Con las primeras luces del día y en su carro nuevo llegó el anciano.
    —¿Qué ven mis ojos, rapaz?
    —Cosas de la pandilla, pero no se apure; nadie se ha llevado ni una semilla siquiera.
    —¿Querrás decir de Bledo que se ha ido de la lengua?
    —Como tiene la manía de creer que los secretos contados siguen siendo secretos...
    —Pues ven conmigo y ya verás cómo cortándole la lengua pierde la manía para siempre.
    —Es mi mejor amigo, pero vamos; necesita que alguien le saque los colores delante de la pandilla y a la luz del día.
    Cuando el Tigre y Doble entraron en la aldea se quedaron de un aire. La Guerra Roja se recrudecía cada vez más, pues, aunque Bledo estaba sitiado por la pandilla, no claudicaba. El Tigre alzó por fin la cayada señalando a Bledo.
    —¡Pero ríndete, calabacín, ríndete! -ordenó muy, pero que muy sereno- ¿No ves que si ellos te han traicionado a ti es porque antes me traicionaste tú a mí?
    Y se rindió.
    La pandilla gritaba: "¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!"
    Bledo notó que le ardía la cara, pero no inclinó la cabeza, los regueros de tomate impedían que los del bando contrario pudieran ver los colores de su
vergüenza y por lo tanto a ninguno se le ocurrió hacer bromas de su derrota, que habría sido lo peor, lo más humillante.
    Doble intervino para que se firmara la paz en presencia del Tigre, pero éste tomó a cambio tres acuerdos.
    Primero: Bledo pagaría a plazos y con sus ahorros los tomates de todas las tomateras.
    Segundo: Ningún miembro de la pandilla estaría obligado a mantener en secreto lo que se les confiara a todos.
    Y tercero: El reloj de plata sería para Doble.
    Se firmó la paz y los soldados se bañaron en el río. Las aguas se pusieron rojas de la munición y ellos morados del frío. Menos mal que en columna y a paso de instrucción entraron todos en calor y en color antes de llegar a sus respectivos cuarteles generales.
El mismo tiempo llevaba sin entrar un céntimo en la hucha de Bledo que sin salir de la de Doble. Una tarde, éste, cogió su hucha y se fue con ella a casa del otro, le pidió la suya y le rogó que extendiera las manos en forma de balanza.
    —Comprueba el peso de las huchas -dijo después de ponerle una en cada palma-. La mía está llena; la tuya, vacía. Pero esto se arregla cambiando de sitio la mitad de mis ahorros.
    —Nada de eso-respondió Bledo quedándose con su hucha y devolviéndole la suya-. Tú no tienes la culpa de que yo tardara tanto en aprender que los secretos que van de paseo se vuelven pregones.
    Y entonces comprendieron los dos que desde la Guerra Roja hasta en el pensar eran dos gotas de agua fundidas en una nube de amistad que nada ni nadie podrían evaporar.
    
        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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