sábado, 31 de octubre de 2015

Carta a...

  Querida Andrea:
    Todos los padres, cuando sus hijos cumplen 12 años, les regalan bicicletas, libros, móviles y hasta unos días de vacaciones; los tuyos, sin embargo, solamente han podido regalarte una muerte digna, sedada, sin dolor, restándole días a una agonía para la que los médicos del hospital de Santiago no tenían más soluciones que la de prolongarla.
     Ante esa actuación, que no merece ninguna crítica porque están obligados a defender la vida, recurrieron al Juzgado de Familia, y el juez, tras analizar la delicada situación y con mucho dolor seguramente, determinó que se te retirara la alimentación artificial que te mantenía viva. Por fin descansas en paz.
    ¡Qué decisiones más terribles nos obliga a veces a tomar la vida! Los padres no quieren ver morir a un hijo, los que han pasado por este trance, dicen no superarlo nunca, pero tanpoco quieren verlo sufrir inútilmente, sin poder hablar, sin poder moverse, sin poder pensar… Humanamente es imposible salir de este trance sin secuelas psicológicas para siempre. ¿Han hecho bien? ¿Han hecho mal? Sobran todos los juicios y todos los comentarios. Solo de una cosa estamos seguros: que nadie quisiera verse en el lugar de tus padres. Si decidir sobre la vida de alguien es duro, hacerlo sobre la de un hijo, mejor ni pensarlo. Cuántas preguntas sin respuesta, cuántas respuestas sin preguntas, cuántos sentimientos encontrados, cuántas dudas, cuántas lágrimas, cuánta angustia… Los padres no están preparados para enterrar a un hijo, pero tampoco lo están para verlo sufrir inútilmente, y cualquier camino que cogieran ante este dilema solo merece respeto, comprensión, apoyo para seguir adelante. ¿Lo entiendes, verdad? Nosotros, lo único que no entendemos, es que la vida tenga que ser tan injusta, tan cruel, tan poco generosa, y decírtelo desde aquí no es otra cosa que lamentarlo muy de veras.

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