sábado, 20 de diciembre de 2014

Mesa camilla

Lo que desde hace años era una sospecha expresada en todos nuestros idiomas y dialectos para los ciudadanos de sentido común, es, por fin, una certeza que tienen ante los ojos hasta los que carecen de él. Los políticos españoles, nuestros gobernantes, los señores de la democracia no son corruptos, como dicen en un intento de salvarse los que todavía no han caído, son, según el diccionario, ladrones.
    Ninguno de los que forman la larga lista de mangantes que en estos días tienen que hacer cola para declarar ante el juez tenía necesidad de robar,  sus sueldos y demás gabelas daban para vivir sin estrecheces, divertirse y ahorrar; robaban, simple y llanamente, para arruinarnos, para empobrecernos, que es lo más eficaz para hacer ciudadanos dóciles, manejables. Y sus robos, ya era hora, dejan a las claras la total ausencia de respeto a los ciudadanos, a las instituciones y a la constitución. ¿Cabe mayor delito? Desde luego, no.
    ¿Pero por qué se ha tardado tanto en destapar la olla de las vergüenzas, y principalmente la del PP, que es la que peor huele de momento? Porque por más que se empeñe el señor Rajoy y sus protegidos en hacernos creer que no sabían nada, ni el más tonto de los ciudadanos puede creérselo.  
    Tampoco hay que conjeturar mucho para sacar conclusiones y obtener respuesta. Al señor Rajoy le interesaba complicarle las cosas al expresidente Pujol,  desprestigiarlo ante la sociedad catalana cortaría sus vuelos de independencia, y el problema planteado empezaría a resolverse por falta de apoyos. La familia Pujol era un clan de mangantes, ni se salvan las nueras, ni se salvan los yernos, todos jugaban a ver quien ganaba más y en menos tiempo y ninguno se quedaba el último. Mejor cosa para airearle sus vergüenzas no la iba a encontrar, pero el señor Pujol no se resigna a perder su honorabilidad. “Si se mueve el árbol, se caerán las ramas”, amenazó públicamente, y como el árbol se movió, las ramas empezaron a caer, unas con hojas de exministros, otras con hojas de presidentes de diputación, no pocas con hojas de alcaldes, de consejeros, de concejales, de secretarios generales…. Y un largo ecétera que seguirá creciendo en cuanto empiecen a denunciarse unos a otros, pues solo ellos pueden probarlo, a buen seguro porque coincidieron en los bancos suizos poniendo a salvo el dinero robado o en alguna juerga en cualquier parador de turismo pagada con tarjetas tan opacas que no les veían el límite.
    Ante este panorama, el señor Rajoy, temeroso de perder votos, pide perdón a los españoles, con lo que deja claro que nos tiene por imbéciles. Los ciudadanos normales no queremos que se nos pida perdón, queremos que devuelvan hasta el último céntimo, paguen las multas correspondientes y cumplan las penas de cárcel como cualquier ciudadano, y muy importante para que hechos de esta índole no se repitan, que todos sus cómplices, los que durante tantos años han cerrado los ojos a tantos desmanes, aunque no estén imputados por falta de pruebas, sean retirados de la política inmediatamente porque, digan lo que digan, si no hay justicia, no hay perdón, y lo pagarán en las urnas.

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