sábado, 20 de diciembre de 2014

Cosas de Garipil

¡Hola! Terminé de leerte los relatos de “Letanías”. ¿Recuerdas? Hoy pues toca empezar a leerte otro de los libros publicados por mi autora: “El rosario de los cuentos”.
    Este libro fue galardonado con uno de los Premios Tiflos en su edición de 1996 y publicado en 2003.
    Además de los cuentos, el jurado tuvo en cuenta la estructura del libro. Para entenderlo debería leerte la introducción, pero para no hacerme pesado, paso direcctamente a los cuentos; no obstante, si te apetece tenerlo en tus manos y leerlo desde el principio hasta el final solo tienes que contactar conmigo. Estaré encantado de responderte. 
       
La ciudad de los pájaros locos

    Érase una vez un país llamado Utopía cuyos habitantes llevaban siempre sombrero para distinguirlo de los demás países.
    Los utopistas tenían dos cosas que, por ser consecuencia una de la otra, a menudo van parejas: bienestar y alegría.
    La Madre Tierra y el Padre Cielo les daban el alimento, el vestido, el habitat, y era tan infinito el amor de aquellos padres que, además de solazar sus cuerpos con estos dones, solazaban sus espíritus con dulces sonidos, con deliciosos olores y con bellos paisajes.
    Era cierto que sus casas no brotaban en el suelo como las amapolas en los trigales, era cierto que sus trajes no caían de las perchas como las manzanas de los manzanos, era cierto que no siempre lloraban las nubes y reía el sol cuando sus ríos sufrían de sed y sus campos gozaban de vida, era cierto que ni con el paladar dormido y los dientes despiertos podían comer el pan tal cual se lo brindaban las espigas... pero los utopistas tenían la cabeza para algo más que para llevar sombrero, la tenían para pensar, para dar forma y virtud a sus ideas y pensamientos. 

    De los bosques, de las minas y de las canteras extraían materiales para construir lujosas y confortables viviendas; de los linos, de los capullos de los gusanos de seda y de los vellones de las ovejas sacaban fibras para hacer lindas y gratas prendas de vestir; en complejos aljibes embalsaban la nieve y la lluvia; el sol, en el recuerdo que, cuando lucía, sabían y podían gozarlo todos. Abortaban las tormentas con mágicos cohetes, se desplazaban en magníficas diligencias y con milagrosos ungüentos combatían los virus. Transformaban la leche en queso, las uvas, en vino, las aceitunas, en aceite... conservaban los huevos, las carnes, el pescado... disponían de herramientas que les ayudaban en el hogar, en el campo, en los negocios..., desconocían el dolor, la maldad y la pobreza, y eran tan laboriosos, tan previsores y tan coherentes que jamás la escasez, los imponderables y la estupidez les pillaron sin reservas, sin medios o sin respuestas.
        Tan asegurado estaba el futuro en Utopía que de los siete días de la semana tres y medio eran fiesta en todo el país. Los utopistas se divertían tocando el violín, bailando maravillosas danzas, cantando hermosas melodías, disfrutando de exquisitos manjares, brindando con finísimos licores, ganando y perdiendo en mil juegos de azar... siempre en perfecta armonía, siempre con sumo respeto.
        Pero ocurrió que un oscuro día algunos ciudadanos equivocaron la cabeza con el sombrero y salieron de casa dejándola en el perchero, y como los sombreros sólo les daban sombra, de sombras cubrieron todo el país. Comieron sin ritmo, bebieron sin freno, expoliaron las arcas de sus parientes, desintegraron a sus vecinos, ultrajaron a las hijas de sus amigos, se adueñaron de las calles... sembraron las fiestas de miedo y los corazones de dolor, de rabia y de impotencia, y fue tal el cambio que se produjo que aquel país llamado Utopía acabó llamándose Realidad.
    El Rey de Realidad, temiendo que la barbarie cruzara los muros de su palacio, reaccionó, y un día, sin pararse a comprobar si lo que llevaba sobre los hombros era la cabeza o el sombrero, firmó la ley del Gran Ejemplo y la cumplió a rajatabla.
    Al que hurtaba una olla le cortaba una mano; al que la hurtaba con las habichuelas dentro, las dos. Y de nada le servía al reo de turno defenderse con el hambre. Al que murmuraba, calumniaba o insultaba, le cortaba la lengua ¡y a callar para los restos! Al que miraba con deseo a la mujer de alguien le sacaba un ojo; al que además de mirarla le tocaba el pelo de la ropa, los dos. Y si la dama agredida no apedreaba públicamente al condenado sufría la misma pena que él. Al que ponía un pie en maizal ajeno se lo segaba; al que se metía de patas en él, le segaba los dos. Al que mataba, violaba o mutilaba a alguien, le rebanaba el cuello de un tajo ¡y muerto el borrego se enterraban las mañas!
    Pero las calles se llenaron de mancos, de mudos, de ciegos, de tuertos, de cojos, de enlutados, -de almas marcadas, de muertos vivos-, y de ciudadanos recompensados con desdichas ajenas, insaciables de escarmientos, orgullosos de su integridad, y fue tal el filo que los dividió en culpables e inocentes que aquel país llamado Realidad acabó llamándose Venganza.
    El Rey de Venganza temió ser mal visto por las coronas extranjeras, y un día, sin detenerse a mirar si lo que le pesaba en los hombros era la cabeza o el sombrero, abolió la ley del Gran Ejemplo y aprobó la ley de la Gran justicia.
    Para poder aplicarla, construyó, en todas las ciudades del país, unos aislados, vastos y desangelados edificios que llamó cárceles. Entre sus insalvables rejas metía a los camorristas, a los ladrones, a los sádicos, a los criminales... semanas, meses, años, siglos... a tal delito, tal tiempo.
Los presos pasaban las horas de cárcel mano sobre mano, sin otra responsabilidad que la de expiar sus culpas, sin otro deber que el de restarle días a la condena, y un perverso pajarraco llamado Ocio empezaba a rondarles de día y de noche hasta que al fin, con resistencia o sin ella, anidaba nuevas maldades en las copas de sus sombreros de tal suerte que, el que entraba granuja, salía bandido, el que entraba ratero, salía ladrón, el que entraba pillo, salía truhán, el que entraba violador salía asesino y el que entraba asesino salía demonio.
    Los ciudadanos dignos vivían muy a gusto sabiéndolos cautivos en las terribles mazmorras, pero se quejaban de tener que pagar un impuesto a la Corona para sostener sus vidas, aunque sólo fuera, como era, con un vaso de agua y un mendrugo de pan tres veces al día, y al verlos en libertad los miraban con tan malos ojos, con tanto desprecio, con tanto rechazo, que los liberados, en lugar de acercarse a ellos con humildad, con gratitud, con confianza, les amenazaban, les perseguían por doquier y les atacaban con las crías del pajarraco hasta hacerles confundir la cabeza con el sombrero, y fue tal el caos que se formó que aquel país llamado Venganza acabó llamándose Vergüenza.
    El Rey de Vergüenza, a la sazón longevo y odiado por tantos y tan funestos desatinos, se levantó una radiante mañana de sol, dejó el sombrero en el perchero y utilizó la cabeza, y tanto y tan cuerdamente pensó que al cabo de unos días mandó todas las leyes al garete y firmó y rubricó la ley del Gran Amor.
    Para implantarla, fundó, en medio del mar más álgido y bravo, una ciudad de babélicos muros y puertas secretas. En aquella ciudad, a excepción de tabernas de marineros, de casas de sirenitas, de patios de fresco, de cháchara y té, de salones de baile, de salas de juego, -de placeres para el cuerpo-, había lo que en las demás ciudades, pero en ella sólo vivían los pájaros locos: los ciudadanos que en una ausencia de luz se atolondraban, confundían las cosas y usaban el sombrero en lugar de la cabeza. Los ciudadanos que no sufrían despistes sólo podían ir de paso y sin perder la estricta vía del tren de la ley. Como turistas, para visitar los monumentos de la ciudad, para conocer las costumbres de sus gentes y para adquirir recuerdos para sí y para los demás. Como rehabilitadores de los Pájaros, para ayudarles a cambiar de plumas, para animarles a seguir el camino del trabajo y para enseñarles a volar sin cortarles el vuelo a sus semejantes. Como miembros del Servicio de Inspección de la Corona, para comprobar el estado de todas las instalaciones, para observar el cumplimiento de sus respectivos responsables y para actualizar las cuentas entre los pájaros, la Corona y las víctimas. Y como agente de la Guardia de la Ley Real, para exigir que los turistas cruzaran las puertas con los ojos bien vendados y las manos y los equipajes libres de objetos y productos prohibidos, para impedir posibles altercados entre turistas, rehabilitadores, inspectores y pájaros, y para empadronar en la ciudad a los visitantes que por jugar a la suerte con el sombrero y la cabeza se convertían en pájaros. Y nada de contar las horas con los brazos caídos, y nada de ser el blanco de las moscas. Los pájaros locos tenían que asear sus casas, coser, lavar y planchar su ropa, preparar su comida... Ninguno estaba exento de asistir a clase. Los intelectuales estudiaban leyes, arte, botánica, letras, números, medicina... los hábiles aprendían oficios como el de fumista, el de orfebre, el de alfarero, el de afilador, el de sastre, el de albañil... y todos recibían lecciones de rectas conductas, de serios comportamientos, de actitudes humanas y de positivos talantes ante la vida. Sus únicas diversiones eran hacer gimnasia, cantar y leer. Unos eran patronos: tenían su propio negocio. Otros eran empleados, obreros de los demás. Unos trabajaban en empresas públicas; otros, en particulares. Pero todos trabajaban y lo hacían en granjas, en talleres, en sanatorios, en minas, en despachos, en bazares, en transportes, en hospederías, en mercados, en la agricultura, en la ganadería, en la pesca... cada cual en lo que mejor conocía, cada cual en lo que más rendía. Como todos los trabajadores obtenían ganancias de sus negocios o cobraban un salario, pero a sus manos no llegaba ni la más mínima parte de tales ingresos, iban íntegros y derechos a pagar sus gastos a la Corona, -que eran los ocasionados por ellos y por las personas que tenían a su cargo en el momento de convertirse en pájaros-, y para recompensar, en lo posible, a sus víctimas, o lo que era igual, a cumplir su condena. Y para que los ojos del mundo vieran con claridad el meollo de aquella ley, el monarca, ocultando las verdaderas gracias de los pájaros entre los sutiles celajes de un color, grababa sus despistes en resistentes pergaminos que mandaba colgar en los muros de todas las ciudades del país, de tal suerte que, propios y extraños, se sorprendían con sentencias como éstas:
Pájaro Rojo
"Con la hoz de segar el trigo, este pájaro le segó la cabeza a un hombre que tenía familia, y para alimentar a la viuda y a los huérfanos del ausente, ha de trabajar como conductor de un coche de caballos".
Pájaro Anaranjado
"Con uno de los cohetes de abrir las fiestas, este pájaro le cerró los ojos a un mozuelo, y para pagarle un mentor que guíe sus pasos, ha de trabajar como alguacil del municipio".
Pájaro Amarillo
"Con la osadía de quien coge las longanizas de su despensa, este pájaro cogió las joyas del cofre de una dama, y para volver a llenárselo de tesoros, ha de trabajar como propietario de una tintorería".
Pájara Verde
"Con el alivio que se dejan unas botas que hacen daño en el desván, esta pájara
dejaba a sus hijos en la calle de día y de noche, y para que dos ayas se turnen para cuidarlos, ha de trabajar como mesonera". 

Pájaro Azul
"Con la ternura del bueno que intenta favorecer los intereses del débil, este pájaro le sacó todos los ahorros de su vida a una anciana que vivía sola, y para devolverle hasta el último céntimo, ha de trabajar como jardinero de los jardines municipales".
Pájaras Añil
"Con la pasmosidad que el labrador le prende fuego al rastrojo, estas pájaras le quemaron la yacija de paja a un mendigo, y para que el hombre duerma de por vida entre sábanas de lienzo, han de trabajar como pastoras de cabras y ovejas".
Pájaro Violado
"Con la vara de varear las ramas de los olivos, este pájaro vareaba a diario el cuerpo de su mujer y para que coma y se divierta hasta que se enamore de un hombre más civilizado, ha de trabajar como deshollinador de chimeneas".
    Si en lugar de al cuerpo y a los bienes sufrían agresiones al alma y al sentimiento, las víctimas eran recompensadas con cestos de flores por el cumpleaños, con cajas de bombones por el santo, con un diamante, con un libro, con un cuadro... con una ilusión florecida, con un sueño hecho realidad. Para ello, la ley conmensuraba en lo humanamente posible, la magnitud y las consecuencias del agravio, con el significado y el valor del obsequio, de tal suerte que, en algunos pergaminos figuraban sentencias como éstas:
Pájara Pinta
"Con el temor que los pastores espantan al lobo de los rebaños de ovejas, esta pájara expulsó a un alumno negro de las aulas de blancos, y para pagarles a todos un viaje de placer que impida germinar en sus corazones la semilla del racismo, ha de trabajar como tejedora de tapices".
Pájaras Pardas
"Con la facilidad que transformaban en virtudes los defectos de sus hijas, estas pájaras transformaban en defectos las virtudes de las hijas, de sus vecinas, y para lavarles la mala fama con deliciosos perfumes, han de trabajar como fregonas de un albergue".
Pájaro Alazán
"Con la desfachatez de quien no se mira nunca al espejo este pájaro se burló de una niña fea, y para endulzarle el amargo recuerdo con una espléndida visita de los Reyes Magos, ha de trabajar como campanero de una iglesia".
Pájaros Negros
"Con la libertad de los matrimonios que discuten en la intimidad de su alcoba, estos pájaros se pelearon en la casa de los padres de uno de ellos, y para sacarles el mal trago del cuerpo con una gran cena de Navidad, han de trabajar como molineros de trigo".
    Y devolviendo con esfuerzo lo que habían quitado con fuerza, aquellos pájaros locos descubrían que su libertad acababa donde empezaba la de sus semejantes. Y cuando salían de la ciudad, -que era cuando sus víctimas dejaban de depender de ellos-, valoraban tanto las cosas, amaban tanto la vida y tanto deseaban disfrutar de los dones que la Madre Tierra y el Padre Cielo les daban, que jamás salían de casa sin comprobar si lo que dejaban en el perchero era la cabeza o el sombrero. Y fue tal el triunfo del amor que aquel país llamado Vergüenza acabó volviéndose a llamar Utopía.
        
        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1997.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.

    Para más información, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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