miércoles, 31 de julio de 2013

La Vitrina

La Farmacia Esta historia empieza como otros miles de historias. Roberto y María se habían casado y eran felices, o al menos, eso pensaban ellos. Roberto era farmacéutico y hacía sólo unos años que había comprado la farmacia. Allí se fueron los ahorros suyos y de sus padres. Y una amplia hipoteca que lo tendría sujeto al mostrador durante años. Pero había valido la pena. La farmacia funcionaba bien. Estaba cerca del mercado de la Prosperidad y de la boca del metro. Los clientes no faltaban. La Seguridad Social daba mucho trabajo y poco beneficio, pero los dos escaparates estaba muy a la vista del público y allí se mostraban las dietas adelgazantes, las cremas de belleza, los eliminadores de años y arrugas, dentífricos de sabor refrescante que harían brillar el esmalte como estrellas y un largo etcétera de productos que sí aportaban beneficios. El contrato de la farmacia incluía una vivienda en la planta superior. Sólo eran 70 metros. Lo suficiente para una vivienda. María prometió terminar la carrera de farmacia después de la boda, pero entre la preparación de la boda y el viaje posterior, más ciertas agradables obligaciones del recién contraído matrimonio hicieron que ese curso se pasara en blanco. El examen de conciencia que todos hacemos a final del verano trajo nuevas promesas. Desde Octubre iría a clase, Se matricularía de las cinco asignaturas que le faltaban de cuarto curso, con la decidida intención de aprobar… al menos tres. Hay que reconocer que esa meta era ambiciosa. A pesar de tener la vivienda prácticamente en la misma farmacia, y todos los centros de compra, el mercado y supermercados, a un paso de casa, el horario de la farmacia es de lo más esclavo. Y tenían que estar ambos. Cuando uno sólo atendía al público, la simple ausencia durante unos segundos de la vista del público presente, para ir a la trastienda a la buscada del producto solicitado, era detectada al hacer el cierre. Las cremas, alimentos infantiles, cepillos de dientes, de todo, desaparecían de los expositores en cuanto se dejaba de vigilar. Pero los fines de semana se recuperaban. Desde el medio día del sábado hasta la noche del domingo el tiempo era de ellos. Pasados los primeros meses de ímpetu, Roberto y María comenzaron a recuperar a sus amistades. Amigo de Roberto, y ahora de ambos era Josechu. También farmacéutico, y ahora dedicado a la actividad de representante de laboratorios. Capaz de vender y revender su propia alma, había conseguido, en competencia con otros candidatos, y merecidamente, hacerse con la representación de Novartis y Pfizer. Sobre todo, las ventas de Viagra, le proporcionaban unos beneficios saneadísimos. - Si hay gripe vendemos, y si se encuentran bien, también. Así se festejaban Roberto y Josechu, con María entre ambos, el sábado 14 de Mayo en la Marisquería El Bogavante. Como la marisquería estaba de moda, los tres se apiñaban en una mini-mesa, compartían tres mini-taburetes, y eran la envidia de los que, de pié, esperaban mesa haciendo cola de tres en fondo frente a la barra. María, era mujer. Y como tal, por intuición, formación o experiencia universitaria, sabía distinguir perfectamente lo que era un roce de estar apretados, de lo que era un roce de estar pidiendo guerra. Y Josechu venía pidiendo guerra desde que entró la primavera. Y le halagaba. No eludió el acercamiento de su pierna, La dejó allí, quieta por fuera. Pero por dentro la sentía hervir. - * - Los exámenes de Junio la obligaron a faltar de la farmacia. Exámenes de las asignaturas, exámenes de prácticas. Y otras ausencias que no se correspondían con más exámenes que a los que voluntariamente se sometían Josechu y María. María quería a Roberto, y para Josechu no había amigo como Roberto, pero la naturaleza humana es como es y allí estaban ambos, con pasiones y remordimientos, y vuelta a empezar. Con las ausencias de María los hurtos en la farmacia, sin ser graves, sí eran fastidiosos. Las denuncias a la policía y las reclamaciones al seguro se llevaban horas de papeleo y trámites. Roberto, aconsejado por la compañía de seguros decidió instalar una cámara de video desde la que se pudiera controlar la farmacia. No era una inversión excesivamente cara. 300 euros, y se conectaría a la misma ADSL de la farmacia. Fue ha comprarla y se la llevó a casa. Estuvo leyendo las instrucciones, y la montó sobre la repisa del aparador. Después, desde el PC anduvo haciendo ensayos y pruebas durante un buen rato, y enseñándole a María como desde el teclado del PC se accedía a la dirección hppt://www/farma334tv.com y allí estaba, dos metros más allá, su propio salón con la tele puesta. - Pondremos esta cámara abajo en la farmacia, en la esquina superior del techo. Desde allí se verá casi toda la farmacia. Se producirán dos efectos. La gente sabrá que hay una cámara observándolo y o no robarán o lo harán mucho menos. En la única esquina que queda sin visibilidad pondremos cosas sin valor. Y además, si roban, la información queda durante 48 horas en un disco duro que se puede consultar, y sirve como prueba para las denuncias. María estuvo probando y se entusiasmó con la idea. Finalmente apagaron todo el equipo y fueron a cenar. A la mañana siguiente Roberto se levantó, como siempre, a las ocho. Puso a calentar el desayuno, y mientras se fue a probar la cámara. Durante la noche le habían asaltado algunas dudas, sobre si se podía o no, y cómo, grabar imagen y sonido, o sólo el sonido. Vio que la cosa se complicaba y la cafetera empezó a avisar que ya estaba caliente. - Buenos días marido, ¿Cómo está ese café?, Qué bien huele. Ambos desayunaron casi en silencio, María quería hablar con Josechu, Debían terminar con aquello. Él también lo deseaba, pero cada vez que se reunían terminaban, como terminaban siempre. - ¿Vas hoy a la universidad? - Sólo a primera hora. Creo que podré estar de vuelta entre las 11 y las 12. Quiero ver si han salido las notas de prácticas de Bromatología. - ¡Qué bien!, hoy lunes siempre hay más agobio. Te dejo, Voy abriendo la farmacia. María se quedó sola, terminando despacio la tostada del desayuno. Tenía que hacerlo. Recogió las cosas del desayuno, se arregló para salir, y se fue al teléfono. - Hola ¿Josechu? - Hola María, ¿Como estás? - Fatal. Anoche Roberto estaba cariñoso. Lo quiero, pero hay cosas que no puedo hacer con él, y menos después de haber estado contigo. Te quiero a ti, lo sabes, pero deberíamos dejarlo. Pero… ¡Dios mío!... ¡Espera! María acababa de ver encendido el piloto de actividad de la cámara que habían puesto en el salón. Eso sólo podía significar que Roberto estaba consultando la cámara, viéndola y oyéndola, desde la farmacia. Salió de la casa sin siquiera colgar el teléfono, miró hacia el interior de la farmacia desde el exterior. Y allí estaba su marido, pálido como un muerto, viendo en la pantalla del PC de la farmacia, el salón de su casa con el teléfono descolgado. Sin pensarlo un segundo paró un taxi y dio la dirección de casa de Josechu. - Josechu, ¡lo sabe! - ¿Qué? - Si, ha sido mi culpa. Antes de levantarme ha debido conectar la cámara de vigilancia que teníamos en pruebas y sin esperarlo ni buscarlo ha sorprendido mi conversación contigo. Vámonos de aquí ahora mismo. Lo primero que hará será buscarme, y al comprobar que he salido vendrá a esta casa. Ya sabes que Roberto es encantador, pero esta situación pondrá al descubierto su lado oscuro. Yo no quiero encontrarme con él. - Ni yo tampoco. -*- Josechu Arteta, Ernesto Bonilla y Roberto Gandía habían sido amigos desde niños. Roberto era el más tranquilo y ponía paz entre Josechu y Ernesto. Una vez Josechu, que era el más travieso exasperó a Ernesto de tal manera que llegaron a las manos con toda violencia. Roberto cogió por el cuello a los dos y los separó. Ambos tuvieron que llevar un collarín durante casi un mes. Las manos de Roberto eran así. En una ocasión salió en defensa de Ernesto, que siempre fue menudito, cuando el Hermano Martino (le llamaban el “Hermano Martillo”) le había dado un golpe en la cabeza con los nudillos y había caído al suelo llorando. Tendría entonces Roberto no más de catorce años. Sujetó las dos muñecas del fraile con su mano izquierda, y con la derecha le apretó el hombro. Le empujó hasta ponerlo de rodillas en el suelo y le dijo bajito al oído, - a Ernesto nunca se le olvidó la frase -: - Hermano, le ruego, por favor, y por Vd. mismo, que no repita, nunca más, eso de dar coscorrones. Y así fue. En la mili tuvo también un episodio, que terminó en juicio, del que fue absuelto. El Comandante Palazón era un chuleras, y se pasaba de bofetadas con los reclutas. Un día, sin mediar más provocación que una sonrisa, que no tenía nada que ver con él, le dio una bofetada a Roberto. Roberto la aguantó, y sin cambiar el gesto sonriente se volvió ofreciéndole la otra mejilla. Recibió una segunda bofetada, aun más fuerte que la anterior. La reacción fue tan fulminante que la tropa en pleno no sabía exactamente como ocurrió, pero todos coincidían en que había sido sólo una bofetada de respuesta con la mano abierta. El caso es que el Comandante Palazón, cayó al suelo con un pómulo hundido y la mandíbula rota en tres partes. Con la Farmacia recién abierta, aun estaba soltero, entraron a atacarle. Como eran dos, e iban armados con navajas, el juez no encontró la manera de achacar a Roberto la aplicación de “fuerza excesiva”. Pero la ambulancia se llevó dos delincuentes que tardaron cuatro meses en recomponer los huesos rotos. -*- Josechu y María por remordimientos, temor y prudencia, no querían verse cara a cara con Roberto. Por su actividad de representante nacional, Josechu tenía práctica en ponerse en marcha. Tardó tres escasos minutos en preparar un maletín con lo indispensable. Cerró la puerta, cogió a María del brazo y salieron a la calle. - ¿Y ahora que hacemos?, preguntó él. - Pues mira, tal como se han puesto las cosas, empeorar es casi imposible. Pero vamos a ser prácticos y honestos en lo que aun podemos. Voy a llegarme a Caja Madrid, y voy a hacer una transferencia de la mitad del dinerito que tenemos Roberto y yo a una cuenta tuya. Y desde cualquier cibercafé le mandamos un Fax diciéndole que lo sentimos, y mientras debes ir pensando lo que podemos hacer a continuación. El recuerdo de aquellos días aun lo viven María y Josechu como una película que pasase a cámara rápida ante ellos. Ambos se querían despedir de sus padres, pero Roberto iba tras ellos. Se habían alojado provisionalmente en el Hotel Los Girasoles, pero tuvieron que salir precipitadamente cuando avisaron a Josechu que, no se sabe por qué medios, Roberto se había enterado e iba hacia allá. Sobre un plano de España lanzaron una moneda. - Donde caiga la moneda nos vamos. Así él no podrá encontrar una razón lógica para buscarnos. Terminaron en el Hotel Los Llanos de Albacete. Se fueron en autobús. Y por fin respiraron tranquilos. Josechu llevaba, además del suyo, un carné de identidad, que le había prestado su amigo Ernesto Bonilla. - Si te pelas y dejas una barba de cuatro días, te parecerás bastante a mí en esa foto. Además nadie se fija en el DNI al detalle. No quiero que Roberto os encuentre. Por él. Si en la alteración del momento se le va la mano, puede tener problemas, (vosotros muchos más, pero os lo merecéis). Así que al hotel que vayas entregas mi carné. Me lo devuelves por correo. Después de estar en Albacete cinco días, Josechu, colgado durante horas al teléfono había logrado encontrar una primera solución. Su piso, un ático a diez minutos a pié de la plaza de España, con vistas sobre la Plaza de Oriente, se lo quedaba Ernesto. Siempre lo había deseado. Así que los problemas económicos a largo plazo quedaron resueltos. - Mira Josechu, esta situación se nos ha ido de las manos. Inicialmente me atrajiste, después me dí cuenta que además del morbo del adulterio, y el sexo a escondidas, estaba perdidamente enamorada de ti. Pero ¿Y tú? Tu salías con Matildita. Y he destrozado tu vida. Te he dejado sin trabajo y sin tu precioso piso. - Llevas razón. El resultado de esta situación es tal como has dicho. Pero no sabes lo feliz que me siento. El compartir mi vida contigo me atrae. Deseo hacerte feliz. Pero…, que pasa con Roberto. Es mi amigo, y pensar que le he hecho tanto daño me tiene angustiado. Por Matildita no te preocupes. Estaba ya en línea de salida, y ella lo sabía. - Roberto tiene como medio de vida su farmacia, además tiene que pagar la hipoteca. Sus padres lo quieren mucho y lo consolarán, y como la verdad, es que tiene un cuerpazo, no tardará en recomponer su vida. Y nosotros, ¿Dónde rehacemos la nuestra? Finalmente Josechu y María se asentaron en Buenos Aires. Josechu, que había nacido vendedor, encontró a la semana de llegar una inmobiliaria que compraba y vendía pisos y terrenos. María trasladó su matrícula a Argentina y se dispuso a terminar su carrera. -*- Febrero. Se iniciaba la primavera en Argentina. Josechu y María estrenaron casa. Vino desde Madrid, Ernesto. Les trajo noticias de la Villa y Corte. Lo de siempre, el alcalde repite, y siguen pensando en que les concederán las siguientes olimpiadas. - ¿Que sabes de Roberto?, ¿Cómo se encuentra?, preguntaron los dos. - Bueno… os contaré. De entrada mal. Adelgazó y no quería saber nada de nadie. Yo no me atreví a decirle lo de la compra del piso. Temía que me preguntara que donde estabais. Tuvo que tomar un ayudante. Tomó a un chico, estudiante de farmacia de cuarto curso. Estuve varias veces a verle, con la excusa de comprarle aspirinas y cosas así. Intenté entonces sacar el tema y abrió la palma de la mano ante mi cara y me dijo, ¡Para!, Deja ese tema. El empleado le salió rana. Lo sorprendió intentando robarle. El chico no sabía que Roberto había perfeccionado lo de la cámara. Ahora tiene una muy bonita, a la vista, que no funciona, y la cámara de verdad esta oculta y es de alta resolución. El chico había puesto un trapo por encima de la cámara de muestra. Pero…, no hay mal que por bien no venga, a continuación a contratado a Rami, se llama Ramira, ya tiene la carrera terminada, y es del mismo pueblo que sus padres, y es muy agraciada. Roberto empieza a ser otro, ¿Queréis verla? - ¿Es que tienes una foto de ella? - Nooo, es que la cámara la podemos consultar desde aquí. Algunas veces Roberto me pide que le vigile la farmacia, y me ha dado la dirección y la clave de acceso. A Josechu y María se les abrieron los ojos de ilusión. Fueron al ordenador y Ernesto después de pocos segundos entró en la dirección hppt://www/farma334tv.com. Luego entró una clave, en la pantalla apareció: ****** Se quedaron mudos. Allí estaba Roberto, detrás del mostrador, atendiendo a una señora con el pelo blanco. Se movía un poco a saltos. Ernesto manípuló algo en el PC y se empezó a oír el sonido de la calle y unas palabras. Era el tono de voz de Roberto. - ¿Pero qué os pasa? – Estáis los dos con los ojos brillantes, ¡Qué brillantes! ¡Estáis llorando! Ni María, ni Josechu podían negarlo. Ver al amigo y al marido “en vivo y en directo” les había pillado de sorpresa. No pudieron evitar que la emoción les hiciera brotar las lágrimas. Cuando Ernesto se volvió a Madrid, ya se llevaba firmados los papeles del divorcio de María. -*- Dos años después Josechu y María, con la perspectiva de mellizos, se casaron. Y durante esos años, Josechu y María vivieron casi a diario, a través de la cámara de la farmacia la evolución de la vida de Roberto. - Creo que a Roberto le gusta Rami. Esta mañana he estado dos horas observándolos y, cuando no había clientes, él le ha cogido la mano. Con la diferencia horaria entre Buenos Aires y Madrid, prácticamente sólo podían ver la actividad de tarde, pero pronto Josechu ideó el procedimiento de grabar desde las dos de la madrugada, para tener también la información de las mañanas en la farmacia de La Prosperidad. - ¡María, María, ven, mira! – llamó Josechu. ¡Se están besando! Vivieron los días en que los clientes entraban a darles la enhorabuena por el noviazgo, la enhorabuena por la boda, y la enhorabuena por el embarazo de ella. Josechu y María estaban de nuevo con los ojos brillantes cuando en la pantalla por primera vez se vio la cunita con una niña dentro. - ¿Esa niña quién es? -Preguntó uno de los mellizos Dos minutos después estaban llamando a Ernesto. - ¡La hemos visto, la hemos visto! ¿Cómo se llama? - Vaya, -contestó Ernesto – Seguís igual. Aún no han decidido como se va a llamar. Parece que quieren hacer el bautizo y la fiesta a final de mes. ¡Cómo voy a echaros de menos! Ernesto, al corriente de lo que pasaba a ambos lados del Atlántico, que era el más sensible de los tres amigos, llevaba aquel asunto con un particular disgusto. Decidió hacer algo. La situación llevaba así casi 10 años. Mayo. Empezaba el mal tiempo en Argentina. De nuevo ante la pantalla, Josechu y María miraban entrar y salir gente de la farmacia. - Me gustaría volver por Madrid. – dijo María. Mis padres están ya muy mayores para venir. Les encantaría ver como están los nietos ahora, que están de dulce. Y tu madre, ni te digo. - ¿Y Roberto? ¿Qué hacemos? No me atrevo a ponerme ante él. No me importaría que me diese ese par de Ostias que nos merecimos. Pero solo con pensar en su cara me vengo abajo. - Sonó en teléfono. – Es Ernesto, - dijo María - ¿Hola, qué hay? - Pues hay novedades. Quieren hacer una fiesta para amigos antes del bautizo en la propia farmacia, ¿Seguís viendo vuestro programa favorito? - Claro, raro es el día que no estamos un rato mirando. - Pues mañana por la tarde a las siete, (de aquí) no os lo perdáis. Reconoceréis a muchas caras. La intriga estaba servida. Después del medio día Josechu y María estaban sentados delante de la pantalla de la televisión (hacía tiempo que pasaron la señal del PC a la pantalla grande). Era la fiesta de San Isidro. La farmacia estaba cerrada. De momento no se veía a nadie. - Parece que ya se oyen ruidos. Están abriendo la puerta. Sonó el teléfono. - ¿Diga? - Hola, soy Ernesto. ¿Estáis viendo la farmacia? - Sí, aún no hemos visto nada, parece que se oyen ruidos, pero nada más. - Pues estar atentos que empieza el programa. Un Abrazo. Os quiero. Adiós. Y empezó el programa más maravilloso que Josechu y María pudieran haber soñado nunca. Apareció la madre de Josechu, los padres de María, los padres de Roberto y otros señores que no conocían de nada. Debían ser los padres de Ramira. Delante de ellos se colocaron Roberto y Rami. Mirando la pantalla, sin dejar de sonreír. Sacaron de debajo del mostrador una pancarta y la pusieron delante de la cuna. “María, Josechu: Sin vosotros, esto no hubiera sido posible”. “Os queremos aquí para el bautizo” ¡Se llamará María! Josechu y María vendieron los derechos del laboratorio “Gominolas Españolas” – sólo de venta en farmacias – y el piso de la calle Corrientes. Ya antes de llegar a Madrid se veían por la calles los anuncios de “Gominolas Argentinas”, con dos niños iguales, de ojos negros, ofreciéndoselas, en competencia, a una niña preciosa niña de ojos azules, los mismos que los de Rami. Manuel Santos Greve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario