martes, 30 de abril de 2013

Mesa camilla

Los psicólogos, los educadores, los sociólogos, los trabajadores sociales y demás autoridades del ramo, elaboran informes, estudios y hasta libros para explicarnos las causas que llevan a robar a no pocas personas marginadas por distintas razones: víctimas del alcohol, de las drogas, del desarraigo familiar, de violencia doméstica, de enfermedades mentales… y otras miserias como ser extranjero sin recursos o español sin futuro, pero a ninguno se le ocurre alzar la voz o coger la pluma para explicarnos por qué roban los ricos, sin duda porque esta sociedad nuestra da por hecho que los ricos, o no roban, o tienen derecho a robar. Y para que puedan hacerlo con absoluta tranquilidad, no perdemos la ocasión de manifestarles nuestra confianza. Subimos a un autobús urbano, entramos en un bar o vamos por la calle tranquilamente, nos topamos con una persona mal vestida, que huele mal, y no porque el ministro Cañete –creo que se llama así esta lumbrera nacional que nos cuesta muchos miles de euros al mes y para mayor desgracia tendremos que seguir pagándoselos aunque tengamos la suerte de que deje de ser ministro algún día- le haya aconsejado no ducharse con agua caliente para ahorrar energía, sino porque vive en la calle y no dispone ni de agua fría, con cara de no coger la cuchara todos los días y automáticamente echamos la mano al bolso y nos alejamos por si las moscas; pero vamos a comprar un piso a unaconstructora famosa gracias a la propaganda, a formalizar la hipoteca a un banco y a suscribir una póliza de seguro y ni siquiera leemos la letra pequeña. ¿Para qué nos vamos a molestar? Nos atienden tan bien vestidos, huelen a ducha caliente, se tragan una botella de agua para eliminar grasas sin perder el lustre y tienen tan buen sueldo que hay que ser tonto para pensar que nos van a robar. Pues es evidente que muy listos no somos, basta ver la penosa situación de nuestro país, obra, nadie lo duda, de constructores, banqueros y grandes empresarios. Pero el caso más sangrante es el de los políticos, en no pocos casos ganan varios sueldos: el que les corresponde y se asignan a su antojo, que no es moco de pavo, el que perciben por un segundo cargo o porque ya son pensionistas y el que se ahorran. Generalmente se trasladan en coche oficial, les pagan el alojamiento, y aunque tengan vivienda propia, un alquiler. ¿Para qué quieren tanto dinero que hasta tienen que esconderlo? ¿Piensan que no van a morirse nunca y tendrán tiempo de gastarlo? ¿Quieren dejar ricas a sus futuras generaciones? ¿Piensan que si ellos se lo robaron a los demás otros se lo pueden robar a ellos y temen tener que ajustarse el cinturón… cuando lleguen a viejos? Esperemos que algún día los psicólogos, los educadores, los sociólogos, los trabajadores sociales y demás eminencias se atrevan a darnos las respuestas que, aunque no sirvan para quitarles las malas mañas, servirá, al menos, para mentalizarnos de que los ladrones también pueden tener buena pinta.

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