viernes, 31 de marzo de 2023

COSAS DE GARIPIL

¡Hola!: Desconecta el televisor, deja el móvil donde ni lo veas ni lo oigas, siéntate en tu sillón favorito, cierra los ojos y permíteme que te lea el capítulo XVII de Bella Luna en lo que el sueño te manda a la cama para recuperar las fuerzas perdidas durante el día.

 

          XVII LA PERLA NEGRA

    La luz de la alegría resucitó en los pequeños ojos de don Zenón con la misma rapidez que brota la llama en un candil al llenarlo de aceite. Saltaba a la vista el cambio. Su cuerpo entraba en el país de los años a pasos agigantados pero su espíritu retornó de golpe al mundo de la infancia lejana ya en el tiempo. Dijo adiós para siempre a las grandes juergas nocturnas. Su casa ya era la Posada del Gallo y su única y entrañable familia los posaderos. Disponía de la mejor sala de toda la posada. Tenía en ella hasta una estufita de carbón para estar calentito en los días de invierno que no Le apeteciera salir de su aposento. El ventanal miraba hacia la calle del Peso, que era una de las más animadas de la ciudad. La posadera le mimaba en exceso.

    —Ya no tiene usted más piezas en la boca que los dientes de oro. Sería una verdadera lástima que al masticar se le partiera alguno. Le haré comidas blanditas. Ya estoy hecha a la idea de que tengo un niño en casa.

     Le daba para tomar mucha leche con galletas y los jueves le compraba en el mercado de los pueblos una porción de queso blando de Peñasaltas que le duraba toda la semana. Tío Lolo siempre tenía ganas de darle palique con lo que  mataba el tiempo entre bromas y veras. Hasta había renunciado a sus tertulias en el café del Porrón: le resultaban más amenas las de la posada pues conversaba con todos los huéspedes y era la mar de divertido enterarse de sus vidas y milagros. Veía adelgazar la bolsa de sus ahorros pues tío Lolo le daba un buen pellizco todas las semanas pero vivía en paz porque estaba seguro de haber atado bien todos los cabos. “Les ha salido el tiro por la culata a mis criados. Pensaban, los muy bribones, que su amo estaba como un cencerro. Cuánto daría porque me pudieran ver por un agujerito. En más de una ocasión los vi mirar detrás de las puertas y los oí que me cortaban buenos trajes. “Don Zenón tiene la sesera de cartón y por pensar  con los pies y andar con la cabeza se verá en la vejez más solo que la una”. ¡Vaya pájaros que me rondaban el nido! Esperaban que yo estirara la pata para pasar ellos de criados a amos pero Don Zenón tiene mejor vista que un lince y más suerte que el diablo. La diosa de la fortuna me visitó en forma de perla negra. Es verdad que la bolsa va mermando pero no me preocupa. Cuando le vea el hondón tiro de la perla. Esto en último extremo. Si puedo la salvo para que sea la herencia de los  posaderos. Habrá que ver a la posadera con esa cara de pasa y ese mandil de hule lucir en su pecho mi perla negra”. Nunca mezclaba la perla negra con las monedas. De día la escondía entre los pliegues del escapulario que desde niño llevaba colgado al cuello, de noche la guardaba debajo de la almohada y la aprisionaba con el cogote para que no se escapara. Ni corto ni perezoso se plantó una soleada mañana en el despacho de un ilustre notario de la ciudad para redactar el testamento: “En esta ciudad, y en presencia de este notario, manifiesto mi deseo de gratificar a tío Lolo y a su esposa con una perla negra, que heredarán al morir yo”. El testamento en cuestión quedó archivado en el despacho de aquel ilustre notario después de ser firmado,  rubricado y  lacrado con todas las de la ley. Un día cumplió años, y en lugar de sumarse uno a la cuenta, fue como si de golpe le hubieran tirado encima medio siglo de ellos. Las piernas le desobedecían y tuvo que agarrarse a una cachava. Tío Lolo empezó a rehusarlo.

     —No puedo esperar para que venga conmigo al mercado pues usted con tres patas anda más despacio que yo con dos, y si no voy ligero, las mujeres me barren las verduras frescas y tengo que cargar con las sobras.

     Por las mañanas le daban vahídos, y pensando que sería de hambre, comía como un descosido. La posadera se ponía de uñas con él.

     —Voy a cortarle la ración, que de grandes cenas están las sepulturas llenas, y a sus años se anda mejor con el papo a medias, porque con la tripa vacía las piernas van más ligeras.

     La manía de que era un engorro en la posada empezó a calar en el ánimo de don Zenón y decidió largarse con la música a otra parte. “La posadera no me quiere dar de comer y tío Lolo dice que  ya sólo soy un trasto viejo”. Llamó en el torno del asilo de las hermanas de los Solitarios.

     —Quiero acabar mis días arropado por el sosiego de estos muros. Pagaré los cuidados de mi vejez con esta perla negra. ¡Acepte, madre, que vale una fortuna y yo daré poca calda!

     La madre superiora se persignó escandalizada.

     —¡Dios mío, nosotras no podemos aceptar bienes materiales! Solamente cogemos dinero para comprar ropa y comida o casas para formar hogares para los solitarios. ¿Dónde vivía usted cuando era un ser válido?

     Don Zenón fue hasta una platería para transformar en dinero la perla negra. El platero quedó enamorado de ella. La tasó en un precio muy alto y se cerró el trato, pero a la hora de la verdad la perla desapareció como por arte de magia, y don Zenón salió de la platería con un garrotazo en las costillas que el platero le propinó con su propia cachava.

     —Es usted un estafador que quería meterme gato por liebre y no se ha atrevido porque ha visto que no tengo un pelo de tonto.

     Don Zenón se metió en su aposento y sentado en un sillón de cuero viejo empezó a llorar como un niño. “Ese maldito platero me ha birlado la perla negra aprovechando mi torpe vista y encima me ha dejado las costillas hundidas”. De pronto unos pinchotazos en el trasero lo pusieron en pie sin ayuda de la cachava y sin notar el dolor de las costillas. “¡Si es mi perla negra la que me pinchaba en el trasero! ¡Qué alivio ser rico de nuevo! ¿Quién te llevó y quién te ha traído?” Muy contento con su perla negra se fue don Zenón a una importante casa de empeños y la ofreció. La mujer que regentaba  la casa de empeños quedó maravillada al verla. Se brindó para cambiarla por joyas de oro, y como era más fácil venderlas, don Zenón aceptó gustoso, pero la perla negra se escapó por los aires y don Zenón salió de la casa de empeños a empujones y otros atropellos de la dueña.

     —¡Lárguese a timar a otra parte, ¡sinvergüenza!, que aquí no ha encontrado ningún inocente que caiga en su trampa!

     Ya en su guarida se tumbó en la cama don Zenón llorando a moco tendido. “Esa malvada mujer me ha birlado la perla negra aprovechando mi torpe vista y  encima me ha dejado el cuerpo molido”. De repente sintió un mazazo en la cara que más que gritar le hizo ladrar como si fuera un perro. “¡Pero si es mi perla negra que ha caído del cielo y  me ha partido las napias!” Don Zenón se metió la perla negra en la boca como si fuera un caramelo y se mordió los labios con sus dientes de oro mientras pensaba: “Para sacarte de aquí tendrán que partirme los dientes y eso es imposible porque son  de oro y no hay alicates para tan firmes enganches”. Y se fue a la calle. Iba don Zenón embelesado pensando en su plan  de antemano cuando la cachava alcanzó una cáscara de plátano y al intentar esquivarla se tambaleó  y cayó al suelo sentado a la vez que gritaba: “¡Vaya un señor culetazo que me he dado!” La perla negra se vio libre de aquella reja de oro y salió volando por los aires delante de sus propias narices. Don Zenón se quedó de una pieza. “Esta perla negra está embrujada porque se escapa ella solita. ¿Dónde se habrá metido ahora? Se habrá largado a echar otra canita al aire pero luego volverá. Entre ella y  los otros me tienen ya el cuerpo como un perol descalabrado. Anda con ojo, don Zenón, que esta perla negra te mata a golpes y a disgustos sino te despabilas”. Don Zenón recogió su cachava del suelo y reanudó el camino como Dios le dio a entender. Al bajar por la calle de la Rana se topó en la acera con una banasta de naranjas. Un mozalbete acababa de descargarla de una tartana y se afanaba en bajar otra para introducirlas juntas en una tienda próxima. Don Zenón metió la cachava en la banasta y con ella revolvió todas las naranjas.

     —¡Sal de ahí, perla negra, que me haces mucha falta!

     El mozo, por intentar quitarle la cachava, soltó la banasta que tenía en las manos y una lluvia de naranjas cayó sobre don Zenón.

     —¡Pero qué perla negra ni qué ocho cuartos! ¿Pero no ve que son naranjas como las que por su culpa ruedan la Rana abajo? ¡Con sus narices van a subir las naranjas esta cuesta!

     A duras penas huyó de la quema don Zenón pero no se libró de un naranjazo en el ojo derecho, que era por el que más veía. Subía por la calle del Ramo don Zenón cuando se tropezó en la acera con un cajón de huevos. Un mocito acababa de bajarla de un carromato y dentro de él trajinaba con otros cajones. Don Zenón metió la cachava en el cajón y los huevos empezaron a crujir.

     —¡Sal de ahí, perla negra, y no me hagas más trastadas!

     El mozo le lanzó encima un cajón rasado de huevos y se quedó tan ancho y tan pancho.

     —¡Váyase a los infiernos a buscar perlas negras, viejo de los diablos! ¿No ve que me ha hecho una tortilla para un batallón de soldados? Le voy a batir los riñones ahora mismo.

     Unas mujeres salieron de una tienda  armando jaleo y al ruido  del revuelo pudo escapar don Zenón pero dando tumbos pues los zapatos se le habían embadurnado de huevo y cada dos por tres daba un resbalón y al suelo caía como una rana. En la calle de la Cal y en la puerta de una lechería vio don Zenón una hilera de cántaras llenas de leche. Cogió una y la puso boca abajo.

     —¡Sal de ahí, perla negra, que ya no estoy para estos trotes!

     Entonces el lechero salía con un cuartillo de latón para medir  los litros de leche y se lo tiró encima sin andarse con más chiquitas.

     —¡Lárguese al mar a buscar perlas negras y a ver si se ahoga antes de encontrarlas!

     Con el ojo como un tomate, con las narices hinchadas, con las ropas empapadas y llenas de chorloteras blancuzcas y gelatinosas entró por fin don Zenón en la posada, y tío Lolo que lo vio, no salía de su asombro.

     —¿En qué berenjenal ha metido usted las narices hoy que le han dejado como un esperpento salido de un cuadro?

     Don Zenón lloriqueaba pues tanto le dolía el ojo que ni se atrevió a llorar de verdad.

     —Tengo una perla negra pero está embrujada y se me escapa de las manos como los pensamientos de la cabeza cuando me dan los vahídos. De todos los sitios donde la busco salgo mal parado, pero no puedo esperar a que venga sola; está tan loca que cada vez que  llega  me hace una avería en el cuerpo.

     Tío Lolo no sabía si reír o llorar y mientras llegaba su esposa presta para curarlo y asearlo se dedicó a sermonear.

     —Son chocheces de viejo y usted ya debe quedarse en casita y vivir tranquilo con sopitas y buen vino. ¿Para qué quiere perlas negras que además están embrujadas?

     La posadera le dejó en un periquete como un pincel mientras le tiraba de la lengua, pero don Zenón se hizo el tonto porque con ella no quería muchas cuentas.

     —Usted me traiga el almuerzo y no tire de la hebra, que esa madeja he de devanarla yo solito.

     Esperó varias horas en la posada pero en esta ocasión no llegó la perla negra por más que lloró y pataleó rebuscando en su aposento.  Sin más remedio tuvo que irse cabizbajo al despacho del notario.

     —Quiero destruir el testamento porque no hay perla para heredar y tío Lolo es capaz de retorcerme el gañote después de doblar el gorro si se lo manda su mujer.

     El notario empezó a refunfuñar a la vez que buscaba el documento.

     —De muerto ni a tiros lo matará nadie.

     Cuando el ilustre tuvo el pliego de papel entre las manos se le cayeron las lentes del susto.

     —Se ha borrado el párrafo que hablaba de la perla negra. ¡Qué extraño! Esto jamás había sucedido. En esta notaría usamos tinta eterna.

     Don Zenón sólo acertó a decir:

     —Esta perla tiene conocimiento. Se me ha escapado por los aires, y consciente de que no soy su dueño, renuncia a ser mi herencia.

     El notario lo vio  salir mientras se preguntaba cuál de los dos estaba más loco. Don Zenón salió  abatido cuando  al doblar una esquina de la calle de la Veleta Ñoto lo abrazó con fuerza.

     —Yo tengo la perla negra. ¡Mírela! Apareció en mi bolsillo de la noche a la mañana. Tanto la llamé que me oyó al final pero Dios sabe las vueltas que habrá dado.

     Don Zenón no cabía de emoción en su pellejo.

     —¡Hijo de mi alma! ¿Cómo no ha venido a buscarla en lugar de llamarla? Me ha costado las costillas, que las tengo maltrechas; y las napias, que las tengo partidas. En el ojo llevo un parche y no se me pega la camisa al cuerpo. A lo mejor ni a llorar veo  cuando me quite la venda. ¿No ve que estoy hecho una piltrafa por culpa de esa perla negra?

     Ñoto se propuso obtener su perdón.

     —Nunca es tarde para reparar el daño que se hace si se tienen buenas intenciones. Entregarle la perla negra fue un error mío que voy a pagar caro porque nunca debí separarme de ella. Esta perla negra tiene poderes sobrenaturales: es tan capaz de prodigar favores como de pedir cuentas. Conmigo fue infinitamente bondadosa pero me dejé embaucar por la codicia ajena y desobedecí la voz de la sirena de las dos perlas que es su ama. Si no la devuelvo a su ama, no cesará sobre mi casa la lluvia de desgracias que ya se ha desatado.  Intentaré cumplir con la perla negra para salvar de la ruina a mi familia.

     Don Zenón titubeó antes de hablar:

     —Pero me pagará en dinero el valor de mi casa, que yo no voy a pagar todos los platos rotos.

     Ñoto entornó los ojos para decir:

     —La casa del Sarampión es suya y yo volveré a mi patena de plata de Mimbres Blancas que es el único techo que he ganado con el sudor de mi frente.

     Ñoto llegó a la casa del Sarampión en compañía de don Zenón. Habló contento a Tarri a pesar de la incertidumbre que le devoraba.

     —He pensado que tenemos que regresar a la casa del pueblo. Bella Luna no conoce esta zona. Si la liberan los secuestradores irá allí derecha y se dará con la puerta en las narices.

     Tarri se tiró de los pelos.

     —No había  caído yo en ese detalle, pero es cierto. ¡Prepara los burros   aprisa que a lo mejor ya está esperando en casa de alguna vecina! ¿Nos cuidaría la casa y los bártulos este hombrito no vaya a ser que vengan ladrones y nos la desvalijen al verla solitaria?

     Don Zenón recogió la llave con ansiedad y salió corriendo pies para qué os quiero. Se paró al llegar a la puerta del asilo  de las Hermanas de  los Solitarios y dio un porrazo con la llave de medio kilo para que las monjas le abrieran y aceptaran la casa a cambio de cuidarlo hasta el final de sus días.

 

 María Jesús Sánchez Oliva

  

     Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.

     “Garipil” (1995).

     Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.

     “Letanías” (1999).

     Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.

     “El rosario de los cuentos” (2003).

     Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.

     “Cartas de la Radio” (2007).

     Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.

     “Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).

     Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

      “Los días perdidos” (2018).

      Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno más. Primer “Premio Tiflos” 2013.

 

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Mariaje30dias@gmail.com

 

     Estaré encantado de responderte.

 

     Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

 

     Garipil.

 

 

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