martes, 30 de junio de 2015

Carta a...

 Los 52 españoles fallecidos el pasado 24 de marzo en la tragedia aérea de los Alpes franceses cuando volaban felizmente desde Barcelona a la ciudad alemana de Düsseldorf por fin han podido ser enterrados en sus respectivos lugares de origen. Descansen en paz.
     Todo indica que las causas del suceso que nos conmovió a todos y nos sigue conmoviendo, son las que se adelantaron en un principio: Andreas Lubitz, el copiloto de nacionalidad alemana, era un hombre joven, guapo, deportista, bien preparado, con novia, con amigos, con dinero, con una familia estupenda… pero sufría serios trastornos mentales y aquel triste día, aprovechando una breve ausencia del piloto, decidió quitarse la vida de una forma espectacular y estrelló la nave con 149 personas a bordo. No hay palabras para expresar tanto horror. 
     Esta tragedia nos pone de manifiesto que, en cuestión de discapacidad, ni son todos los que están, ni están todos los que son.
     No son pocas las personas que con limitaciones físicas visibles realizan a diario su trabajo con absoluta normalidad, sin utilizar sus limitaciones para obtener ventajas de ningún tipo, siendo más rentables, incluso, para sus empresas, esforzándose más que el resto de trabajadores y creando menos problemas, tienen, lleven los años que lleven trabajando, que seguir luchando con infinidad de barreras mentales, prueba evidente de que las hay, y no pocas, con serias limitaciones invisibles que son respetados como personas normales, capaces, valiosas por no decir perfectas y nadie les pone trabas por ello.  
     Todos coincidimos en que para los psicólogos, los psiquiatras y demás profesionales, es más fácil diagnosticar que un ciego no puede conducir un coche, por poner un ejemplo,  que un enfermo mental, como es el caso, pueda pilotar un avión.  Por esta razón, estas líneas, no son para responsabilizar a nadie, ni para juzgar, ni para acusar, desgraciadamente ni con medios ni con buena intención podemos evitar todas las desgracias, son, simplemente, para reflexionar, deberíamos empezar a cuidar nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras actitudes ante trabajadores con problemas visibles, porque, no solo ante tragedias como esta, basta mirar a nuestro alrededor, hablar cuatro palabras con no pocas personas, observar sus reacciones, para descubrir que, en cuestión de discapacidad, ni son todos los que están, ni están todos los que son, y es hora de empezar a quitar etiquetas que ofenden al sentido común y equivocan a los cinco restantes.

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