domingo, 3 de agosto de 2014

Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Me acompañas cinco minutos? Los justos para leerte La trampa doble, otro de los relatos de Letanías. Comprendo que en estos espléndidos días de verano prefieras sentarte en una terraza de las que llenan las calles que encerrarte entre las cuatro paredes de mi salita, y para no robarte más tiempo, ni siquiera te sientes, seré breve.
  
      La trampa doble

      Cuando aquella tarde de finales de curso, después de corregir los últimos exámenes de mis alumnos, dejé el Cervantes, mi instituto, y camino de casa, al volante de mi traumático coche de segunda mano, descubrí, entre un variopinto rebaño de yentes, inmóviles y vinientes, a doña Ángeles, mi antigua profesora de alemán, se me paró el corazón. Iba pálida, triste... y tan vacilante como si el cielo se le hubiera encasquetado súbitamente en la cabeza y sus pies, sorprendidos, no pudieran con las alas de tan pesado sombrero. Para mayor freno de mi corazón, a sus espaldas quedaba uno de los complejos hospitalarios. Inquieta por su salud aparqué cómo y dónde pude y corrí tras ella gritando con la misma libertad que por las calles de mi pueblo: "¡Doña Ángeles! ¡Doña Ángeles!..." La gente se apartaba molesta por mis empellones y con la mirada me seguía murmurando que estaba loca. "¡Doña Ángeles! ¡Doña Ángeles!..." ¿Qué demonios me importaba la gente? "Doña Án..." balbuceé recuperando por fin el civismo perdido, ya con las manos sobre sus asustados hombros.
     --Se encuentra mal, ¿verdad? -yo tuteaba a todos los profesores menos a ella, ella hablaba de usted a todos los alumnos menos a mí- ¿Qué le ocurre?
     --Nada, nada nuevo, que estoy cansada, muy cansada. Con este tiempo...
      Sonreí. Yo sabía que el tiempo no tenía tantas culpas como se le imputaban. Mis abuelos fumaban de tres a cuatro cajetillas de tabaco diarias y cuando desesperaban a mis abuelas con sus conciertos de toses y resoplidos le echaban la culpa al tiempo; a mis vecinos del quinto les salió rana el tercer hijo y le echaban la culpa al tiempo; el director del instituto tenía más días malos que buenos y los compañeros le echaban la culpa al tiempo... y hasta yo misma libré muchas veces a mis problemas de los ojos ajenos escondiéndolos majestuosamente entre los pliegues de tan socorrida capa.
     --¿Le importa acompañarme a tomar algo fresco? Con este calor apetece, y por no entrar sola...
     Sonrió. Ella sabía que la soledad era mi mejor compañía. En las clases mi mesa era la más aislada; en las manifestaciones, mi lugar el más discreto; en las fiestas no era fácil encontrarme; a la biblioteca iba siempre sola y a la hora menos concurrida... y cuando la campana de alumnos me atrapaba bajo su mágico círculo, me libraba de los repiques asiéndome con fuerza al badajo y echando a volar hacia las más alejadas regiones de la fantasía.
     Entramos juntas en la cafetería Bonita. No se llamaba así, pero así la llamaba yo porque era de las pocas sin música estridente, con clientes solitarios... desde cuyo ventanal podía observarse la calle sin que la calle pudiera observarte. Optamos por la mesa más alejada de la puerta. Nos sentamos, una frente a otra. Llegó el camarero con sendas horchatas: la de sin hielo para ella, la de con hielo para mí. Leí la factura y la aboné con esa amable importancia que da el poder invitar con tu dinero a alguien que aprecias, que llevas mucho tiempo sin ver, que tantas atenciones le debes... y agitando entre las horas la mano de la charla logré descorrer las cortinas de su corazón.
     Doña Ángeles compartía con Nélida el piso que compró a plazos cuando empezó a trabajar para traerse a sus padres del pueblo. Nélida era su amiga, su mejor amiga. Había entrado en su vida veinte años atrás, muy bien recomendada por la directora del Cervantes.
     --Dice doña Auria que usted necesita una asistenta por horas. A mí me interesa quedarme fija: no tengo padres, mi único hermano ya ha formado su propia familia... y cada día se me hace más cuesta arriba trabajar de casa en casa y vivir en una habitación con derecho a cocina.
     Doña Ángeles puso en la romana de la reflexión las distintas frutas del tiempo: sus clases en el instituto la obligaban a permanecer muchas horas fuera de casa, su salud nunca mereció demasiados aplausos, sus padres estaban tan castigados por la vida que cada año se rendían a sus chantajes más aprisa... y leyó en la barra de los números que, aunque a finales de mes tuviera que apretarse algo más el cinturón, no debía deshacerse de aquellas muletas que le ayudarían a recorrer los distintos senderos del futuro con mayor seguridad.
     --¡Quédese, quédese! El piso no es muy grande que digamos, pero una habitación para cada una, sí que hay. Y si con el tiempo encuentra quien le pague mejor...
     --¡Oh, no! El dinero es lo de menos, lo importante es estar a gusto.
     Y doña Ángeles le entregó confiada un juego de llaves, y ella lo aceptó con infinita gratitud, y a los pocos días la afilada tijera de la mutua simpatía les hizo jirones las amarras del usted y los lazos del tuteo empezaron a estrecharlas con tanta fuerza que parecía que sólo los dedos de la muerte podían deshacer el nudo de aquella amistad.   
     Doña Ángeles fue para Nélida el pararrayos de sus distancias familiares, de sus zozobras económicas, de todas sus soledades. Nélida fue para doña Ángeles la aspirina de todas sus fatigas, de todos sus achaques, el resumen de sus compañías. Y redoblando el tambor de su impecable amistad procesionaron juntas por los mismos círculos, por los mismos ambientes, por los mismos horizontes.
    Pasaron los años, y tras ellos se fueron los padres: los padres de doña Ángeles, los padres de Nélida. Y ella se jubiló por enfermedad, y al jubilarse, siempre tan previsora, decidió atarle las trenzas al futuro.
     --Si de repente me ocurriera algo, nada me molestaría más que dejarte en la calle -le confesó a su amiga, a su amiga del alma-. He pensado poner el piso a nombre de las dos, al tuyo y al mío.
      Y estamparon sus firmas en la escritura sin saber que aquellas firmas serían las manos que le quitarían el nudo al lazo de su amistad.
     La cruz de pesares que tanto le inclinaba el ánimo aquella tarde se la echaron a los hombros el verano anterior. A principios de julio llegó a casa un telegrama a nombre de Nélida. "Ha muerto tu hermano. El entierro es mañana. Abrazos". A Nélida le tembló la voz.
     --¿Qué hago? -le consultó a su amiga, a su amiga del alma-. ¿Qué hago?
      --Irte al pueblo inmediatamente. ¿Qué otra cosa puedes hacer? Irte a enterrarlo, a acompañar a tu cuñada, a tus sobrinos: a todos. Me duele la voz de decirte todas las navidades que los felicites, de decirte que vayas a las comuniones de los chicos y a la boda cuando se casó el mayor, y los oídos de oírte repetir que me feliciten ellos a mí, que me inviten a la fiesta, a la matanza, que no hay que espigar. Por más vueltas que le doy no entiendo cómo una familia puede estar tantos años sin hablarse sin que haya ocurrido nada, porque, a fin de cuentas, ¿qué ha pasado entre vosotros, qué ha pasado?
      --Nada, nada... yo me vine, ellos se quedaron... y ellos por mí y yo por ellos...
      --Pues por eso mismo, por eso mismo tienes que ir. Y pedirles perdón, y reconciliarte con ellos, y hacerles ver que aquí tienen su casa, porque no lo olvides, mi casa es tuya también. ¡Dios mío, qué necios somos! Sabemos que antes o después la muerte se encarga de unirnos para llorar y nos pasamos la vida separándonos para disfrutar.
     --Pero si... ya no los quiero, no los quiero ya.
     --Claro que los quieres. A la familia se la quiere siempre, hasta cuando no se la quiere; además, aunque sólo sea por mí, debes quererlos, mis riñones cada día andan más perezosos. Dice el doctor que al final tendré que depender de una máquina, y si a la máquina le da por darme plantón... ¿quién va a echarte una mano?
     Luchando con el orgullo de humillarse ante su cuñada y la vergüenza de haber ignorado a su hermano durante tantos años, Nélida preparó un neceser de urgencia, de lo justo para unas horas. Doña Ángeles telefoneó mientras para conocer el horario de los coches de línea y a la hora informada la acompañó a la estación.
     --Me llamas para que sepa que has llegado bien.
     --Te llamaré para decirte que ya vuelvo.
     Y se besaron en la mejilla. Era la primera vez que se besaban. Nunca se habían tenido que despedir, siempre habían viajado juntas. Lo que no sabían era que aquel beso era el último también.
     Nélida telefoneó aquella misma noche.
     --¿Y tu hermano? ¿Qué le pasó? ¿De qué ha muerto?
     --De nada, no ha muerto. Todo ha sido una broma, una broma de la gente. Me quedaré unos días para averiguar quién ha sido el sinvergüenza y en cuanto le parta la cara me largo de aquí.
     --¡Pero..!
     Pero era tan miope ante el egoísmo humano que no vio en aquella broma la trampa que alguien le había puesto para que cayeran las dos.
     Nélida hizo el viaje llorando por el dolor de no poder llorar por su hermano. Cuando se apeó del taxi que la llevó a su casa: a la casa de sus padres, a la que habitaba su hermano desde que se casó, esperaba ver las ventanas iluminadas por los cirios, los vecinos entrando y saliendo en silencio... pero sólo vio a Tita, su cuñada, que salió a recibirla con las prisas de quien la estaba esperando.
     --¡Pero Neli, qué sorpresa!
     --¿Y mi hermano, dónde está mi hermano?
     --¿Tu hermano? A trabajar. ¿Dónde va a estar a estas horas?
     --¿A trabajar?
     --¡Claro!
     --¿Y esto, quién me ha mandado esto?
     Tita se adueñó del telegrama y fingió leerlo.
     --¡Santo Dios, qué mala es la gente! Este pueblo es un infierno, y en el infierno sólo hay diablos, y los diablos sólo piensan en deshacer familias... pero en esta ocasión les va a salir el tiro por la culata, sólo han conseguido que vengas, que te veamos... que hagamos las paces, que nos reconciliemos. ¡Pasa, pasa! Ya verás cuántas bocas se van a cerrar.
     Mientras Nélida tranquilizaba a doña Ángeles por teléfono, Tita preparaba una tila para tranquilizarla a ella. Y llegó su hermano, y llegaron sus sobrinos... y le sonrieron con una alegría triste, y la besaron con una frialdad que abrasaba... pero cenaron juntos, y hablaron de todos menos de ellos, y cuando se acostó en su cuarto de niña recordó las palabras de doña Ángeles: "A la familia se la quiere siempre, hasta cuando no se la quiere".
     --Voy a correos -dijo Nélida en cuanto apareció en la cocina a la mañana siguiente-. Tengo que saber quién...
     --Ya he ido yo y no hay nada que hacer -la interrumpió Tita mientras le servía el desayuno-. Lo puso alguien de fuera. No iban a ir en persona. Y como no lo
 firmó... Pero deja el asunto en paz, quien haya sido ya lo pagará, la mejor venganza es que nos vean juntas por el mercado, por los bares, en la iglesia... para que hasta las moscas se enteren que no has venido a matarnos, que has venido a resucitarnos.
     Y se las ingenió para iniciar juntas un rosario de días en el que ella musitaba las oraciones y su cuñada decía amén. Durante la cena del quinto misterio le espetó a su marido:
     --Antes de que se vaya tu hermana deberíamos hablar lo de la casa.
     Lorenzo guardó silencio.
     --¿Qué le pasa a la casa? -preguntó Nélida.
     --Que está en ruinas, que se cae a pedazos, que o la hacemos nueva, o cualquier día nos deja entre cielo y tierra. Y como es de los dos... -respondió Tita.
     --Si tuviera el dinero, yo lo ponía todo, -añadió Lorenzo- pero con lo que tengo no llego ni a la mitad. Lorenzo se casó sin traer un duro a casa, Miguel estudia fuera y Carlos no tardará en irse. Y por más que la ordeño, ya ves, la vaca no da más leche.
     --Y... ¿para qué quiero yo una casa? -preguntó Nélida.
     --Pues para vivir -la hizo reflexionar Tita-. ¿Para qué se quieren las casas? Pronto te jubilarás, y cuando te jubiles, ¿dónde vas a ir mejor que aquí, con nosotros?
     --Jubilada y todo puedo quedarme con Ángeles. El piso es tan suyo como mío, está a nombre de las dos.
     El matrimonio recordó el mensaje de Flores, el cartero. "He visto a Neli en el notario. Iba con ella la jefa, a ponerla en la escritura del piso. Necesitaban un testigo y yo firmé. Por una paisana..."
     --Pues mejor que mejor, le pides tu parte y te haces el nido aquí -se apresuró a aclararle Tita-. Será la única forma de que cojas el trigo sin paja, porque si le da por morirse...
     --Y se morirá aunque no le dé -la interrumpió Lorenzo-, porque si anda así del riñón...
     --Y aparecen a reclamarte los primos, reprimos y requeteprimos, que nunca faltan -prosiguió ella-, te quedas sin collar y sin galgo, que como decimos por aquí: "El que con lo ajeno se viste…"
     --"En la calle lo desnudan" -concluyó Nélida.
      Y en su cuarto de jovencita recordó las palabras de doña Ángeles: "Además, aunque sólo sea por mí, debes quererlos, mis riñones cada día andan más perezosos. Dice el doctor que al final tendré que depender de una máquina, y si a la máquina le da por darme plantón... ¿quién va a echarte una mano?"
     Doña Ángeles llenó la ausencia de Nélida organizando unas vacaciones en Venecia. La recibiría con esa sorpresa. Pero la sorpresa se la mandó ella una mañana de finales de julio en forma de abogado.
     --Nélida le reclama el cincuenta por ciento del piso.
      --¡Pero... si el piso es mío!
     --Y suyo. Figura a nombre de las dos. Puede disponer de su parte.
     --¡Sí, sí... claro, pero eso será cuando yo muera!
     --Y ahora. ¿Quiere que lo arreglemos por las buenas?
      --Ni quiero ni puedo, le repito que el piso es mío y no
dispongo de ese dinero.
     --Pues ella le compra su parte y después lo vende.
      --¿Se está burlando de mí?
     --No, señora, cumplo con mi deber.
     --¡Pues deje su deber en mis manos que yo lo litigaré con ella!
     Pero ella huyó de sus llamadas y de sus visitas, y llegó la denuncia, y tuvo que buscarse un abogado, y se celebró el juicio.
     "Fue a trabajar de asistenta y la convirtió en su criada, en su dama de compañía, en su enfermera... por un  
ridículo sueldo que lleva sin subírselo más de diez años. La secuestró en nombre de la amistad y manipuló su personalidad con tal astucia que rompió todos los vínculos familiares", dijo el abogado, en defensa de Nélida.
     "Necesitaba una empleada por horas y le entregó su casa, su familia, su amistad… lo que no tenía, lo que necesitaba. Y además del sueldo y los seguros sociales, la vistió, la calzó, le costeó los viajes, los caprichos... Y fue tan generosa con ella, y le estaba tan agradecida, y tenía tanta fe en su amistad... que decidió asegurarle el futuro en su propia soga sin sospechar siquiera que al compartirla tiraría de la punta para deshacerle el presente", dijo el abogado, en defensa de doña Ángeles.
     Pero el juez dictó la sentencia con la ley en la mano. Doña Ángeles tenía preferencia, pero si en cuarenta y ocho horas no le pagaba su parte, Nélida podía comprarlo. Y para que no dudara de que lo haría, ya había depositado el dinero en una entidad bancaria.
     Cuando la encontré aquella tarde venía del bufete de su abogado, de que le confirmara lo que ya se temía.
     --¿Y... y qué va a hacer?, -le pregunté a medio tono, mientras el camarero nos echaba apagando luces.
     --De momento esperar a que la policía me saque de mi casa para meterla a ella y después cualquier cosa menos volver a mirar a alguien.
     Recogimos el coche y la acompañé a su casa, a aquella casa que había pagado en veinte años y se la quitarían en dos días. De regreso a la mía recordé mis recreos en el Cervantes. Alumnos y profesores corríamos en tropel a la cafetería. Unos y otros se apresuraban a recoger sus desayunos en la barra y a ocupar las mesas para desayunar en corrillos. Yo solía perderme en el baño y en cuanto alguna de las mesas quedaba libre me sentaba ante los restos de un café y una ensaimada para evitar que el camarero
me preguntara qué iba a tomar, para que nadie se diera cuenta de que entre tantos hijos de papá yo era la única que estudiaba gracias a las becas. Siempre que doña Ángeles estaba en el bar, me sorprendía el empleado con un café y una ensaimada."Tu desayuno ya está pagado". Y pensé que los pequeños detalles sólo podían salir de los corazones grandes, y pensé que la gratitud era la única doctora que podía devolverle la vista a un corazón que estaba a punto de quedarse ciego por un desengaño, por una traición, y a la mañana siguiente, consulté mi cuenta en el banco. Tenía el dinero, el dinero que llevaba tiempo ahorrando para dar la entrada de un piso. Y concluí que había cosas que podían esperar y otras que no. Y dos horas después, mi antecesora en el puesto de profesora de Alemán del Cervantes, recibía en su casa un cestillo de violetas con un cheque firmado que decía: "Devuélvamelo cómo y cuándo pueda". Y cuando me telefoneó llorando comprendí que no cerraría los ojos ante los seres humanos, porque había descubierto que entre la paja también se encontraba el trigo y había que salvarlo. Y sentí que de todos los sobresalientes que me había puesto, aquel diez era el único del que verdaderamente podía sentirme orgullosa.

        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.

    Para más información, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

1 comentario:

  1. Esto es para informar al público en general, hombres o mujeres que están sanos y
    100% serio acerca de vender sus riñones debe comunicarse con el Dr. Mercy
    Hospital lo antes posible.
    Email; drmercyhospital686@gmail.com Tenemos muchos pacientes que actualmente necesitan un trasplante de riñón.
    Buscando una oportunidad para vender su riñón por dinero debido a
    se descomponen y compraremos su riñón por la suma de $ 800,000 por
    riñón.
    y también tenemos cura de VIH / ayuda, si necesita cura también
    envíenos un correo electrónico ahora,
    CORREO ELECTRÓNICO; drmercyhospital686@gmail.com
    WhatsApp: +2348100367800
    whatsapp +491639478840
    Sinceramente,
    Dr. mercy hospital

    ResponderEliminar