lunes, 30 de abril de 2012

La Vitrina

El poeta chileno Nicanor Parra acaba de ser galardonado con el premio Cervantes. A estas alturas del mes poco queda por decir, tanto del poeta como del premio, pero este periódico no puede cerrar las puertas de su vitrina a un hecho tan relevante en el ámbito de la cultura.
Nicanor Parra es uno de esos poetas apto para hacer lectores de la poesía. La poesía no es uno de los géneros literarios más leído, sin duda porque leer bien un poema no es tarea fácil, suele ser imprescindible escucharlo para que resulte más ameno, más entendible, más hermoso. Es frecuente encontrar personas que se entusiasman con un recital de poesía y sin embargo son incapaces de leer un libro de poemas. Sucede lo mismo con el teatro, no es lo mismo leer una obra que asistir a una representación, y es que ambos géneros necesitan del gesto, de la expresión, del ritmo, ingredientes que no se logran fácilmente en soledad. Esto no sucede con la poesía de Nicanor Parra. Él supo romper con todos los moldes tradicionales y sin perder la elegancia y la belleza hizo una poesía asequible, sin preámbulos que agobian, sin rodeos que despistan, sin intríngulis que confunden, sin puntillas que encantan a unos cuantos y aburren a la mayoría. La obra de Nicanor Parra deja muy claro que poesía ni es escribir para entendidos ni es hablar para adivinos, que es, sencillamente, sentir hondo, pensar alto y hablar claro.
Bien merecido tiene pues este premio. La pena es que siempre llega a unas horas que los galardonados, como es el caso, debido a su avanzada edad, ni siquiera pueden recogerlo personalmente. Pero aunque en este caso se han demorado más de la cuenta, tiene que ser así: la finalidad del galardón es la de reconocer la obra de un autor, y ésta sólo puede conseguirse con vivencias, tesón y muchas horas de trabajo, cosas que sólo dan sus frutos con el tiempo, a golpe de sumar años.
Lo que no debería ser así a mi entender es la importante cifra económica que conlleva el premio. Los escritores, y para botón de muestra nuestro insuperable Cervantes, verdadera razón del premio más importante de las letras hispanas , no pueden vivir de escribir, tienen que tener otra profesión, dedicarse a otros trabajos, que a veces ni siquiera tienen que ver con las letras, con frecuencia ni sus obras son valoradas, incluso pueden ser despreciadas, salvo que sean afines al gobierno de turno, portavoces de sus deseos y defensores de sus intereses, y luego, para lavar conciencias quizá, quizá para servirse de sus obras, a lo mejor para quedar como verdaderos defensores de la cultura, les dan un dinero que ya sólo pueden disfrutar los que nada han puesto en su obra: sus herederos. ¡Qué lástima! Mejor sería que este dinero se distribuyera en premios más pequeños pero que sirvieran para fomentar talentos y dar a conocer autores nuevos.
Pero que vivan tranquilos los posibles herederos de futuros galardonados, mi idea, de momento al menos, no tiene ninguna posibilidad de ser contemplada por los responsables, los gobernantes, aunque se les llene la boca diciendo lo contrario, no quieren escritores que escriban libremente, que quien lee piensa y quien piensa no se deja engañar, embobar y manipular fácilmente. Pero esto es otra historia que quedará mejor en la sección Mesa camilla. Lo que corresponde aquí es felicitar al poeta y felicitarnos todos: el dinero es para su familia, pero su obra es para todos, porque de los escritores todos somos herederos, y como cuando se recibe una herencia lo mejor es empezar a disfrutarla, termino con este sencillo y hermoso poema:
Poemas y antipoemas
1954
Hay un día feliz
A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra,
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
en la torre más alta de la iglesia;
el caracol en el jardín, y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Éstos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correo en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera;
una ilusión, un sueño sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mi singular empresa,
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo,
siempre la misma luna en mi cabeza;
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó junto a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormía dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?
No podría decirlo con certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!

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