sábado, 2 de julio de 2022

CAJÓN DE SASTRE

 

La Reina de España más desconocida

 

María Victoria tomó la decisión de construir una “guardería” para las lavanderas

del río Manzanares, que en gran parte eran mujeres viudas procedentes de

Galicia, como fue el caso de la madre de Pablo Iglesias (fundador del PSOE).

 

Hasta el 11 de febrero de 1873 duró la pesadilla de Amadeo de Saboya y su

familia en España. Ese día el italiano renunció al trono con un discurso con más

furia que ocho bombas atómicas:

 

“Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante

lucha, viendo cada vez más lejana la era de paz y de ventura que tan

ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces,

al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en

combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra

agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce

nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del

combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos,

entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible

atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para

tamaños males”.

 

Las palabras de este efímero Rey de España se podían traducir al roman paladino,

si es que fuera necesario traducirlas, con un sencillo ahí os zurzan y os

quedéis con vuestro manicomio. La experiencia del hijo del Rey de Italia, hombre

de impresionante porte con remanentes Habsburgo pero con pocas luces, fue

terrible en los tres años que fue rey constitucional de España. La nobleza

tradicional se decantó en masa por el retorno de los Borbones, mientras que los

independentistas cubanos y los carlistas se encargaron de que Amadeo I no

tuviera un segundo de tregua en su aventura española.

 

Solo en una cosa Amadeo de Saboya parece que agradeció haber aceptado la corona

de España: las mujeres del país. Ya en sus viajes previos a España, todavía con

los Borbones, había reparado el italiano en que sus mujeres son “tan hermosas o

más que las de mi país”. Entre sus más célebres relaciones extramatrimoniales

estuvo la noble Victoria de Vinent y  Adela de Larra, la hija del

escritor romántico, considerada una de las mujeres más hermosas de Madrid.

 

La esposa que tuvo que sufrir estas humillaciones e infidelidades en un país que

le resultaba completamente desconocido se llamaba María Victoria dal Pozzo y

della Cisterna, lo cual ya de por sí daba lugar a chanzas. El tiempo que se

demoró para viajar a la Península debido a su avanzado estado de preñez lo

aprovechó su marido para explorar a fondo los cafés madrileños.

 

Una mujer de una cultura fuera de lo común:

 

La nueva Reina de España, nacida en Francia pero procedente de la aristocracia

de Cerdeña, había sido educada con esmero en Turín. Hablaba seis idiomas y

dominaba áreas muy diversas del saber como la literatura, el álgebra, la

economía o el derecho internacional. La muerte de su padre y de una hermana

sumió a su madre, vinculada a la nobleza de Mónaco, en un estado de locura que

hizo irrespirable el ambiente familiar y la obligó a refugiarse en los libros.

“He vuelto a mis estudios con mucho placer —escribió sobre el único consuelo en

esos años más oscuros—, el estudio es para mí lo que el pan para otros, sin

estudiar no podría vivir”. De aquella agitación la rescató el hijo de Víctor

Manuel II, sin saber que su destino llevaría a “La rosa de Turín” (su apodo más

recurrente) a un lugar todavía más tenso.

 

En Madrid, su conducta fue ejemplar frente a una nobleza díscola que, salvo una

minoría apodada con desprecio como “haitiana”, hizo todo lo posible para

ningunearla. Si bien el Rey despertó pocos elogios más allá de su portentoso

físico, María Victoria sorprendió a todos por su elegancia y su dominio del

castellano, sin apenas acento. El periodista catalán Víctor Balaguer la

describió en estos términos tan positivos:

 

“Tiene un rostro de rasgos pronunciados y bellamente correctos, el brillo de sus

ojos es especial y su mirada penetrante, su voz es dulce y cariñosa, y la

conversación instructiva y amena, e inspira su presencia, al par que el más

profundo respeto, la más afectuosa simpatía. Aunque todos hemos oído hablar de las

grandes cualidades que la adornan, la realidad supera nuestras esperanzas y

todos salimos prendados de la que había de ser la Reina de España”.

 

Alejada de la política, la labor pública de la Reina de España se centró en

ayudar a los más desfavorecidos y en llevar una vida alejada de grandes lujos.

Destinaba 100.000 pesetas al mes en donaciones a hospitales, iglesias y demás

obras benéficas. Entre sus fundaciones destacó una escuela y asilo para los

hijos de las lavanderas que trabajaban en la ribera del Manzanares y un hospicio

para niños desamparados. La decisión de construir esta “guardería” la tomó al

bajar por el Campo del Moro y toparse con la miseria frente a frente. Mujeres

viudas procedentes de Galicia habían llegado caminando desde el norte con sus

hijos de la mano, como fue el caso de Pablo Iglesias (fundador del PSOE) y su

madre, para acabar viviendo en la indigencia.

 

Una de sus grandes amigas y cómplices en estas tareas fue Concepción Arenal, una

católica de ideas liberales que, aunque no discutía el papel del hombre en la

sociedad que le tocó vivir, luchó por reivindicar un papel más igualitario y

respetuoso para las mujeres. Desafiando las restricciones, esta gallega acudió

como oyente, disfrazada de hombre, a clases de Derecho penal y jurídico en la

Universidad de Madrid entre 1841 y 1846. A través de ella, incluso una vez

abdicó su marido, María Victoria siguió mandando limosnas y socorros a los pobres

de Madrid.

 

La decisión de construir esta “guardería” la tomó al bajar por el Campo del Moro

y toparse con dramas de todo tipo.

 

Durante su estancia en España se dedicó, además, al mecenazgo cultural. Además

de financiar a artistas como Palmaroli, Gisbert y el escultor Medina, encargó

personalmente varias alfombras a la Real Fábrica de Tapices y fundó la Orden

Civil de María Victoria, que premiaba a las figuras sobresalientes de las

letras, las artes y las ciencias que, sin hacer distinción de género o clase

social, hubieran ejercido eminentes servicios a la instrucción pública, bien

creando, dotando o mejorando establecimientos de enseñanza, publicando obras

científicas, literarias o artísticas de reconocido mérito, o fomentando de

cualquier otro modo las ciencias, las artes, la literatura o la industria.

Fueron galardonados, entre otros, Campoamor, Madrazo, Casado del Alisal y

Eslava.

 

Atentado, abdicación y muerte:

 

María Victoria no era ajena a las turbulencias políticas del país. Los radicales

de Ruiz Zorrilla la miraban con recelo, mientras los alfonsino la llamaban “la

nuera del usurpador” a pesar de lo generoso de sus limosnas y su asistencia

puntual a los oficios religiosos. En julio de 1872, Rey y Reina regresaban a

palacio tras pasear por los jardines del parque del Retiro cuando un coche se

les atravesó a la altura de la calle Arenal. Gracias a que la Reina sintió frío

y se subió el chal, Amadeo pudo distinguir a un tirador en la calle. De forma

rauda, el Monarca se levantó para cubrir a su esposa y evitar que fueran cosidos

a tiros. Solo hubo que lamentar la muerte de una de las monturas. La Reina, eso

sí, cayó desvanecida del susto.

 

Una vez renunció a la Corona su marido, la Reina partió al exilio por Portugal

no sin antes dar a luz en Madrid a su tercer y último vástago. El viaje a

Lisboa fue muy duro debido al frío y el hambre en un tren sin calefacción y sin

comida. España, a pesar de todo, se quedó clavada en su corazón. En una carta a

una amiga, María Victoria escribió:

 

“En España no deseé más que una cosa: cumplir con mi deber, y de ella conservaré

siempre un bueno y un triste recuerdo. Bueno, porque hay allí personas muy

estimables a las que nunca olvidaré, y triste, porque España no encontró con

nosotros la tranquilidad y la prosperidad que deseábamos darle”.

 

La Reina falleció en la Villa Dufour, San Remo, a los veintinueve años,

consumida por la tuberculosis. Su muerte fue llorada tanto por los italianos

como por muchos españoles. El periódico “La Ilustración Española y Americana” le

dedicó palabras de elogio, tales como: “Madrid no puede olvidarse de aquel ángel

de virtud y de caridad, a quien el pueblo concedió el sencillo título de Madre

de los pobres”.

 

En el epitafio de su tumba en la Basílica de Superga de Turín, está escrito: “En

prueba de respetuoso cariño a la memoria de doña María Victoria, las lavanderas

de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, a tan virtuosa Señora”.

 

Fuente consultada: ABC.

 

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