viernes, 6 de diciembre de 2013

Carta a...

Hace frío, mucho frío. Como de costumbre noviembre nos trae las temperaturas más bajas del país. En esto sí somos los primeros. Las noches son largas, las heladas intensas, los débiles rayos del sol no consiguen acabar con la escarcha durante el día y vosotros seguís en la calle, durmiendo entre cartones, en el banco de un parque, al resguardo del aire en cualquier rincón… esperando a que amanezca para iros a hacer cola a las puertas de algún comedor de pobres. Los que habitualmente acudíais al de Garrido, ya no tenéis que despabilaros para ir: os lo han cerrado. Dicen que con esto de la crisis se había multiplicado el número de demandantes de comida y preparabais en la cola escándalos de mil diablos, que os matabais entre vosotros por ser de los primeros, que ninguno se conformaba con ser de los últimos. Normal. ¿Quién no se mataría por un plato de sopa calientedespués de una noche de las nuestras a la intemperie y seguramente años sin comer tres veces al día? Pero no me atrevo a juzgar a los que han tomado esta decisión. Supongo que la explicación tiene más de disculpa que de razón. Sostener estos servicios cuesta dinero lamentablemente, y las asociaciones privadas, generalmente, no disponen de tantas ayudas económicas como de buena voluntad. Lo justo sería que se tuvieran que cerrar todos estos comedores por falta de comensales. Por el hecho de nacer, todos, hasta los seres más indignos, tienen derecho a comer. Pero como de momento es un derecho que no todos los ciudadanos pueden ejercer, deberían ser las instituciones públicas las que se ocuparan de estos centros, y dotarlos de personal que los mantuviera limpios, con duchas adecuadas, con camas en condiciones. Pero de momento tendréis que conformaros con seguir buscando comida Dios sabe dónde, las instituciones están gobernadas por hombres, por políticos para los que no sois rentables. Al contrario, solo les dais problemas, sois los feos de esta película que llamamos sociedad, los esclavos de cualquier vicio, los que oléis mal, los sospechosos de causarnos daño, y para colmo no os preocupáis de ir a votarlos cuando llaman a elecciones. ¿Cómo, que no sois tan peligrosos como pensamos al veros, que también hay ciudadanos que se meten con los mendigos y nadie se rasga las vestiduras? Ya lo sé, como sé que detrás de no pocos de vosotros hay una familia que paga muchos impuestos, que sufre ante la imposibilidad de no poder rescataros de ese mundo y no poder ni quejarse, porque para ese mundo de hielo vosotros no sois víctimas de un sinfín de circunstancias, sois seres depravados, indignos, pero así son las cosas en este país, así las hacemos, así las toleramos. Robar un monedero con calderilla te convierte en un ladrón para toda la vida, pero robar millones, muchos millones, te convierte en un señor hasta después de muerto; agredir a alguien aunque sea de palabra te puede convertir en un delincuente peligroso, pero acabar con hombres, mujeres y niños en un atentado, te puede convertir en héroe con todos los honores; ser pobre es un delito tan grave que puedes acabar en la cárcel ante la imposibilidad de pagar los cientos de euros que te echa el alcalde de multa, pero hacerlos tiene tanto mérito que hasta puede llevarte en volandas a la Moncloa y convertirte en presidente del gobierno. ¡Qué lástima, ¿verdad?, qué lástima!

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