martes, 28 de febrero de 2023

LA VITRINA

Queridos lectores: Hoy, como todos los buenos libros, estoy triste: el pasado 2 de diciembre, a los 91 año, murió mi autor: Dominique Lapierre. Lo que más me duele es que ya no tendré más hermanos. Los que tengo están tan tristes como yo. Son ellos los que me han pedido que os invite a leerme este mes a modo de homenaje, y para despertar vuestro interés, os adelanto los datos más relevantes.

 

Mi autor, Dominique Lapierre, de nacionalidad francesa, me puso por título La ciudad de la alegría. Nací en 1985. Dijeron los críticos que era su obra más importante, pero yo no me lo creí hasta que no lo dijeron los lectores. Se desarrolla en Calcuta y cuenta la historia de los habitantes de un miserable barrio de chabolas. Allí, para escribirme, pasó 2 años investigando y documentando la vida de sus vecinos, conviviendo con afectados por la desigualdad social, el desempleo, la enfermedad y la miseria. Fui tan bien recibido que me compraron millones de personas en más de treinta idiomas. Cumpliendo con una promesa, destinó la mitad de las ganancias a los habitantes del barrio de chabolas. A continuación, dio conferencias y organizó colectas cuyo traspaso a la India él mismo supervisó, lo mismo que el cumplimiento de las obras. Además de obras destinadas a mejorar la salud de los habitantes, realizó obras de irrigación en los terrenos de las aldeas de campesinos de pocos recursos. En 1992, dirigida por Roland Joffé y basada en mí. se filmó la película que lleva mi nombre y fue un éxito.

 

Resumiendo para que os hagáis idea: Un sacerdote francés, un joven médico norteamericano, una enfermera de Assam y un campesino indio que se gana la   vida tirando de un rickshaw se encuentran un día bajo las cataratas del monzón y se instalan en el alucinante decorado de un   barrio de Calcuta para cuidar, ayudar, salvar. Su epopeya es un canto de amor, un himno a la vida, una lección de ternura y de   esperanza para todas las personas de nuestro tiempo.

 

No quiero engañaros, encontraréis cosas muy duras, pero los libros tenemos la obligación de contar lo que los hombres suelen ocultar, y es necesario conocerlas para evitar que sigan sucediendo.

 

Firmado: La ciudad de La alegría.

 

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