martes, 20 de diciembre de 2022

CAJÓN DE SASTRE

Historia del Papamoscas

 

El Papamoscas es un autómata de la catedral de Burgos que todas las horas en punto abre la boca al tiempo que mueve su brazo derecho para accionar el badajo de una campana.

 

El Papamoscas está situado en lo alto de la nave mayor, en el ventanal sobre el triforio a unos 15 metros de altura, en el primer tramo de los pies de la basílica. Se trata de una figura de medio cuerpo que se asoma sobre la esfera de un reloj. Viste al estilo cortesano con una casaca encarnada con cinturón y con los cuellos, bocamangas y hombreras de color verde. Los rasgos de su rostro son mefistofélicos y muestra una partitura en su mano derecha. Con esta misma mano empuña la cadena del badajo de una campana. Cada hora en punto se acciona un mecanismo que mueve el brazo que provoca los campanazos. La mejor hora para ver en marcha al autómata es, lógicamente, las doce del mediodía, cuando da doce golpes y abre y cierra doce veces la boca.

 

Está documentada la presencia de relojes en la catedral desde la época medieval. La imagen actual data del siglo XVIII, cuando se sustituyó al viejo autómata del siglo XVI.

 

Benito Pérez Galdós, fue un fiel testimonio de este artilugio, con  sus referencias literarias,  quien declaró su predilección por este autómata:

 

No me avergüenzo de decir que jamás, en mis frecuentes visitas, perdí el encanto inocente de ver funcionar el infantil artificio del Papamoscas

 

Galdós lo cita además en sus novelas Napoleón en Chamartín y Fortunata y Jacinta.

 

Otras alusiones literarias aparecen en las memorias de María Cruz Ebro o de Paul Naschy, en los cuentos de Ignacio Galaz o en la comedia Contigo, pan y cebolla de Manuel Eduardo de Gorostiza.

 

Juan Valera, en Pepita Jiménez, nos brinda esta referencia:

 

A don Luis, que era el ídolo de Currito, le sucedía como a todas las naturalezas superiores con los seres inferiores que se les aficionan.

 

Don Luis se dejaba querer, esto es, era dominado despóticamente por Currito en los negocios de poca importancia. Y como para hombres como don Luis casi no hay negocios que la tengan en la vida vulgar y diaria, resultaba que Currito llevaba y traía a don Luis como un zarandillo.

 

—Vengo a buscarte —le dijo—, para que me acompañes al casino, que está animadísimo hoy y lleno de gente. ¿Qué haces aquí solo, tonteando y hecho un papamoscas?

 

Don Luis, casi sin replicar, y como si fuera mandato, tomó su sombrero y su bastón, y diciendo «Vámonos donde quieras» siguió a Currito que se adelantaba, tan satisfecho de aquel dominio que ejercía.

 

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