martes, 31 de mayo de 2022

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! Abro el libro que tenemos entre manos. Hoy toca el capítulo noveno. ¿Quién me acompaña a leerlo?

 

          IX EL SEÑOR ALCALDE

 

     La maestra de Mimbres Blancas trasladó el problema al alcalde del municipio.

     —Quiero que obligue al matrimonio Lláguez a llevar a su hija Bella Luna a la escuela. Usted puede conseguirlo; si no por las buenas, por las malas. Yo soy incapaz de convencerlos, a la madre sobre todo: es un madero con ojos.

     El alcalde se armó de valor y visitó a la familia.

     —Su hija tiene ya seis años, o sea, edad de ir a la escuela, y debe hacerlo desde mañana mismo. Es bueno que juegue y conviva con todos los niños, es necesario que aprenda a leer y a escribir para ser una persona útil el día de mañana. ¿Por qué se empeñan ustedes en que la niña no asista a las clases? Mis hijos son los primeros que van y ya saben más que yo. Bien orgulloso que estoy de ellos pues como padre quiero que sepan defenderse en la vida por sí solos. Yo no les voy a vivir siempre; además, la inteligencia debe desarrollarse al ritmo del cuerpo, de lo contrario, con los años, acabarían siendo niños encerrados en el cuerpo de un hombre, y cada cosa a su tiempo.

     Ñoto compartía su opinión pero Tarri no se apeaba del burro.

     —Usted es un bárbaro, como todos los padres del pueblo. ¿No le da pena a su mujer sacar a esos hijos tan temprano de la cama? ¿No se le cae a usted el alma a los pies al ver que están tantas horas con los codos sobre la mesa devanándose los sesos? ¿No les duele a ninguno que se fatiguen tanto saltando y corriendo como ladrones de los guardias en los recreos? ¿No les molesta verlos tan sucios cuando regresan a casa? Cuando los veo por las ventanas ir y venir pienso que ustedes son padres sin alma. Yo amo demasiado a mi hija y no puedo someterla a esas     torturas. Lo que no quieren las madres es aguantar niños en casa. ¡Comodonas! Para no limpiar y estar de cháchara abandonan los hijos. Todas las madres deberían aprender de mí, y usted, como alcalde, ponerme de ejemplo. Bella Luna tiene todos los cuidados de una princesa, no da ni un ruido y mucho menos va llenando los suelos de lamparones que podrían contaminarla. ¿Quién va a educarla y cuidarla mejor que yo que soy su propia madre? ¿Usted cree que la maestra va a quererla más que yo? Ella lo que quiere es ganarse el pan, y me parece estupendo, pero no a costa de desgraciar a mi hija.

     El alcalde soportó paciente el chaparrón de improperios pero al fin estalló.

     —¡Somos nosotros quienes amamos de veras a nuestros hijos! queremos que sepan de números para que no hagan el ridículo contando con los dedos, que sepan interpretar las letras para que no sean víctimas de engaños en la vida. No les prohibimos que jueguen, porque es su trabajo, y tienen que hacerlo aunque caigan rendidos por la noche, como nuestro juego es trabajar para labrarles un futuro mejor que el nuestro. Los niños tienen que vivir libres como los pájaros y crecer juntos para que cuando sean mayores se amen como hermanos.

     Tarri estaba indignada.

     —¡Cada cual que mate a sus hijos como quiera y le venga en gana! ¿Qué me importa a mí que se mueran todos los mochuelos de Mimbres Blancas? Sólo me preocupa mi rosa y yo la libraré de las malas hierbas para que no se deshoje nunca.

     El señor alcalde miró a la niña que estaba rezagada entre las faldas de la madre y espontáneamente afloró una pregunta a sus labios:

     —¿Te gustaría ir a la escuela, Bella Luna, con todos los niños de tu edad, para jugar y para aprender?

     Bella Luna salió como un gato cuando consigue librarse de una trampa y con la seguridad de quien sabe que va a ser defendida le espetó:

     —Claro que deseo ir a la escuela, señor alcalde. Por las tardes veo venir a todos los niños corriendo con el cabás y me dan mucha envidia. Deben pasarlo genial mientras que yo me aburro como una ostra detrás de la ventana.

     —¿Lo ha oído, señora Lláguez? Además de malcriar a su hija, la está haciendo sufrir. Pero ¿no ve que esta niña tiene ya carita de enferma por estar entre cristales todos los días y en esta especie de vitrina que le ha fabricado usted va a morir su talento por no poder desarrollarse?

     Tarri agarró la escoba y si no hubiera sido por Ñoto que se la arrebató al vuelo, parte el palo en las mismísimas costillas del alcalde.

     —¡Sinvergüenza! ¿Cómo se atreve a llamar enferma a mi hija si le doy el doble de las boticas que receta el médico y hasta unas vitaminas con nombres de letras para evitarle enfermedades? ¡Fuera de esta casa y sepa que yo utilizo las letras para que no enferme el cuerpo de mi hija mientras que ustedes se sirven de ellas para debilitar las almas de sus hijos!

     —Me iré ahora mismo pero no olvide que en nombre de Su Majestad la Reina haré cumplir la ley. Si la niña no asiste desde mañana  regularmente a las clases, el lunes daré instrucciones para que asista a la fuerza, y le advierto que no vacilo nunca a la hora de proteger a los niños de la ignorancia, que ellos son el mañana de Mimbres Blancas.

     —¡Es usted un cerdo!

     —¡Frene la lengua, que insultar a la autoridad, también tiene castigo de la Ley, y con adobes como usted, no se puede andar con pamplinas!

     Bella Luna empezó a asistir a las clases por obra y gracia de aquellas amenazas que se habrían cumplido si sus padres no hubieran accedido a los deseos del alcalde. Para la hija fue la mayor de las alegrías y para la madre un verdadero suplicio. Lo que menos agradaba a Bella Luna era que Tarri salía de casa tras ella como si fuera su sombra y se quedaba a la puerta de la escuela sin quitarle ojo tras las ventanas hasta el momento de salir para conducirla hasta casa. La maestra se hartó de su presencia y le cantó las cuarenta un buen día:

     —Parece usted un guardia civil vigilando a un asesino. Vengo observando que tanto su hija como los demás niños juegan y estudian cohibidos y es natural. De hoy en adelante no quiero volver a verla por aquí ni en pintura.

     —Como no tiene usted hijos, no le duelen, e ignora lo que son preocupaciones.

     —Todas las madres aman a sus hijos y por eso mismo los dejan vivir en paz.

     Desde aquel día, muy a su pesar, Tarri tuvo que resignarse a esperar en casa, pero no se quitaba de la esquina hasta que su hija se perdía de vista y en ella se plantaba una hora antes de que regresara para verla pronto. Todo cuanto a Bella Luna hacía reír, a Tarri la hacía llorar.

     —¡Traes las botas hasta la boca de barro!

     —Es una gozada chapotear en los charcos y dice Jandro que para eso los llenan las nubes de agua.

     —¡Te has tiznado todo el babi con tinta y mira como lo traes de sucio!

     —Pero sé hacer ya la a. ¡Mira! Es redonda como una lenteja y tiene un rabito.

     —¡En el vestido traes un roto que da para cinco horas de zurcido y quedará hecho una birria!

     —¡Perdóname! Ha sido sin querer. Subimos todos al árbol del patio de la escuela para coger un nido con un pájaro y tres huevos con pintas verdes. Dijo la seño que no se deben quitar porque son pajarillos que van a nacer y el nido es su casa y el árbol su pueblo. Nico  yo trepamos para ponerlo de nuevo entre las ramas y al bajar se me enganchó el vestido pero fue muy divertido.

     —¿De qué son estos papelillos que tienes en los bolsillos del abrigo?

     —Son de unas golosinas que se llaman caramelos y están de rechupete. Los hay de fresa, de menta, de coco, de limón, de naranja y de chocolate, que son los que más me gustan a mí. Los trajo Berta para celebrar su cumpleaños.

     —¡Tienes tantos enredones en el pelo que ni el peine de púas gruesas es capaz de deshacerlos!

     —Me encanta correr cuando hace aire porque éste se pelea con mi pelo y cada mata la manda por su lado. Igual me pasa cuando jugamos a pillarnos. Ayer alcancé a Lina y al cogerla por el lazo del vestido se lo arranqué. ¡Soy una campeona!

     Tarri discutía con todas las madres con la intención de que prohibieran a sus hijos jugar con la suya para salvarla.

     —¡Tu Jandro tiene la culpa de que mi hija traiga las botas perdidas de barro y los pies como un témpano y luego soy yo quien tendrá que curarle los catarros!

     —¡Tu Nico tiene la culpa de que mi hija se rasgue las ropas y, cuando le parta una pierna, le parto las muelas!

    —¡Tu Berta tiene la culpa de que mi hija se empache con esas porquerías, y el día que me enferme del estómago, ya veremos quién paga las boticas!

     —¡Tu Lina tiene la culpa de que mi hija llegue a casa sudando por cada pelo un goterón, y el día que le dé un ataque al corazón, armo en el pueblo la de San Quintín!

     Las madres se mordían la lengua para no sacársela delante de sus narices.

     —Son cosas de niños y ellos saben defenderse por sí solos. ¿No ves que aunque se pelean no pueden vivir separados?

     Acabaron por no abrirle la puerta cuando sabían que era ella.

     Por las noches se resistía a acostarse Bella Luna antes de explicar a Ñoto cuanto había aprendido en las clases:

     —He pintado esta jirafa con lápices de colores, ¡y mira qué pescuezo tan largo le he hecho! El agua de los ríos es dulce pero la de los mares es tan salada que sólo la beben los bacalaos. Los años tienen doce meses, pero no todos tienen los mismos días, que febrero es mocho porque sólo tiene veintiocho. ¿Tú sabías que las abejas fabrican la miel en las colmenas con el néctar de las flores? ¡Sé ya más cosas que un libro pero tengo que aprender tantas como una enciclopedia!

     Aquellos meses transcurrieron para Bella Luna pintados en tonos rosados pero una mala noche Tarri les cambió el color. Esperó a su padre y al llegar éste, ella le preguntó:

     —¿quieres que te cante los números? Hoy los he aprendido de carretilla y mañana dice la seño que me enseñará a escribirlos en el encerado. ¡Toca las palmas que también se bailarlos!

     Al son de las palmas de Ñoto Bella Luna cantó y bailó:

     El uno es un soldado haciendo la instrucción,

     el dos es un patito que está tomando el sol,

     el tres una serpiente que empieza a caminar,

     el cuatro una sillita que invita a descansar,

     el cinco una culebra que quiere morderse la cola,

     el seis una cereza con rabito para cogerla,

     el siete es un abuelo con boina y con bastón,

     el ocho son los lentes que usa el tío Ramón,

     el nueve es un globito atado a un cordel

     y el cero es un tiovivo para pasarlo ¡bien!

     Al darse media vuelta para girar en círculo se dio con la cabeza en la balda de tazones del vasar y ¡plaf!, todos salieron volando como una bandada de palomas para aterrizar en el suelo, donde llegaron hechos añicos. El revuelo y el estropicio sacaron a Tarri de sus casillas.

     —¿esto es lo que aprendes en ésa jaula de fieras?

     Le propinó una buena tanda de azotes con la zapatilla y la metió en la cuna sin cenar. Antes de barrer y recoger toda la casa rompió en mil pedazos el dibujo de la jirafa. Ñoto sintió aquellos azotes como si los hubiera recibido él e intentó animar a Bella Luna con la promesa de que en lo sucesivo cantarían y bailarían los números juntos y entre las mimbreras para que Tarri no los viera. Bella Luna temió que su madre no la volviera a dejar salir de casa con él, pero Ñoto le aseguró que se las arreglaría para  buscarle las vueltas y se olvidó de los zapatillazos. Llegó el verano Y cuando la maestra habló de vacaciones estallaron las palmas de todos los niños.

     —¡Bravo, que vamos a tener todo el día libre para jugar!

     La maestra impuso orden y sacó un pastel de manzanas para invitar a todos sus alumnos.

     —Vamos a festejar el final de las clases con  el deseo de que en otoño nos volvamos a encontrar.

     Bella Luna rechazó su ración de pastel y la maestra se extrañó.

     —¿No te gusta?

     —Yo no quiero que haya vacaciones porque mi madre no me dejará salir a jugar. Prefiero  venir a clase y divertirme, salvo que el alcalde obligue a mi madre a dejarme salir a jugar como la obligó a dejarme venir a estudiar.

     La maestra puso a todos los niños los mismos deberes para los tres meses de vacaciones.

     —Todos los niños en una piña id todos los días a llamar a Bella Luna para jugar. Tarri no se negará a dejarla salir si os ve a todos en la puerta. La unión hace la fuerza y con la masa no hay quien pueda.

     Tarri no miró siquiera las notas de Bella Luna y suspiró con gran alivio el día en que empezaron las vacaciones.

     —¡pobre rosa mía que se ha quedado sin pétalos! ¡Si te has quedado tan flaca como un fideo de andar por las calles como un perrito sin amo! Si esto dura un mes más, tú acabas enferma y yo en la tumba. ¡Voy a multiplicar mis desvelos por lo que haga falta para que vuelvas a ser la princesa de mi palacio!

     Los niños empezaron a hacer sus deberes, pero sin éxito porque Tarri  los espantaba con el palo de la escoba, y más de uno sufrió una fractura en el tobillo.

     —¡Dejarla en paz que no será víctima de vuestras barbaridades aunque lo ordene el mismísimo señor alcalde! Dejarla ir a la escuela, pudo obligarme su ley, pero a jugar con vosotros, de ningún modo. ¡Y bien sabe ese alcalde de los diablos que cedí porque no me habrían dejado llevarla conmigo a la cárcel que si no…!

      Los niños estaban preocupados.

      —La maestra nos pondrá un cero como una plaza de toros por culpa de esta tía que es más mala que la carne de pescuezo. ¿Se creerá que con la masa sólo puede Tarri?

     Tarri trabajó más que los segadores aquel verano para curar a Bella Luna. La vestía con jerséis de lana, vestidos de mangas largas, abrigo, gorro, bufanda, guantes, calcetines altos y botas de paño. Ni la dejaba acercarse a un animal, ni dejaba que un animal se acercara a ella. El sol no podía tocarla y mucho menos el aire. Hizo que Ñoto arrancara el manzano de la puerta para que no la despertaran los pájaros.

     Bella Luna se asfixiaba.

     —¡Parece que tengo dentro de las ropas un brasero de picón encendido!

     —Con esos goterones de sudor se evaporan todos los virus de catarro y de lo que no es catarro que se te han metido en el cuerpo durante el invierno.

     Ya estaba satisfecha Tarri cuando las uvas empezaban a madurar en las cepas y orgullosa mostraba su hija a las vecinas para que envidiaran su trabajo.

     —¡Ya tiene toda la piel tan blanca como la cal! Estaba tan feúcha con ese color moreno de gitana y esos rosetones en las mejillas que no parecía ni su sombra.  Sus cabellos están tan suaves como la seda. Ni siquiera preciso peinarla, con mis propios dedos desenredo sus mechones. ¿No veis como no queda ni la sombra de una mancha?

     Bella Luna estaba  triste y Tarri intentaba animarla.

     —Ya verás como  para el otoño me las ingeniaré para librarte de los sermones de esa maestra y de las barbaridades de los alumnos. Seré capaz de hacer una mazmorra en el patio con mis propias manos para ocultarte cuando venga el alcalde. Me inventaré que te he enviado a otro sitio a estudiar, con unos familiares que te quieren mucho y bien. No será fácil que se trague esa bola porque sabe que ni muerta me separaré de ti, pero ¡que te busque a ver si te encuentra! La otra vez se salió con la suya porque me pilló de sopetón, pero en esta ocasión le va a salir el tiro por la culata.

     Y la pena de la niña crecía misteriosamente. Aquella noche se le cayó un diente. La visitó el médico a toda prisa.

     —¡Salve a mi hija, por el amor de Dios! ¡Péguele el diente en la encía con algún remedio de la botica! ¿No ve que es un diente de nácar y estará feísima sin él?

     El médico abrió la boca y  sacó la lengua como quien tira del manillar de un cajón para que se vea todo lo que hay dentro.

     —¿Ve, señora Lláguez? En la mandíbula superior ya no tengo ni raigones y en la inferior cuatro muelas bailonas. A la edad de su hija también yo tenía dientes como piñones. Se me cayeron y me salieron otros como palas, los he perdido y ya no tengo ni palas ni piñones. Los echo de menos aunque me llamaban Dientes Anchos y su hija no es una excepción por muy bella y muy luna que sea. ¡Ah, me olvidaba ya! Esta noche le pone el diente debajo de la almohada para que el ratoncito Pérez le deje unas monedas para comprarse golosinas y verá cómo a la niña le gustará perder un diente todos los días.

     —¡Es usted un matarife!

     Tres días después se le cayó otro diente a la niña y tanto se asustó Tarri que logró contagiar a Ñoto.

     —Debemos navegar los mares y recorrer la tierra antes de que Bella Luna pierda los dientes. Este pueblo no es el lugar idóneo para ella, hay muchas plantas y con el polen siempre está estornudando. Para estornudar, tiene que hacer esfuerzos, y con los esfuerzos se le caen los dientes sin que mis remedios puedan evitarlo.  En la casa hay tanta humedad que hasta se le hielan las sonrisas y esto pasa por estar el río tan cerca. Las comidas son productos de los huertos y a veces temo que las verduras que le preparo estén envenenadas. Los pájaros no la dejan dormir con tantos trinos y los niños están incordiando a cada momento. ¡Un ángel no puede vivir a gusto en un infierno! ¿No te parece que una estrella debe estar en un Paraíso?

     Ñoto dio un respingo temeroso de que Tarri lo metiera en algún berenjenal del que no pudiera salir airoso.

     —Es verdad Que daría por verla alegre años de vida. ¿Qué puedo hacer para que sea feliz?

     —Comprar una casa en la ciudad. Allí hay buenos médicos y maestros que podrán ir a casa para enseñarle las letras cuando sea mayor y su cabeza pueda con ese peso. Las aguas del río están depuradas y podré comprarle pescado fresco. Yo estaría su lado y tú nos irías a visitar  los jueves cuando fueras al mercado. Cuando sea mayor y esté más fuerte podremos pasar aquí el verano, que es la época de menos frío y, por lo tanto, de menos peligro. Es preciso que cambie de aires y de ambiente si queremos salvarla de una enfermedad. ¿No te das cuenta de que en esa endiablada escuela debe haber un virus maligno que le pone la cara de todos los colores menos blanca?

     —Es una idea extraordinaria, ¿pero sabes cuánto vale una casa en la ciudad?

     —Sólo sé que más valor tiene la salud de Bella Luna. Tenemos todavía siete veces cien reales en el fardel, que los he contado yo uno a uno y varias veces. Con setecientos reales habrá de sobra, y si es preciso, te vas a Tres Mentiras que, a buen seguro, aquel amo necesita ya un tejedor.

     Y Ñoto se convenció de que podía comprar la casa con aquel dinero aunque tuviera que revolver Roma con Santiago.

 

  María Jesús Sánchez Oliva

 

     Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.

     “Garipil” (1995).

     Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.

     “Letanías” (1999).

     Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.

     “El rosario de los cuentos” (2003).

     Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.

     “Cartas de la Radio” (2007).

     Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.

     “Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).

     Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

      “Los días perdidos” (2018).

      Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno más. Primer “Premio Tiflos” 2013.

 

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garipil94@oliva04.e.telefonica.net

 

     Estaré encantado de responderte.

 

     Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

 

     Garipil.

 

 

 

 

 

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