domingo, 6 de octubre de 2019

MESA CAMILLA

El barniz de la educación

La educación para las personas es como el barniz para los muebles. Los muebles, sean de madera buena o sean de madera mala, si están bien barnizados siempre serán hermosos, cómodos y útiles. Del mismo modo las personas bien educadas, sean cual sean sus sentimientos, sus necesidades y sus circunstancias, siempre serán respetuosas con los demás, correctas, serviciales, algo imprescindible para la buena convivencia.

Siempre creí que la educación tenía mucho que ver con la cultura y el bienestar, pero de un tiempo a esta parte creo que estaba en un error. Dejando a un lado las agresiones físicas, las violaciones, los crímenes, actos que entran en el capítulo de los delitos, de la maldad, de la violencia, cada día son más los actos de mala educación que nos sorprenden en la calle, en el trabajo, en los lugares de ocio, en las comunidades de vecinos, en las familias y de forma alarmante en las redes sociales, lo que indica que unos no nos hemos barnizado y otros hemos perdido el barniz.

El ejemplo más sangrante de mala educación es el de la clase política. Todos nuestros políticos tienen muchos títulos, y si no los tienen, los compran y les valen igual, ganan para hacerse ricos y presumen en las revistas del corazón, en los programas de cotilleos de televisión y en sus cuentas digitales de tener una familia intachable, pero salvo excepciones, por eso de que todas las reglas las tienen, todos están sin barnizar.

Cuando son convocados por los medios de comunicación para ser entrevistados de forma individual, da gloria verlos y oírlos, todos, vestidos de punta en blanco, se muestran respetuosos con sus adversarios políticos, dispuestos a sacrificar sus bajos impulsos por el bien de los ciudadanos, prudentes, amables, cordiales, y por nada del mundo alzan la voz, hacen un mal gesto o sueltan una palabra malsonante, pero cuando se reúnen en el Congreso igual les da ir vestidos de una manera que de otra, jugar con el móvil o descabezar un sueño, y esto son minucias comparado con las guerras verbales en las que se enzarzan cuando se les desata la lengua y se animan unos a otros con gestos vulgares y ataques de aplausos.

Ante estas sesiones de insultos, descalificaciones, gritos y patadas, más propias de la tasca del barrio que de nuestras instituciones, está claro que la educación de nuestros políticos brilla por su ausencia, y cuando la mala educación se impone a la buena, sólo cabe esperar que los problemas de convivencia sean el dominador común de la sociedad.

Hasta no hace mucho pensaba que nuestros políticos eran el reflejo del pueblo, hombres y mujeres que la política los había llevado a puestos que ni siquiera podían soñar, y borrachos de poder habían perdido los papeles y en sus delirios de grandeza no querían encontrarlos, pero de un tiempo a esta parte empiezo a pensar que es el pueblo el reflejo de los políticos porque de su mal ejemplo sólo podemos aprender que la mala educación está mejor pagada que la buena, y ante tan tentadora realidad, la conclusión no se hace esperar: lo rentable es perder el barniz de la educación o no tomarnos la molestia de barnizarnos.


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