miércoles, 31 de enero de 2024

CARTA A...

30-I-2024

 

Rafael Nadal:

 

Hasta yo que debo ser la única española que ni entiende de deportes ni conoce a los deportistas sabía que era usted el tenista más admirado de este país. En los medios de comunicación, en las redes sociales, en las tertulias de amigos, familiares y compañeros de trabajo siempre se hablaba de usted con admiración. Para todos era el mejor tenista del mundo, el que ganaba todos los campeonatos, el que no perdía la sonrisa por nada del mundo, el que jamás olvidaba su origen humilde, el que fuera de nuestras fronteras paseaba con orgullo la bandera de España, el que la riqueza no le restó nunca sencillez,  el que corría a ayudar en las riadas, en los incendios y en cualquier catástrofe. Decir Rafael Nadal era decir perfecto, maravilloso, increíble, pero hace unos días saltó a la prensa su decisión de convertirse en embajador de la Federación Saudí de Tenis (STF), y los mismos que lo colmaban de alabanzas, se manifestaron decepcionados. Pero yo no hilvano estas líneas ni para manifestarme a favor de su decisión ni para hacerlo en contra, creo que no hace falta explicar mi opinión para que se entienda, lo hago para decirle que tanto me sorprende la decepción  como me sorprendía la admiración.

 

No me cabe la menor duda de que en el tenis es usted de los grandes y tiene su mérito que debe ser valorado, pero dejarse admirar como se dejaba siempre me dio mala espina.  Dejarse admirar equivale a ser hipotecado por todos y los intereses a pagar siempre son los mismos: ser, hacer y decir lo que los demás quieren que digas y hagas aunque no quieras, y el día que te salgas del guion, sea bueno o sea malo, la admiración se convierte en decepción automáticamente. Eso es lo que le ha pasado a usted, pero no creo que la decepción de los demás le quite el sueño, en ese país los que tienen vedados los derechos humanos y todas las libertades son los ciudadanos de a pie, los ricos y los que pueden seguir multiplicando su fortuna como es su caso,  pueden ser libres, respetados y hasta queridos.

 

Por lo tanto permítame que me despida poniéndole un diez como tenista y un suspenso como persona.

 

María Jesús.

 

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