sábado, 31 de marzo de 2018

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! Lo primero, una aclaración: En el número anterior te presenté el nuevo libro de mi autora “Los días perdidos” y empecé por el prólogo como es de razón, pero dónde demonios tendría la cabeza que en el contenido y en la etiqueta lo anuncié como “La lectora”, es decir, por uno de los capítulos que tendrás la ocasión de conocer cuando le llegue el turno. ¿Te has dado cuenta? Espero que me disculpes. Y ahora sigo con la lectura de forma ordenada.

         LA MUJER DE ARCILLA
 
     Me casé con él en contra de su voluntad. Ni un solo día de los cuatro años que fuimos novios dejó  de leerme el futuro.
     —No es hombre para amoldarse a una sola mujer, las quiere a todas y para su interés. Solo busca en ti la pánfila que le lave, le planche y le sirva en todo sin rechistar. Es lo que hace su padre con su madre y las malas mañas se aprenden sin estudiar y no se olvidan nunca.
     Tampoco él perdía la ocasión de recordarme lo mal que me quería mi madre.
     —Es una egoísta, solo quiere tenerte bajo sus faldas, para que le ganes el pan ahora y cuando llegue a vieja tenga quien la cuide. Le pasa lo que a todas las viudas, como no tiene marido para gobernar y con tus hermanos no le vale, te gobierna a ti.
     Y Yo siempre he sido como de arcilla, cualquiera puede moldearme a su gusto, a su antojo, a su interés, y si lo intentan más de uno, vence el que mejor me lo pinte, por no decir el que más me grite.
     Poco tuvo que trabajar pues para conseguir que la relación con mi madre no volviera a ser normal, de novios porque despreciarlo a él era intentar que me quedara para vestir santos, y de casada porque utilizó todas sus armas para enemistarme con ella, con mis hermanos, con mis cuñadas, con mis sobrinos, hasta que la ausencia por mi parte se saldó con el olvido por parte de ellos.
     De novia me prohibía cortarme el pelo, pintarme y ponerme pantalones, y yo creía que era porque con el pelo hasta la cintura y la cara lavada era la más guapa de las amigas, y con faldas, la más decente, que los pantalones, según las personas mayores, eran cosa de extranjeras, de libertinas, de aquellas golfas que salían en la televisión que había llegado al club social del pueblo para pervertir a la juventud, pero el mismo día de la boda descubrí que eran las cadenas con las que pensaba amarrarme para que nada ni nadie me llevaran por otro camino que no fuera el que él decidiera.
     Ya en el bar donde hicimos el gasto me besó uno de sus amigos en las mejillas para darme la enhorabuena,  y sin encomendarse a ningún santo cogió el pañuelo del bolsillo de la chaqueta, lo empapó en una jarra de agua y me lo pasó por la cara. Para evitar que volviera a ponerme en ridículo opté por ofrecerles la mano a cuantos se acercaban a darme un beso. Tampoco me dejó bailar con ninguno de los invitados. En cuanto me veía hablando con un hombre que no estuviera acompañado de su novia o de su esposa, me cogía del brazo y me cambiaba de sitio, siempre donde solo había mujeres; él, sin embargo, aprovechó el evento para bailar con todas y bien agarradito, les devolvía tres por el beso de la enhorabuena y les gastaba bromas que casi todas recibían como impertinencias.
     Yo intenté cerrar los ojos a la realidad. Había esperado aquel día convencida de que sería el día de mi salvación, el día en el que por fin me liberaría del egoísmo de mi madre, el día en el que por fin sería la dueña de mi casa.
     Tenía una casa de labranza, una parcela de regadío y varias cabezas de ganado en un pueblo nuevo, en uno de esos pueblos con los que Franco consiguió resolver dos problemas que hacían aguas en buena parte del país: el de la vivienda para las familias que habían visto desaparecer sus pueblos bajo las aguas de un pantano, y el del campo que se iba quedando sin manos que lo trabajaran debido a que los jóvenes empezaron a emigrar a las ciudades. Se la habían adjudicado tras demostrar que estaba en vísperas de independizarse de sus padres para formar una familia con la facilidad de pagarla en cuarenta años. Por fin podría ser simplemente ama de casa, eso que tanto os molesta hoy a las mujeres, pero que en mi juventud nos privaba a todas, estábamos hartas de ser criadas y a amas solo se podía llegar a través del matrimonio. Pero su actitud me dejó un penoso recuerdo y la sensación de que todos los invitados me compadecían.
     Aquella misma noche perdí el amor con la virginidad y libre de este sentimiento que consigue cambiar de color las cosas pude ver que sus celos no eran el fruto del amor si no el fruto de su egoísmo. Mi madre se quedó corta cuando me vaticinó el futuro a su lado, han sido cincuenta años a su servicio con dedicación exclusiva. He sido su esclava en la cama, en la casa y en el trabajo. En la cama nunca me hizo feliz. Ni un solo día dejé de desear lo que todas las mujeres temen: que encontrara otra que lo complaciera y me dejara en paz. Pero a ninguna tuve que darle las gracias, ya dije que caía mal a las mujeres, tan mal que hasta sus sobrinas evitaban saludarlo con un beso. Cuando se casó nuestro hijo me pidió que los invitara a comer todos los domingos y que les preparara una comida de fiesta costara lo que costara. A mi hijo le extrañó mucho, sabía que  nunca tuve acceso al dinero, a final de mes me daba una mísera cantidad para la compra, y como le gustaba comer bien, nunca me sobraba para otras cosas. Si alguna vez le pedí algo más, me decía que imposible, que había que ahorrar, tenía miedo de verse sin dinero cuando llegara a viejo, pero se le quitaba de codos en la barra del bar, en el estanco, en la administración de lotería…
     —Con lo que gastas en esto durante un año, arreglaríamos la casa —le decía yo por ver si se le remordía la conciencia, decirle que estaba harta de vestirme con ropa ajena no servía de nada, pero tampoco la casa era razón para renunciar a sus vicios, a sus caprichos, a sus necesidades, prefería que las ventanas siguieran con los cristales rotos, que nuestra cama tuviera las patas sujetas con cuerdas para que no se cayera, que el frío  se colara por las puertas desajustadas antes de gastar. Fíjese hasta donde llegaba su egoísmo que todavía nos calentamos en invierno con brasero de cisco. El problema no es disponer de uno eléctrico, tengo varios, me los dieron las vecinas que pusieron calefacción, el problema es que seguimos con la luz a 125. ¿Que no recuerda haber conocido esta potencia? Nada me extraña, seguro que ni había nacido cuando se cambió a 220. Dijo que mejor esperar hasta que la compañía eléctrica corriera con los gastos, y así seguimos, esperando, apagando una bombilla para encender otra si queremos ver la tele sin que nos salte el chivato cada dos por tres. Con estos antecedentes, ¿cómo no iba a extrañarse mi hijo de tanta generosidad?
     Yo no me extrañé, claro, pero tampoco me lancé a confiarle  que tanta generosidad no era otra cosa que el deseo de aprovechar la oportunidad que le brindaba el hecho de tener una nuera para recibirla y despedirla con un beso, con un achuchón, con un abrazo. No quise contribuir a que mi hijo tuviera que renegar de su padre por faltarle al respeto a su mujer. ¿Renegar de su padre? ¡Pero qué tontería acabo de decir! Mi hijo no tenía que renegar de su padre, fue su padre quien renegó de él.
     Desde el primer día tuve que ir con él a trabajar: no podía quedarme sola en casa. Pero nada de dedicarme a espantar pájaros, tenía que hacer las mismas tareas que él: regar, sembrar, recoger… y por supuesto atender el ganado. Aunque hacíamos las mismas horas, yo trabajaba el doble, en parte porque el trabajo me hacía menos daño que a él, y en parte porque me resultaba imposible perder tiempo. ¿En qué iba a perderlo? Él podía fumarse un cigarro con los parceleros vecinos, yo no tenía con quién cruzar dos palabras: sus mujeres se quedaban trabajando en casa, y si me daba por acercarme a ellos, era capaz de dejarlos con la palabra en la boca y volver al tajo para que me fuera tras él. Cuando me quedé embarazada tuve unas semanas de vómitos y algunos días tuvo que irse solo a trabajar. Fue peor el remedio que la enfermedad: se pasó el día yendo y viniendo para comprobar si estaba sola, y me preguntaba si había ido alguien, si yo había salido a algo, y hasta se tomaba la molestia de comprobar si el felpudo no tenía más huellas que las que habían dejado sus botas. Cuando nació el niño pensé que por él cambiaría de actitud y podría quedarme en casa, pero una vez más me equivoqué. No había cumplido el mes cuando se lo llevó a sus padres, para que lo cuidaran, para que lo criaran, les dijo que yo tenía que trabajar en la parcela pues las cosechas no daban para empleados y él solo no daba abasto. La historia se repitió dos años después, cuando nació mi hija, pero en esta ocasión se la dio a una hermana suya que no tenía hijos. Así fue como dejamos de ser padres cuando empezamos a serlo. No perdimos su tutela, pero sí su cariño, los lazos que no se atan con un nudo se deshacen ¿y qué nudo podíamos hacer nosotros si solo íbamos a verlos los domingos y no todos?
     Acabamos siendo los invitados a sus cumpleaños, a su primera comunión, a su boda… y si no hubiéramos aceptado la invitación, tampoco nos hubieran echado de menos. Si alguna vez mi hija se acordó de que éramos sus padres, fue para pedirnos dinero. Es igual de egoísta que su padre, tiene sus mismas maldades, sus mismas picardías, con lo que queda claro que estas cosas no siempre se aprenden, también se heredan. Mi hijo empezó a ir por casa al morir sus abuelos. No es que nos quisiera más que su hermana, es que es igual de dócil que yo, y si yo lo llamaba, él iba. Es el único que durante su enfermedad me ha reemplazado algunas noches en el hospital para que yo descansara, el que contrató los servicios de la funeraria, el que me acompañó en el entierro. La vida me dio porque si me hubiera visto sola en semejante trance no sé cómo me las habría arreglado, pero no porque su muerte me trastornara como a cualquier viuda, si no porque gracias a mi condición de arcilla me aprendí tan al dedillo sus lecciones que, aunque me vea tan mayor, soy una niña, la niña que hizo por él sin amor lo que las mujeres no hacen con sus maridos por amor, la niña que se prestó desde el primer momento a vestirlo por las mañanas y desnudarlo por las noches como si estuviera inválido, a bañarlo, a afeitarlo, a cortarle el pelo, a atarle los zapatos, a abrirle la puerta, a cerrársela, la niña que si él decía “¡so!” se paraba sin más, y si decía “¡arre!”, andaba sin menos, la niña que a fuerza de ser niña se olvidó de pensar, de opinar, de decidir, de desear, de sufrir incluso, que a todo se acostumbra el ser humano, y al llegar a este trance se sintió más huérfana que viuda ante el siguiente interrogante: ¿Sabrá empezar a vivir como una mujer? La respuesta está en el pueblo y a buscarla voy, pero si quiere que le sea sincera, tengo miedo de encontrarla, lo normal es que ya no sepa seguir adelante por mí sola y volver con mi hijo y mi nuera no me parece la mejor solución.

     —Ya le dije ayer cuando vino a despedirse que se quite esa idea de la cabeza, que si yo solita salí adelante, puede salir cualquiera, donde hay un diablo que nos pone la zancadilla para tropezar y caer, siempre hay un ángel que nos da la mano para ayudarnos a levantar y seguir caminando —Se volvió para decirle una mujer de su edad más o menos que en la planta séptima llamaba el ascensor aunque no parecía que fuera a dejar el edificio pues iba en bata y zapatillas a juego, y en vista de que no vendría, se sumó a nosotras y le repitió su historia para que le sirviera de ejemplo, una historia que, si yo hubiera sido escritora, la habría titulado…

     Eso lo sabrás el próximo mes.

     María Jesús Sánchez Oliva.

     Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
     “Garipil” (1995).
     Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
     “Letanías” (1999).
     Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
     “El rosario de los cuentos” (2003).
     Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
     “Cartas de la Radio” (2007).
     Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
     “Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
     Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

     Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

     Estaré encantado de responderte.

     Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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