miércoles, 31 de mayo de 2017

CAJÓN DE SASTRE

Historia del lápiz

    La primera descripción del lápiz, tal como hoy entendemos este objeto, data del siglo XVI, en que el naturalista alemán, Conrad Gesner, habla de «cierto instrumento de escritura consistente en una pieza de plomo encerrada en una funda de madera».
El lápiz, coincidiendo con el hallazgo del grafito, se inventó en 1565, en la región inglesa de Cumberland. Sin embargo, y debido a que este mineral compuesto de carbono cristalizado y hierro servía para la fundición de cañones, el grafito pasó a ser un mineral estratégico del Ejército inglés, estando estrechamente vigilada su explotación hasta el punto de que incluso los mineros que trabajaban en su extracción eran minuciosamente registrados tras salir de la mina, siendo severamente castigados, incluso con la horca, si osaban sustraer la más pequeña parte del valioso mineral. Esta circunstancia desgraciada hizo que fuera necesario buscar materias alternativas.
Cuando en el siglo XVIII se interrumpieron las relaciones comerciales entre Inglaterra y Francia, tras el estallido de la revolución de 1789, se hizo más necesario que nunca encontrar un sustituto al grafito o plombagina, que hasta entonces sólo se explotaba en el Reino Unido. Así, el francés Jacques Nicholas Conté, y el austriaco Joseph Hardtmuth, independientemente el uno del otro en sus investigaciones, inventaron a la vez el mismo objeto: el lápiz, de un sucedáneo del grafito y arcilla, que envolvieron en una funda de madera de cedro para su mejor manejo. Aquel nuevo producto abarató los precios, ya que las minas de aquellos lápices resultaban más fáciles de obtener que las de grafito, material escaso, estratégico, de problemática importación.
Tras las innovaciones introducidas en el producto, la demanda se disparó, y se extendió su uso por todo Occidente. Los lápices del francés Conté, y del austriaco Hardtmuth eran mucho más logrados que los producidos por la familia Faber, en Alemania, iniciadora de la saga de fabricantes FaberCastell, con cerca de dos siglos de antigüedad.
Los Faber utilizaban para sus productos grafito procedente de las minas de Nuremberg, en Baviera. Su fundador, J. L. von Faber, con sus asociados, introdujeron importantes ventajas y mejoras en el lápiz, pero aun así seguían fallando: eran demasiado duros, al ser sus minas de grafito puro, mientras que Conté y Hardtmuth empleaban en su elaboración una materia más blanda y grasa, debido a la mezcla utilizada.
El procedimiento del lápiz francés y austriaco era sencillo: el grafito molido, y la arcilla, formaban una pasta que se disponía en barritas finas las minas, y a continuación se cocía en un horno, procedimiento en vigor hasta hace poco tiempo.
En el siglo XIX se fabricaban ya lápices de todo tipo, y de todos los colores, gracias a la aplicación, a partir de la segunda mitad de aquel siglo, de los tintes de anilina, substancia contenida en el alquitrán, y que es el origen de los modernos lápices de ojos, y del rímmel para las cejas.
    Dado que por aquellos tiempos ya se había inventado el borrador, al descubrir el químico inglés J. Priestley que la savia de hevea o «leche de árbol» servía para eliminar los trazos del grafito, el lápiz se popularizó todavía más, con gran frustración para los vendedores de plumas de ganso, que veían herido de muerte todo su negocio e industria de la escritura. El lápiz era, además, un objeto limpio, podía llevarse sin problemas con uno mismo, sin riesgo de que se destintara y manchara el vestido. Pronto se aficionaron todos a él, y algunos de manera superlativa, caso del compositor Francisco Alonso, el inmortal granadino autor del chotis Pichi, del pasodoble Los Nardos, y del pasacalle de La Calesera, y tantas zarzuelas castizas ambientadas en Madrid. El Maestro coleccionaba lápices, y era propietario de una colección muy curiosa, poseyendo ejemplares tan exóticos como un lápiz tenedor, del que se servía Para escribir música y pinchar las patatas fritas al mismo tiempo; lápiz que recomendaba a los periodistas que debían asistir a desayunos o almuerzos de trabajo; disponía también de un raro ejemplar de lápiz pipa; un lápiz destornillador; un lápiz batuta; otro lápiz que además era reloj; un lápiz botellín, y otro lápiz bastón. Y cientos de lápices más que el buen Maestro guardaba como el preciado tesoro que eran…, en la caja estuche de su violín favorito.
En 1915 se inventó el portaminas; el famoso ever sharp pencil, o lápiz de punta continua que hizo de este familiar objeto la forma perfecta, junto con el bolígrafo, de la escritura.

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