¡Hola! Bienvenidos a este espacio. En primer lugar, como responsable del
mismo, en nombre de mi autora y en el mío, quiero dar las gracias a los
seguidores que nos han felicitado las fiestas y nos han deseado un feliz nuevo
año. También nosotros os deseamos lo mismo, ella con uno de sus relatos
premiados y yo con un muy sincero ¡gracias!
2007. Navalmoral de la Mata (Cáceres). Certamen de Relatos Navideños.
Convocado por RadioNavalmoral. (Cadena COPE) y Central Nuclear de Almaraz.
Segundo Premio. Entregado el 5 de enero de 2008 en la biblioteca de la Fundación Antonio Concha.
LAS BUENAS ALMAS
Molinillos, por aquellos días,
era un pueblo de pocas casas y mucha gente. Sólo la casa del Sapaña tenía dos
moradores: él y su novia. Estaba ubicada en las afueras del pueblo, justo en el
camino que conducía al bosque, un bosque donde los árboles centenarios se
peleaban por encontrar espacio para estirar sus ramas, un bosque donde los
gritos de los animales salvajes prohibían el paso a la raza humana. Sólo el Sapaña,
que tenía más miedo de la raza humana que de los animales salvajes, conocía sus
recovecos palmo a palmo. Aunque muy
descuidada, era una casa como las demás, pero ante los peligros del bosque, sus
dueños decidieron abandonarla, y como nadie quería heredarla, se la apropiaron
ellos.
En Molinillos, por aquellos días,
no había familias ricas, pero tampoco las había pobres; todas tenían un corral
con vacas, cabras, gallinas, cerdos… un huerto para sembrar legumbres y árboles
frutales. El Sapaña sólo tenía un hijo, un hijo que se quedó sin madre al
nacer. También él se quedó huérfano
siendo niño, y como no tenía padres, a la hora de repartir la tierra, sus
abuelos no lo tuvieron en cuenta. Y para poder vivir,tuvo que dedicarse a
apañar.
De Molinillos, por aquellos días,
los hijos no tenían que salir fuera para ganarse la vida, todos aprendían el
oficio de sus padres y seguían sumando eslabones a una cadena de generaciones
que parecía interminable. También el hijo del Sapaña aprendió el oficio de su
padre. Salían a apañar por las noches, los dos juntos y cuidando no ser vistos.
Cada noche apañaban en un lugar distinto y sólo lo justo para comer al día
siguiente. Las noches de invierno eran
maravillosas. La gente se metía pronto al amor de la lumbre y podían moverse
con mayor libertad. Las de verano, por el contrario, eran terribles. Después de
cenar la gente se sentaba en los poyos de las casas a tomar el fresco y no
podían salir. Cuando salían, ya de madrugada, no tenían que encender el candil
para cortar los tomates sin hacer daño a la tomatera, y era un alivio, pero la
luna, desde el cielo, parecía mirarlos con los ojos de todos los habitantes del
pueblo y temblaban de miedo. Pero todas las noches salían, todas menos la noche
de Nochebuena. Esa noche el padre le decía al hijo:
—Esta noche VIENE Dios al mundo y
no debemos salir a apañar.
—¿Tienes miedo de que nos vea
robar? —preguntaba el hijo.
—No, no —respondía el padre—.
Nosotros no robamos, apañamos, además, Dios no se enfada con los que roban para
comer, se enfada con los que, además de su pan, se comen el pan de los demás.
—Entonces… —se asombraba el
hijo— ¿por qué no salimos si tengo hambre como todas las noches?
—Porque una Nochebuena que fui a la iglesia con mis padres —decía el
padre— el cura dijo que esta noche Dios venía al mundo, a visitar a todos los
hombres, y como es el que multiplica los panes y los peces para que nadie se
quede sin ración, no vamos a pasar
calamidades en balde.
Pero pasaban los años y, como Dios no iba a visitarlos, todas las Nochebuenas
se acostaban sin cenar.
Una madrugada de julio, cuando ya
tenía quince años, Sapaña hijo fue a buscar a su padre para salir a apañar y se
lo encontró muerto en su saco de paja. Con un nudo en la garganta se fue a casa
del cura.
—Quiero que mande doblar las campanas, que le diga una misa a mi padre y
me deje enterrarlo en el cementerio. En el bosque no puede descansar en paz: al
igual que a mi madre, los lobos le sacarán los huesos —le suplicó más que le
pidió.
—Eso, un representante de Dios en la tierra, ni puede, ni debe hacerlo
—dijo el cura—. Tu padre vivió en pecado con tu madre que, por su culpa, sólo por su culpa, se unió a él en contra de
la voluntad de los suyos, de los que tuvieron que negarle el permiso para
casarse porque quería hacerlo con un hombre que jamás pisaba la iglesia, y
aunque muchas veces le pedí que se arrepintiera, nunca pasó por el
confesionario. Pero sí puedo bautizarte. Y salvo que reniegues de Dios como
ellos, cuando mueras podrás descansar en el campo santo, como descansan todos
los cristianos.
El Sapaña, por toda respuesta, le rompió el jarro del agua bendita de
una patada, y dejándolo de rodillas ante sus santos, salió disparado. Al llegar
a casa cogió a su padre, lo enterró en el bosque, junto a su madre, y siguió
haciendo lo único que sabía hacer: apañar para vivir por las noches, y para no
morirse de soledad, vigilar las tumbas de sus padres por el día.
Fueron pasando los días y llegó
por fin el de Nochebuena. Recordó que aquella noche no podía salir a apañar,
tenía que quedarse en casa, esperando la visita de Dios. Pero le dio tanto
miedo quedarse solo que se envolvió en una manta y se fue al pueblo.
Aunque con mucha vergüenza, llamó en todas
las puertas.
—Vengo a sentarme a la lumbre mientras cenan ustedes, para oírles
hablar, para oírles reír… para no ver los fantasmas que han llegado a mi casa.
En todas le respondieron que imposible, que era noche de cristianos, y
para que viera la bondad de sus corazones, le daban un flan, un plato de arroz
con leche, unas rosquillas de miel… Pero a todos le hizo lo que le hizo al
cura: romperles de un puñetazo el recipiente de la golosina y salir corriendo.
Al año siguiente las buenas almas
de Molinillos temieron que el Sapaña volviera con ansias de venganza. Para
librarse de su cólera, cerraron las puertas a cal y canto. Al filo de las doce,
cuando ya los platos, las fuentes y los vasos
estaban vacíos, oyeron una trompeta que desgranaba un villancico tan
dulce, tan cálido y entrañable que, muertos de curiosidad, se echaron a la calle. Siguiendo
el sonido de la trompeta llegaron a la iglesia. La sorpresa les dejó paralizados. Ante
la puerta, a pie firme, estaba un ángel, el ángel que interpretaba los villancicos,
tenía una túnica celeste, un velo que sólo le dejaba libres los ojos y unas
alas de plumas blancas sobre los hombros, en una mano llevaba un cirio
encendido, y en la otra, la trompeta.
—Es el Ángel de Dios que viene a anunciarnos la llegada de su Hijo amado
—dijo el cura. Y todos se santiguaron, se pusieron de rodillas, escucharon el
concierto con absoluta devoción y sólo cuando el cirio empezó a dar las
boqueadas y el ángel les bendijo y se retiró, volvieron a casa.
Pasó un año. Llegó la Nochebuena. Las
buenas almas de Molinillos cenaron más temprano y, convencidas de que
volvería, salieron a recibir al ángel. A
las doce en punto vieron una luz blanca, zigzagueando a lo lejos. Era el ángel
que por buenos cristianos volvía a darles su concierto de villancicos y a
echarles su bendición. Y la escena se repitió al año siguiente, y al otro, y al
otro… Ni siquiera el año de la gran nevada el ángel faltó a su cita, y, año
tras año, las buenas almas de Molinillos, le pedían salud para los suyos y le
daban las gracias por sus bendiciones.
Pasó el tiempo. El cura era ya
muy viejo. Ya eran padres los que eran hijos cuando el ángel fue a visitarlos
por primera vez. Llegó la Nochebuena de aquel año y nadie faltó a recibirlo,
pero amaneció el nuevo día y el ángel no apareció.
—¿Qué le hemos hecho, padre? —preguntaron
las buenas almas al cura— No hemos matado a nadie, a nadie le hemos robado;
todos seguimos siendo buenos cristianos.
—Todos no —reflexionó el cura—, el Sapaña sigue en pecado, y sólo porque
la paciencia de Dios es infinita, el ángel no se ha cansado antes de venir. Y las
buenas almas lo vieron claro: por un pecador, no podían condenarse todos.
Tenían que echar al Sapaña del pueblo. Bien pensado, era justo que Dios se
enfadara. Ni siquiera vivía en su casa. Era una casa robada, como todo lo que
comían que, aunque todos callaban por miedo a su cólera, todos lo sabían.
El día de Navidad, al salir de
misa, las buenas almas y el cura de Molinillos se encaminaron a la casa del bosque.
Al llegar a la puerta se toparon con dos calaveras, dos calaveras que los
animales habían desenterrado durante la noche, dos calaveras que imploraban un
palmo de tierra para descansar en paz. Volviendo los ojos de horror, todos las
rodearon. ¡Tan tan!, golpeó alguien la puerta, pero nadie respondió. ¡Tan tan!,
la golpearon varios a la vez, pero sólo respondió el silencio. Por fin se
adelantó alguien y la tiró de una patada.
—¡Pase , padre, pase usted
primero, que si paso yo…!
No tuvo que terminar la frase para perder el miedo. Ante sus ojos, ante
los ojos del cura y los de sus buenas almas, el Sapaña yacía muerto. Tenía una
túnica celeste, la cabeza cubierta con un velo que todavía no le tapaba la
cara, unas alas de plumas blancas sobre los hombros, una trompeta colgada al
cuello, un cirio en la mano izquierda y en la derecha un mechero para
encenderlo y marcharse al pueblo para dar su concierto a cambio de compañía.
María Jesús Sánchez Oliva.
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva.
Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha
distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como
responsable.
“Garipil” (1995).
Reseña: Garipil es un
semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas
como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las
tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún
caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías” (1999).
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El
libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse
a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en
distintos certámenes literarios.
“El
rosario de los cuentos” (2003).
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de
Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el
camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso
decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos
para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta
alusiva a la época. Este
libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de
1996.
“Cartas de la Radio” (2007).
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de
opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús
Sánchez Oliva durante cuatro años. Las
cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo,
instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que
siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos
de la Cigüeña (Soles y Lunas)” (2014).
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los
papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la
poesía a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos” (2018).
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de
forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la
lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al
salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando
todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que
le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por
distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se
encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido
muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno
más. Primer “Premio Tiflos” 2013.
Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente
saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo
electrónico:
garipil94@oliva04.e.telefonica.net
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo número.