Queridos lectores: Algunos lectores me han echado flores; otros, sin embargo, me han echado pestes. Personalmente ni me creo digno de tantas alabanzas, ni me creo merecedor de tantos desprecios, soy, simplemente, un libro sencillo y muy apropiado para estos días de playa, campo y piscina. De lo que más presumo es de tener nombre de mujer: Palmira. Y de existir gracias a la pluma del autor de obras mejores que yo: Alberto Vázquez Figueroa. Para quien no decida cambiarme por cualquiera de ellas, avanzo mi reseña:
En pleno festival de Cannes, durante un almuerzo con un amigo, Andrea, una mujer elegante, refinada y espectacular, comienza a relatar su historia con
Palmira, una millonaria de exótica belleza, casada y con tres hijos. Desde su primer encuentro Andrea se siente atraída por sus enormes ojos negros y esa
angustiosa soledad que parece siempre rodearla. A partir de ese momento, las invitaciones de Palmira se suceden y Andrea no sabe si Palmira está enamorada
de ella o pretende proponerle una relación a tres con su marido. Durante un viaje a los Alpes suizos, Palmira, pretextando un viaje de negocios a Nueva
York, deja a Andrea al cuidado de su familia y, al poco de regresar, una hermosa joven guatemalteca, Omaya, aparece en escena. Palmira oculta algo, pero
¿qué es? Para saberlo hay que leerme.
Para daros una pista me despido con una de mis frases: “Los ancianos disminuyen de tamaño a medida que envejecen, pero los muertos crecen a partir del día en que los entierran”.
Palmira
16-VII-2021
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