Hoy os escribo a vosotros, menores que a mediados de mayo llegasteis a Ceuta a raíz del conflicto diplomático desatado entre España y Marruecos por la hospitalización en Logroño del líder del Frente Polisario Brahim Gali, y lo hago porque ya no sois un problema solo para vuestro país, también lo sois para el nuestro. El Gobierno de Ceuta no tiene capacidad para tener a tantos menores en condiciones dignas y la situación se ha hecho tan insostenible que hasta los ceutíes que os ayudaron al principio con ropa y comida ya empiezan a quejarse. No es que sean mala gente, es que tampoco tienen recursos, medios y posibilidades para tanto. Nuestro Gobierno, que lleva afirmando desde el primer momento que trabaja de día y de noche para restablecer las relaciones con el vuestro, encontró por fin la solución: pactar con Marruecos vuestra repatriación. Fuera por casualidad, fuera con intención, aprovechando que el puente del 15 de agosto ni el virus es capaz de quitarnos las ganas de viajar y estamos todos entretenidos, empezaron las repatriaciones, pero empezasteis a huir de las Fuerzas de Seguridad para no ser devueltos a vuestro país y el juez del juzgado correspondiente paralizó el proceso: según las denuncias de los servicios sociales el Gobierno no había respetado los derechos que las leyes españolas otorgan a los menores inmigrantes.
Según el ministro Marlaska, que por cierto, es juez y debería conocer las leyes, los menores, donde mejor están, es con sus padres, con sus familias, en su casa y en su ambiente. Tiene razón: los niños prefieren estar con sus padres con lo básico, antes que rodeados de lujos entre desconocidos. Pero este señor debe ignorar que no todos los niños tienen unos padres que puedan, sepan o quieran quererlos. Desgraciadamente fueron pocos los padres que al enterarse de la desaparición de sus hijos volaron a localizarlos para rescatarlos, la mayoría preferían que os quedarais aquí, sin duda porque piensan que tendréis más oportunidades de prosperar. “Cuando supimos que se abrió la frontera mi abuela me dio cinco euros y me dijo que me viniera”, decía uno de vosotros. También los hay que no tienen padres, que son una carga para los parientes, que son obligados a trabajar como adultos, que sufren malos tratos, abusos de todo tipo y otras calamidades propias de la pobreza extrema. ¡Qué terrible situación tiene que ser la vuestra para preferir quedaros aquí aunque tengáis que vivir de caridad y en una nave sin luz y sin agua antes que volver a casa!
De momento los tribunales siguen en contra del Gobierno y vosotros sin aceptar que Cruz Roja y los voluntarios que os asisten con agua y comida consigan llevaros a las naves porque estando allí os sería más difícil escapar de la policía. Para reanudar las repatriaciones exigen un informe detallado de la situación personal de cada uno de vosotros, además del firme compromiso de que los que no podáis vivir con vuestras familias en condiciones dignas, seréis tutelados por los servicios sociales de vuestro país para asegurarnos de que vuestros derechos serán respetados. Pero ¡qué cosas hay que oír! ¿Cómo se les ocurre exigir para las repatriaciones unos servicios que no existen, y si existen, ante lo que llevamos años viendo, no funcionan?
Me gustaría que, tanto si os vais como si os quedáis, podáis vivir en una casa con luz y agua, ir al colegio, a trabajar por un salario decente, a divertiros… pero ¿para qué vamos a engañarnos? Lo normal es que el Gobierno consiga los informes que necesita, que los tribunales autoricen las repatriaciones, y que ni vuestro gobierno ni el nuestro vuelva a preocuparsse de vosotros. Por lo que solo puedo cerrar estas líneas deseando que tengáis suerte, mucha y buena suerte para que esta triste experiencia no despierte en vosotros deseos de venganza, que suele ser lo normal.
María Jesús.
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