domingo, 1 de mayo de 2016

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! Hoy es un día importante para todas las madres españolas:  celebramos el “Día de la Madre”. Todas recibiréis de vuestros hijos un regalo: quizá unas flores, quizá un perfume, de los más pequeños un dibujo que les han hecho en el colegio. Como de costumbre, serán los más baratos, pero los más valiosos. Por si además de con un beso, queréis agradecérselo con un cuento, os dejo éste. Seguro que les gustará.
 
     La casa de los peros

    Silvestre heredó de sus padres una casa vieja con cuatro ventanas, un arado nuevo, un par de lustrosos bueyes, un espléndido trigal y un consejo: que se casara por amor con una campesina del lugar, con una mujer buena, trabajadora y sencilla que lo quisiera y le ayudara a multiplicar su herencia.
    Pero era tan vanidoso que se olvidó del consejo y cuando pensó en el matrimonio puso los ojos en la hija del juez, en la hija del alcalde y en la hija del boticario a la vez. Las tres eran guapas, alegres, delicadas, y sus padres, además de don, tenían din. “Habiendo flores en el jardín es de necios conformarme con las hierbas de las orillas -pensaba-; además, con el dinero, ¿qué duda cabe?, se multiplican las herencias antes y mejor que con el trabajo”.
     Pero cuanto más y más les tiraba los tejos, más y más calabazas le daban.
     —Si soy una princesa -decía la hija del juez-, tienes que ofrecerme un palacio y no esa casa tan vieja.
     Y el mismo pero le ponían a su casa las otras dos.
    Una tarde, arando Silvestre con sus bueyes, se dijo: "Tienen razón, mucha razón. Una rosa merece un búcaro de porcelana; un ruiseñor, una jaula de plata; una esmeralda, un cofre de cristal; una princesa pues, está claro, merece un palacio". Y decidió poner la casa en venta. Pediría por ella ocho monedas de oro. Se las darían porque aunque vieja tenía mucho terreno y unas vistas maravillosas. Y con ellas mandaría construir un palacio en la plaza por el que se pelearían las tres princesas de sus sueños.
    En cuanto se conoció la noticia llegó un matrimonio para tratar.
    —¡Oh, qué hermoso paisaje se ve por las ventanas! -dijeron entusiasmados tanto el marido como la mujer-  Pero las paredes tienen tantas manchas de humedad, están tan desconchadas, tan ennegrecidas... que comprarla sería pagar simplemente gusto y gana y eso sería de bobos.
    Pero Silvestre no desfalleció por ello, el pero de las paredes ningún comprador volvería a ponérselo. Para quitárselo, vendió el arado, y con los cuartos, se las revistió de terciopelos bordados.
    En cuanto acabaron las obras llegó una señora para tratar.
    —¡Oh, qué paredes más preciosas! -dijo la mujer admirada- Pero los suelos son tan antiguos, están tan desgastados, tan descoloridos... que comprarla sería pagar simplemente gusto y gana, y no estoy tan loca.
    Pero Silvestre tampoco desfalleció por ello, el pero de los suelos ningún comprador volvería a ponérselo. Para quitárselo, se fue al mercado, vendió el par de bueyes, y con los cuartos, se los puso de finos mármoles.
    En cuanto acabaron las obras llegó un señor para tratar.
    —¡Oh, qué suelos más preciosos! -dijo el hombre boquiabierto- Pero el techo, las vigas, las ventanas... todo está tan en ruinas que comprarla sería pagar simplemente gusto y gana, y no estoy dispuesto a hacer el tonto de esa manera.
     Pero Silvestre siguió sin desanimarse, ningún comprador volvería a ponerle peros a su casa. Para quitárselos todos de una vez, se metió en el café de los tratos, vendió el trigal con las espigas segadas, trilladas, limpias y vueltas trigo dorado y nuevo, y con los cuartos que sacó le puso tejas del mejor tejar, maderas de los mejores árboles, cristales de mil aguas y un majestuoso balcón de bronce en lo más alto desde donde se veía el pueblo, el río, la vega, las montañas y la comarca entera.
    No se habían ido los albañiles cuando volvieron los compradores a tratar.
    —¡Oh, qué maravilla! -exclamaron todos en un grito. Y sin ponerle peros de ninguna clase, dejó cada cual ocho monedas de oro sobre la mesa.
    —¡Recogedlas! -ordenó Silvestre más animado que nunca- Mi casa sigue teniendo un pero: que ya no la vendo. ¿Dónde voy a encontrar yo un palacio mejor para mi princesa?
    Y los dejó a todos con las ocho monedas de oro, con el gusto y con las ganas.
    Satisfecho Silvestre de su hazaña se fue a la ciudad y con las últimas monedas que tenía se compró un traje de gala y un anillo de oro. Regresaba tan feliz y tan impaciente que a la mitad del camino se apeó del caballo que llevaba alquilado, se metió entre unos árboles y se cambió las viejas ropas de campesino por las nuevas de señorito. Y cuando hecho un príncipe se vio en su palacio llamó con urgencia a las tres doncellas de sus desvelos.
    —Dime, blanca flor, ¿quieres ser la princesa de este palacio? -preguntó a la hija del juez que era su preferida mientras le ofrecía el anillo.
    —Me encanta el palacio -dijo la moza escondiendo la mano para que no le pusiera el anillo-, pero no tiene cómodas de palo de rosa, ni espejos con cenefas de marfil, ni lámparas con colgantes de nácar, ni visillos de tules y encajes, ni camas con dosel de seda... y una princesa, ¡desengáñate!, no puede dormir en un simple catre.
    —¿Y tú, quieres ser la princesa de este palacio? -preguntó a la hija del alcalde que tampoco le disgustaba mientras le ofrecía el anillo.
    —El palacio me encanta -dijo la moza cruzando los dedos para que no le pusiera el anillo-, pero no tiene vitrinas con vajillas de porcelana, ni vasares con finas cristalerías, ni cajoneros con cubiertos de plata, ni manteles bordados, ni jarrones con flores... y una princesa, ¡desengáñate!, ni puede comer con cucharas de palo, ni puede beber de botijos de barro.
    —¿Y tú, quieres ser la princesa de este palacio? -preguntó a la hija del boticario mientras le ofrecía el anillo, seguro de que ésta, por ser la más ambiciosa de todas, dejaría de ponerle peros, y le diría, por fin, que sí.
    —El palacio me encanta tanto o más que a mis amigas -dijo la moza cerrando el puño para que no le pusiera el anillo-, pero en la cocina no hay cocineros para guisarme exquisitos platos, ni camareras en la salita para servirme el té, ni ayas en la alcoba para ayudarme a vestir, ni un chófer con un coche de caballos a la puerta para llevarme de paseo, ni alfombras en el suelo, ni cuadros en las paredes, ni libros, ni jardines, ni fuentes, ni músicos tocando el violín... y una princesa que se preste de serlo, ¡desengáñate!, necesita tener criados y lujos a sus pies para que le hagan la vida más plácida, más alegre y más bella que al resto de las mujeres.
    Y dando media vuelta, las tres salieron volando.
    Silvestre se quedó en su palacio más solo que la una, pero no se inquietó por ello. Con los pies iba y venía de un corredor a otro, disfrutando de los mármoles, de los terciopelos... con la cabeza buscaba y buscaba la fórmula para quitarle de encima todos aquellos peros. Pero al cabo de cuarenta días con cuarenta noches, sin pan en los sacos, sin agua en las cántaras, sin princesa en su palacio, sin arado, sin bueyes y sin trigal para vender, no tuvo más remedio que recordar el consejo de sus padres y seguirlo.
    Para empezar, puso el palacio en venta. Después de mucho tratar, sin entenderse con unos y otros, se lo compraron entre el juez, el alcalde y el boticario, para festejar en él las bodas de sus hijas con unos apuestos galanes llegados de fuera y a caballo blanco para pedirles su mano, por tres monedas de oro.
    Era poco sí, pero la necesidad nunca pone peros. Con ellas se compró una pareja de bueyes viejos, un arado de segundas, un trigal y trigo para la primera siembra. De cañas y barro y a las afueras se hizo una cueva para vivir, y todos los días, al volver del campo se sentaba a la puerta con la esperanza de que del pueblo llegara una campesina sencilla, buena y trabajadora que se enamorara de él y le ayudara a ganar el oro que necesitaba para comprarle al juez, al alcalde y al boticario la casa de los peros.
    
        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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