lunes, 30 de octubre de 2017

MESA CAMILLA

Los otros catalanes

     Son los otros catalanes: los que cuando van a manifestaciones se comportan como personas civilizadas, los que cuando van, van a defender derechos para todos, los que no colocan banderas en el balcón, los que viven preocupados por el futuro de las pensiones, por la lacra del paro, por la catastrófica política de empleo, por los provocados vaivenes de la enseñanza, por la vertiginosa pérdida de valores y por la incompetencia de los gobernantes, los que son buenos trabajadores, los que detestan vivir del cuento, los que solo quieren tener salud y trabajo para seguir luchando a pesar de todo, los que tienen que hacer números para llegar a fin de mes, los que cada año les cuesta más sacar a sus familias adelante, los que les da igual que sus amigos sean catalanes de origen, de adopción o simplemente de vocación, los que creen en el esfuerzo personal y no en la donación y subvención para conseguir las cosas, los que aman la paz y la libertad por encima de todo, los que aborrecen la corrupción, la violencia, el abuso de poder, la manipulación y la mentira, como todos los españoles medianamente inteligentes.
      son bilingües con orgullo. Hacen zapping sin complejo por todas las cadenas de televisión sin preferir autonómicas o nacionales, y si la novela que tienen entre manos es buena, igual les da leerla en catalán que en castellano. Aman los deportes. Animan por igual a Nadal, a Ferrer, a Lorenzo, a Alonso, al Barça, al Madrid, al Español y a la Selección, y les da igual si el gol lo mete un catalán o un manchego cuando se compite por la copa de Europa o el Mundial, con tal de que gane España, como a todos los españoles, incluso a los enemigos del fútbol.
     Están hartos del proceso y del politiqueo en general con tanta mentira. Votan al menos malo o por descarte. Aborrecen a quienes fomentan las fobias entre territorios, sean de Cataluña o de cualquier otro sitio, para ganar cuatro votos, mantener la poltrona y seguir llevándose el caldo calentito a costa del pueblo. No creen que la independencia sea la solución a todos sus problemas: no son tan ingenuos. Piensan que la política de confrontación y sus líderes son precisamente parte del problema, como piensa la mayoría de los españoles.
     Son los otros catalanes: los que desde el fracaso del 1 de octubre, ante los problemas de convivencia que se han desencadenado, se preguntan con tristeza por qué está todo tan crispado, los que entienden que el deber de sus políticos no es otro que el trabajar para sacarlos de esta crisis, dejarse de historias y no dedicarse a confrontar a unos con otros, y no pueden decirlo por miedo a las represalias, los que ven con infinita preocupación como va llegando la ruina económica por la fuga de empresas, los que temen perder su puesto de trabajo, los que movidos por la falta de confianza en los mensajes de tranquilidad que les lanzan para callarlos han tenido que abrir cuentas bancarias en otras ciudades para poner a salvo sus ahorros, el fruto de su trabajo, lo que se han ganado con esfuerzo, lo que aunque sea poco, para ellos es todo, pero ni se les ve ni se les oye: son los Otros 
     Hasta el viernes 27 de octubre mantenían la esperanza de que se convocaran nuevas elecciones autonómicas. De su voto en las urnas no manipuladas dependería al menos que Cataluña siguiera siendo feudo de unos cuantos que basan su discurso en el odio a los demás pueblos de España, adoctrinando en las escuelas a sus niños y difundiendo propaganda y mentiras en los canales autonómicos y en los otros medios comprados con subvenciones pagadas con su dinero. Podrían exigir democráticamente que los constitucionalistas lo sean por encima de los intereses de sus partidos. Tendrían la oportunidad de demostrar a quienes lideran el proceso que en el mundo son catalanes, españoles y europeos. Podrían  demostrarles que no se han creído la vil mentira de que “España les roba" cuando los únicos que les han estado robando son ellos:  sus recursos, su dinero, su orgullo y su dignidad, intentando vanamente hacerlos sentir inferiores y de segunda. Les dirían por fin a ellos y al mundo que ya basta de muestras de odio, intransigencias y amenazas de sanciones para quien no colabora o piensa como ellos. Sería la ocasión de frenar esta locura propia del fanatismo que solo les ha traído y traerá más pobreza económica e intelectual y más crisis a pesar de que les prometen el paraíso. Pero desde el lamentable 27 de octubre, con la declaración de independencia por parte del ya ex presidente Puigdemont y la activación del artículo 155 de la Constitución por parte del presidente Rajoy, ya no saben si están ante la solución de un problema o están a las puertas de una tragedia, porque como la mayoría de los españoles están convencidos que uno de los mayores problemas de España son sus políticos.

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