30 días
Periódico publicado en su blog cada fin de mes por María Jesús Sánchez Oliva “Premio Tiflos 1996 y 2013”. Secciones: Portada. La Vitrina (libros). Mesa camilla (opinión). Cajón de Sastre El Álbum de la Lengua La Butaca (noticias positivas). Carta a… Cosas de Garipil (espacio de María Jesús). Y ya que has venido, entra en mi mercadillo. http://palabrascatetas.blogspot.com/
miércoles, 17 de diciembre de 2025
PORTADA
Queridos lectores: Acaba de salir el número 131 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.
AVISO PARA QUIENES YA SON COLABORADORES Y PARA QUIENES QUIERAN SERLO
Creo conveniente dejar de publicar a partir de esta fecha (30-I-2025) noticias sujetas a la “Ley del Loro”, es decir: que se repiten hasta el aburrimiento en todas las cadenas de radio, televisión y redes sociales, ya que la finalidad era la de publicar noticias recogidas a pie de calle, protagonizadas por personas anónimas, no famosas. En su lugar, aunque tendrán preferencia las ya mencionadas, os invito a participar con anécdotas, reflexiones, curiosidades, experiencias… respetando, en ambos casos, las dos sabidas condiciones. Primera: que sean buenas, positivas y ejemplares. Y segunda: que sean enviadas a mjsanchezoliva@gmail.com poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. Espero seguir contando con vosotros y quedáis invitados a agregaros como seguidores.
Navidad 2025
Llega la Navidad y como de costumbre los pueblos, los edificios, las casas, se visten de luces para transformar las noches en días de alegría, el frío en calor de bienestar, las sombras en sol de bendiciones, y como de costumbre le pido a la vida que siguiendo su ejemplo nunca apague las luces que cada uno de vosotros, vuestras familias, vuestros amigos, tengáis encendidas y encienda para siempre las que tengáis apagadas.
Feliz Navidad 2025 y feliz 2026
María Jesús
17-XII-2025
LO MÁS DESTACADO DE DICIEMBRE
LA VITRINA: Lista de libros leídos en 2025.
MESA CAMILLA: Dar la callada por respuesta (artículo de opinión).
CAJÓN DE SASTRE: Historia de Rosa Parks.
EL ÁLBUM DE LA Lengua: Escritura correcta de los colores en sentido figurado.
LA BUTACA: El origen de las plañideras.
CARTA a… los seguidores de 30 días y a los lectores que sin estar agregados le dedican unos minutos todos los meses.
COSAS DE GARIPIL: Las malas lenguas (cuento galardonado con el primer premio en 1998).
Si has visitado cualquiera de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.
Volveremos a encontrarnos en el próximo número.
María Jesús Sánchez Oliva.
Seguidores de Honor:
Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.
Concepción Martín Martín (Conchi). Nacionalidad: española. 19-IV-2015.
Claudio Hernández Díaz (pintor). Nacionalidad: espa ñola. 30-VI-2020.
LA VITRINA
Libros leídos en 2025
Título: La flor del azafrán amarillo. Autora: Abraim, Laila (releído).
Título: Una casa en Amargura. Autora: Vázquez de Gey, Elisa.
Título: El lector. Autor: Schlink, Bernhanrd.
Título: Las frases robadas. Autor: Sastre, José Luis.
Título: La novia oscura. Autora: Restrepo, Laura.
Título: Maldeniña. Autora: Salazar Masso, Lorena.
Título: La luz tras la ventana. Autora: Riley, Lucinda.
Título: El médico de Flandes. Autor: Cavanillas de Blas, Antonio.
Título: El traje gris. Autor: Andrea Camilleri.
Título: El lumbral de la eternidad. Autor: Follentt, Ken.
Título: Por si un día volvemos. Autora: Dueñas, María.
Título: El estudiante de Salamanca. Autor: José de Espronceda (releído).
Título: El jorobado de Notre Dame. Autor: Victor Hugo.
Título: A la sombra de Einstein. Autora: Benedict, Marie.
Título: Abril es un país. Autora: Constenla Fontenla, Tereixa.
Título: Bajo el sol de Quenia. Autora: Wood, Barbara (releído).
Título: El señor de Far Island. Autora: Holt, Victoria.
Título: La hora de la verdad. Autora: Rosa Regás.
Título: La papisa. Autora: Cross, Donna W.
Título: A Lupita le gustaba planchar. Autora: Laura Esquivel.
Título: La lavanda silvestre que iluminó París. Autor: Alexsandra, Belinda.
Título: La flor púrpura. Autora: Adichie, Chimananda Ngozi.
Título: El mapa de los anhelos. Autora: Kellen, Alice.
Título: El horizonte sobre el tejado. Autora: Manzaneque, Carmen.
Título: El baile de los penitentes. Autor: Francisco Bescos.
Título: Temporada de avispas. Autora: Ferrer, Elisa.
Título: El curioso incidente del perro a media noche. Autor: Haddon, Mark.
Título: Tiempo de albaricoques. Autora: Beate Teresa Hanika.
Título: Las mujeres que bordaron su libertad. Autora: Thatiana Pretelt.
Título: El baile de las mareas. Autora: Laura Portas.
Título: El baile de las luciérnagas. Autora: Hannah, Kristin..
Título: Antonia. Autora: Concostrina, Nieves.
Título: 11-S, historia de una infamia. Autor: Cardeñosa, Bruno.
Título: La rebelión de los mendigos. Autor: Robles Miras, Salvador.
Título: La dama de la Cartuja: Autora: Aguilera, Inma.
Título: Flores para la señora Harris. Autor: Gallico, Paul.
Título: Las tinieblas y el alba. Autor: Follentt, Ken.
Título: El pozo del manzano. Autora: Matilde Cabello.
Título: La bruma verde. Autor: Giner, Gonzalo.
Título: Fragmentos de interior. Autora: Martín Gaite, Carmen.
Título: Nada sucede la víspera. Autor: Lloréns, Chufo.
Título: Los diez escalones. Autor: Múñez, Fernando J.
Título: El diccionario de las palabras olvidadas. Autor: Williams, Pip
Título: El perfume de bergamota. Autor: Gastón Morata, José Luis.
Título: Dientes de leche. Autor: Martínez de Pisón, Ignacio.
Título: El baile de las marionetas. Autora: Guerrero, Mercedes.
Título: Berenguela. Autor: Mañas, José Ángel.
Título: Los niños de humo. Autora: Castaño, Aitana.
Título: Como bestias. Autora: Vérot, Violaine.
Título: El secreto de la asistenta. Autor: McFadden, Freida.
Título: Carboneras. Autora: Castaño, Aitana.
Título: El cielo de Lima. Autor: Gómez Bárcena, Juan.
Título: La tabla esmeralda. Autora: Montero, Carla.
Título: Durante la nevada. Autor: Luis Roso.
Título: El valle de la niebla. Autor: Pérez Blanco, Ismael.
Título: La muladí. Autor: Gastón Morata, José Luis.
Título: Yo soy Malala. Autora: Yousafzai, Malala.
Título: El chico de las bobinas. Autor: Cervantes, Pere.
Título: El niño que perdió la guerra. Autora: Navarro, Julia.
Título: El club de los viernes. Autor: Jacobs, Kate.
Título: El mercader de café. Autor: Liss, David.
Título: Victoria. Autora: Sánchez-Garnica, Paloma.
Título: El cuarto de la plancha. Autora: Chacón, Inma.
Título: Siete agujas de coser. Autora: Chacón, Lucía.
Título: Las cuatro esquinas del mar. Autora: Cabrillana, Lola.
Título: A mí no me doblega nadie. Autora: Cal Martínez, Rosa.
Título: El vuelo de la libélula. Autora: Iturgaiz Rodríguez, Ana.
Título: La cartera. Autora: Gianonne, Francesca.
Título: El invierno en tu rostro. Autora: Montero, Carla.
Título: Y las montañas hablaron. Autor: Hosseini, Khaled.
Título: La hija del piconero. Autora: Margarita López Lozoya.
Título: El baile. Autora: Némirovsky, Irène.
Título: Los secretos de Saffron Hall. Autora: Clare Marchant.
Título: La península de las casas vacías. Autor: Uclés, David.
Título: El orden del día. Autor: Vuillard, Éric.
Título: Un jardín en Bedalpur. Autora: Mourad, Kénizé.
Título: Las cartas de la Pirenaica. Autor: Balsebre, Armand.
Título: La casa de vacaciones. Autor: Daniel Hurst.
Título: Barro rojo. Autora: Teresa Nieto Peca.
Título: La catedrática. Autora: López Villarquide, María.
Título: La fila india. Autor: Antonio Ortuña.
María Jesús
MESA CAMILLA
Dar la callada por respuesta
Hace unas fechas llegó a mi bandeja de entrada un correo electrónico con una encuesta en adjunto. El organismo en cuestión quería saber si estaba de acuerdo o no con que en la Constitución se hubiera cambiado el término minusválido por el de discapacitado. Pues no tuve que pensar mucho: ni sí, ni no, por tres razones que intentaré resumir.
Primera: Estos inconvenientes, se nazca con ellos, sean sobrevenidos por causas naturales o se produzcan de manera accidental, ya tienen nombre, es decir: que alguien no oye bien, pues es sordo, que no tiene piernas, pues es cojo, que no ve, pues es ciego. De hecho, el 13 de diciembre de 1938, cuando Franco, gracias a un pequeño grupo de ciegos que decidió coger el toro por los cuernos para salir de la miseria de siglos de una vez por todas, firmó el Decreto que dio lugar a la creación de la ONCE, no la llamó Organización Nacional de Discapacitados, ni de Minusválidos, ni de Inútiles, que habría sido lo normal a tenor de sus luces, la llamó de Ciegos porque por aquellos días ni él tenía tiempo para analizar un proyecto que juzgó condenado al fracaso ni los españoles tenían ganas de entrar en estos absurdos detalles que hoy tanto nos complican la vida.
Segunda: Tener que vivir con las consecuencias de una enfermedad o de un accidente no implica ausencia de capacidad ni mucho menos. Pero como esto la sociedad no parece tenerlo meridianamente claro, más nos valdría que empezáramos a fijarnos en nuestros políticos, hombres y mujeres muy “completos” ellos, y aunque en democracia cualquier ciudadano podría llegar a ser presidente, lo normal es que solo lleguen los bien hechos aparentemente al menos, los guapos, los bien parecidos, los que vienen de familias bien acomodadas, los que se educaron en colegios de renombre, los muy educados, los muy redichos, los que pasaron por la universidad, los que tienen muchos títulos, muchos bienes, muchos amigos que los adoran porque desprenden olor a dinero, a poderío, a buenas aldabas que les permiten medrar a cualquier precio y sin consecuencias, pero no tienen capacidad para gobernar y en su incapacidad lo resuelven insultando, acusando, mintiendo, robando y lo que es peor: tergiversando las cosas para que los ciudadanos, a medida de sus posibilidades, sigan su ejemplo, con lo que consiguen que nuestras empresas, nuestros servicios, entidades e instituciones funcionen cada día peor. Estoy segura de que si tuvieran que examinarse para llegar a sus cargos, como tienen que examinarse los que antes eran minusválidos y ahora son discapacitados para acceder a un puesto de trabajo, el número de suspensos superaría con creces al de aprobados.
Y tercera: Tanta vergüenza me producía que el término minusválido figurara en nuestra Constitución como ahora me produce que figure el de discapacitado porque ambos se resumen en una frase: etiquetar a las personas, y las etiquetas solo sirven para minimizar, humillar, discriminar y, en muchos casos, destruirlas.
Por lo tanto, como la encuesta solo me permite decir sí o decir no porque viene sin espacio para escribir lo que me sobra experiencia para darlo por cierto, lo mejor es que dé la callada por respuesta y con mi aplauso por su titánico trabajo para conseguir el cambio, según ellos, que no cuenten.
María Jesús
1-XII-2025
CAJÓN DE SASTRE
Rosa Parks trabajaba como costurera y su pequeño acto se transformó en un símbolo de la lucha contra la segregación.
Acababa de terminar su jornada como costurera donde pasaba horas entre telas, tijeras y bastidores. Afuera, el aire templado rondaba los 16 °C, lo justo para un abrigo liviano y un regreso sin apuro. El atardecer se desplegaba con calma: volver a casa, preparar la cena y descansar era el plan inmediato. Nada la hacía pensar que esa rutina sería interrumpida por un gesto que cambiaría la historia. Era 1° de diciembre de 1955, estaba en Montgomery, Alabama y su nombre era Rosa Parks.
Como cada día, Rosa esperó el colectivo en Court Square, cerca de las 17:30. Subió por la puerta delantera, saludó con frialdad al chófer —James F. Blake, un rostro que no le era ajeno— y se sentó en la zona intermedia, espacio que las leyes locales asignaban a pasajeros negros, salvo que hubiese blancos de pie. Minutos después, cuando el colectivo se llenó, Blake se acercó a exigirle que dejara su asiento. Rosa lo miró con serenidad, y sin levantar la voz, se negó. El conductor llamó a la policía y ahí mismo fue arrestada, en su asiento, por negarse a moverse.
La imagen que quedó del momento no necesitaba palabras. Rosa Parks aparecía de pie, sosteniendo una pizarra con el número “7053”, su ficha policial. Detrás, una pared vacía. El rostro, calmo. El cuerpo, firme. No había dramatismo impostado, pero el peso simbólico de la escena lo ocupaba todo. Hoy resulta difícil creer que su “delito” fue defender su derecho a permanecer sentada.
La fotografía fue tomada poco después de su detención. Lo que transmitía no era miedo ni rabia, sino una tranquilidad desafiante. La compostura de Rosa contrastaba con la brutalidad silenciosa del sistema que la rodeaba. Años después, ella misma recordaría aquel momento con claridad: “Sabía que alguien tenía que dar el primer paso. Y decidí no moverme porque sentí que tenía el derecho de estar donde estaba”.
También contó que no fue un acto impulsivo ni una casualidad emocional: “La gente siempre dice que no me levanté porque estaba cansada. Pero no es cierto. No estaba físicamente cansada. Estaba cansada de ceder”.
Pero, más allá de que el acto no formaba parte de una estrategia, Parks estaba lejos de ser una improvisada. De hecho, formaba parte activa de la NAACP, se había capacitado en derechos civiles y conocía los riesgos: “Sentí que ya no podía aguantar más abusos. Era hora de plantarse, aunque supiera que podía ser arrestada. Y estaba dispuesta a asumirlo.”
Y lo que inició como un acto espontáneo, se terminó por convertir en un evento revolucionario. Tanto que el número “7053” se transformó en la puerta de entrada a un movimiento que ya venía gestándose, pero que necesitaba un rostro y un gesto para convertirse en símbolo. La imagen recorrió el país y el mundo como representación de una lucha que trascendía a la propia Rosa. Una mujer común, que se volvió extraordinaria por desafiar lo injusto con la simpleza de no levantarse.
El episodio más humillante
La relación entre Rosa Parks y el chófer James F. Blake ya tenía antecedentes. En 1943, ella subió a uno de sus colectivos, pagó el boleto en la parte delantera —como dictaban las normas—, pero él le ordenó que bajara y volviera a subir por la puerta trasera, como era costumbre con los pasajeros negros. Cuando ella obedeció y bajó, Blake arrancó el colectivo antes de que pudiera subir de nuevo. La dejó sola, de pie en la calle.
Rosa recordaría ese episodio como uno de los más humillantes de su vida adulta. Desde entonces, siempre que podía, evitaba los vehículos conducidos por él. El 1° de diciembre de 1955, al subir y reconocerlo, algo en ella supo que el ciclo tenía que cerrarse. Pero esta vez, no sería ella la que se bajaría del colectivo.
Un pequeño acto y el apoyo de grandes figuras
El gesto de Rosa Parks fue individual, íntimo, casi silencioso. Pero no estuvo sola. Su “no” fue la chispa que encendió una mecha largamente preparada por una red de militantes, vecinos, líderes religiosos y activistas que ya venían desafiando la segregación en Alabama.
Quien encabezó la respuesta inmediata fue E.D. Nixon, referente de la NAACP y defensor de los derechos de los trabajadores ferroviarios. Conocía bien a Rosa y, al enterarse de su detención, supo que ella era la figura adecuada para llevar el caso a los tribunales. Esa misma noche organizó su liberación bajo fianza y comenzó a mover las piezas de una estrategia legal y política.
Otra figura clave fue Jo Ann Robinson, presidenta del Consejo Político de Mujeres (Women’s Political Council). Al enterarse del arresto, pasó la noche mimeografiando más de 35.000 volantes que convocaban a un boicot de un día contra los colectivos. La idea era simple: dejar los asientos vacíos como respuesta al trato injusto. Pero el impacto superó cualquier expectativa.
En pocas horas, la comunidad negra de Montgomery, que representaba más del 70 % de los usuarios del transporte público, respondió con una contundencia sin precedentes. Nadie subió al colectivo ese lunes. El éxito fue tan rotundo que decidieron extender el boicot, que acabaría durando 381 días.
Ese proceso catapultó a la escena nacional a un joven pastor bautista de solo 26 años: Martin Luther King Jr.. Líder de la Montgomery Improvement Association, King supo traducir el enojo colectivo en un discurso firme, pacífico y organizado. Su voz se convirtió en el canal por donde fluyó la rabia contenida de generaciones enteras.
La segregación y la lucha contra el racismo
Durante gran parte del siglo XX, en muchos estados del sur de Estados Unidos, la segregación racial era ley. No una costumbre o prejuicio social —que también existía—, sino una estructura legal que obligaba a las personas negras y blancas a vivir separadas. Escuelas, hospitales, cines, fuentes de agua, baños públicos, restaurantes, iglesias, bibliotecas, vagones de tren… todo estaba dividido por color de piel.
Este sistema se conocía como “Jim Crow”, en referencia a un personaje racista popularizado en el siglo XIX. Bajo estas leyes, las personas afroamericanas eran consideradas ciudadanas de segunda clase. Aunque en teoría eran “iguales”, en la práctica los servicios y espacios asignados a los negros eran siempre inferiores —más deteriorados, menos equipados, o directamente inexistentes.
En el caso del transporte público, como el colectivo donde viajaba Rosa Parks, las reglas eran muy claras. Los primeros asientos estaban reservados para blancos. Los del fondo, para negros. La sección del medio podía ser usada por afroamericanos, pero solo si no había blancos de pie. Si un pasajero blanco subía y no encontraba lugar, una persona negra debía ceder su asiento, sin excepción. Desobedecer significaba ser arrestado.
Además, las personas afroamericanas no podían votar con libertad, debido a requisitos diseñados para excluirlas, como pruebas de alfabetización imposibles o impuestos especiales. No podían formar parte de jurados, ni aspirar a ciertos empleos. En muchos estados, ni siquiera podían mirar a una persona blanca a los ojos sin ser considerados irrespetuosos.
Frente a este sistema profundamente injusto, surgieron movimientos de resistencia. Organizaciones como la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) luchaban en los tribunales, mientras líderes comunitarios promovían el cambio desde las iglesias, las escuelas y las calles.
Datos extraídos de Internet
EL ÁLBUM DE LA LENGUA
Colores en sentido figurado, escritura correcta
Los nombres de los colores no necesitan comillas ni cursiva cuando se emplean con valores
figurados asentados.
Uso no recomendado
* Otro día «negro» para las acciones de la plataforma, que caen a su nivel más bajo desde mayo.
* Recurrió al ministro para inscribir un sindicato «amarillo» en su empresa.
* Proyecto «verde» pionero para revitalizar las cuencas.
Uso recomendado
* Otro día negro para las acciones de la plataforma, que caen a su nivel más bajo desde
mayo.
* Recurrió al ministro para inscribir un sindicato amarillo en su empresa.
* Proyecto verde pionero para revitalizar las cuencas.
La asociación de emociones, conceptos, etc., con colores es un fenómeno natural en la lengua.
Aunque la relación puede ser ad hoc en un contexto dado, hay cierto número de valores
establecidos, como el negro para lo funesto, el verde para lo ecológico o el ecologismo, el amarillo para lo sensacionalista o el oficialismo, el azul para la nobleza o el agua, el gris para lo anodino o lo mediocre... También entran en esta categoría expresiones como ponerse morado
en relación con la comida, y dinero negro, así como los colores que identifican a determinados partidos.
Una vez fijadas estas relaciones, es posible considerar que forman parte de sus sentidos propios, en especial aquellas que ya han sido incorporadas al diccionario académico, por lo que son innecesarias tanto las comillas como la cursiva.
Sí resulta adecuado entrecomillar los nombres de colores cuando no son asociaciones
generalizadas, como en el titular «Sangre ‘azul’ para salvar vidas en Albacete», que se refiere al
uniforme de un grupo de policías que participaron en una campaña de donación. También resulta apropiado cuando se trata de ironías, como en «Una medida “verde” con más emisiones y contaminación», con el fin de señalar que, en realidad, quien escribe este texto considera que la medida no es ecológica ni sostenible, aunque se anuncie como tal.
Ver también
Lunes negro o trimestre negro, sin comillas ni cursiva. Verde se escribe sin cursiva y sin comillas.
Recomendación de la Fundéu
LA BUTACA
¿Quiénes eran las plañideras?
Seguro que has oído hablar de ellas: en España existieron hasta principios del siglo XX y abundan las referencias literarias. Pero hoy quiero contarte de dónde nos vino esa costumbre.
CUANDO alguien fallecía en el Antiguo Egipto, la familia del difunto contrataba a unas mujeres para que llorasen e hiciesen público el lamento y dolor de la familia. Estas eran llamadas las plañideras. En muchos casos la importancia del finado se medía por el número de plañideras que acudían al funeral.
La manera en que manifestaban el dolor era variada: a través de lamentos (que podían adoptar incluso la forma de gritos estentóreos y descontrolados), dándose golpes en el pecho (que a veces dejaban al descubierto), echándose tierra sobre la cara, cabeza y cuerpo (tratando con ello de ocultar la presumible belleza externa), o tirándose con energía de los cabellos (despeinándolos, o incluso arrancándolos); es decir, en conjunto, manifestando una conducta que diera sentida cuenta del profundo dolor que implicaba la pérdida de un ser querido, a través de un comportamiento claramente atípico y alejado del estado sosegado y tranquilo que era normal en la vida cotidiana.
Iban vestidas con una túnica de color gris-azulado, que era el color que se utilizaba para demostrar dolor o duelo.
En España, sin embargo, era el negro y no faltaba el pañuelo a la cabeza.
Desde su espacio en 30 días lo envió a La butaca Garipil.
CARTA A...
Queridos lectores de 30 días:
Después de un paréntesis de cuatro meses provocado por otros asuntos que me han tenido ocupada, retomo las publicaciones con el número de diciembre que se adelanta a su fecha porque entiendo que en la suya tendréis mensajes más importantes que atender, y no está en mi ánimo robaros tiempo con estas simplezas.
Las primeras líneas, aunque ya lo he hecho en privado, son para darles las gracias a los seguidores que me han preguntado por qué no recibían el enlace del blog como todos los meses, lo que me anima a no ponerle punto final y a comprometerme a ser puntual a la cita. Muchísimas gracias.
Las siguientes son para darles las gracias a los que mes tras mes me dedican unos minutos para leer varias o todas las entradas. Muchísimas gracias.
Y las últimas son para darles las gracias a los que sin agregarse como seguidores me siguen también. Muchísimas gracias.
Para todos mi gratitud y mis mejores deseos.
María Jesús
17-XII-2025
COSAS DE GARIPIL
¡Hola!: Desconecta el televisor, deja el móvil donde ni lo veas ni lo oigas, siéntate en tu sillón favorito, cierra los ojos y permíteme que te lea el tercer relato de Letanías en lo que el sueño te manda a la cama para recuperar las fuerzas perdidas durante el día.
Las malas lenguas
Ya eran las tres de aquella tarde de junio y el día estaba como sin empezar. En los pueblos cundía el tiempo: nunca había que correr para hacer algo, nunca quedaba nada por hacer. Los hombres se habían ido al campo: los hombres siempre estaban en el campo, en la taberna, en la cama... Los niños entraron en la escuela: los niños te¬nían que aprender los números y las letras, lo que no sabían sus abuelos, sus padres... Las mujeres, en ramos de vecinas, se sentaron en el jarrón de la calle: las mujeres siempre tenían algo que coser, que contar, que saber...
Aquel día fue Andrea la primera flor de su ramo en salir de casa. "¡Sal, María, sal, que ya vienen las otras!", gritó a la puerta de ésta, mientras asentaba la silla. Una mano perezosa dividió en dos la cortina de palillos que protegía el zaguán de las moscas, del sol, de los ojos curiosos, de los oídos indiscretos, de las malas lenguas... de todo lo que por abundante estorba. María tenía pocas ganas de darle a la aguja, pero mucha ropa que coser. El tintineo de las hileras de palillos que formaban la cortina al volver a unirse dejó su cuerpo a la intemperie, un cuerpo encorvado, fofo, abrumado… una huella de la mujer fuerte y dispuesta que había sido hasta unas semanas antes. "¡Vamos, mujer, vamos! En casa no vas a a arreglar
nada", le aseguró Andrea poniéndose en pie casi antes de haberse sentado. "¡Aguarda un momento, aguarda! Yo misma te saco la silla y el canastillo. ¿Dónde están?" María miró al cielo y el sol le arañó los ojos. Qué hermoso día de primavera para los que no tenían penas del invierno, para los que podían esperar un verano sin lágrimas. "¡Aquí! ¡Siéntate aquí, a la sombra! Hace un día de San Lorenzo", aclaró Andrea cogiéndola por el brazo, después de pegar¬le la silla al tronco de la higuera. María obedeció con un suspiro. Hacía un día de San Lorenzo, de pleno mes de agosto: de mucho, mucho calor.
Teresa y Gonzala llegaron juntas, con sus sillas y canastillos respectivos. Se instalaron a la derecha de Andrea, formando media o alrededor de María, como si quisieran protegerla, consolarla... La higuera proyectaba las sombras de sus ásperas hojas y de sus brevas a punto de madurar sobre sus cabezas inclinadas por el peso de los moños y la orden de las agujas que reclamaban sus ojos. Una gallina de plumas negras y crespas se paseó sin pudor entre ellas.
—¡Oxe, oxe! ¡Larga de aquí!, —le gritó Andrea con energía, al ver que pretendía hurgar en su azafate. Pero la gallina se limitó a dar media vuelta y a acurrucarse un instante.
—Si no hubiera sido porque me urge remendar estos pantalones "del" mi hombre, hoy me había "recostao" un poco, —comentó Teresa entre bostezos, vigilando a la gallina que no quitaba los ojos del azafate— Anoche no me dejó pegar ojo el perro del herrero, se pasó la noche aullando: como si oliera a desgracia, a muerte...
—Como si oliera no, como que olía, —afirmó Gonzala con voz rotunda, arrancando unas enaguas del pico de la gallina— Se está muriendo tío Andrés, el Sapo. Lo dijo el médico esta mañana en la consulta. Y si el médico lo dice...
—¡Bah, tonterías! —protestó Andrea mirando de reojo a la gallina— Ese tunante tiene siete vidas como los gatos, y que yo me recuerde sólo se ha muerto cinco. De morir¬se alguien, seguro que se muere con toda la salud. Y no creo que los perros...
—¡Imposible, es imposible! —interrumpió de repente María, como volviendo en sí de un prolongado mareo, mientras se enjugaba las lágrimas con el calcetín que había intentado zurcir— Mi Lino no ha sido, claro que no. Ni muerto de hambre sería capaz de quitar un cacho de pan a nadie. Que vayan a Huracancillos, que les pregunten a tía Lola y a tío Pepe, a todo el pueblo si quieren. Diez años sirviendo en esa casa y nunca nadie ha tenido que decir nada malo de él. Al contrario. Desde el primer día tuvo abiertas de par en par todas las puertas de la casa. Con tío Pepe iba al "mercao": a comprar, a vender, a llevar, a traer... y conocía las cuentas igual que él. Cuando iban a las ferias, si tía Lola necesitaba que le comprara algo "pa" ella, en lugar de darle los cuartos al tío Pepe, se los daba "al" mi Lino. El jornal que ganaba nos lo en¬tregaba entero. Y si alguna vez se quedó con algo, nos rindió cuentas hasta del último céntimo: como si se las pidiéramos, como si se las exigiéramos... y bien sabe Dios que no, que nunca nos dio pie "pa" desconfiar de su mano. ¡No "pue" ser, no "pue" ser! Alguien lo quiere mal, le tiene envidia, está "empeñao" en manchar el claro espejo de su familia: de la mía.
—Que no, mujer, que no. ¡Quítate esa manía de la cabeza! —le aconsejó Andrea mientras le ofrecía un pañuelo que extrajo de la manga— Aquí, en el pueblo, todos los mozos son ángeles, pero en cuanto se ven sueltos, en la ciudad, pierden la vergüenza y ¡zas!, raro es el que no se vuelve demonio. Pero no te amargues, mujer, no te hagas mala sangre. Él lo ha hecho ¿no?, pues que él lo pague. Ya verás como escarmienta...
—Claro, María, no llores más, "la" Andrea tiene razón,
—corroboró Teresa santiguándose—, con un buen escarmiento "el" Lino se pondrá derecho a tiempo. Ya verás como en la cárcel lo hacen un hombre y aprende que no se sale de pobre con el dinero ajeno, prohibido: "robao".
—Bueno... —dejó caer Gonzala mientras recogía del suelo el cartón de una caja de galletas para darse aire— no se sale de pobre si tienes la mala suerte de que te pillen, como a él. De lo contrario... ¡ja! ¿No me diréis que con cua-trocientas pesetas y haciendo un par de siegas al año "el" Lino no había vivido a cuerpo de rey el resto de su vida?
María dejó de llorar tan de súbito como empezó. Apretó las mandíbulas. ¿En qué se fundaban aquellas pécoras para asegurar en sus narices que su hijo se había convertido en un ladrón de la noche a la mañana…? Intentó es¬cupirles en la cara. Ellas sabían mejor que nadie que su Lino había sido siempre un bendito, que cuando lo quitaron de la escuela con ocho años, para ir a servir a casa de tío Pepe, se fue sin poner pegas, que tío Pepe decía a sus cuñados, cuando se reunían en la matanza, que cuando repartiera la herencia le daría la misma parte que a cada una de sus once hijas, que tía Lola le dijo llorando cuando lo despidió que si era por su bien que lo dejaba irse, pero que si no se encontraba a gusto, que si no se hallaba, para volver a su casa no tenía ni que avisar, que si el dueño de la fábrica de zapatillas fue a buscarlo para que se la vigilara por la noche, fue porque sus parientes del pueblo, sus amistades, todos, le aseguraron que ni dando la vuelta al mundo encontraría un muchacho más valiente y más honrado, que se quitaba el pan de la boca para dárselo a los demás, que era enemigo de peleas, de tabernas, de faldas... pero no consiguió ni una partícula de saliva, tenía la boca seca.
La gallina de plumas negras y crespas la miraba nerviosa, como luchando por entender sus pensamientos, y
al cabo, como para vengarla, estiró el pescuezo, irguió las patas, encrespó el pico, abrió las alas, se alborotó y ¡cataplum!, en un abrir y cerrar de ojos volcó y pateó los canastillos de sus amigas, de sus vecinas.
—¡Mal rayo la parta! ¡Mátala, mátala! —ordenaba Andrea poniéndose en pie de un respingo.
—¡Mátala tú que la tienes detrás! ¡Tú, tú! ¿A qué es-peras? ¡Mátala tú! —ordenaba a su vez Teresa que se sorprendió elegida, tirando la silla al levantarse.
Y entre voces y empellones empezaron a disputarse la hazaña de atrapar a una gallina que revoloteaba y cacareaba más para amedrentar que para huir.
—Como acierte a alcanzarte con ésta, vas derecha a la olla. —amenazaba Gonzala quitándose una zapatilla e intentando a la vez despegar sus grasas del asiento.
María huyó del revuelo. "Cuidadme el canastillo", mu¬sitó con desgana, como si en el fondo le diera igual. "voy a beber agua". Desapareció en silencio, tras las caracolas de la cortina: bebería agua, tendría saliva, escupiría en los rostros de aquellas deslenguadas, las arrastraría por el moño, haría del pueblo una hoguera... pero el perro del herrero olía a desgracia, a muerte... y Andrea decía que de morirse alguien, se moriría alguien que tuviera toda la salud, y ella sólo estaba enferma del pensamiento, de la dignidad, del amor: del alma. En el zaguán la detuvo un retrato con marco dorado que se pavoneaba insolente sobre el zócalo de azulejos en tonos marrones. Era un retrato familiar, hecho por uno de sus yernos en las últi¬mas navidades, cuando a pesar de las estrecheces eran felices, vivían en paz. Se fijó en su marido, el padre de su Lino. Los seis meses que habían transcurrido habían de¬jado en su rostro las secuelas de veinte años. Intentó es¬capar, huir de allí, pero su voz, recitándole antiguas palabras, palabras muy recordadas en los últimos días, la retuvo, la acercó más, incluso. "Aunque el señor de las zapatillas
nos lo pinte de color de rosa, yo creo que no de¬bemos darle el muchacho. En casa de tío Pepe está como en la gloria: duerme en colchón de lana, come en su mismo plato, se sienta con ellos a la lumbre, su mujer ve por sus ojos, se divierte con sus hijas, le paga, le enseña, lo cuida... y en cualquier caso ya sabes que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Tenía razón, su marido tenía razón. Fue ella la que se puso cabezona. "Dáselo, hombre, dáselo, que las ocasiones las pintan calvas, y vale la pena. En la ciudad no tendrá que sudar tinta "pa" ganarse el pan, se lavará con jabón de olor, se pondrá zapatos a diario: se hará un señorito, y ya sabes que el que no se arriesga no cruza la mar", insistió y volvió a insistir hasta que lo convenció. Entró en la cocina y entre sollozo y sollozo bebió un vaso de agua. Ella tenía la culpa, la culpa la tenía ella. Ni siquiera su hijo se fue con gusto, se le notaba en los ojos aunque no lo decía. Y ahora... ¿qué hacía ella ahora para salvarlo? Nada, absolutamente nada. Había hablado con todos los ricos del pueblo sí, pero éstos le habían dicho que con dinero se compraba la libertad, pero no la honra, y que era mejor vivir restaurándola entre rejas que en la calle con la mancha en la frente; había hablado con el cura sí, pero éste le había dicho que las sotanas influían en Dios, no en los jueces, pero que rezaría por él en todas las misas para que se arrepintiera, para que se arrepintiera y se resignara. Rezaría... También ella rezaba: rosarios, novenas, jaculatorias... Todos los días, a todas las horas. Pero Dios estaba muy lejos de la tierra, tan lejos que no la oía. Salió al corral. Una soga enrollada en el suelo le ofreció ayuda. La barandilla de la escalera que conducía al sobrado se brindó a poner lo demás. "¿Y si en un instante se acercara hasta el cielo y se lo pidiera de rodillas?.."
Mientras María se acercaba al cielo para hablar con Dios, Avelino se desesperaba en una de las celdas de la cárcel de una de las ciudades cabeza de partido de la provincia. "Prontoserá el juicio, y me condenarán, y me llevarán a la cárcel de la capital, y dicen los presos que ésta es la gloria "compará" con aquélla, y soy inocente, soy inocente".
Era inocente sí, pero sólo lo sabía él. El juez no veía su corazón: le deslumbraban las apariencias. Volvió a hacer memoria y no recordó nada nuevo, nada que le sirviera para deshacer aquel entuerto. Había entrado en la ciudad, pero la ciudad no había entrado en él. Se sentía en ella como un niño metido en ropas de adulto. Los días se le hacían meses. Por la mañana dormía en la cama que le habían alquilado unos parientes y por la tarde les echaba una mano en el bar que regentaban, pero le aterraban las pesadillas y le tras¬tornaba el olor a borracho; las noches, en la fábrica, se le hacían años, le asfixiaba el olor a zapatillas, le angustiaba la soledad, le abrumaba el silencio de los muros de hormigón, la palidez de las luces artificiales, el continuo ir y venir sin llevar ni traer nada... pero ni se lo dijo a nadie, ni pensó en regresar a Huracancillos, si sus padres lo habían decidido así, bien decidido estaba, aunque él no lo entendiera. Tres se¬manas llevaba en la ciudad cuando al llegar aquella noche a la fábrica le esperaban dos guardias civiles.
—¿Dónde está el dinero?
—¿Qué dinero?
—El que robaste anoche aquí, en la fábrica.
—¡¿Yo?!
—¡Sí, tú! No te hagas de nuevas. Ayer, para probarte, dejó tu jefe en la caja cuatrocientas pesetas; y hoy, cuando vino, habían volado. Él mismo fue esta mañana al cuartel, a poner la denuncia. Le pidió al sargento que antes de darnos la orden de detenerte hiciera tiempo por si te arrepentías. Ya ves si el hombre es bueno. Pero han pasado las horas y...
—¡Mentira, eso es mentira! Yo no he "robao" nada. ¿"Pa" qué quiero yo cuatrocientas pesetas? ¡Créanme,
créanme! Se lo juro por Dios, por mis vivos, por mis muertos... —afirmó aturullado por el impacto, suplicó temblando de miedo ante sus respetables bigotes.
—¡Bien, vamos! El juez dirá quién tiene razón, si el jefe o tú.
Y se lo llevaron esposado, y vinieron los interrogatorios, las torturas... y él sólo podía decir: "Yo no he sido, yo no he sido". Pero el juez no veía su corazón: le deslumbraban las apariencias. En su ignorancia, para que lo de¬jaran en paz, confesó que el dinero estaba en el muladar que había detrás de la fábrica, en uno de los huecos de la muralla donde decían que los rojos escondían las armas cuando la guerra, pero hechos los registros pertinentes el dinero no apareció, y sólo logró echarse más tierra en¬cima: si confesaba haberlo escondido, era porque lo había cogido, y aunque nadie lo vio gastarlo, aunque sus padres no lo habían recibido, aunque no lo tenía, lo había robado: la palabra de su jefe era más de fiar que la suya.
De repente, un garabato de luz empezó a disipar sus tinieblas. "¡Sí, claro que sí! Ahora me acuerdo. Aquella noche entró en la fábrica "el" Saturio, el "cuñao" de mi jefe. Me mandó a echar una carta urgente. ¿Y si en lo que yo fui al buzón…”?
—¡Centinela, centinela!, —gritó desesperado, dando puñetazos en la reja como un endemoniado.
Acudió el centinela, lo condujo ante el juez, le tomó declaración. "Me estoy acordando que aquella noche..." La voz de sus principios, de su buena fe le ordenó: "¡Cierra el pico, canalla, cierra el pico! No es de hombres delatar a nadie". Pero otra voz más firme, más enérgica, le imploró: "¡Habla, hijo mío, habla! ¿No ves que por salvarse ellos están hundiéndote a ti?" Y habló sin excusarse, como hablan los inocentes.
Veinticuatro horas después en el pueblo doblaban las campanas. "La ha «matao» su hijo, su hijo la ha «matao»", murmuraban todos sin sombra de culpa, sin atisbo de
remordimiento, entre rezos y lágrimas incluso, mientras las palas de tierra caían perezosas sobre el cuerpo todavía caliente de María.
A la misma hora, en aquella ciudad cabeza de partido, los dos guardias civiles sacaban a Avelino de la cárcel sin un gesto de pesar por su error, sin una palabra de perdón por sus palizas... como si tanto antes como a la sazón estuvieran cumpliendo con su deber. Saturio, lan-zándole al pasar una rápida mirada de enemigo, entraba a ocupar su celda: él había cogido las cuatrocientas pesetas, acompañó a su jefe a ponerlas en la caja y éste le explicó la trampa, se había comprado con ellas una casa... pero nadie sospechó de él, ni siquiera su cuñado. El dueño de la fábrica de zapatillas dio tres zancadas para salir de allí antes que él: sin ofrecerse para llevarlo a su casa, sin pagarle el jornal de las tres semanas... y eso que cuando fue a buscarlo pedía un mozo valiente, valiente y honrado.
Con los dos guardias civiles subió al tren. Desde niño había soñado con viajar en tren para correr más que en el potro, que en la yegua, que en el caballo, pero en aquel momento se le antojó que iba sobre el más canijo de todos los burros que conocía.
Llegaron por fin a la estación. Se apearon. Ellos sin ninguna prisa, él con todas. Eran las dos de la madrugada.
—¿Cuántos kilómetros hay de aquí a tu pueblo? —le preguntó uno de los guardias.
—Catorce, catorce y algo.
—Te dejamos aquí, en la sala de espera, y por la mañana coges el coche de línea. —dijo el otro ofreciéndole un duro— ¡Ten, ten para el billete!
—¡No, señor, no! Yo no quiero dinero que no es mío. Si me dan permiso, me voy yo solo ahora mismo, andando.
—Son tres leguas, ¿verdad? —quiso saber el primero de los civiles.
—Más o menos.
—¿No te cansarás?
—No, señor, no. Son las piernas las que tengo ligeras, no las manos.
—Pero hay lobos en las sierra, y los lobos aúllan por la noche. ¿No te asustarás al oírlos? —inquirió el otro en tono de alarma, como para asegurarse de que no les buscaría ningún problema.
—No, señor, no. Yo sólo me asusto de los hombres, de los hombres que sin aullar muerden.
Los guardias civiles se metieron en la cantina, a gastar el duro en vino mientras llegaba el tren de regreso. Avelino, sin más luz que la que quería prestarle la luna, sin más compañía que la de las voces salvajes que estremecían los campos, volaba carretera adelante. De vez en cuando, sin pararse apenas, miraba hacia atrás por si le seguían los guardias, por si algún civil le acechaba tras las zarzas, por si le estaban tendiendo otra trampa. Al en¬trar en el pueblo se apoyó sobre la tapia del cementerio para secarse el sudor de la frente y alisarse los cabellos. Olía a tierra recién movida, a lágrimas recién caídas, a flores recién cortadas, pero de los suyos ninguno podía haber muerto, aunque tristes, todos estaban sanos. Ya tranquilo y compuesto se encaminó hasta su casa. El llamador lucía un lazo negro, pero no lo vio. Tenía tantas ganas de entrar... Sus hermanas, vestidas de luto, le abrieron la puerta.
—¡Ya han "pillao" al ladrón, ya lo han "pillao"! ¡Soy inocente, libre! ¿Y madre, dónde está mi madre?
—Se ahorcó ayer, la enterramos hoy. Dice la gente que tú la mataste.
Avelino se aseó con agua caliente y cenó y desayunó en una sola comida y rodeado de los suyos. En cuanto amaneció se fue al juzgado y esperó a que llegara el juez.
—Vengo a denunciar a los asesinos de mi madre.
—¿Asesinos? ¿Quiénes son los asesinos de tu madre?
—El cura del pueblo, los ricos, las vecinas... —hizo una pausa, como para hacer el recuento— el dueño de la fá¬brica de zapatillas, su "cuñao", el juez de... entre todos la mataron, entre todos menos yo.
—A lo mejor tienes razón, a lo mejor... pero ella sola se puso la soga al cuello, ella sola se ahorcó. Las vecinas la vieron entrar en casa sin compañía, tu padre la encontró colgada, hasta los ricos del pueblo corrieron a descolgar¬la, el cura le dio la extremaunción, el médico firmó la defunción y la Guardia Civil, cumpliendo mis órdenes, levantó el cadáver. Lo siento, lo siento... no hay razón para acusar a nadie.
No había razones para acusar a nadie, todos eran inocentes. Solamente él era culpable, él solamente, porque no recordó a tiempo, porque en su ingenuidad no pensó que alguien pudiera traicionar al hermano de su mujer, porque se acoquinó en lugar de reaccionar. Ante sus ojos surgió el rollo de soga y la barandilla de la escalera. Se haría justicia él mismo, él mismo se haría justicia, iría tras su madre para pedirle perdón. Pero al entrar en casa le de¬tuvo la voz de tío Pepe.
—Llegué tarde al entierro. Se le clavó una astilla al caballo y tuve que esperar en los Molinos a que se le pasara la cojera. Pero ahora me alegro. Por ella ya no podía hacer nada; por ti, mucho. ¡Vámonos a Huracancillos, vámonos! Está impaciente tía Lola.
Y corrió a ensillar el caballo. Tío Pepe no era un amo para él, era un padre; tía Lola veía en él un hijo, el hijo varón que nunca tuvo; para sus hijas no era un criado, era un hermano. Y entre todos le ayudarían a reconciliarse con el género humano.
María Jesús Sánchez Oliva.
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros publicado me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
“Garipil (1995)”.
Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías (1999)”.
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
“El rosario de los cuentos (2003)”.
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
“Cartas de la Radio (2007)”.
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas semanalmente en Onda Cero por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas) (2014)”.
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos (2018)”.
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno más. “Primer Premio Tiflos 2013”.
Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:
Garipil1995@gmail.com
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo número.
Firmado: Garipil.
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