La Reina de España más desconocida
María
Victoria tomó la decisión de construir una “guardería” para las lavanderas
del río Manzanares, que en gran parte eran mujeres viudas
procedentes de
Galicia, como fue el caso de la madre de Pablo Iglesias
(fundador del PSOE).
Hasta el 11 de febrero de 1873 duró la pesadilla de Amadeo
de Saboya y su
familia en España. Ese día el italiano renunció al trono con
un discurso con más
furia que ocho bombas atómicas:
“Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la
España vive en constante
lucha, viendo cada vez más lejana la era de paz y de ventura
que tan
ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de
su dicha, entonces,
al frente de estos soldados tan valientes como sufridos,
sería el primero en
combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma,
con la palabra
agravan y perpetúan los males de la nación son españoles,
todos invocan el dulce
nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y
entre el fragor del
combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor
de los partidos,
entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión
pública, es imposible
atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar
el remedio para
tamaños males”.
Las palabras de este efímero Rey de España se podían
traducir al roman paladino,
si es que fuera necesario traducirlas, con un sencillo ahí
os zurzan y os
quedéis con vuestro manicomio. La experiencia del hijo del
Rey de Italia, hombre
de impresionante porte con remanentes Habsburgo pero con
pocas luces, fue
terrible en los tres años que fue rey constitucional de
España. La nobleza
tradicional se decantó en masa por el retorno de los
Borbones, mientras que los
independentistas cubanos y los carlistas se encargaron de
que Amadeo I no
tuviera un segundo de tregua en su aventura española.
Solo en una cosa Amadeo de Saboya parece que agradeció haber
aceptado la corona
de España: las mujeres del país. Ya en sus viajes previos a
España, todavía con
los Borbones, había reparado el italiano en que sus mujeres
son “tan hermosas o
más que las de mi país”. Entre sus más célebres relaciones
extramatrimoniales
estuvo la
noble Victoria de Vinent y Adela de Larra, la hija del
escritor romántico, considerada una de las mujeres más
hermosas de Madrid.
La esposa que tuvo que sufrir estas humillaciones e
infidelidades en un país que
le resultaba completamente desconocido se llamaba María
Victoria dal Pozzo y
della Cisterna, lo cual ya de por sí daba lugar a chanzas.
El tiempo que se
demoró para viajar a la Península debido a su avanzado
estado de preñez lo
aprovechó su marido para explorar a fondo los cafés
madrileños.
Una mujer de una cultura fuera de lo común:
La
nueva Reina de España, nacida en Francia pero procedente de
la aristocracia
de Cerdeña, había sido educada con esmero en Turín. Hablaba
seis idiomas y
dominaba áreas muy diversas del saber como la literatura, el
álgebra, la
economía o el derecho internacional. La muerte de su padre y
de una hermana
sumió a su madre, vinculada a la nobleza de Mónaco, en un
estado de locura que
hizo irrespirable el ambiente familiar y la obligó a
refugiarse en los libros.
“He vuelto a mis estudios con mucho placer —escribió sobre
el único consuelo en
esos años más oscuros—, el estudio es para mí lo que el pan
para otros, sin
estudiar no podría vivir”. De aquella agitación la rescató
el hijo de Víctor
Manuel II, sin saber que su destino llevaría a “La rosa de
Turín” (su apodo más
recurrente) a un lugar todavía más tenso.
En Madrid, su conducta fue ejemplar frente a una nobleza
díscola que, salvo una
minoría apodada con desprecio como “haitiana”, hizo todo lo
posible para
ningunearla. Si bien el Rey despertó pocos elogios más allá
de su portentoso
físico, María Victoria sorprendió a todos por su elegancia y
su dominio del
castellano, sin apenas acento. El periodista catalán Víctor
Balaguer la
describió en estos términos tan positivos:
“Tiene un rostro de rasgos pronunciados y bellamente
correctos, el brillo de sus
ojos es especial y su mirada penetrante, su voz es dulce y
cariñosa, y la
conversación instructiva y amena, e inspira su presencia, al
par que el más
profundo respeto, la más afectuosa simpatía. Aunque todos
hemos oído hablar de las
grandes cualidades que la adornan, la realidad supera
nuestras esperanzas y
todos salimos prendados de la que había de ser la Reina de
España”.
Alejada de la política, la labor pública de la Reina de
España se centró en
ayudar a los más desfavorecidos y en llevar una vida alejada
de grandes lujos.
Destinaba 100.000 pesetas al mes en donaciones a hospitales,
iglesias y demás
obras benéficas. Entre sus fundaciones destacó una escuela y
asilo para los
hijos de las lavanderas que trabajaban en la ribera del
Manzanares y un hospicio
para niños desamparados. La decisión de construir esta
“guardería” la tomó al
bajar por el Campo del Moro y toparse con la miseria frente
a frente. Mujeres
viudas procedentes de Galicia habían llegado caminando desde
el norte con sus
hijos de la mano, como fue el caso de Pablo Iglesias
(fundador del PSOE) y su
madre, para acabar viviendo en la indigencia.
Una de sus grandes amigas y cómplices en estas tareas fue
Concepción Arenal, una
católica de ideas liberales que, aunque no discutía el papel
del hombre en la
sociedad que le tocó vivir, luchó por reivindicar un papel
más igualitario y
respetuoso para las mujeres. Desafiando las restricciones,
esta gallega acudió
como oyente, disfrazada de hombre, a clases de Derecho penal
y jurídico en la
Universidad de Madrid entre 1841 y 1846. A través de ella,
incluso una vez
abdicó su marido, María Victoria siguió mandando limosnas y
socorros a los pobres
de Madrid.
La decisión de construir esta “guardería” la tomó al bajar
por el Campo del Moro
y toparse con dramas de todo tipo.
Durante su estancia en España se dedicó, además, al
mecenazgo cultural. Además
de financiar a artistas como Palmaroli, Gisbert y el
escultor Medina, encargó
personalmente varias alfombras a la Real Fábrica de Tapices
y fundó la Orden
Civil de María Victoria, que premiaba a las figuras
sobresalientes de las
letras, las artes y las ciencias que, sin hacer distinción
de género o clase
social, hubieran ejercido eminentes servicios a la
instrucción pública, bien
creando, dotando o mejorando establecimientos de enseñanza,
publicando obras
científicas, literarias o artísticas de reconocido mérito, o
fomentando de
cualquier otro modo las ciencias, las artes, la literatura o
la industria.
Fueron galardonados, entre otros, Campoamor, Madrazo, Casado
del Alisal y
Eslava.
Atentado, abdicación y muerte:
María Victoria no era ajena a las turbulencias políticas del
país. Los radicales
de Ruiz Zorrilla la miraban con recelo, mientras los
alfonsino la llamaban “la
nuera del usurpador” a pesar de lo generoso de sus limosnas
y su asistencia
puntual a los oficios religiosos. En julio de 1872, Rey y
Reina regresaban a
palacio tras pasear por los jardines del parque del Retiro
cuando un coche se
les atravesó a la altura de la calle Arenal. Gracias
a que la Reina sintió frío
y se subió el chal, Amadeo pudo distinguir a un tirador en la calle. De forma
rauda, el Monarca se levantó para cubrir a su esposa y
evitar que fueran cosidos
a tiros. Solo hubo que lamentar la muerte de una de las
monturas. La Reina, eso
sí, cayó desvanecida del susto.
Una vez renunció a la Corona su marido, la Reina partió al
exilio por Portugal
no sin antes dar a luz en Madrid a su tercer y último
vástago. El viaje a
Lisboa fue muy duro debido al frío y el hambre en un tren
sin calefacción y sin
comida. España, a pesar de todo, se quedó clavada en su
corazón. En una carta a
una amiga, María Victoria escribió:
“En España no deseé más que una cosa: cumplir con mi deber,
y de ella conservaré
siempre un bueno y un triste recuerdo. Bueno, porque hay
allí personas muy
estimables a las que nunca olvidaré, y triste, porque España
no encontró con
nosotros la tranquilidad y la prosperidad que deseábamos
darle”.
La Reina falleció en la Villa Dufour, San
Remo, a los veintinueve años,
consumida por la tuberculosis. Su muerte fue llorada tanto por los
italianos
como por muchos españoles. El periódico “La Ilustración Española
y Americana” le
dedicó palabras de elogio, tales como: “Madrid no puede
olvidarse de aquel ángel
de virtud y de caridad, a quien el pueblo concedió el
sencillo título de Madre
de los pobres”.
En el epitafio de su tumba en la Basílica de Superga de
Turín, está escrito: “En
prueba de respetuoso cariño a la memoria de doña María
Victoria, las lavanderas
de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, a tan
virtuosa Señora”.
Fuente consultada: ABC.