Recordando a Pilar de la Sota
El grupo de teatro salmantino Lazarillo de Tormes, dirigido por Javier de Prado Herrera, lleva muchos años cosechando éxitos con todas las obras que ha puesto en escena, pero el éxito indiscutible lo obtuvo con “Teresa, La Jardinera de la Luz”, un homenaje a la santa de Ávila. La obra, que fue pensada para representarse en templos religiosos, narra los hechos a los que ella y sus monjas se vieron obligadas para defenderse del inquisidor que la mal llamada Santa Inquisición designó para investigarla y fue estrenada en Alba de Tormes, en la iglesia de Santa Teresa, como no podía ser de otra forma. Llevaban 270 representaciones en iglesias y catedrales de Salamanca, de la provincia, de Castilla y León y de fuera de la comunidad cuando en marzo el maldito coronavirus les obligó a dejar pendientes todas las actuaciones programadas, que no eran pocas, pues, tal era el interés que despertaba que en muchos municipios tenían que volver a representarla. A lo largo de estos años, este elenco de actores aficionados, además de a sus actividades normales, han tenido que enfrentarse a problemas personales de muy distinta índole, pero el golpe más duro lo recibieron a principios de agosto cuando una de las “monjas” fallecía de forma inesperada. Al día siguiente, a través de las redes sociales, el "inquisidor" le dedicaba unas líneas que ponían de relieve el lazo que por encima de todas las dificultades siempre los mantuvo unidos. Por lo que hoy, en un gesto de gratitud, queremos recordarlas desde aquí.
Carta de José Mª Valle a Pilar de la Sota
Nunca pensé que mis lágrimas iban a ser por ti. Ni en la peor de mis pesadillas llegué a imaginar esa circunstancia y aún no me hago a la idea de que ya no volveré a verte más.
Cuánto te debe el teatro, amiga mía. Hoy la máscara de la derecha ríe porque
sabe que las puertas del cielo se han abierto de par en par para recibirte
y te ha visto entrar enchida de gozo, mientras que la máscara de la
izquierda llora porque nunca más volverá a verte sobre las tablas, a ti, la
actriz del método, capaz de salir al escenario en sandalias cuando había
temperaturas bajo cero en la calle, a ti, que con tu tesón y fuerza de
voluntad fuiste capaz de vencer a la enfermedad y salir a escena al borde
del desmayo tantas veces, a ti que a pesar de tener tanto en contra siempre
tenías alguna palabra de aliento para impulsarnos y así vencer toda
dificultad juntos.
Han sido seis años tan intensos… Pocas cosas hemos vivido así en la vida.
Gracias por salir al escenario con nosotros, ha sido un honor haber podido
compartir cada representación contigo, la actriz de la envidiable memoria
prodigiosa que todos hubiésemos querido para sí, pero sobre todo gracias
por tu amistad, por estar pendiente de cada uno cuando tú tenías tanto en
contra, por ser ejemplo de tenacidad.
Estoy seguro de que hoy cuando hayas flanqueado esa puerta te habrás
encontrado una multitud que te ha recibido con una gran ovación, el eco de
la misma con la que te hemos despedido esta tarde, el aplauso más merecido,
el aplauso por toda una vida de bondad en la que la balanza del bien y el
mal, en ti estaba arringada hacia el lado del bien.
Hoy te habrás encontrado con muchos, pero al frente de todos seguro habrá
estado alguien muy especial, una monja que hace varios siglos escribía con
pluma y con la que tienes tantas cosas en común, que creo que ya seréis
amigas para siempre.
Adiós Catalina, adiós Mamá Luna. Perdona mis faltas si las hubo, querida
maestra, pero esta carta está escrita en presente porque tú ya estarás
siempre con nosotros en el corazón.
Tantas lágrimas compartimos, pero nunca pensé que mis lágrimas iban a ser por ti.
Con todo mi cariño.
Tu inquisidor:
Fray Ignacio de la Cruz.
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